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Uruguay

A 30 años del golpe de Estado
El imposible diálogo con los enemigos de la vida

Hoy se cumplen 30 años del golpe de Estado que demolió las instituciones democráticas e inició 11 años de feroz represión, oscurantismo en la cultura y la enseñanza y una salvaje profundización de la concentración de la riqueza y caída libre del salario. Los sectores golpistas de las Fuerzas Armadas, el núcleo duro del gobierno de Juan María Bordaberry y los sectores más recalcitrantes del poder económico, focalizados en la grandes propiedades ganaderas y en el aparato financiero, con el visto bueno de EEUU, iniciaron la demolición del Uruguay democrático. Treinta años después, aún sufrimos las consecuencias de la gigantesca operación represiva, política e ideológica que se desató sobre la sociedad uruguaya. Los miles de presos y torturados, de exiliados, de destituidos y perseguidos, la destrucción del entramado social que había llevado décadas construir, el asalto a los derechos de los trabajadores y el comienzo de la decadencia de un sistema educativo que había sido seña de identidad nacional fue el saldo de aquella jornada trágica y los once años que la continuaron. Lo que sigue es un aporte de LA REPUBLICA al recuerdo de una fecha que marcó a fuego la historia nacional, y de quienes resistieron y de quienes se sumaron al golpe. Recién treinta años después, Juan María Bordaberry deberá enfrentar el juicio penal que se merece por su atentado a la Constitución. Será justicia.

• FEDERICO FASANO MERTENS

LA REPUBLICA


Diez años después de aquel 27 de junio de 1973, desde su exilio mexicano el Dr. Federico Fasano Mertens escribió esta nota que fuera publicada en el diario Uno+Uno y difundida por el Canal 11 y Radio Educación de ese país. Eran instancias, por entonces, en las que la sociedad civil había comenzado a tomar cierto protagonismo tras el plebiscito de 1980 y el posterior gigantesco 1º de Mayo de 1983, pero todavía seguía desmovilizada y poco segura de sus fuerzas como para asestarle el golpe final a un régimen que ya mostraba señales inequívocas de estar moribundo. Este llamado rupturista de Fasano apelaba a que nada había que dialogar con los militares sino, por el contrario, transgrediendo los límites de lo permitido, consolidar una oposición masiva para su caída final. Y así fue: el régimen, acorralado, no tardó en sucumbir, aunque aún sufrimos los efectos de aquellas indecisiones y negociaciones que pudieron evitarse.
Seguidamente, publicamos el texto íntegro de aquel editorial de Fasano del 27 de junio de 1983.
Hoy se cumplen diez años de la gran bacanal que los militares implantaron en el país de los uruguayos.
Año tras año desde nuestro exilio mexicano no faltamos a la cita del 27 de junio, fecha magna de la desventura nacional en la colectividad de Artigas, Rodó, José Pedro Varela. Y año tras año, describimos el fracaso militar, pero también señalamos, frente a las tesis triunfalistas, que no han sido derrotados.
Hoy elegimos este aniversario, no para reseñar una vez más los crímenes y los fracasos de estos hombres prehistóricos que un día decidieron subalimentar a una comunidad, haciendo un uso sensualista, lucrativo y venal del poder, sino para reflexionar por qué duran tanto, por qué aún no han sido desbaratados ante la unanimidad de voluntades que forjaron en su contra. Por qué, si convocatoria tras convocatoria, han quedado aislados como ningún gobierno antes lo ha sido, repudiados por más del 80 por ciento de la ciudadanía, aún persisten en la prevaricación pública, arrogantes en su impunidad.
La sociedad durante siete años dio la impresión de consentir el desborde autoritario, pero una vez convocada, desde hace tres años, comenzó a protestar en forma tan unánime y abrumadora que sólo la falta de un ejecutivo estratégico que la condujera explica la prolongación de las exequias de este régimen ominoso e incurable.
En el plebiscito del 80 que reencontró al pueblo con su condición de mayoría, la oposición cedió de inmediato la iniciativa a la autocracia. En las elecciones internas que demolieron al contubernio, la oposición volvió a aceptar las reglas del juego impuestas por el autoritarismo. Y después de un 1º de mayo, sólo comparable al festejo popular de la liberación de París donde más de un tercio de la población se volcó a las calles, los partidos se desmovilizan y se sientan en torno a una mesa de negociaciones, diseñada por los militares para ganar tiempo, enfriar el partido y rehacer sus fuerzas, en el mayor marco político, social y económico opositor que recuerda el país.
¿De qué clase de diálogo hablan? Diálogo donde al que osa pedir la palabra confiscada, le clausuran sus medios de expresión, le encarcelan a sus convencionales y se le reprende por no sujetarse al libreto autorizado. Diálogo donde está prohibido discutir, porque como dijo el contralmirante Laborde a los políticos sentados a su vera, amenazándolos con el puntero y la penitencia: "No han actuado con la ponderación y el equilibrio necesario para generar el clima de estabilidad y paz social indispensable para el logro de los fines perseguidos".
Un diálogo es un intercambio de opiniones y los militares sólo desean un intercambio de saludos. Ni siquiera es diálogo de sordos, porque a los sordos ­como diría José María Rosa­ aunque incapacitados para hacerse oír, se les permite expresarse por señas. Y aquí ni eso. Más parecido al diálogo de aquel italiano que se empeñaba en enseñar a hablar a una lechuza: "Non parla ancora, pero ya se fica". Por lo tanto, dejémonos de vueltas y vacilaciones.
Y aquí, sí, debemos decirlo en voz alta. Esta vez estamos de acuerdo con Wilson Ferreira Aldunate y la mayoría de los convencionales del Partido Nacional, cuando enfrentados a su propio directorio político, decidieron abandonar las negociaciones con los militares.
A quién, sino a los propios uniformados, desgastados, aislados, sin una sola voz que los consuele, les sirve este escenario presuntamente dialoguista, donde día a día imponen sus condiciones. No se equivoca el olfato político de Wilson Ferreira cuando ordena abandonarlos a su suerte.
La tesis del mal menor, internalizada en políticos, para nada acostumbrados a la lucha de masas, formados en la desconfianza en el pueblo movilizado, prende rápidamente en estos profesionales del conciliábulo y el arreglo.
Las reglas las ponen los militares, y la agenda también, el árbitro está comprado, el resultado se sabe de antemano. Si los negociadores no se disciplinan, suspenden las tratativas hasta que mediten y retrocedan como sucedió en la última oportunidad. Cómo es posible creer que los militares cederán ante la justicia de sus planteos sólo con palabras. Esperar justicia del régimen militar es esperar ascetismo de un festín de caníbales. Nada justifica atribuir al general Alvarez y a sus motineros la intención de regenerarse.
A un régimen de fuerza, a estas alturas ya inviable, acorralado por la opinión pública, no se lo derrota en una mesa de murmullos. De lo que trata es de quitarles oxígeno, asfixiarlos políticamente, descongelar el partido, sobrecalentar a la sociedad toda, no darles ni tiempo ni tregua. Las condiciones están dadas para ello.
Durante siete años contaron con el temor de la gente, la desmovilización general y la fuerza. Hoy, ya nadie les teme, son despreciados y la sociedad comienza a movilizarse. Sólo les queda la fuerza. Ni Julio César, ni Napoleón, que algo sabían de su oficio, pudieron hacer política largo tiempo fundados en la fuerza. Sólo queda un camino. Eludir el terreno de lucha elegido por los dictadores, romper las negociaciones y organizar y generalizar un movimiento de desobediencia cívica. Aumentar el número de áreas donde la gente pueda expresarse. Transgredir los estrechos márgenes de lo permitido, en los barrios, en las asociaciones vecinales, en las iglesias, en las escuelas, en los centros juveniles, en los centros deportivos, en las oficinas y en las fábricas, en los cineclubes, en los teatros independientes, en las asociaciones de padres y en todos los espacios que la picaresca y el ingenio popular pueda construir.
Toda reivindicación, reclamo, protesta, desobediencia, tiene un valor incalculable en esta confrontación con los enemigos de la vida. No subestimemos el poder irresistible que los pueblos poseen, cuando están unidos, como en este caso, y cuando se deciden a utilizarlo, como lo probaron el 1º de mayo. Hacerse fuertes allí donde somos más y reproducir a escala molecular el ensayo general de oposición masiva, que no otra cosa resultó ser el 1º de mayo, organizado más por los sectores sociales que por sus mediaciones políticas. Uno, diez, cien, mil pequeños primeros de mayo, que circulen por todo el sistema nervioso del organismo social, será la única forma de construir el clima moral que derrotará al proyecto moribundo de la dictadura, a diez años de su instalación.