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Latinoamérica

13 de agosto del 2003

Colombianos/as en el Ecuador
Rostros que cuentan historias

Alexis Ponce
Quincenariop Tintají / Quito
"A Lidia García, que Dios me la bendiga..." (de un vallenato)
1 / Morir, para volver

No tiene más de 30 años y a su hijo, un "chinito" de nueve, lo lleva a todas partes. Me la presenta en Quito Gloria Cuartas, la alcaldesa de Apartadó. Su mirada, como tantas que cruzan la invisible frontera, dice más cuando nada parece ver y, como las otras, mira con recelo. Se trata del pequeño, nos relata, vivió la guerra en Catatumbo y aquí encontró otra: la del "apestado", que así es como se refiere al refugiado. Vino atravesando toda Colombia y llegó desplazada a Bogotá. Ahí la buscaron los que mataron a su hermano y, único testigo con vida, tuvo que salir "volando" a la frontera.

Le ha sido imposible conseguir vivienda que, a estas alturas, después de un año de pasarse en las ciudades fronterizas de Ecuador debe implicar una cercana tienda de víveres que a préstamos le permita vivir al día, y una escuela que admita al pequeño sin pago de matrícula, ni burlas o exclusiones que los niños empiezan a expresar al "apestado". Así se ha pasado esta mujer, escuela tras escuela y casa tras casa, intentando trabajar en todo, sin lograrlo.

El "sardinito" nos llama la atención: habla poco, no juega, casi no se abre nunca, así que cuando los llevamos a casa intentamos convencerle con juegos y televisión. No elige ninguna opción, pero su madre acoge de buena gana la programación colombiana: es la primera en mantenernos al día; la emoción fugaz de las telenovelas y la última en despedir, con quejas y "jueputas", los informativos internacionales que, casi siempre, traen noticias de Colombia.

A pesar de todo, no hay día que no se involucre en actos, pequeños y grandes, por su país y su hijo. Finalmente, un día logra lo prometido al "chinito": salir de este país que empezó a huir del refugiado como de "la peste". Llega a Europa y poco dura el sueño del exilio: nos llama para decirnos que no aguantan más. Nos cuenta que el niño, diez años ya, intentó suicidarse. Prematuro mal del desarraigo: ¿Sabrán los "actores del conflicto" que los hijos del desplazamiento juegan a morir, para volver? "En cada recuerdo que guardo, está inevitable tu imagen, como el tiempo en los años, y en las venas la sangre".

2/ El flautista de Hamelin

"¡Fuera los colombianos!" dicen varios carteles en la mayor marcha que haya visto Quito hace mucho tiempo, luego de las masivas y usuales protestas tumba-gobiernos de la última década. Esta multitud, cincuenta mil almas, según los organizadores, entre ellas colegiales obligados a marchar, gritar en el navideño diciembre del 2002 contra la inseguridad ciudadana que drásticamente aumentara en las urbes durante los últimos años. "Que se vayan los colombianos", "Cierren la frontera" gritan miles, equívocamente llevados por un invisible y poderoso Flautista de Hamelin que ha sostenido en meses de publicidad mediática la misma tesis de jefes y boletines policiales: "La delincuencia y el crimen provienen de Colombia".

Convocada abiertamente por canales de televisión, emisoras y periódicos del país, esta "Marcha Blanca", como la llamaron sus artífices, es -por sus orígenes, convocantes y objetivos- distinta a las que frecuentemente toman las calles de un país tan inestable. No es contra el gobierno, sino para apoyar y endurecer sus medidas en la frontera; no se enfrenta a la policía, sino que ésta la escolta con patrulleros, bandas musicales, un helicóptero y, según Diario "La Hora", que denuncia solitariamente el hecho con agentes policiales vestidos de civil apostados estratégicamente para azuzar los destemplados gritos contra los colombianos y, costumbre ecuatoriana ya, contra "los defensores de los delincuentes".

Si en semanas no han llamado a la oficina, esta vez, antes de la marcha, llaman por montones de diarios y canales. Quieren saber "la exclusiva": Si asistiremos a la "marcha blanca". "No, porque rechazamos la xenofobia de sus consignas. Los medios han generado un linchamiento mediático, sin derecho a la defensa, de los defensores de derechos humanos y de todo lo que huela a colombiano.

Si los organizadores ofrecen garantías de que no habrá un linchamiento real, estaremos ahí". No hay respuesta. O sí... "Ahora los queremos ver", dicen los pacíficos oradores y renombrados políticos que apuestan su futuro electoral a la primitiva xenofobia que se hace carne en el país.

Los presentadores ya no anuncian la caída de otro gobierno o de las cotizaciones en la Bolsa. Titulares enrojecidos abren los noticieros: "Colombianos asaltan bus", "Colombianas deportadas por prostitución", "Tenían acento colombiano, dice testigo de robo". Hamelin, "hijo de una gran flauta" como decimos en Quito, consigue lo que desea: En la "Marcha Blanca" miles repiten la frase: "Fuera los colombianos", "Deporten a los sin papeles".

Al poco tiempo, quienes descubren la fiebre en las sábanas sufren meningitis: La Unión Europea, con igual espasmo febril anuncia la definitiva deportación de miles de ecuatorianos sin papeles. Son colombianos, al revés, sin derecho a la defensa. "Mi dicha, mi fe, mi pecado, mi canto, mi luz, mi tiniebla, mis penas, mi paz, mi zozobra, amor sin fronteras".

3 / Numerología en el himno nacional

Según Diario El Comercio del 4 de junio, noventa y siete niños refugiados asisten a la escuela en el humilde barrio Palestina, en la ciudad de San Lorenzo en la fronteriza - pobrísima- provincia de Esmeraldas. "La pequeña Blanca Cantincruz, de 9 años, está obligada a memorizar el Himno Nacional del Ecuador. De grandes ojos y cabello castaño, es oriunda del Caquetá" Este año se matricularon 180 niños, de ellos 97 son colombianos. Otros 30 aún no se inscriben porque sus padres no tienen para el uniforme, cuenta el Director a la reportera del diario capitalino.

Mauricio Gallardo, del equipo técnico del Grupo Civil de Monitoreo de los Impactos del Plan Colombia, nos dice: "El desplazamiento de población colombiana hacia Ecuador aumentó del 2002 al 2003. El ascenso vertiginoso se produjo desde agosto del año pasado y se expresa un aumento porcentual del 461 por ciento. Según el Departamento de Movilidad Humana de la Iglesia de San Miguel de Sucumbíos, en el primer trimestre de este año ingresaron 3.888 ciudadanos colombianos, en su mayoría mujeres y niños. Mal pensado como soy le pregunto si hay una relación directa entre el aumento del refugio y la llegada del señor Alvaro Uribe a Nariño. "No he dicho eso", responde, sonriéndose de la inocente pregunta.

Hablan los hechos: por un lado tienes la posesión del presidente colombiano, el anuncio de su política de mano dura y la continuación del Plan Colombia, que arrancan desde inicios de julio y, formalmente, el 7 de agosto de 2002. A esto súmale los sucesivos enfrentamientos entre guerrilla, paramilitares y ejército en el Putumayo. Por otro lado, tienes la curvatura máxima del refugio que va desde agosto de 2002, hasta hoy, sin variación visible.

¿Sabrán "los actores del conflicto" que nadie les pregunta a los recién llegados si son paramilitares o guerrilleros? Simplemente son colombianos, es decir, iguales todos. Ergo: incómodos, malvenidos, no gratos.

Blanca no ha aprendido las estrofas de su nuevo himno. Tampoco hace falta, pues su nombre continúa invisible en la numerología del destierro. "Mi día mi noche mi sol, mi luna, mi cielo, mi estrella, lo dulce, lo amargo, mi dios, mi paz mi zozobra, mi tierra".

4 / La crónica roja tiene nacionalidad... propia

Están en las últimas páginas, las de "avisos clasificados". "Se necesita colombianas que residan en Guayaquil o Quito". O, más claro aún, en el "espanglish" que nos vino con la dolarización: " 2x1, colombianas recién llegadas, todo service, first class, servimos con seriedad".

Los jefes policiales y periodistas-estrella, xenófobos que -sospecho- no se pierden una lectura de los anuncios, anuncian redadas a full-color "contra las redes clandestinas que se toman la ciudad". Las redadas son usuales, a partir de las diez u once de la noche en todos los centros nocturnos de las "grandes ciudades". Nunca caen las redes, siempre los peces. En Quito se realizan con el comisario al frente y, a veces, cuando hay "pesca milagrosa" se efectúan con cámaras de TV y agenciosos reporteros que usan, solemnemente, chalecos antibalas "en caso de peligro". Las aprehenden, toman fotografías en pleno operativo y señalan, en flash back rotundo, los rostros de esta milagrosa pesca al revés. "Son peligrosas", me dice un uniformado.

"¿No ve que son resabiadas? No son como las nuestras, más dóciles, más calladitas. Estas son peleonas". Un 8 de marzo, día de la mujer, las que armaron el primer sindicato nacional realizan un programa fuera de lo común.

Lugar: "Noches de París", hora: 7 de la noche. Cometen el error de invitarme, único varón, al programa que han preparado. Por primera vez se abre un centro nocturno para un "evento cultural" como reza la invitación.

Son 17 sindicatos en todo el país, por ahora. "Somos autónomas", dicen, a riesgo de que las Organizaciones No Gubernamentales feministas no las incluyan en sus listas de cooperación.

Nos ubican en el centro de la pista, a la presidenta de las trabajadoras sexuales y al suscrito, antes de que empiece el show que ellas, por mayoría, han votado: "Full monthy" criollo con 3 o 4 ejemplares que esperan en los camerinos. "Ahora ellas son las que ven sentadas desde su silla, y sin pagar por ver", me digo a mí mismo, con ácida vocación de justicia al revés. "Hoy nos afiliamos masivamente como sindicato a la Organización de Derechos Humanos", dicen. Pero lo primero es lo primero: "Queremos que nos defiendan en la frontera.

Seis compañeras fueron secuestradas por los guerrillos en Sucumbíos y llevadas para el Putumayo, a prestar servicios. Dicen que han muerto. Ustedes deben hacer algo". La inmensa mayoría son ecuatorianas, de la costa casi todas. Algunas, pocas, son de Medellín, Cali, "Valledupar" dice una. "Ellas ayudaron mucho, a perder el miedo y a plantarnos fuerte", dice una dirigente.

Después viene el show, y luego, último número, la cena y el baile. Ellas bailan solas, entre ellas, cientos de ellas, cientos de canciones, sin obligación ni tiempo. Recuerdo al uniformado, "qué pendejo" le digo a la distancia, mientras la luna cae, como arepita de Dios, en la tiniebla del cielo.