VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Latinoamérica

4 de julio del 2003

Hacia un régimen de partido único

Paul Krugman
Op-Ed Columnist. The New York Times.
Traducido para Rebelión por Germán Leyens


En principio, la Constitución de México de 1917 estableció un sistema político democrático. En la práctica, México fue, hasta hace muy poco, un estado de partido único. Aunque el partido gobernante empleó la intimidación y el fraude electoral cuando fue necesario, mantuvo sobre todo el control a través del clientelismo, del compadrazgo y la corrupción. Todos los poderosos grupos de interés, incluyendo a los medios, fueron efectivamente parte de la maquinaria política del partido.

Semejantes sistemas no son desconocidos en este país -piensen en el Chicago de Richard J. Daley. ¿Pero puede ocurrirle a Estados Unidos en su conjunto? Un artículo muy franco en The Washington Monthly muestra que los fundamentos para un régimen de partido único están siendo establecidos ahora mismo.

En "Bienvenida a la Maquinaria", Nicholas Confessore junta historias que normalmente son publicadas aisladamente -desde la iniciativa para privatizar Medicare, a la publicidad que General Motors y Verizon adjuntaron recientemente a los cheques con dividendos enviados a los accionistas, a los mítines a favor de la guerra organizados por las estaciones de radio Clear Channel. Como señala, son síntomas de la emergencia de una maquinaria política nacional sin precedentes, que va bien orientada a establecer un régimen de partido único en EE.UU.

Mr. Confessore comienza describiendo las reuniones semanales en las que el senador Rick Santorum examina las decisiones de empleo de los principales lobbyistas. Esas reuniones representan la culminación del proyecto "K Street Project" de Grover Norquist que coloca a activistas republicanos en puestos de alto nivel en lobbies corporativos e industriales- y excluye a los demócratas. Según el Washington Post de ayer, un funcionario del Comité Nacional Republicano alardeó recientemente de que "33 de 36 puestos de máximo nivel en Washington que él controla han quedado en manos de republicanos".

Desde luego, los grupos de intereses quieren conquistar el favor del partido que controla el Congreso y la Casa Blanca pero, como explica The Washington Post, los colegas de Mr. Santorum también han utilizado "la intimidación y amenazas privadas" para presionar a los lobbyistas que tratan de mantener buenas relaciones con ambos partidos. "Si quieres jugar un papel en nuestra revolución", declaró una vez Tom DeLay, el líder de la mayoría en la Cámara: "tendrás que ajustarte a nuestras reglas".

Los puestos de lobbyista constituyen una importante fuente de clientelismo -una recompensa para los leales. Más importante, sin embargo, es que numerosos lobbyistas ahora sienten que su fundamental lealtad es hacia el partido, en lugar de las industrias que representan. De manera que el dinero corporativo, que solía dividirse de manera más o menos equitativa entre los partidos, fluye cada vez más en una sola dirección.

Y las propias corporaciones también forman cada vez más parte de la maquinaria del partido. Se les recompensa con políticas que aumentan sus beneficios: la desregulación, la privatización de servicios gubernamentales, la eliminación de regulaciones medioambientales. Por su parte, como GM y Verizon, las corporaciones utilizan su influencia para apoyar la agenda del partido de gobierno.

Como resultado, el financiamiento de la campaña constituye sólo la punta del iceberg. El próximo año, George W. Bush va a gastar dos o tres veces más dinero que su oponente, pero también gozará enormemente del apoyo indirecto que los intereses corporativos -incluyendo en alto grado a las compañías de los medios de comunicación- darán a su mensaje político.

Naturalmente, los políticos republicanos niegan la existencia de su pujante maquinaria. "Nunca deja de sorprenderme que la gente sea tan cínica que trata de vincular el dinero con los problemas, dinero con las leyes, dinero con las enmiendas", dice Mr. Delay. Y Ari Fleischer dice que "pienso que el monto de dinero que los candidatos reúnen en nuestra democracia refleja cuanto apoyo que tienen en el país". No hay nada más que decir.

Mr. Confessore sugiere que podríamos estarnos orientando a una repetición de la era McKinley en la que la nación fue gobernada por y para el gran capital. Yo pienso que en realidad está restándole importancia a su tema: tal como lo hace Mr. DeLay, los líderes republicanos a menudo hablan de "revolución" y deberíamos tomarlos en serio.

¿Por qué no recibe más atención la actual transformación de la política de EE.UU. -que podría llegar a terminar toda competencia seria entre dos partidos? La mayor parte de los expertos, cuando reconocen que algo sucede, le restan importancia. Por ejemplo, el año pasado un artículo en Business Week intitulado "La guerra descabellada del GOP contra los lobbyistas demócratas" [GOP - Great Old Party = republicanos] descartó el K Street Project como "estúpido -y totalmente inútil". En realidad, el proyecto va bien en camino a lograr sus objetivos.

Sea cual sea la razón, existe una extraña desconexión entre la mayor parte del comentario político y la realidad de la elección de 2004. Como en 2000, los expertos se concentran sobre todo en imágenes -el ceño fruncido de John Kerry, Mr. Bush en un traje de vuelo- o en supuestas características de las personalidades. Pero es el nexo entre el dinero y el clientelismo lo que bien podría hacer que el resultado de la elección sea previsible.