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Latinoamérica

18 de mayo del 2003

Santos de madera hueca

Leonardo Boff
Koinonia

Hace algunos días cayó en mis manos una foto de la Agencia Reuters que mostraba a George Bush, Collin Powell y Donald Rumsfeld (para algunos, el verdadero eje del mal), con los ojos cerrados y las manos entrelazadas en gesto de profunda oración. Era antes de una reunión del Gabinete en la que se tomarían decisiones importantes en vistas a la guerra contra el terrorismo y contra Irak.

Un editorial de Le Monde del 30 de marzo último («Dios y América») nos reveló que Bush es un «born again christian», un renacido a la fe cristiana después de una juventud de alcohólatra y llena de desvaríos. Convertido, se acercó a la extrema derecha evangélica, especialmente la de los predicadores mediáticos ultraconservadores como Pat Robertson y Jerry Farwell, haciendo después de esta derecha uno de los núcleos inspiradores de su administración. Sus discursos están repletos de referencias bíblicas. Ha instaurado la costumbre de iniciar las reuniones de Gabinete con una oración que prepara por turno un ministro cada vez. Es una siniestra "comuinidad de base", con propósitos belicosos.

Esa piedad le ha proporcionado a Bush no sólo ese lenguaje con el que caracteriza su guerra preventiva contra quien amenace a Estados Unidos, sino que le ha suministrado también la mística para desarrollar una verdadera «cruzada» (palabra que él ha utilizado) contra el derrotado Saddam Hussein y el terrorismo mundial. Él y su círculo más íntimo creen que no está lejos la «batalla del gran día», cuando, según el Apocalipsis (16,16), los enemigos de Cristo serán exterminados en un lugar llamado Armagedón. Entonces comenzará un reinado de paz. Ellos se sienten instrumentos de esta estrategia. De ahí el sentido de misión que respira su política exterior.

Aquí cabe preguntar: ¿de qué Dios estamos hablando? ¿Es el Dios Padre-Madre de la experiencia de Jesús, de la ternura de los humildes, padre de los pobres? Pero este Dios es un Dios vivo, y jamás ordenaría matar a otros. ¿No estará Bush manipulando el nombre de Dios (y pecando obstinadamente contra el segundo mandamiento, el de «no usarás el nombre de Dios en vano») para dar sello de legitimidad a una guerra exterminadora de inocentes y de instituciones civiles?

Es importante darse cuenta de que las religiones, en general, y el cristianismo en particular, históricamente, se han dejado manipular en función de intereses de los poderosos, que nada tienen que ver con los intereses de Dios y del pueblo. Concretamente, los hijos de Abraham - judíos, cristianos y musulmanes- han utilizado con frecuencia la creencia de ser «pueblos escogidos» (un mito tribalista) para someter a los demás por la violencia dulce del proceso civilizatorio, o por la violencia dura de las guerras y del sometimiento.

Pero si dejamos a Dios ser Dios, y a la religión ser religión, y damos la centralidad que corresponde al cristianismo originario (las iglesias son al fin y al cabo traducciones culturales posteriores) entonces queda claro que la guerra y la discriminación son contrarias a la naturaleza de estas instancias. Éstas sólo tienen que ver con la búsqueda de la justicia que fundamenta la paz, con el servicio humilde a los desheredados, y con la compasión hacia los caídos de la historia.

El Dios a quien reza Bush es un ídolo. Bush y sus auxiliares directos, imbuidos de fundamentalismo religioso, son santos de madera hueca. Tanto los ídolos cuanto ese tipo de santos, son insensibles, y necesitan sangre ajena para sentirse vivos. De ahí el riesgo que representan, pues creen piadosamente en sus propias fabulaciones religiosas y políticas.