Conflicto armado colombiano va para rato, y no hay salida humanitaria a la vista
Fernando Arellano Ortiz
El gobierno de Uribe Vélez consolida su estrategia 
  de tierra arrasada y descarta por el momento una salida política al ya 
  inveterado conflicto armado, al haber logrado por parte del Congreso de la República, 
  la aprobación de un draconiano estatuto antiterrorista que permite, entre 
  otras medidas, la interceptación de llamadas telefónicas y los 
  allanamientos a domicilios sin previa autorización judicial.
  
  Las condiciones para que la confrontación siga su espiral de escalamiento 
  están dadas por cuanto que en Colombia existe un ambiente de crispación 
  entre los sectores que apoyan al gobierno y tienen el convencimiento de que 
  la única salida al conflicto es militar porque no media en este problema 
  ninguna condición objetiva ni subjetiva; y los que privilegian la salida 
  política al estar convencidos, por el contrario, que el quid del fenómeno 
  de enfrentamiento en esta país es de carácter político. 
  
  
  Por ello y ante las circunstancias que rodean la crisis colombiana los observadores 
  y estudiosos del tema consideran que el análisis ahora debe centrarse 
  en la superación del dilema: acuerdo humanitario con la guerrilla o rescate 
  de los cientos de secuestrados por la vía militar con los riesgos que 
  ello conlleva.
  
  Dilema obviamente muy difícil de resolver porque como lo señaló 
  muy claramente el presidente de la Corte Constitucional, Luis Eduardo Montealegre, 
  el acuerdo humanitario que de ninguna manera constituye el inicio de un proceso 
  de paz, "es una decisión política, en la que no hay limitación 
  jurídica".
  
  Si bien es cierto que, como lo ha reiterado en diversas oportunidades el ex 
  presidente Alfonso López Michelsen, en Colombia se cuenta con todas las 
  herramientas internacionales para perfeccionar un intercambio humanitario entre 
  guerrilleros presos y secuestrados por la guerrilla, habida cuenta que las mismas 
  están incorporadas por vía de ley al ordenamiento jurídico 
  interno como los Protocolos I y II de Ginebra, en últimas la decisión 
  es de carácter político porque lo que está en juego es 
  la preponderancia y capacidad de fuerzas de las partes en conflicto (gobierno 
  y Farc).
  
  Sin embargo para el gobierno de Uribe, la simple decisión de aceptar 
  un acuerdo humanitario con las Farc, "posicionaría" políticamente 
  a este grupo insurgente, pues el Estado deberá darle en el supuesto caso 
  de llegar a un convenio, ciertas garantías para que pueda liberar a los 
  secuestrados que están en su poder.
  
  Los alcances del DIH
  
  El presidente Álvaro Uribe ha sido enfático en señalar 
  que él no puede apostarle a un acuerdo humanitario que termine en que 
  los guerrilleros que salgan de las cárceles vuelvan al monte a continuar 
  delinquiendo y pone la condición de que un país amigo los reciba 
  en calidad de asilados para evitar tal circunstancia.
  
  A su turno el secretariado de las Farc exige, para ejecutar un posible acuerdo 
  humanitario, el despeje de dos departamentos del sur del país, lo cual 
  es inaceptable para el gobierno luego del fracaso de la zona de distensión 
  del Caguán durante la administración Pastrana.
  
  Sin embargo, el ex presidente López Michelsen ha explicado que el éxito 
  de un convenio humanitario radica en desprenderse de posiciones rígidas 
  y limitarse, simplemente, a aplicar el Derecho Internacional Humanitario (DIH), 
  cuya filosofía o su fundamento reside en el imperativo de amortiguar 
  en algo los rigores de una guerra.
  
  "Ninguno de los contendientes puede aspirar, en el texto del convenio, a imponerle 
  condiciones deprimentes o humillantes al otro, si no está dispuesto a 
  aceptarlas en su propio caso. Sucede, por ejemplo, con el compromiso para los 
  liberados de la subversión, de no regresar a sus filas, reservándose 
  el Estado el derecho de reincorporar a los soldados y a los policías 
  que están secuestrados a la fuerza pública. La reacción 
  inmediata es la de rechazar semejante planteamiento, pero cuando se examina 
  el alcance del DIH se llega a la conclusión de que no puede ser instrumento 
  para darles el status de vencedor a los unos y de vencidos a los otros, sino 
  que se reduce a atenuar los efectos del conflicto armado sobre terceros no combatientes 
  y uno acaba por comprender algo que, a primera vista, choca contra nuestros 
  sentimientos", ha señalado López.
  
  El gran problema es que, como lo manifestó el ex canciller y miembro 
  de la Comisión Nacional de Conciliación, Augusto Ramírez 
  Ocampo, "la guerra va a seguir por mucho tiempo, por lo tanto cuando menos lo 
  que se deberían establecer son unas reglas mínimas y por eso es 
  importante encontrar una salida para lograr el acuerdo humanitario".
  
  Contrario a quienes afirman que jamás los acuerdos humanitarios han servido 
  para ponerle fin a los conflictos armados, como lo hizo recientemente el vicepresidente 
  Francisco Santos Calderón, habría que recordarles que estos convenios 
  entre las partes en disputa no están destinados a ponerle fin a las confrontaciones 
  sino a mitigar sus consecuencias frente a la población civil y aún, 
  a los propios combatientes caídos en manos de sus contrarios.
  
  El conflicto va para rato
  
  Como lo ha advertido Ramírez Ocampo, la confrontación armada en 
  este país va para rato y como la misma, según sus palabras, "ha 
  llegado a puntos de no retorno" es prioritario buscar por todos los medios la 
  liberación de los secuestrados que están en poder de las Farc.
  
  Al fin y al cabo los grupos insurgentes van a continuar en su empeño 
  de enfrentarse con más ahínco a las políticas de "Seguridad 
  Democrática" del gobierno Uribe Vélez, eso quiere decir que al 
  país le espera más barbarie y mayor escalamiento del conflicto. 
  Dentro de ese desolador panorama hay que entender, como lo ha explicado en reiteradas 
  oportunidades el sociólogo Alfredo Molano, que la subversión por 
  su propia naturaleza no respeta el Derecho Internacional Humanitario debido 
  a que no puede sacar a la población de la confrontación armada.
  
  "Es la población, justamente, -dice Molano- el objeto de la disputa, 
  mucho antes de que lo sean sus territorios o sus riquezas. La población 
  civil en un conflicto irregular es un recurso militar logístico y político".
  
  Teniendo en cuenta estas consideraciones, quienes apuestan a una salida humanitaria 
  para que se liberen a los secuestrados son conscientes de que tanto el gobierno 
  como las Farc tendrán que negociar y ceder en algunas posiciones. Pero 
  este escenario, por lo pronto se ve lejano, aunque no puede descartarse, pues 
  la presión internacional, la de los familiares de los plagiados y de 
  algunos dirigentes políticos como los ex presidentes liberales puede 
  llegar a dar algún resultado puesto que la situación de derechos 
  Humanos en Colombia es sumamente alarmante.
  
  Y es que el conflicto armado colombiano no tiene parangón. Ramírez 
  Ocampo que coordinó la Comisión de la ONU en El Salvador, la cual 
  sirvió de intermediación entre las partes, recuerda que ese conflicto 
  en el país centroamericano que duró 12 y años y que dejó 
  muchas víctimas "nunca llegó hacer del tamaño y de la barbarie 
  de la nuestra. La matanza más grande, la de Mozote que constituyó 
  un hecho muy grave de la violencia salvadoreña no llegó a 20 personas, 
  los secuestros eran mínimos en comparación con lo que sucede en 
  Colombia".
  
  "La degradación de la guerra en Colombia ha llegado a puntos de no retorno. 
  Es una violencia tan bárbara que nos ha condenado a que para poder sobrevivir 
  hay que tener capacidad de olvido. Aquí una tragedia mata otra tragedia 
  y va sucesivamente olvidándose la anterior. Así que la violencia 
  colombiana no tiene comparación tal vez ni con Atila y sus seguidores".
  
  Debate más a fondo
  
  Infortunadamente en Colombia el análisis sobre el conflicto armado y 
  sus consecuencias es muy superfluo y está influenciado en grado sumo 
  tanto por lo mediático como por los estados de ánimo de la opinión 
  pública, según el desarrollo de los acontecimientos.
  
  Los hechos confirman la afirmación anterior: se creyó que como 
  Andrés Pastrana tenía "química" con "Tirofijo" la paz estaba 
  a la vuelta de la esquina y el país se jugó la carta electoral 
  del entonces candidato conservador. Cuatro años después, tras 
  el descalabro de la política de paz, se escogió al candidato que 
  prometió mano dura y salida militar al problema de la subversión 
  y por eso Colombia está embarcada en una "guerra integral", cuya estrategia 
  que no es nueva sino que lleva más de 30 años, en vez de disminuir 
  el conflicto lo ha incrementado, o por lo menos eso es lo que ha demostrado 
  la historia reciente.
  
  Por eso cualquier cosa puede pasar: que el país se canse de esta barbarie 
  que soporta a diario y ante la presión este gobierno de la "mano dura 
  y el corazón grande" termine no solamente logrando un acuerdo humanitario 
  sino iniciando un proceso de paz con las Farc y el ELN.
  
  Y como este país, como ya se dijo, es fundamentalmente emocional, puede 
  pasar de un escenario a otro totalmente distinto. No solo ocurrió con 
  Pastrana y con Uribe Vélez sino que la historia de los últimos 
  20 años también demuestra esos cambios ciclotímicos: durante 
  la época de Pablo Escobar el gobierno de Barco no sólo le declaró 
  la guerra al narcoterrorismo sino que puso en marcha un mecanismo de dudosa 
  validez jurídica como la extradición por vía administrativa 
  ante la inexequibilidad de la ley que aprobaba el tratado sobre esta materia 
  con Estados Unidos. La opinión pública respaldó esta medida 
  en forma amplia, pero en menos de tres años cambió de opinión 
  ante los rigores de la ofensiva de los narcotraficantes y la Constituyente del 
  91decidió aprobar la no extradición de nacionales para facilitar 
  la "entrega" de Escobar.
  
  Lo mismo ocurrió con el M-19 que en 1986 fue protagonista del holocausto 
  del Palacio de Justicia. Cinco años después de este execrable 
  hecho los principales líderes de ese movimiento llegaron como primera 
  fuerza a la Constituyente y su jefe político, Antonio Navarro, fue elegido 
  como co-presidente de esa corporación.
  
  Por eso lo único cierto es que en Colombia se necesita un debate más 
  a fondo sobre los fundamentos y la significación de esas valoraciones 
  por la opinión ciudadana.
  
  Sunz Tzu y el conflicto colombiano
  
  La magnitud de la influencia de los grupos insurgentes y de las organizaciones 
  paramilitares en los municipios y en los departamentos del país no ha 
  sido justipreciada aún en sus verdaderas dimensiones por los analistas.
  
  Es un hecho palmario que guerrilleros y paramilitares no solamente dominan política 
  y militar amplias zonas geográficas del país y conviven normalmente 
  con la población, empero el gobierno central de Bogotá se resiste 
  a reconocer esta realidad.
  
  En el último libro de investigación y de crónicas del periodista 
  Germán Castro Caycedo que lleva por título Sin tregua, se describe 
  y se reseña de manera minuciosa cómo los alcaldes de los municipios 
  petroleros localizados en los departamentos tanto de Arauca como de Casanare 
  deben lograr "gobernabilidad" con estos movimientos al margen de la ley para 
  poder tener alguna capacidad de maniobra política.
  
  Esa "gobernabilidad" hace referencia a la repartición de las regalías 
  petroleras y de los presupuestos municipales entre la guerrilla, los paramilitares 
  y el alcalde. Cuando se logra un acuerdo en este sentido los gobernadores y 
  los alcaldes pueden actuar tranquilamente, de lo contrario, señala Castro 
  Caycedo, las cosas son a otro precio.
  
  En últimas, la subversión y las autodefensas no han hecho sino 
  seguir las enseñanzas del legendario estratega chino de la guerra Sun 
  Tzu (siglo VI a.C.) para quien la confrontación bélica conlleva 
  mucho más que el choque de hombres armados. "Sólo números 
  -decía-, no confiere ninguna ventaja". Consideraba a los elementos morales, 
  políticos y circunstanciales de la guerra como más importantes 
  que los militares y aconsejaba a reyes y comandantes no poner su confianza solamente 
  en el poder militar puro. No concebía la guerra en términos de 
  matanza y destrucción; apoderarse de todo intacto, o tan intacto como 
  fuese posible, era el objetivo propio de la estrategia.
  
  Y en el caso colombiano si bien la guerrilla hace suya la vieja consigna de 
  combinar todas las formas de lucha, uno de sus principales objetivos ha sido 
  el de ir "colonizando" amplias regiones geográficas para tener preponderancia 
  política.
  
  La vía es política
  
  Esta compleja situación en que además denota la falta de presencia 
  efectiva del Estado en amplias regiones del país, le ha ido dando paulatinamente 
  ventajas a la subversión.
  
  Y si bien es cierto que el pueblo colombiano está ahíto de violencia 
  y amplios sectores de opinión no quieren escuchar por ahora la exploración 
  de una salida negociada y prefieren una política militarista de mano 
  dura, la poca efectividad de los operativos de las Fuerzas Armadas y, ante todo, 
  la arremetida de las Farc a la infraestructura, el incremento de los secuestros 
  y el desplazamiento, van a terminar forzando una pacto entre gobierno y Farc.
  
  Lo importante aquí es hasta dónde puede y debe llegarse desde 
  el punto de vista de las consideraciones políticas, señala Ramírez 
  Ocampo
  
  Aunque cada sector pone condiciones inaceptables para la contraparte, ninguno 
  de los dos ha cerrado la puerta para hacer un acuerdo humanitario. 
  
  Por eso tiene validez lo que ha venido sosteniendo el arzobispo de Tunja, monseñor 
  Augusto Castro, en el sentido de que las dos partes deben sentarse a dialogar 
  para ver si es posible poder acortar las distancias que hoy son siderales entre 
  uno y otro lado, pero eso no se puede lograr si los voceros tanto del gobierno 
  como de la guerrilla se resisten a ir a una mesa de negociación.
  
  La vía, entonces, para parar este desangre y esta barbarie que diariamente 
  consume a Colombia es política y ahí está la esencia del 
  asunto. Y es que en definitiva como lo ha señalado la jerarquía 
  de la Iglesia Católica, el derecho a la vida debe primar sobre el derecho 
  a la libertad. 
  
  Cómo llegar a una mesa de diálogo no para iniciar un proceso de 
  paz sino para concretar un mínimo acuerdo humanitario que permita regresar 
  a la libertad a los secuestrados sin que se arriesgue su integridad física 
  es el busilis del problema. 
  
  Necesariamente si se quiere disminuir la intensidad del conflicto que está 
  diezmando cada día más al Estado colombiano deberá encontrarse 
  esa salida política, pero lo grave es que tanto gobierno como Farc siguen 
  empecinados en no ceder en sus férreas posiciones. Frente a este nublado 
  panorama se debería tener en cuenta por parte de los dos bandos, la advertencia 
  de otro estratega militar famoso del siglo XIX, el general prusiano Karl von 
  Clausewitz, según la cual, "la fortaleza de carácter no debe confundirse 
  con la obstinación".
  
  ¿Grupo de amigos?
  
  En medio de este complicado panorama se han escuchado voces de gobiernos extranjeros 
  y de observadores internacionales que se han pronunciado en el sentido de forzar 
  una salida que contribuya sino a iniciar un proceso de paz con la insurgencia 
  colombiana, por lo menos, llegar a concretar un acuerdo humanitario.
  
  Durante la reunión del Grupo de Río de Janeiro celebrada en la 
  ciudad peruana de Cuzco se sugirió por parte de un mandatario la posibilidad 
  de que los ejércitos latinoamericanos intervengan directamente en Colombia 
  en ayuda del gobierno de Uribe, a lo cual el presidente de Venezuela, Hugo Chávez 
  se opuso en forma radical y denunció, posteriormente y en forma pública, 
  tal pretensión.
  
  Días antes se había pronunciado el presidente del Ecuador Lucio 
  Gutiérrez Borbúa sobre la necesidad de coadyuvar a encontrar salidas 
  para que, por lo menos, gobierno y guerrilla logren en el corto o mediano plazo 
  concretar un acuerdo humanitario que permita liberar a los secuestrados que 
  tiene las Farc en su poder.
  
  Aunque diversos sectores de opinión le cayeron encima y lo calificaron 
  de ingenuo, Gutiérrez fue enfático en señalar que su gobierno 
  estaría dispuesto a recibir a los guerrilleros que salgan de las cárceles 
  colombianas, en virtud de un acuerdo de canje con los secuestrados.
  
  En forma tímida, el presidente de México, Vicente Fox también 
  se había pronunciado en similares términos hace algunos meses 
  y el controvertido mandatario venezolano, Hugo Chávez Frías en 
  repetidas oportunidades ha señalado que su país estaría 
  dispuesto a colaborar con Colombia en todos lo que sea necesario para encontrar 
  salidas a su ya inveterado conflicto armado. 
  
  Por eso es que en su declaración final, los asistentes al X Foro Nacional 
  por los Derechos Humanos, reunido en Bogotá del 24 al 26 de mayo que 
  examinó la realidad actual del conflicto con el propósito de aportar 
  soluciones constructivas, recalcaron la importancia de obtener facilitación 
  internacional (C.I.C.R., Naciones Unidas, países amigos de diálogo) 
  con miras a parar el desangre y la barbarie en Colombia.
  
  Por su parte, el destacado sociólogo brasileño y profesor de la 
  Universidad Estatal de Río de Janeiro, Emir Sader, en uno de sus artículos 
  de opinión que publica en diversos medios de comunicación de América 
  Latina lanzó la iniciativa de conformar el Grupo de Amigos de Colombia, 
  habida cuenta que hay interés de varios gobiernos de la región 
  en colaborar activamente en el propósito de facilitar una salida negociada 
  entre las Farc y el gobierno de Uribe Vélez.
  
  Incluso, dijo, existe disposición del gobierno de Luis Inacio Lula da 
  Silva en tan loable propósito.
  
  "Existen alternativas elaboradas por los grupos que piden soluciones negociadas 
  para el conflicto colombiano, que sirven como un buen punto de partida para 
  que se constituya -a partir de iniciativas que el gobierno brasileño 
  parece interesado en llevar adelante-. Si se constituyó un Grupo de Amigos 
  de Venezuela, ¿por qué no constituir un Grupo de Amigos de Colombia? 
  Varios países europeos ya demostraron su interés en ayudar a intermediar 
  una solución política a este conflicto", señaló 
  Sader.
  
  Y a renglón seguido agregó: "Brasil podría, en secuencia 
  de las actitudes ya tomadas por el gobierno brasileño en el sentido de 
  reservarse un papel de intermediador, tomar la iniciativa, sea en el marco de 
  la OEA, sea a partir de contactos bilaterales, de desempeñar un papel 
  decisivo para que la "guerra infinita" no deje raíces en el continente 
  y, al contrario, puedan ser resueltos pacíficamente los conflictos regionales 
  y América Latina se pueda constituir en un espacio de paz y de integración 
  para un mundo multipolar". 
  
  Estas voces en el ámbito internacional no han sido ni escuchadas ni valoradas 
  en Colombia, tal vez por la intensa polarización existente en la opinión 
  pública, para la cual, en su gran mayoría, o por lo menos así 
  lo evidencian los medios de comunicación, prefiere la salida militar 
  y un sector minoritario encabezado por la jerarquía de la Iglesia Católica 
  le apuesta a la solución política.
  
  En ese ambiente de crispación, lo urgente sería posibilitar la 
  colaboración de países interesados en ayudar a Colombia para enfrentar 
  el dilema: confrontación militar o solución política, dentro 
  del cual vienen girando las opiniones y del que aún no se ha logrado 
  salir.
  
  ¿Cómo se integraría el grupo?
  
  El problema radicaría en cómo se conformaría este Grupo 
  de Amigos de Colombia del que habla Emir Sader, si se tiene en cuenta los múltiples 
  intereses geoestratégicos que están en juego tanto en el área 
  andina como en el resto del continente.
  
  A Brasil, Venezuela, Ecuador y México les interesaría estar dentro 
  del mencionado grupo, pero éste sin la presencia de los Estados Unidos 
  no funcionaría, pues la potencia mundial querrá, como es obvio, 
  intervenir en forma directa y hacer prevalecer su opinión.
  
  Y si bien la ONU está tratando de actuar como facilitador entre gobierno 
  y Farc, los analistas consideran que no tiene la suficiente capacidad política 
  para afianzar un acuerdo. Por lo menos eso es lo que demuestra el papel hasta 
  ahora desarrollado por el asesor de esa organización James Lemoyne.
  
  Aunque si bien el interés de Brasil, Venezuela, Ecuador y México 
  es o puede ser sincero en colaborar con Colombia para que encuentre una salida 
  a su problema interno, también cuenta su ánimo de prevención 
  hacia Estados Unidos que desde la década de los 80 ha venido, paulatinamente, 
  desarrollando una estrategia militar a lo largo y ancho de América Latina.
  
  Colombia es la disculpa perfecta para incrementar su control sobre la región 
  so pretexto de combatir el narcotráfico, pero lo que es evidente es que, 
  detrás de esta supuesta justificación, hay un claro interés 
  geopolítico de Washington, lo cual no es nuevo y acaba de ser analizado 
  en profundidad durante el Primer Encuentro Hemisférico Frente a la Militarización 
  que se llevó a efecto en San Cristóbal de las Casas, México, 
  entre el 6 y el 9 de mayo. 
  
  En desarrollo de este foro se presentaron ponencias en las que se dio a conocer 
  la estrategia de Washington en materia militar para América Latina.
  
  El proceso de remilitarización 
  
  Según la investigación realizada por Alexis Ponce, vocero de la 
  Asamblea Permanente de Derechos Humanos del Ecuador y coordinador de Grupo de 
  Monitoreo del Plan Colombia, quien intervino en este encuentro internacional, 
  es en la década de los ochenta, bajo la administración Reagan 
  cuando se configuran los escenarios de la remilitarización para los inicios 
  del siglo XXI. Los documentos de Santa Fe y los procesos de reconversión 
  militar latinoamericana concebidos en Washington, datan de 1982. Al calor de 
  la fractura del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) 
  por lo ocurrido en las Malvinas y debido a las consecuencias tecnológico-operativas 
  de retirada en 1999 de Panamá, el Pentágono fue elaborando la 
  reingeniería militar continental que algunos analistas como el coronel 
  ecuatoriano Jorge Brito, coinciden en determinar que se inició, formalmente, 
  con la puesta en marcha del llamado "Diálogo Interamericano". La desestatización 
  progresiva del continente, amparada en la aplicación del modelo privatizador 
  que hoy hace agua, requería, desde ese entonces, de la disminución 
  de la mayoría de los ejércitos latinoamericanos que ya habían 
  "cumplido su papel" en casi toda la región, puesto que faltaba completarse 
  únicamente en la volcánica Centroamérica de la época 
  y en un país que hoy ocupa ese lugar de importancia en las prioridades 
  regionales de Washington: Colombia. A la luz de la "nueva era", según 
  los teóricos del denominado "Diálogo Interamericano", los militares 
  debían retornar a los cuarteles y ser desplazados en similar proporción 
  a los Estados nacionales, que culminaban en los noventa su "razón de 
  ser". Si se revisan los documentos de Santa Fe, y, finalmente, si se vuelve 
  los ojos a los viejos anaqueles que dan cuenta de la segunda ola conservadora 
  planetaria (la administración de Bush padre), podría quedarle 
  al lector avisado un sabor a "maldición de Malinche": "Ya todo estaba 
  escrito" podría decirse, mientras se pasa revista a lo que hoy sucede 
  en la región: Por un lado la visión de Washington, antes de sepultar 
  al comunismo del Este incluso, tomaba en cuenta el papel desestabilizador que, 
  en los noventa y principios del siglo XXI tendrían Colombia y su vieja 
  insurgencia armada para la región entera, por ser la entrada geopolítica 
  a Sudamérica. Por otro lado, bajo el mandato Reagan, EEUU define por 
  vez primera como "Política de Estado" y "Asunto de Seguridad Nacional", 
  el consumo, la producción y el tráfico de drogas: es decir, es 
  en los ochenta cuando Washington incluye el combate militar a las drogas en 
  los planes estratégicos del Consejo de Seguridad Nacional y del Departamento 
  de Defensa. Es en esta época, explica Ponce, cuando se recomienda por 
  vez primera la "reestructuración" de los ejércitos latinoamericanos. 
  En los noventa, la estrategia se consolida, modificándose solamente en 
  aquello que EEUU cree pertinente modificar: los ritmos, tiempos y lugares de 
  aquella remilitarización. La estrategia no es nada nueva: Una vez culminado 
  el conflicto atávico entre Ecuador y Perú en 1995, tras la firma 
  de paz que pusiera fin a "la guerrita" como irónicamente refirió 
  el embajador de EEUU en Quito, Peter Romero (quizás porque no tuvo la 
  magnitud mediática de las guerras de intervención desatadas por 
  su país en las tres cuartas partes del mundo), ese mismo funcionario 
  citó públicamente que "en adelante las FFAA de Ecuador deben dirigir 
  su atención a la frontera norte"; es decir, convertirse en una fuerza 
  local funcionalizada a la estrategia norteamericana para los Andes: la "camboyización" 
  progresiva del Ecuador, en torno a la vieja insurgencia colombiana. Por lo anterior, 
  arguye Alexis Ponce, los planes de reconversión militar regional en torno 
  a Colombia datan, en términos operacionales, de la última década 
  y no solo de los últimos cuatro años; y la aplicación del 
  Plan Colombia sería la culminación, y no el inicio, de una estrategia 
  global para toda la región. En el mismo período vino configurándose 
  un "nuevo" modelo estructural para las FFAA del continente, modelo que hoy, 
  luego de la ocupación de Irak, podrá ser experimentado para ver 
  si resiste la prueba de la realidad. Tal modelo se enmarca en la reingeniería 
  acelerada de los ejércitos sobre la base de incorporar como eje transversal 
  de trabajo a las problemáticas sociales, políticas y económicas 
  de cada país y de las subregiones de América, repleta ésta 
  de la nueva causalidad que da origen al concepto de "conflictos asimétricos" 
  como citan el Documento Santa Fe IV y el Documento Estratégico para el 
  año 2020 del Ejército de los EEUU, más la vieja estrategia 
  de la guerra antidrogas y el "esfuerzo conceptual" del antiterrorismo.
  
  El eje estratégico de los planes
  
  Pero, adicionalmente, hay que tener en cuenta que El Plan Colombia se conecta 
  hacia al sur con el Plan Dignidad, el cual se proyectó entre abril de 
  1998 y el 2001, destinado a la erradicación de los cultivos de la coca 
  en la región boliviana del Chapare, pero fue prolongándose sin 
  mediar justificación alguna, lo que hace presumir que se va a extender 
  por otros años más. En la letra se conoce que el Plan Dignidad 
  intenta organizar una lucha contra el narcotráfico, sustentada en cuatro 
  pilares: erradicación, interdicción, desarrollo alternativo y 
  prevención, pero tras de su plataforma divulgada está el plan 
  militar que se ha venido desarrollando es el país boliviano desde hace 
  varios años, recrudecidos con el nacimiento del Movimiento al Socialismo 
  (MAS) que tiene como figura principal al cocalero y ex candidato presidencial 
  Evo Morales quien se opone férreamente al plan anticocalero. Si se observa 
  lo que dice el Plan Dignidad, no se diferencia del Plan Colombia ni del Plan 
  Puebla Panamá y los tres se conectan con la estrategia que elaboró 
  EE.UU. para el hemisferio. El eje de los tres planes (Dignidad, Colombia y Puebla 
  Panamá) está constituido por los siguientes conceptos: Democracia, 
  reducción pobreza, esfuerzos antidrogas, consecuencias ambientales del 
  narcotráfico y apoyo a los Estados Unidos en su lucha antiterrorista; 
  de ahí que en los tres documentos haya un énfasis por "fortalecer 
  las democracias frágiles, luchar contra la pobreza y mejorar la cooperación 
  regional contra el tráfico de drogas", aunque no se especifica cómo 
  se instrumentalizaría la estrategia en cada uno de esos aspectos. Según 
  el politólogo y profesor mexicano Robinson Salazar la propuesta Bush 
  no es distinta a la que predominó con la Iniciativa Regional Andina que 
  se presentó a los reporteros el 16 de mayo del 2001 en una sesión 
  informativa en el Departamento de Estado. El enfoque del presidente Bush en 
  relación con las dificultades sociales y económicas más 
  urgentes de los Andes se basa en la admisión de que "todos estos problemas 
  persistentes están relacionados entre sí" y "ninguno... puede 
  atenderse por separado", lo que denota una persistencia de ligar todos los problemas 
  al narcotráfico y de esta manera facilitar el intervencionismo militar 
  bajo el manto de la lucha contra la siembra ilícita, pero en el fondo 
  busca contrarrestar los brotes de insumisión que se están generando 
  en el agro de los países latinoamericanos, en especial los que se encuentran 
  dentro de los tres planes, afirma el analista mexicano. Un claro interés 
  económico La iniciativa de los planes, en la letra, promueve el crecimiento 
  de largo plazo pero dentro del marco del modelo neoliberal y el libre comercio 
  al tiempo que se plantea apuntalar las instituciones democráticas y apoyar 
  medidas de las naciones anfitrionas para combatir la corrupción, reformar 
  los sistemas judiciales y adoptar políticas fiscales sólidas, 
  para lo cual Washington recomienda una reforma profunda del Estado en todos 
  los países latinoamericanos. Pero, en la realidad, afirma Salazar, no 
  es así. De lo que se trata, explica, "es de ir marginando a los partidos 
  políticos de los debates sobre los asuntos económicos, dado que 
  los acuerdos en este ámbito se dan fuera de cada país y con actores 
  externos; ir minando la credibilidad de los partidos políticos en la 
  medida en que no participan ni deciden sobre los asuntos estratégicos 
  de la nación, tales como reforma al sector eléctrico, apertura 
  de los mercados, acuerdos bilaterales o regionales de comercio, privatización 
  de recursos nacionales, endeudamiento con los organismos financieros internacionales, 
  etc.; además, pone de relieve el papel del comercio liberalizado como 
  estímulo económico y aboga por la renovación de legislación 
  tal como la Ley de Preferencia Comercial Andina a fin de que embonen con la 
  iniciativa del Área de Libre Comercio de las Américas – ALCA- 
  que se pondrá en ejecución en el 2005". Es, en medio de este escenario 
  internacional, en que Colombia debe proyectar la solución a su conflicto. 
  Escenario a todas luces complicado porque un grupo de países amigos que 
  quieran acompañar a esta nación en la búsqueda de alternativas 
  de paz, debe tener en cuenta a Estados Unidos y como bien se sabe, esta potencia 
  mundial, "no da un almuerzo gratis" y, de seguro, hará prevalecer sus 
  intereses en contraposición del espíritu no solamente de los países 
  latinoamericanos sino europeos que, en el hipotético caso de que se dé, 
  integrarían esa comisión de buenos oficios de la que habla el 
  sociólogo brasileño Emir Sader. Por eso es que, instrumentalizar 
  un Grupo de Amigos de Colombia, es igual o tan complicado como el dilema en 
  que aún se debate este país: salida militar o solución 
  política negociada del conflicto.
  
  * Fernando Arellano Ortiz. www.cronicon.net