15 de septiembre del 2003
Convergencia de movimientos en Cancún
El libre comercio es la guerra
Naomi Klein
Masiosare
Tras el 11 de septiembre, los expertos de derecha estaban ansiosos por enterrar
al movimiento globalizador. Se nos informó que en tiempos de guerra a
nadie le importaban asuntos frívolos como la privatización del
agua. Gran parte del movimiento estadunidense contra la guerra cayó en
la trampa: este no era el momento para enfocarse en debates económicos
divisores, era tiempo de unirse para hacer un llamado a la paz. Toda esta tontería
termina en Cancún esta semana, cuando miles de activistas convergen para
declarar que el brutal modelo económico impulsado por la Organización
Mundial del Comercio es, en sí mismo, una forma de guerra.
EL LUNES, SIETE ACTIVISTAS contra la privatización fueron arrestados
en Soweto por bloquear la instalación de medidores de agua prepagados.
Los medidores son una respuesta al hecho de que millones de sudafricanos pobres
no pueden pagar sus cuentas de agua.
Los nuevos aparatos funcionan como teléfonos celulares de llamadas prepagadas,
sólo que en vez de tener un teléfono muerto cuando se te acaba
el dinero, tienes a personas muertas, enfermas por tomar agua infestada de cólera.
El día en que encarcelaron a los "guerreros del agua", las negociaciones
de Argentina con el Fondo Monetario Internacional se estancaron. El punto de
desacuerdo eran los aumentos de niveles de tarifas para las empresas de servicios
públicos privatizadas. En un país donde 50% de la población
vive en la pobreza, el FMI demanda que se le permita a las compañías
multinacionales de agua y electricidad incrementar sus tarifas en un asombroso
30%.
En las cumbres comerciales, los debates sobre la privatización pueden
parecer abstractos y elevados. A nivel del suelo, son tan claros y urgentes
como el derecho a sobrevivir.
Tras el 11 de septiembre, los expertos de derecha estaban ansiosos por enterrar
al movimiento globalizador. Con alegría se nos informó que en
tiempos de guerra, a nadie le importaban asuntos frívolos como la privatización
del agua. Gran parte del movimiento estadunidense contra la guerra cayó
en la trampa: este no era el momento para enfocarse en debates económicos
divisores, era tiempo de unirse para hacer un llamado a la paz.
Toda esta tontería termina en Cancún esta semana, cuando miles
de activistas convergen para declarar que el brutal modelo económico
impulsado por la Organización Mundial del Comercio es, en sí mismo,
una forma de guerra.
Guerra porque la privatización y la desregulación matan -al aumentar
los precios de los artículos de primera necesidad, como el agua y las
medicinas, y al bajar los precios de materias primas, como el café, haciendo
que las pequeñas granjas se vuelvan insostenibles. Guerra porque aquellos
que resisten y se "niegan a desaparecer", como dicen los zapatistas, son rutinariamente
arrestados, golpeados y hasta asesinados. Guerra porque cuando este tipo de
represión de baja intensidad no logra despejar el camino para la liberación
empresarial, las verdaderas guerras comienzan.
***
Las protestas globales contra la guerra que sorprendieron al mundo el 15 de
febrero crecieron a partir de las redes que se construyeron a través
de años de activismo de la globalización, desde Indymedia hasta
el Foro Social Mundial. Y a pesar de los intentos por mantener a los movimientos
separados, su único futuro está en la convergencia mostrada en
Cancún. Los pasados movimientos han intentado luchar contra las guerras
sin confrontar los intereses económicos detrás de ellas, o de
lograr justicia económica sin confrontar al poder militar. Los activistas
de hoy, ya expertos en seguir el hilo del dinero, ya no están cometiendo
el mismo error.
Pensemos en Rachel Corrie. A pesar de que quedó grabada en nuestras mentes
como la chica de 23 años en una chamarra anaranjada, con la valentía
de enfrentar los bulldozers israelíes, Corrie ya se había asomado
a la mayor amenaza tras la hardware militar. "Creo que es contraproducente sólo
atraer la atención a los puntos de crisis -la demolición de casas,
balaceras, la violencia al descubierto", escribió en uno de sus últimos
correos electrónicos. "Mucho de lo que pasa en Rafah está relacionado
con la lenta eliminación de la habilidad de la gente para sobrevivir...
El (tema del) agua, en específico, parece ser crítico e invisible".
La Batalla de Seattle de 1999 fue la primera gran protesta de Corrie. Cuando
llegó a Gaza, ya se había entrenado para ver la represión
no sólo en la superficie, sino a escarbar más profundo, a buscar
los intereses económicos a los que los ataques israelíes sirven.
Este escarbar - interrumpido por su asesinato- llevó a Corrie a los pozos
cercanos a los asentamientos, los cuales sospechaba que desviaban agua preciosa
de Gaza a las tierras agrícolas de Israel.
De manera similar, cuando Washington comenzó a repartir contratos de
reconstrucción en Irak, los veteranos del debate de la globalización
se dieron cuenta de la agenda subyacente al ver los conocidos nombres de los
impulsores de la desregulación y la privatización, Bechtel y Halliburton.
Si estos tipos llevan la delantera, significa que están rematando Irak,
no reconstruyéndolo. Hasta aquellos que se opusieron exclusivamente a
la guerra por la manera en que fue librada (sin el consentimiento de la ONU,
con insuficiente evidencia de que Irak representaba una inminente amenaza),
ahora no pueden más que ver por qué fue librada: para poner en
práctica las mismas políticas contra las que protestan en Cancún
-privatización masiva, acceso irrestricto de las multinacionales y dramáticos
recortes al sector público. Como escribió Robert Fisk en The Independent,
el uniforme de Paul Bremer lo dice todo: "un traje de negocios y unas botas
de combate".
El Irak ocupado es transformado en un torcido laboratorio de economía
de libre mercado, libre de base, muy parecido a lo que fue Chile para los Chicago
boys de Milton Friedman tras el golpe de 1973. Friedman lo llamó "terapia
de shock", sin embargo, así como en Irak, se trató de un asalto
a mano armada a la gente que está bajo los efectos de una guerra.
Hablando de Chile, la administración Bush ha hecho saber que si las reuniones
en Cancún fracasan, simplemente seguirá adelante con más
acuerdos bilaterales de libre comercio, como el que acaba de firmar con el país
andino.
Insignificante en términos económicos, el poder real del acuerdo
consiste en funcionar como una cuña: Estados Unidos ya lo está
usando para amenazar a Brasil y Argentina de que o apoyan el Area de Libre Comercio
de las Américas o se arriesgan a quedar rezagados.
Han pasado 30 años desde aquel otro 11 de septiembre, cuando el general
Augusto Pinochet, con la ayuda de la CIA, trajo el libre mercado a Chile "con
sangre y fuego", como dicen en América Latina. Aquel terror paga dividendos
hasta la fecha: la izquierda nunca se recuperó, y Chile sigue siendo
el país más maleable de la región, dispuesto a hacer la
voluntad de Washington aún cuando sus vecinos rechazan el neoliberalismo
a través de las urnas y en las calles.
En agosto de 1976, apareció un artículo en una revista, escrito
por Orlando Letelier, ex ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Salvador
Allende. Letelier estaba frustrado con la comunidad internacional que decía
estar horrorizada por los abusos a los derechos humanos de Pinochet, pero que
apoyaba sus políticas de libre mercado, rehusándose a ver "la
fuerza brutal requerida para lograr estas metas. La represión de las
mayorías y la 'libertad económica' para unos pequeños grupos
privilegiados son, en Chile, dos lados de la misma moneda". Menos de un mes
después, Letelier fue asesinado con un coche bomba en Washington, DC.
Los mayores enemigos del terror nunca pierden de vista los intereses económicos
a los que sirve la violencia, o la violencia del capitalismo en sí misma.
Letelier lo entendía. También Rachel Corrie. Al converger nuestros
movimientos en Cancún, también nosotros debemos entenderlo.
(Traducción: Tania Molina Ramírez. Copyright 2003 Naomi Klein.
Una versión de este artículo fue publicado en The Nation).
*Naomi Klein es autora de No Logo y Vallas y Ventanas