Hace 30 años:
Luis Hierro "vi el decreto firmado"
Se iniciaba el golpe y la huelga general
Niko Schvarz
LA ONDA® DIGITAL
Vivencias de 30 años atrás
Estas son notas de un testigo presencial.
El martes 26 de junio de 1973 en la nochecita yo estaba en el pequeño despacho de Enrique Rodríguez en el Senado. Vino Luis Hierro Gambardella desde la Casa de Gobierno de Plaza Independencia y dijo que estaba listo el decreto de disolución el Parlamento. Yo no lo podía creer. Me reiteró que había visto el decreto firmado. Ya cerca de la medianoche volvió a sesionar el Senado, presidido por Lalo Paz Aguirre (Sapelli participaba en otras reuniones).
Después del presidente, hablaron para la historia Rodríguez Camusso, Ferreira Aldunate, Enrique Rodríguez, Hierro Gambardella, Carlos Julio Pereyra, Amílcar Vasconcellos, Dardo Ortiz, Alembert Vaz, Américo Plá Rodríguez, Carminillo Mederos, J. Jaso Anchorena, Pedro Zabalza, Nelson Costanzo y Walter Santoro. Ausentes el pachequismo y el sector de la Alianza del Partido Nacional presidido por Martín Recaredo Echegoyen, que se pliegan al golpe.
Cada orador dice su discurso, recoge sus papeles y se va, como en la Sinfonía de los Adioses de Haydn. Enrique Rodríguez expresa: "Después de esta jornada aciaga, en la calle, en la dura lucha, en las confrontaciones, en la sangre que seguramente verterán los que han llevado al país a esta encrucijada, surgirá un pueblo que no ha nacido para ser esclavo y en el centro de ese pueblo -que nadie tenga un asomo de duda- estarán las fuerzas que componen el núcleo político que nosotros representamos y dentro de él estará (lo digo con orgullo) con la bandera desplegada en su forma más alta y gallarda, la clase trabajadora del Uruguay, que nunca ha fallado a las causas populares y que no fallará ahora". Por la noche se irradian marchitas militares y a las 7:05 las tropas al mando del Goyo Álvarez y Cristi irrumpen en el Palacio Legislativo.
En la madrugada se había reunido la dirección de la CNT, primero en la Federación del Vidrio de la calle Laureles, en La Teja, más tarde en la textil La Aurora, en el Paso Molino, decretando la huelga general con ocupación de las fábricas y talleres contra el golpe de estado. La Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) adoptó análoga decisión, con ocupación de facultades y centros de estudios.
A eso de las 11 de la mañana del miércoles 27 tuve que escuchar al ministro del Interior Cnel. Dr. Néstor J. Bolentini en una justificación del golpe de estado. Fue la arenga más infame que había oído en mi vida, después vendrían otras mucho peores. Acto seguido debí notificarme como redactor responsable de El Popular del decreto que prohibía "atribuir intenciones dictatoriales al Poder Ejecutivo". Marcha lo reprodujo en primera plana con el título: "No es dictadura". Me hicieron ingresar a un despacho junto con Daniel Rodríguez Larreta, de El País. Un adusto coronel nos leyó el decreto íntegro, con sus farragosos considerandos. Cosas del destino. Con el redactor responsable del diario caganchero había mantenido poco antes una dura polémica periodística.
El País se transformó de inmediato, junto a El Día, en el órgano oficial y alcahuete de la dictadura. Publicó uno tras otro los comunicados de las Fuerzas Conjuntas que calificaban de criminales a los luchadores por la democracia y llamaban a delatarlos. Daniel Rodríguez Larreta pasó a revistar como consejero de Estado de la dictadura, nombrado a dedo, junto a Pablo Millor y otros que andan por ahí. Ese día Paco Espínola se murió de tristeza y fue velado en la sede del PCU, Sierra 1720.
Releyendo papeles amarillentos para esta nota, encuentro en una cronología de los días previos al golpe publicada por La República hace ocho años, lo siguiente: "Viernes 15 (junio 1973). El presidente Bordaberry y los ministros del Interior y de Educación y Cultura emprenden acción judicial contra el diputado Rodney Arismendi, entregando al Fiscal de Corte la versión de las palabras pronunciadas por el secretario general del PCU en el cine Arizona el 7 de junio". Y a renglón seguido: "El Fiscal de Crimen de 2º Turno formula denuncia penal contra Niko Schvarz, redactor responsable del diario del Partido Comunista, El Popular, por noticias sobre tráfico de oro y sobre un expediente comprometedor para ex jerarcas del Banco Central, que fue archivado". Me había olvidado, pero utilizo esta mención para saldar una deuda de gratitud con Carlos Martínez Moreno, abogado defensor (con dedicación y maestría insuperables) en once causas incoadas contra El Popular por golpistas cobijados en los ministerios del Interior y de Defensa, y también de Economía y Finanzas.
En las fábricas ocupadas
Desde el 28 de junio con el gallego Aurelio González, fotógrafo de El Popular, nos dedicamos a recorrer las fábricas ocupadas y las Facultades (Arquitectura, Medicina), un hervidero de estudiantes movilizados contra el golpe que salían a la calle, conmoviendo a los vecindarios. Estuvimos también en un acto en el Paraninfo en que se dio cuenta de una declaración conjunta del Frente Amplio y el Partido Nacional, que decía: "Ante la ejemplar firmeza con que los trabajadores orientales vienen desarrollando la lucha por las libertades públicas y sus reivindicaciones específicas, el Partido Nacional y el Frente Amplio declaran su más amplia y fervorosa solidaridad y el apoyo decidido a ese combate popular en defensa de los intereses del país". A partir del 3 de julio, surgió un nuevo motivo de aliento a la lucha: se apagó la llama de ANCAP.
Un libro con la cronología de los acontecimientos editado posteriormente dice: "Heroica acción de los trabajadores contra la dictadura. A riesgo de la propia vida, obreros de ANCAP apagan la llama de la refinería de La Teja. La enorme chimenea apagada fue vista desde todos los puntos de Montevideo. Un comunicado de la dictadura difundido al día siguiente da cuenta de los hechos diciendo que la acción antidictatorial se inició a las 20.40 horas, al realizarse un cortocircuito en el transformador de UTE que provee de energía a la refinería".
Al otro día, 4 de julio, el comunicado Nº 862 de las Fuerzas Conjuntas dispone la captura de 52 dirigentes de la CNT y sus sindicatos afiliados. Por cadena de radio y TV se dan sus nombres, datos y fotos, acusándolos de mafiosos y delincuentes. Se señala que probablemente se encuentren en la clandestinidad. Son detenidos dirigentes de base e intermedios de la Central. Los requeridos son: José D'Elía, Félix Díaz, Gerardo Cuesta, Carlos Gómez, Carlos Bouzas, Vladimir Turiansky, Helvecio Bonelli, Ramón Freire Pizzano, Enrique Pastorino, Alcides Lanza, Elbio Quinteros, Rogelio Zorrón, Rómulo Oraison, Ruben Villaverde, Esteban Fernández, José Gutiérrez, Honorio Lindner, Idilio Pereyra, Pedro Aldrovandi, Carlos Espinosa, Alberto Fernández, Rita Cassia, Roberto Olmos, Alfredo Melhem, Héctor Bentancurt, Rosario Pietrarroia, Didaskó Pérez, Adolfo Drescher, Sixto Barrios, Víctor Brindisi, Ramón Díaz Montemar, Francisco Franca, Jonás Sténeri, Milton Montemar, Julio García, Luis Rocha, Luis Iguiní, Luis Nadales, Aparicio Guzmán, Enrique Piñeyro, Carlos Durán, Ricardo Vilaró, Juan Antonio Iglesias, Pedro Abuchalja, Juan Olivera, Daniel Baldasari, Roberto Rodríguez, Raúl Betarte, Juan F. Ordoqui, Alberto Fernández, Carlos Carrión, Domingo Rey. Algunos de los sobrevivientes se reunieron días pasados en AEBU.
Visitamos las fábricas textiles de Maroñas ocupadas por los obreros y las obreras con sus hijos. Eran personales enteros, rodeados de la cálida solidaridad de los vecindarios, que aportaban alimentos para la olla. Vimos desalojar fábricas a punta de bayoneta y volverlas a ocupar, con la protección de la gente del barrio. Hubo fábricas desalojadas y reocupadas hasta siete veces. Lo que vivimos allí es inolvidable por el clima de serena confianza, sin sombra de pánico, animado por una lúcida conciencia de luchar contra el golpe hasta el fin. Eran actitudes de auténtica valentía, pero no como un gesto individual y aislado, sino de todos juntos y de cada uno.
En las reuniones que se armaban espontáneamente recordábamos la extensa lista de asambleas, en cada gremio, después del golpe de estado del 31 de marzo de 1964 en Brasil, cuya sombra ominosa se proyectó sobre nuestro país. En esas asambleas se afirmó el compromiso de responder a cualquier intento golpista con la huelga general y la ocupación de las fábricas. Ese compromiso indisoluble de los trabajadores con la democracia y la libertad era lo que teníamos a la vista.
Vino la gran manifestación del 9 de julio contra el golpe. Desde El Popular, en 18 de Julio y Río Branco (hoy Wilson Ferreira Aldunate), teníamos un mirador privilegiado. A las 5 en punto de la tarde, como en el verso de García Lorca, el tramo de 18 de Julio entre las dos plazas se compactó con un mar de gente. Por allá abajo andaban entreverados los dirigentes del Frente Amplio, formado el 5 de febrero de 1971 y que ya había atravesado la prueba de fuego de las elecciones de noviembre de ese año. Los trolleys quedaron aprisionados entre la multitud, lo mismo que las chanchitas que afluyeron después.
Los manifestantes se les subían encima y las pateaban. Más tarde vinieron los coraceros a caballo, golpearon y sablearon a mansalva. Como una marea, la multitud se reconstituía. Muchos se refugiaron en el diario. Los hicimos salir antes de que fuera invadido por las Fuerzas Conjuntas, entrada la noche.
Arrancaron con una tanqueta la puerta giratoria de la esquina, ingresaron con máscaras antigas como extraterrestres, apuntaron con armas largas, destrozaron las máquinas y los muebles, nos hicieron tirar al piso, cargaron entre golpes con 129 de nosotros rumbo a la Jefatura y después al Cilindro, donde fuimos ovacionados por cientos de presos (llegaron a haber más de dos mil entre sindicalistas y estudiantes). Estando allí, se produce el 11 de julio el levantamiento de la huelga general, decidido por la Mesa Representativa de la CNT por 27 votos a favor, dos en contra (Funsa y Bebida) y la abstención de la FUS. En su declaración, la CNT señala que con su huelga general de 15 días "los trabajadores uruguayos han escrito una página maravillosa de su historia"; que "cerramos una etapa, porque ello es preciso para conservar y desarrollar nuestra fuerza, en la que mañana se asentará la conquista de la victoria"; que "abrimos una nueva etapa, que no es de tregua ni de desaliento, sino de continuación de la lucha por otros caminos y métodos, adecuados a las circunstancias" y que en ello se empeñarán, "en el futuro inmediato, la CNT y todas las fuerzas sociales y políticas que coinciden en los objetivos esenciales que perseguimos".
Esos caminos y métodos consistieron en unificar en un solo haz las luchas en la clandestinidad, en la cárcel y en el exilio, y en ampliar al máximo la unidad y convergencia de todas las fuerzas opuestas a la dictadura. Ella pudo hacerse porque la huelga general, por su amplitud y el apoyo popular que concitó, cavó una profunda zanja entre la dictadura y todo el pueblo.
Unidad y convergencia, enseñanzas y futuro
Sobre esta base se estructuró la resistencia de pueblo uruguayo a la dictadura. Y logró derrotarla, a pesar de la ferocidad de la represión. La dictadura mató, hizo desaparecer, torturó, encarceló, destituyó a decenas de millares de compatriotas. Su largo brazo asesino llegó al exterior, de París a la Argentina, y no sólo en el asesinato de Michelini y Gutiérrez Ruiz. Los informes de la Comisión para la Paz ya no dejan dudas acerca de los crímenes y las violaciones terribles a los derechos humanos perpetradas por las fuerzas militares y policiales, por el aparato de Estado dictatorial. Aunque todavía hoy Uruguay sigue ostentando el triste privilegio de que ningún militar fue sometido a la justicia y pasó un solo día en prisión, a diferencia de lo sucedido en Chile y sigue aconteciendo hasta el día de hoy en la Argentina. También quedó demostrado que el pretexto para el golpe, la existencia del llamado movimiento subversivo -que todavía sigue meneando algún militar nostálgico- carece del menor asidero: desde mucho antes del golpe, el movimiento tupamaro había perdido capacidad operativa.
La táctica aplicada durante la década infame fue la unidad y la coincidencia o convergencia de todas las fuerzas sociales y políticas opuestas a la dictadura, blancos, colorados y frenteamplistas, religiosos y laicos, civiles y militares antifascistas, en un solo movimiento nacional capaz de derrotar a los golpistas y alumbrar un nuevo régimen de amplia democracia, sin exclusiones políticas y sociales. Esta táctica se desplegó en la brega clandestina, dentro de las cárceles y por los exilados organizados en una treintena de países repartidos por el mundo.
Comparto la caracterización de fascista otorgada a la dictadura desde sectores de la izquierda frenteamplista. Para la lucha contra el fascismo hay que unir a todas las fuerzas democráticas, y así se hizo con máxima amplitud. Una vívida ilustración la ofrecen las victorias del pueblo en los plebiscitos de 1980 (frente al intento de legalización de la dictadura) y de 1982 (elecciones de los partidos), victorias inéditas a escala internacional, alcanzadas bajo el terror fascista, sin la mínima libertad de propaganda, en el cuadro de una intensa guerra psicológica y el monopolio de los medios de difusión por parte del régimen.
En esta lucha se logró asimismo afirmar la vigencia plena, la gravitación nacional y la continuidad histórica del Frente Amplio como polo avanzado, democrático y antimperialista, así como la unidad de todas las fuerzas de izquierda en su seno, sin exclusiones. Esta profunda enseñanza, que se impuso en aguda lucha ideológica contra tendencias liquidacionistas de distinto pelo, mantiene total validez cuando advertimos los resultados nefastos de la desunión de la izquierda, por ejemplo en las elecciones presidenciales francesas.
Quedó claro asimismo -también a despecho de recurrentes visiones trasnochadas - que la dictadura cayó por la lucha, y no porque en cierto momento se diera orden desde el exterior a los militares de replegarse a los cuarteles. Y la conclusión general que emerge de estos dos lustros de lucha sin tregua es el protagonismo de los trabajadores y el pueblo uruguayo, que tomaron en sus manos la defensa de la democracia y regaron con su sangre el árbol de la libertad. Esto aventó todos los falsos dilemas y se proyecta al futuro de la democracia en el país, a su extensión y profundización, el gran tema situado al orden del día a los 30 años del golpe y de la huelga general.