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Latinoamérica

25 de agosto del 2003

De Lucio y Lula a Duarte
Frustraciones y esperanza en el combate de los pueblos

Miguel Urbano Rodrigues
resistir.info
La elección de Nicanor Duarte en Paraguay ha sido interpretada en los EUA como una derrota más de la estrategia para América Latina definida en el llamado Consenso de Washington.

El voto del pueblo paraguayo significa una condena al neoliberalismo. El nuevo presidente, en su discurso de posesión, demostró estar consciente de que los electores se pronunciaron más contra una política que a favor de él mismo como candidato.

Es la quinta derrota que en un período breve sufre la derecha en el continente en elecciones presidenciales. En el movimiento de flujo y reflujo de la historia, las fuerzas progresistas avanzan, las conservadoras retroceden.

La elección de Duarte ocurre, además, en un momento en que los EUA refuerzan las presiones para imponer el ALCA, cuya implantación significaría la recolonización política, económica y cultural de la América Latina. La contradicción entre la voluntad de los pueblos y el proyecto recolonizador es transparente.

La situación creada justifica una reflexión que apenas se ha iniciado.

Al escoger dirigentes que en sus campañas condenaran el orden socioeconómico existente y se comprometieran a realizar políticas que lo modifiquen profundamente, las grandes mayorías manifestaron con el voto la convicción de que eso será posible.

La esperanza marcó las campañas de los candidatos en Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina y Paraguay.

Sin embargo, el único denominador común que encontramos en los cinco casos en el discurso político ha sido la promesa de combatir los efectos del neoliberalismo en el respeto por las instituciones. Las situaciones existentes, los hombres y las perspectivas difieren muchísimo. Pero tanto Chávez como Lucio, Lula, Kirchner, y ahora Duarte persuadieron a aquellos que los eligieron y apoyan de que sus gobiernos están en condiciones de reformar la sociedad en el ámbito de la democracia representativa, por medios constitucionales.

La elección de esos cinco presidentes ha sido correctamente interpretada en Washington como expresión del profundo descontento de los pueblos de América Latina. Combatir la ascensión de las fuerzas de izquierda del Río Bravo a la Patagonia, impedir por todos los medios que los programas progresistas de los nuevos jefes de Estado sean llevados a la práctica ha pasado a ser una prioridad de la estrategia estadounidense para el hemisferio.

Su aplicación exigirá imaginación y flexibilidad. Pero es temprano para proceder a un balance de la respuesta norteamericana al avance de las izquierdas. Derrotas y victorias señalan el desarrollo de la contraofensiva de los EUA.

EL OPTIMISMO DE CHAVEZ Y LA CAPITULACIÓN DE LUCIO

La Venezuela bolivariana se presenta para el imperialismo como el hueso más duro de roer.

El golpe de abril del año pasado fue derrotado, al igual que el ambicioso lock out que casi paralizó el país durante dos meses. Ambos fueron apoyados por Washington.

La táctica del imperialismo y de la oligarquía local es otra ahora. Siendo evidente que no pueden contar con el apoyo del cuerpo de oficiales para una nueva intentona, las fuerzas que exigen la dimisión de Chávez volvieron en masa a las calles para exigir el llamado referendo revocatorio.

Aunque no lo confiesen, su objetivo es crear el caos.

La situación económica del país es grave. Los media locales, controlados por la derecha, estiman en 29% la reducción del PIB en el primer semestre, y afirman que la tasa de desempleo se aproxima al 19%, mientras prosigue la fuga clandestina de capitales hacia el extranjero.

Los métodos a que recurren las fuerzas anti-Chávez para sabotear la economía recuerdan los utilizados por los partidos que conspiraban contra la Unidad Popular en Chile en 1973.

Hugo Chávez, sin embargo, en los últimos meses ha radicalizado su política. La condena frontal al ALCA es acompañada de iniciativas concretas que presentan como alternativa la integración de América Latina en un proyecto bolivariano.

En la Argentina, dirigiéndose a las madres de la Plaza de Mayo, el presidente de Venezuela, reconociendo las enormes dificultades por superar, se mostró optimista. Tal vez excesivamente.

«América Latina- afirmó- está de parto». Con esa metáfora pretende valorar el significado de la ascensión del movimiento de los pueblos contra el neoliberalismo globalizado.

Pero el respeto al coraje y la dignidad de Chávez no implica subestimar los desafíos a que se enfrentan las fuerzas progresistas en el continente.

Cabe preguntar cuál será el resultado del parto.

El análisis del panorama político y económico de los países donde las izquierdas alcanzaron importantes victorias exige una reflexión serena.

En Ecuador, Lucio Gutiérrez, incluso antes de tomar posesión, inició una política de concesiones a los EUA incompatible con los compromisos asumidos durante la campaña.

Hoy, de su programa no queda nada. El pueblo protesta en las calles, colocando al presidente la etiqueta de traidor.

Conocí a Lucio en San Salvador, durante una conferencia internacional, en julio de 2001. Pronunció entonces inflamados discursos.

Pasamos una madrugada intercambiando ideas sobre el mundo, América Latina y la vida. Recordó entonces las emocionantes horas de la insurrección indígena en que asumió papel destacado.

¿Hacia dónde caminaría aquel hombre, que se definía entonces como revolucionario?, me pregunté.

La respuesta ha decepcionado a su pueblo.

Hoy, en la presidencia, habla y actúa como un dócil instrumento de Washington. Identifica en Bush el mejor de los aliados, amplía las facilidades concedidas a las bases militares estadounidenses, hace la apología del ALCA, establece sanciones para los funcionarios que critiquen la dolarización, separa del gobierno a los ministros que representaban el movimiento indígena, y define como terroristas a las organizaciones guerrilleras de Colombia.

Lucio Gutiérrez, electo para combatir el neoliberalismo y llevar adelante una política progresista, traicionó a los millones de ecuatorianos que lo llevaron a la presidencia.

INCÓGNITAS

En estas semanas la esperanza se vuelve a la Argentina y a Paraguay.

Mucho se espera de Néstor Kirchner y de Nicanor Duarte.

Tal vez demasiado, en la tradición latinoamericana de subordinar la solución de los grandes problemas nacionales a acciones de líderes providenciales. Con frecuencia se olvida que la sobrestimación del papel de los dirigentes políticos ha sido una de las causas de crisis graves y de grandes decepciones.

Tanto Kirchner como Duarte llegaron a la presidencia con trayectorias muy diferentes a la del ecuatoriano. Pero la historia no la construyen santos milagrosos. Además, no es la investidura en la presidencia la que transforma de repente en revolucionario a alguien que antes no lo era.

Es un hecho que los presidentes de Argentina y de Paraguay se presentan con mensajes que, por responder a aspiraciones populares, y por el radicalismo verbal que los marca, contribuyen a inspirar confianza, reforzando así su base social de apoyo.

Pero en ambos, el discurso de reformadores sociales exige, como complemento indispensable, para producir efectos, medidas económicas que lo traduzcan en la praxis.

Kirchner hizo su carrera como peronista de izquierda moderada, pero dentro del sistema. Mantiene al frente de la economía a Lavagna, un hombre de confianza de Duhalde, y aceptó como vicepresidente a un reaccionario con el cual, además, ya chocó. En el diálogo con el imperialismo ha tratado de adoptar una posición de defensa de los intereses nacionales.

Cabe recordar que el discurso político progresista, por sí solo, no hace tambalear el poder de la oligarquía porteña. Los hombres cambian para mejor o para peor, pero sería ingenuo creer que el futuro próximo de la Argentina será muy influido por la oratoria del presidente. Ese futuro dependerá no de las intenciones y promesas de Kirchner, sino de la evolución de un proceso complejo y contradictorio en el cual los actos de su gobierno serán determinantes para abrir u obstaculizar la participación del pueblo como sujeto de la historia.

El vehemente discurso contra el neoliberalismo del nuevo presidente de Paraguay tampoco anticipa el futuro. Para adquirir significado concreto, Duarte tendrá que pasar de la condena a la demostración práctica. Ahí surgirán las dificultades.

Para millones de latinoamericanos fue una sorpresa positiva el discurso progresista, casi desafiante del jefe de estado paraguayo. Pero, ¿será capaz de mantenerse en esa posición un político que fue ministro de los dos últimos gobiernos reaccionarios de su país?

Una certeza: el imperialismo, en su relacionamiento con los presidentes de Argentina y Paraguay, hará cuanto esté en sus maños para impedir que sus gobiernos desarrollen políticas que sean la concreción posible de los compromisos asumidos ante los respectivos pueblos.

El balance decepcionante del inicio del gobierno de Lula constituye tema para la reflexión. Pocas veces en América Latina un presidente recibió las insignias de Jefe de Estado en una atmósfera comparable de entusiasmo y confianza popular.

En el amplio abanico de fuerzas políticas que apoyó su candidatura existía la conciencia de que el nuevo presidente encontraría en su camino enormes obstáculos. Pero la percepción de esa realidad era compatible con la convicción de que, a pesar de las presiones internas resultantes de una coalición muy heterogénea, y de la dificultad extrema del diálogo con el imperialismo, el gobierno de Lula tenía condiciones para desarrollar una política muy diferente de las tradicionales, y la llevaría adelante. Eso no ha ocurrido.

Transcurridos ocho meses, a pesar de la participación en el gobierno de partidos y personalidades con un pasado revolucionario, el pueblo brasileño asiste con sorpresa y creciente malestar a la continuación de la política de Fernando Henrique Cardoso.

En puestos clave del estado, como el ministerio de hacienda y el Banco Central, permanecen -con la confianza de Lula y de la dirección del PT- António Palloci e Meirelles (ex presidente del Bank of Boston). El jefe de la Casa Civil, José Dirceu, otorga su pleno aval a la aplicación rutinaria de una estrategia económica neoliberal. Mientras, el presidente del Partido de los Trabajadores, José Genoíno, se comporta como un bombero político, tratando de apagar focos de indignación con un discurso éticamente indefendible. En el campo de la política externa, Lula, en intervenciones personales, ha acumulado algunos desaciertos imperdonables: desde sus declaraciones en Davos sobre la posible conciliación entre el capital y el trabajo al reciente elogio al gran papel que la ONU desempeñaría en Iraq, pasando por la aceptación de la invitación que le extendiera Tony Blair para participar en Londres en un debate sobre la Tercera Vía.

Los hechos demuestran que la evolución de la coyuntura en Brasil, contrariando la vaga esperanza que la victoria de Lula levantó, es hoy acompañada por las fuerzas progresistas con creciente y justificada aprehensión.

PELIGROS Y FRAGILIDADES

Me parece útil recordar algunas palabras sobre una de las cuestiones menos estudiadas, pero no por eso menos importantes, que pesan en el rumbo y el desenlace de las experiencias que tienen por escenario a América Latina.

Es un asunto que cuestiona a hombres y mujeres en tanto agentes de la transformación de las sociedades.

El problema, además, es mundial y no solo del hemisferio.

Quienes se proponen cambiar los sistemas económicos y sociales son dirigentes con las fragilidades propias de la condición humana. Muchos se transforman a lo largo de la vida en sentido opuesto a la ideología que defendieron.

En el siglo pasado esas metamorfosis político-ideológicas fueron particularmente frecuentes en la izquierda. No obedecen a un modelo único.

Conocí diputados italianos que apoyaron el proceso de destrucción del PCI, afirmándose siempre como comunistas, incluso después de que su dirección renegara del marxismo, adhiriéndose a la socialdemocracia. Tenían una percepción confusa de los acontecimientos. En Francia, viejos militantes del PCF, aprehensivos, acompañaron el «cambio» de Robert Hue, pero creyendo que las cosas cambiarían en el partido para mejor.

Vitali Vorotnikov, en su libro Mi verdad (1), recuerda que muchos miembros del Comité Central del PCUS discordaban del rumbo imprimido a la perestroika por Gorbachov, pero no reaccionaban. La tradición según la cual los dirigentes tienen siempre la razón y trabajan para el bien del pueblo los inhibía de actuar. Permanecían mudos, aunque angustiados.

En América Latina, el rechazo al neoliberalismo y la presión del sentimiento antiimperialista permitieron victorias electorales que, como ya señalé, llevaron a la presidencia a dirigentes con programas progresistas, generando una ola de esperanza.

Independientemente de la personalidad y capacidad de los presidentes, se produce entonces un fenómeno de gran complejidad.

Muchos políticos, técnicos y cuadros partidarios que durante años actuaron con espíritu militante, en la fidelidad a los principios y valores que conferían significado a su lucha, resultan afectados cuando sus partidos u organizaciones dejan de ser oposición y se tornan parcela del poder político, asumiendo responsabilidades en el estado.

Si el gobierno se desvía del programa inicial y camina por la senda de las concesiones --garantizando que procede así por motivos tácticos y que en la altura propia retomará su proyecto progresista- numerosos cuadros partidarios enfrentan problemas de conciencia. Y su comportamiento no es uniforme. Es un hecho que la mayoría analiza y cuestiona una orientación que choca a las bases. Son muchos los matices. Pero la tendencia hacia aquello que es fatal para cualquier organización revolucionaria se manifiesta con frecuencia en cuadros que han pasado a desempeñar funciones en el estado. Cuando comienzan a justificar proyectos y medidas injustificables del gobierno, incompatibles con la ideología y la línea de su partido, entonces, a veces sin que tomen conciencia de eso, han iniciado el camino de la renuncia al ideario revolucionario. Cuando la evolución de la historia les hace abrir los ojos, puede ser tarde para ellos y para su partido. Apoyar a Lula para la presidencia fue una opción lúcida; defender hoy la política de su gobierno no es una actitud revolucionaria.

LOS LÍMITES DE LA VÍA INSTITUCIONAL

En los últimos dos años, en diferentes artículos traté de sintetizar mi escepticismo en cuanto a la posibilidad, en el actual contexto histórico, de la transformación radical de las sociedades del Tercer Mundo exclusivamente por la vía institucional.

¿Significa eso que las fuerzas progresistas deban renunciar a la lucha por el poder a través de los canales disponibles, usando los mecanismos electorales y otros creados por las burguesías para alcanzar mejor sus objetivos?

No, mil veces no.

Más de una vez critiqué las posiciones de intelectuales como el subcomandante Marcos e Ignacio Ramonet que atribuyen un papel subalterno a la lucha por el poder y por la conquista del Estado. Igualmente me distancio de las tesis del escocés John Holloway, que considero desmovilizadoras y neoanarquistas.

Estoy convencido, por el contrario, de que las fuerzas consecuentes de la izquierda deben luchar en todos los frentes legales. A nivel nacional y local.

Han sido extremadamente importantes las victorias electorales alcanzadas en los últimos tres años. Ellas demuestran que la política del Consenso de Washington fracasó totalmente en el hemisferio. Las grandes derrotas inflingidas a las oligarquías apoyadas por el imperialismo tradujeron una importante alteración en la correlación de fuerzas.

Fue correcto el apoyo de los partidos y organizaciones de izquierda a los candidatos vencedores.

En el caso específico de Venezuela, el apoyo a Chávez de esas fuerzas no es solamente justificable, sino que se presenta como un deber revolucionario. El presidente de Venezuela cometió muchos errores a lo largo de estos tres primeros años de su mandato. Pero es un acto de justicia reconocer que, sobre todo desde el lock out, ha enfrentado con mucha firmeza y coraje la ofensiva permanente de una derecha fanatizada que, con el apoyo macizo del sistema mediático, intenta derrumbarlo. El país más amenazado por el imperialismo -por su riqueza en petróleo- en América del Sur es el único que osa rechazar sin rodeos el ALCA.

Chávez merece respeto por situarse en la frontera de lo posible en su diálogo con el gigante del Norte. No es lo que ocurre con el gobierno Lula. Obviamente, Brasil no es Venezuela. Pero entre reclamar el fin del FMI, como hace Chávez, e imponer una política monetaria como la de Lula, que recibe elogios entusiastas del FMI y de Bush, media una distancia enorme.

La lucha por la conquista de parcelas de poder en el marco institucional - como la presidencia de la República- debe ser permanente y tener como objetivo último debilitar las bases del sistema capitalista, crearle dificultades ampliando la participación de las fuerzas populares a través de medidas que atiendan aspiraciones incuestionables. Pero usar el gobierno para desarrollar políticas ambiguas que fortalecen el sistema de explotación es inadmisible.

El escepticismo ante la vía institucional como instrumento decisivo para la transformación de la sociedad no implica la conclusión de que la alternativa ha de ser la lucha armada.

Colocar la cuestión en esos términos es una actitud simplista.

El mundo atraviesa usa crisis de civilización sin precedentes. La irracionalidad de la estrategia del sistema de poder imperial de los EUA, de contornos neofascistas, amenaza la propia sobrevivencia de la humanidad.

La respuesta a los males de la globalización capitalista tiene que ser, por eso mismo, también global (2).

Es en esa perspectiva que, en mi opinión, debemos encarar el problema de las luchas por el poder en América Latina. La resistencia de los pueblos de Iraq y Afganistán a los ocupantes extranjeros, tal como el combate contra el sionismo neonazi del estado de Israel son inseparables de la gran marea popular que en América Latina llevó a la presidencia a Chávez y Lula.

La vía institucional, por sí sola, no alcanzará las metas transformadoras que se propone. Pero puede y debe cumplir una función importantísima - sin aventuras izquierdistas ni concesiones a la derecha- si se orienta en el sentido de golpear las bases del sistema.

El cambio de la correlación de fuerzas en curso en América Latina no se manifiesta, además, solo en éxitos electorales. Kirchner no estaría hoy en la Casa Rosada sin la repulsa provocada por las políticas de Menem y De la Rúa, que movilizaron a las masas contra el engranaje explotador. En Perú, Bolivia, Uruguay, el pueblo enfrenta con coraje gobiernos tutelados por Washington. En El Salvador, el FMLN, el partido nacido de un frente guerrillero, tiene amplias posibilidades de llevar a la presidencia, en marzo de 2004, a Shafick Handal, una figura legendaria de las izquierdas latinoamericanas.

Cuba resiste hace 44 años todos los esfuerzos del imperialismo por destruir su revolución.

En Colombia, una guerrilla heroica, transformada en Ejército del Pueblo, demuestra convincentemente que la lucha armada, en determinadas circunstancias y lugares, no solamente sigue siendo posible -Iraq y Afganistán reactualizan esa evidencia- sino que puede representar un desafío para el cual el imperialismo no tiene solución.

Conclusión: las formas de lucha y las vías para la conquista del poder político y la transformación de la sociedad no deben ser encaradas como modelos excluyentes, ni como recetas mágicas.

En este año dramático, la globalización de las luchas contra el imperialismo toma forma como imperativo de la historia. Y ella desmiente a los profetas de la derecha. La era de las grandes revoluciones no ha finalizado.




(1) Vitali Vorotnikov: Mi verdad, Editora Abril, La Habana, 1995. Vorotnikov fue presidente del Consejo de Ministros de la Federación Rusa y miembro del Buró político del CC del PCUS durante la perestroika.

(2) Sobre esta posición se profundiza en la ponencia que presentaré en Santiago en el seminario internacional que allí se realizará integrado a los actos vinculados con el 30º aniversario del golpe del 11 de setiembre de 1973.

La Habana, 23 de agosto de 2003
Traducción de Marla Muñoz
El original portugués de este artículo se encuentra en resistir.info