A mediados de siglo pasado estuvo de moda en Venezuela una canción que volvieron a cantar otros pavos hace poco tiempo. Es la historia de un chico que conducía un auto a exceso de velocidad. Llevaba las luces apagadas después que había comenzado a oscurecer. Decidió prender las luces para leer un letrero que anunciaba un peligro de desviación, pero lo pasó sin precaución. Se le hizo tarde cuando se dio cuenta de sí mismo: estaba en el fondo de un barranco y su chica estaba agonizando. Tampoco se dio cuenta que la había matado en medio de su absurda irracionalidad; y no solo tuvo la insensatez de preguntar: ¿Porqué se fue, y porqué murió?, sino que tuvo el descaro de echarle la culpa a Dios.
No sé si se fue al cielo o a Costa Rica, pero ni siquiera pidió perdón. Así vemos como un grupo de muchachones algo mayores de cincuenta, con la única virtud de no haber madurado en política; después de una película de 24 horas de duración, rodada por cuatro canales comerciales durante casi dos meses azuzando la estrangulación de Venezuela, cerrándole la yugular petrolera entre "jefes sindicales" y patrones asociados, detienen la producción y cierran los depósitos de alimentos sin consultar la voluntad de los empleados. Lo grave no es que cuatro personajes repitan el libreto de un ventrílocuo como si fuera voluntad colectiva, sino que todavía queden venezolanos que canten, ¿Porqué se fue, y porqué murió? Y ni siquiera vean la necesidad de ser buenos como el pánfilo de la canción, sino que pretendan reafirmar como los angelitos de hace más de cuarenta años: "Aquí no ha pasado nada." Peor que el chico de la canción, tampoco se dieron cuenta de lo que pasó, y le echan la culpa al presidente que los mismos televidentes elegimos como mecías, y luego, por no construir en pocos años lo que tenemos cinco siglos destruyendo en esta Tierra de Gracia, donde la gran mayoría de sus gobernantes, como dice otra canción popular, en lugar de amarla, se conformaron con manosearla.
Mientras tanto, nosotros nos quedamos ante la tele o la radio escuchando y tarareando aquella pegajosa melodía… ¿Porqué el señor, me la quitó?