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Latinoamérica

8 de julio del 2003

Elecciones 2003
Mexican dream

Guillermo Peimbert
RED@ctuar
Este domingo son las elecciones. Cómo olvidarlo si el bombardeo de las campañas políticas detrás de nuestro voto, no para. Lo curioso es que a pesar de los 11 mil millones de dólares que los mexicanos pagamos por nuestra "democracia", el abstencionismo parece no ceder: se espera que éste oscile alrededor del 50 por ciento. Y con esto, una vez más, una ínfima minoría seguirá eligiendo a quienes tomarán las decisiones de Estado en este país.

Seguimos, en este sentido, igual o peor que antes. Es cierto que estas tendencias se observan en todo el mundo. La famosa democracia "representativa" ha ido perdiendo su credibilidad, incluso en aquellos países donde alguna vez funcionó. ¿Querrá esto decir que a la gente cada vez nos importa menos quién nos gobierna?, ¿los ciudadanos somos cada vez más apáticos y nos vale gorro la política?, ¿será que estamos tan manipulados que hemos aceptado pasivamente un sistema "representativo" que no nos representa?, ¿será que nos entusiasma más pagar veinte pesos y votar en el Big Brother por expulsar al que nos cae gordo? Tal vez estas preguntas sean algunas de las más difíciles de explicar para los científicos sociales.

En nuestro país, la estructura demográfica y su reflejo en el padrón electoral muestran una población preponderantemente joven. Tanto jóvenes ricos como pobres, son mayoría. Unos y otros deben desarrollar estrategias de supervivencia en un medio cada vez más hostil y competitivo; cada vez menos solidario y falto de lazos comunitarios. Y en una sociedad tan desigual como la nuestra, muchos perecen en el intento por lograr su reconocimiento como ciudadanos plenos. Esto provoca que los índices delictivos —sobre todo entre los niveles más bajos de la escala social—, sean cada vez más altos. Y, en lugar de atacar las causas que originan este problema, el Estado ha contratado más policías... con ingresos igualmente miserables o peores que los de los mismos delincuentes. En las capas que gozan de mayor ingreso, las oportunidades a las que los jóvenes se enfrentan se ven igualmente reducidas: el incremento de los pacientes psiquiátricos, anoréxicos, bulímicos, en situaciones de drogadicción o, incluso, de los niveles de suicidios juveniles, son un indicio de los efectos en la falta de oportunidades para integrarse exitosamente en la estructura ciudadana.

Esto les niega, no sólo su identidad, sino que provoca una pérdida de sentido. Y es que ser un ciudadano se define en función del goce de ciertos derechos y de la capacidad real para asumir ciertas obligaciones. Los ciudadanos se definen como seres "iguales ante la ley". Pero ser un ciudadano no es un derecho que venga dado en los genes: estos derechos, ahí donde existen, son resultado de luchas históricas. Ser ciudadano no es sólo tener derecho al voto. Implica poder gozar de derechos sociales, políticos, económicos y culturales. Nuestra época actual se encuentra en la lucha por el reconocimiento de los derechos culturales y la defensa de los derechos sociales, políticos y económicos. La ciudadanía plena implica, hoy, no sólo tener derecho al voto, sino poder hacer uso de los espacios y servicios públicos que pagamos con nuestros impuestos, tener derecho a un trabajo y salario dignos, ser respetados a pesar de nuestras diferencias culturales y a vivir en un mundo sano. Un ciudadano que se muere de hambre o que no tiene oportunidades de salud y educación, no goza de una ciudadanía plena. Pero estos derechos no son, como dijimos, otorgados genéticamente o por "gracia divina" por el simple hecho de existir: sólo existen ahí donde la gente lucha por ellos.

El problema central es que en nuestro país sólo se nos habla de la ciudadanía en épocas electorales. Se reduce al ciudadano a un simple elector y es tratado igual que cualquier consumidor. Hoy más que nunca es necesario recordar que en realidad nadie puede llamarse ciudadano si no tiene asegurados sus derechos sociales, económicos y culturales. Tratar de definir al ciudadano sólo en su dimensión de elector, es pura ideología. Nadie puede llamarse ciudadano si no goza, aparte del derecho a votar, de un salario digno, del derecho a la educación, a la salud, a la vivienda, a un medio ambiente sano y limpio, etcétera. Pero vivimos en un país en el que un funcionario público puede ganar 35 mil veces el salario mínimo, al mismo tiempo que la mayoría de la población ni siquiera tiene asegurado un salario mínimo. Vivimos en un país donde una multinacional como COTSCO puede corromper a los funcionarios públicos y destruir el patrimonio ecológico, cultural e histórico, con toda libertad.

Este es el contexto que hay detrás de la desilusión y de la desconfianza en un sistema social, no sólo injusto, sino que se resiste, ya no digamos a cambiar, sino a ponerse un espejo. Y al supuesto ciudadano sólo se le trata como un potencial elector al que es fácil engañar. Esto es parte del contexto que explica los altos niveles de abstencionismo; las esperanzas que se generaron en el 2000 y las expectativas de cambio, se han visto nuevamente pisoteadas. ¿De qué sirvió su voto si su salario sigue reducido a migajas?, ¿si los mismos barbajanes se siguen enriqueciendo con los impuestos que nos quitan?, ¿si los luchadores sociales siguen siendo tratados como delincuentes? La desilusión, después de Fox, parece mayoritaria.

La gente ha tomado nuevamente conciencia de que las cúpulas y las clases políticas están tan alejadas de sus necesidades cotidianas, que ya ni quieren participar. Un claro ejemplo del poco o nulo interés que puede suscitar en la gente la participación política, es lo incomprensible de su lenguaje para el ciudadano común: nuestra Ley electoral habla de "circunscripciones", de "mayorías relativas", de "representación proporcional". Quienes sí conocen bien las definiciones y los procedimientos electorales son los profesionales de la política. Esos sí que gozan de una ciudadanía plena ya que la pueden pagar. Muchos otros son ciudadanos de segunda o de tercera. Sólo saben que tienen que cruzar un logotipo con un plumín y pintar su dedo con tinta indeleble. Al mismo tiempo deben seguir luchando desesperadamente por no perecer ante la Ley de la Selva. ¿Cuántos pueden saber y comprender lo que significa, por sólo hablar del Poder Legislativo, que existen 300 distritos y cinco circunscripciones?, ¿cuántos saben que 200 diputados no son electos sino designados por los partidos si obtienen el 2.5% de la votación real? Con esto no quiero insinuar que no vale la pena votar. El derecho al voto es importante y ha sido ganado a pulso.

Gracias a esto el PRI salió del Poder Ejecutivo, pero este derecho al voto poco o nada sirve si los ciudadanos no son conscientes de sus derechos sociales, económicos y culturales; si no luchan activamente por defenderlos. El problema es que nos han hecho creer que ser ciudadano se reduce a votar. La ciudadanía plena es un derecho por el que se debe luchar e incluye la defensa de nuestros recursos públicos, la defensa de nuestra educación —que no es gratuita ya que todos la pagamos con nuestros impuestos—, la defensa del derecho a tener, por ejemplo, una televisión de calidad que no nos trate como consumidores estúpidos. El derecho al voto es sólo una dimensión de la ciudadanía plena, pero no la única. El ciudadano no es sólo el que marca una cruz en un dibujito para convertir a un mortal igual que él en una autoridad o representante político: es el que le sabe exigir y que le sabe pedir cuentas. Incluso el que puede destituirlo cuando éste no cumple.

En estas elecciones se renovarán completamente la Cámara de Diputados, seis gobiernos estatales y algunos de los representantes de los Ayuntamientos locales. Son, políticamente hablando, elecciones muy importantes. A pesar de que muchas personas no tienen una idea muy clara de lo que implican estas elecciones, uno de los aspectos más importantes es que serán las primeras que se llevan a cabo sin que el PRI tenga el control del Ejecutivo (Sin embargo, la mayoría de la población sigue siendo mayoritariamente gobernada por el PRI. El 56 por cierto de la población se encuentra bajo gobiernos priístas. El PAN cuenta con el 19 por cierto, las diferentes coaliciones con el 15 por cierto y el PRD con el 10 por cierto). Las actuales Cámaras de Diputados y Senadores también están integradas en su mayoría por el PRI. ¿Qué es, entonces, lo que sí ha cambiado? Lo realmente nuevo en el sistema político mexicano es que la composición de diputados y senadores impone la necesidad de negociar, ya que ningún partido cuenta con la mayoría absoluta. El PAN tiene mucha fuerza en la actual Cámara de Diputados, pero tampoco cuenta con la mayoría absoluta, por lo que se ha visto obligado a negociar. Y a esto es a lo que se refieren los del PAN cuando dicen que hay un "freno" que "no los ha dejado actuar". Sin ese freno seguramente ya habrían privatizado todo. Si hay algo nuevo en las Cámaras es que las fuerzas políticas no gozan de mayoría absoluta, como cuando el PRI reinaba en este país. Sin embargo estas negociaciones son sólo entre partidos y muy poco o nada tienen que ver con la voluntad de los electores.

La importancia de las elecciones venideras reside en los temas pendientes más importantes sobre los que tendrán que decidir estos señores —supuestamente en nuestro nombre—: la llamada Ley Fox-Abascal —que amenaza con modificar toda legislación laboral para adoptar el modelo maquilador—, las privatizaciones de la industria eléctrica y petrolera —ya prometida por Fox a las multinacionales—, y la privatización de la educación y de la salud públicas. En el ámbito local se deberá decidir sobre la política represiva del gobierno, [por ejemplo, el] panista en Morelos. En fin, estas elecciones son muy importantes. Pero no más que el desarrollo de una conciencia ciudadana plena.

Cuando los ciudadanos tengamos la posibilidad real de entender y actuar responsablemente, la política dejará de ser pensada como una prostituta corrupta de la que algunos se enriquecen y pasará a ser una más de las dimensiones de nuestro compromiso y derecho a ser un ciudadano de un mundo donde quepan muchos mundos.

Dr. Guillermo Peimbert Frías
peimber@servidor.unam.mx