5 de juli del 2003
Abstenerse, una lección ciudadana
Octavio Rodríguez Araujo
Rebelión
Con base en los estudios promovidos por el Instituto Federal Electoral y con la percepción de diversos especialistas en asuntos electorales, el próximo 6 de julio es probable que se presente una alta abstención.
Coincido con estas apreciaciones.
Se ha argumentado, pienso que con toda razón, que esta previsible abstención obedecerá no sólo al hecho de que se trata de una elección intermedia (diputados federales), sino a la muy pobre oferta de los partidos políticos y sus candidatos. La población en general -supongo-, debe estar cansada de promesas que nunca se cumplen, y tanto partidos como candidatos no han hecho otra cosa que ofrecer promesas que, para cualquiera con un poco de memoria, entran en conflicto con actuaciones pasadas de esos mismos partidos y de no pocos de sus candidatos.
Existe una opinión más o menos generalizada de que el Congreso de la Unión debe seguir siendo independiente del Poder Ejecutivo y, todavía mejor, un contrapeso de éste. Nadie, con un mínimo de información sobre la situación del país, piensa que Fox ha significado un cambio respecto de las políticas de sus antecesores inmediatos. Cambió el partido en el gobierno, sí, pero no las políticas públicas: los ricos son cada vez más ricos, y los pobres no sólo son más que antes sino también más pobres. Los desempleados siguen aumentando, al igual que la economía informal que sólo es un paliativo para no morir de hambre. Esto no ha cambiado, como tampoco la inseguridad pública.
El único freno posible al cambio retórico del Presidente mexicano sería el Congreso de la Unión, y por esta razón serán importantes las próximas elecciones. Sin embargo, no se percibe claridad de objetivos ni consistencia ideológica en ninguno de los once partidos que están compitiendo por ocupar las sillas muy bien remuneradas de la Cámara de diputados. De aquí que nadie pueda asegurar que la supuesta oposición en ésta vaya a ser, en realidad, un contrapeso al Ejecutivo y a sus políticas típicamente neoliberales. Lo único que es transparente para los ciudadanos comunes es que los partidos quieren ganar votos, al precio que sea, y con absoluta independencia de propuestas sólidas y fincadas en la historia de sus organizaciones y en la biografía de sus candidatos.
Ante un panorama como el descrito se entiende que vaya a haber alta abstención, y no tengo argumentos para convencer de lo contrario. He insistido en anteriores artículos que la abstención equivale a dejar que una minoría elija a los representantes de la nación, que se supone que son los diputados. Pero debo reconocer que esa insistencia fue ingenua de mi parte, pues mi supuesto era que los dirigentes de los partidos entenderían que elaborando propuestas sustentadas y definidas, y seleccionando candidatos adecuados para esas propuestas, darían motivos para promover la participación de los ciudadanos. Pero no lo hicieron, y con esto nos dejaron sin opciones. Quizá deberíamos castigarlos "con el látigo de nuestro desprecio" -como se dice en las malas novelas- y demostrarles que si no piensan en la sociedad mayoritaria, en las necesidades nacionales y en rumbos definidos, ganarán unos y perderán otros, sí, pero no con el aval de la mayoría de los ciudadanos. Porque pensándolo bien, con lo que ofrecen realmente los partidos y sus candidatos, cuando ofrecen, dará igual que lleguen a la Cámara con unos cuantos votos que con muchos, pero es mejor demostrarles que no tienen nuestro acuerdo, sino más bien nuestro repudio. Serán legales en sus cargos, pero no podrán presumir de legitimidad.
Quizá debería reformarse la ley electoral, en el sentido de que el registro de los partidos se base en un porcentaje mínimo del número total de ciudadanos y no en función de la votación total, como se contempla en la actualidad (que puede ser de unos cuantos sufragios y no necesariamente de millones). Más todavía, bien podría establecerse que una elección es válida si participa, como mínimo, un determinado porcentaje de la población empadronada, por ejemplo la mitad más uno de ésta. Con estas reformas la abstención no sólo sería un no voto sino un rechazo al sistema partidario, lo cual obligaría a los partidos a tomar en serio a los ciudadanos o desaparecer.
Por lo pronto, y ya con las elecciones encima, los dirigentes de los partidos, si hay una amplia y generalizada abstención, puede ser que entiendan que para el 2006 tendrán dificultades no sólo para competir con otros institutos políticos sino para ganar al electorado y superar la votación de los anteriores presidentes de la república, si acaso les interesa la legitimidad para acceder al poder.
Que quede claro que no suelo simpatizar con la abstención electoral, pero pienso que los partidos se merecen una lección ciudadana, y no se me ocurre otra.