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Latinoamérica

19 de agosto del 2003

Amar y armar

Frei Betto
Servicio Informativo "alai-amlatina"
La muerte es lo único cierto de nuestro futuro. Pero no es una fatalidad sino un destino. Aunque por ser la vida un milagro que insiste en prolongarse y reproducirse, la muerte precoz de un ser humano -sea causada por hambre, crimen o trauma- es la más grave ofensa a la naturaleza y al don de Dios.

Mientras la ciencia no amplíe nuestros horizontes biológicos y, sobre todo, no asegure nuestra salud mental en la vejez, es vana pretensión imaginar como regla, y no excepción, una vida centenaria. Lo malo es que los avances de la ciencia son carrera de liebre comparados a los pasos de tortuga de la política, que es la que determina nuestra calidad de vida.

En Brasil policías militares, sintiéndose impunes por el corporativismo e inmunes ante una Justicia recalcitrante, asesinaron a 111 presos en Carandiru, en la capital paulista, en 1992. Ninguno fue castigado. Así como andan libres los soldados y oficiales acusados por la masacre de 21 agricultores de Eldorado de los Carajás, el 17 de abril de 1996.

Los últimos 50 años pasarán a la historia como la época de las conquistas espaciales, de la ecología, de la emancipación de la mujer, de la informática, de la globalización y de la erradicación oficial del apartheid. Queda para la posteridad alcanzar el fin de la violencia en el cine y en la televisión, de la producción y el comercio de armas, de la canalización comercial del cuerpo humano, de la política rastrera y corrupta, de la confusión entre democracia y libre mercado.

La sociedad brasileña recibió con alivio el proyecto de Estatuto de Desarme, aprobado la semana pasada por una comisión mixta del Congreso. Son 22 millones de armas ilegales las que circulan por el país. Y el número de homicidios supera anualmente a las cifras de todas las guerras recientes. En el 2005 un plebiscito deberá confirmar la prohibición de la venta de armas en Brasil.

No se puede esperar un futuro de paz en un mundo en que la moda son los raps duros, los Schwarzennegger golpeando a supuestos bandidos, juegos electrónicos que hacen de la muerte un juguete, deportes y competiciones que se parecen mucho a los gladiadores romanos.

En todo el mundo, según la UNICEF, 250 mil niños luchan en guerras en 29 países. Desde 1988 las guerras mataron 2 millones de jóvenes menores de 18 años, dejando 5 millones de lisiados y 1 millón de huérfanos.

En su reciente visita a África, Bush se manifestó preocupado con los guerreros infantiles involucrados en conflictos permanentes. Como en las áreas brasileñas dominadas por el narcotráfico, los niños empuñan armas porque los jóvenes mueren prematuramente. Pero el presidente de los Estados Unidos de América debiera haberse preguntado: ¿y quién fabrica esas armas pesadas, los fusiles automáticos, las granadas y las minas? ¿Quién se beneficia de ese comercio? ¿las industrias de Sudán o de Uganda? Quizás ello explique por qué la propuesta del presidente Lula en Evian, Suiza, de cambiar el comercio mundial de armas en favor del combate al hambre no obtuvo la repercusión que merecía.

Basta con apretar el botón de la televisión o del computador y la vida se despliega ante los ojos infantiles en lo que ella tiene de más sórdido: los rambos justicieros por encima de la ley; la teleprostitución; los ratoncitos que rugen ante la boca del león, haciendo de la tragedia humana un elogio de la disputa del mercado; los programas de horas picos repletos de vacío, arrancando aplausos a la ridiculización del ser humano.

Respecto a esto, las autoridades sonríen ante el electorado para tratar de camuflar su connivencia con el poder de las armas, en que los policías asesinos nunca son condenados y los torturadores son promovidos a cargos de confianza del poder público.

No nos extrañemos de que se armen los terratenientes, que unos adolescentes conviertan a un indígena en antorcha humana, y que las ocupaciones de tierras improductivas se destaquen más que la existencia de latifundios donde aún persiste el trabajo esclavo.

"Ármense unos a otros" parece sobreponerse al "Ámense unos a otros".

Traducción de José Luis Burguet