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Latinoamérica

El silencio de las armas

Jorge Lofredo

Particularmente llamativo resulta el silencio que sostienen los grupos guerrilleros mexicanos, aparecidos dos años y medio después de la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), sobre los recientes acontecimientos de Oventic y del aniversario del natalicio del general Emiliano Zapata. Las organizaciones armadas insurgentes, al menos las más reconocidas —Ejército Popular Revolucionario (EPR), Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo (FARP) y Tendencia Democrática Revolucionaria (TDR) entre otras— no emitieron comunicados, presentaciones o declaraciones públicas; tampoco vertieron opinión por la constitución de las Juntas de Buen Gobierno y la nueva estrategia del EZLN, particularmente el ERPI al que se considera como la guerrilla más próxima de los zapatistas.
El EPR irrumpe el 28 de junio de 1996 en Aguas Blancas, Guerrero. Dos años después y luego de las acciones armadas emprendidas por el grupo en distintas entidades, entró en un proceso de descomposición interna que dio origen a las otras expresiones que hoy se registran en México. Una serie de acusaciones mutuas, que oscilan entre "traidores" y "enemigos" entre antiguos camaradas, y que se dieron a conocer públicamente, aseguró el fin de este proceso original de confluencia de más de una docena de organizaciones radicales en pos de la revolución y el socialismo.
Sin embargo, los documentos internos críticos hacia otras organizaciones armadas o de línea política interna no siempre se hacen públicos. Aún así, tampoco se expidieron sobre el proceso político que se abre con la creación de los Caracoles y el ejercicio de la autonomía de las comunidades indígenas "por la vía de los hechos", estrategia que el ERPI había impulsado en ocasión de la aprobación de la Ley Indígena contraria a los preceptos de la Cocopa. Aún así, resulta imposible suponer que esta discusión sea aplazada o bien transcurra sin la evaluación correspondiente en el seno de las organizaciones armadas. En efecto, aparecen sumidos en su propia lógica y dinámica internas lo que quizá imposibilita su manifestación pública, tanto por encontrarse inmersos en un proceso de acumulación de fuerzas en la clandestinidad o por una mera estrategia de supervivencia que, dada su escasa actividad en los últimos años, se debaten entre la extinción o fusión con otras organizaciones, como señalaron los erpistas en diciembre de 2002, o bien diluyéndose en movimientos sociales más amplios no clandestinos ni armados. Más aún: limitados en el acceso a los medios masivos de comunicación, sus escritos hubiesen pasado desapercibidos o no considerados frente a la cantidad de material informativo publicado proveniente del y sobre el Ejército Zapatista.
De igual manera, el proceso interno que vienen sobrellevando no es nuevo ni reciente sino que se registra desde hace varios años. No obstante ello, en anteriores ocasiones si manifestaron públicamente sus posturas y acciones en fechas consideradas de trascendencia o ante coyunturas políticas puntuales.
Es el caso de las FARP, que eligió un aniversario del nacimiento de Zapata al reivindicar los petardos colocados en las sucursales del Banamex, que había sido recientemente vendido a capitales extranjeros. Un año antes, la primera irrupción de los farpistas ocurrió un 8 de abril en San Francisco, Xochimilco, en el marco del aniversario de la muerte del general Zapata y la carta de presentación refirió, precisamente, a su figura y emblema. Al igual, los grupos armados insurgentes llevan ya bastante tiempo en silencio: sus últimos escritos dados a conocer refirieron a la invasión a Irak (especialmente EPR y TDR que consideraron varios comunicados al respecto) y las elecciones; y en el caso del ERPI, su último comunicado versó acerca del apresamiento de presuntos secuestradores en el estado de Guerrero, donde las corporaciones de seguridad los involucraron con el grupo armado. Pero en este caso, la particularidad no reside en el espacio temporal transcurrido sino en la magnitud e importancia de los hechos de los que no hicieron ninguna alusión política.
A pesar de ello y también de su inactividad, los gobiernos federal y estatal, conjuntamente a las corporaciones de seguridad, continúan involucrando a los grupos armados en cuestiones de las que parecen ajenas y sin responsabilidad, aunque se abreva en esta excusa recurrente en cuanto a su presencia y operatividad pero que no se demuestra, ni legal ni políticamente, la participación insurgente, magnificando así su presencia como una amenaza a la seguridad interior y nacional. Sólo en los últimos días, abundan los ejemplos: durante el transcurso del conflicto en la Escuela Normal Rural de Mactumactzá, en el estado de Chiapas, se denunció la presencia de "guerrilleros", y también algunas voces se levantaron refiriendo a que estas normales "son semilleros de guerrilleros", de la misma manera como ocurrió durante los hechos en El Mexe. En las huastecas de Hidalgo y Veracruz, es constante la demonización a organizaciones sociales, políticas, campesinas e indígenas como "guerrilleras". Aparte de los secuestradores de Guerrero, relacionados con el ERPI, ante el plagio de un diputado de Veracruz también encontró como una línea de investigación la acción de la "guerrilla". En un reciente informe periodístico, se consigna que en el Caracol de Morelia hay "presencia del EPR, que según informes de inteligencia oficial existe en la zona y se ha enfrentado con las bases zapatistas.
Por una u otra razón, la inmovilidad de los grupos armados (reducidos a una emisión testimonial de sus comunicados, vueltos "invisibles" a los medios masivos de comunicación y subestimados como amenaza real a la seguridad nacional) los vuelve más vulnerables y condenados a la marginación política y social, y que en conjunto no registran apariciones ni tampoco se hallan inmersos en procesos de diálogo con las distintas autoridades. Esta situación de "no guerra ni paz" los recluye al ostracismo y los vuelve menos influyentes en la política mexicana, hecho que también sucedió con el EZLN durante su etapa de silencio.
Ello no anula, sin embargo, la posibilidad de una reaparición, a través de comunicados o por medio de alguna acción de carácter político-militar, pues la política que se elabora desde la clandestinidad es por lo general imprevisible y cuenta con un alto grado de factor sorpresa. Igualmente, los informes de seguridad que se dejan traslucir hacia la opinión pública localizan a los grupos guerrilleros como fenómenos inconexos y geográficamente acotados, tal como sucedió con los zapatistas al inicio del conflicto en Chiapas, lo que pretende restar la perspectiva del proyecto nacional que afirman encarnar y considerarlos, así, como un registro más de inconformidad armada, eventualmente ajena a las necesidades y condiciones sociales.
jorgelofredo@hotmail.com