La izquierda, el imperio y la justicia cubana
LA REPUBLICA
Raul Legnani
La guerra trajo la muerte al territorio de Irak, donde miles de civiles cayeron bajo la acción imperialista de las dos potencias que hablan el inglés. Pero a la vez trajo limitaciones en la libertad de los ciudadanos estadounidenses y todo un clima de derechización mundial, que ha cruzado nuestras propias fronteras.
Coincidiendo con este corte ideológico, en nuestro país la derecha comenzó a parecerse cada vez más a la derecha de los años 60. Fue así que todo vino bien para generar un clima ideológico enrarecido, poco sano, distante de cualquier racionalidad. Como la ETA no existe en nuestro territorio, un mail amenazando a Borrelli la puso en escena y le dio visa de entrada. Nada mejor, entonces, que homenajear a Jorge Pacheco Areco (el que votó la reforma constitucional de los militares), para recordarle a los uruguayos que siempre hay gente dispuesta a ponerle el pecho a los terroristas o a cualquier uruguayo que proteste, aunque sea con una simple huelga. Para suerte de los nostálgicos de los 60, toda esta situación se presentó en los días previos al 14 de abril, donde los soldados de la dictadura y algunos otros confundidos recuerdan a sus caídos con los puños y los dientes apretados.
En este marco apareció, ya sabían que iba a aparecer, el informe final de la Comisión para la paz, que por encima de carencias y de que no va más allá de la verdad posible, es el mayor golpe ideológico a los golpistas y responsables del genocidio de aquella época, porque desde el 10 de abril pasado la historia oficial dice, por primera vez, que no hubo un solo desaparecido que haya caído durante una guerra interna. Esos 26 compatriotas que fueron secuestrados y asesinados dos veces, primero quitándoles la vida y después quemando sus restos, no participaron en ningún enfrentamiento armado, sino que se les quitó la vida por el solo hecho de resistir políticamente a la dictadura cívico-militar.
Junto con las apariciones de esta verdad, surgió en los días previos otra: la confirmación de que el ex canciller Juan Carlos Blanco seguiría en prisión por ser corresponsable del secuestro de la maestra Elena Quinteros.
Todo este nuevo cuadro político desesperó a la derecha y con razón. No sólo quedaba en evidencia que el golpe de Estado había sido fruto de un vil asesinato a las instituciones democráticas, sino que además los responsables no sólo habían sido los militares, sino también los civiles. Y lo más terrible para nuestra derecha, que en tiempos de bonanza se parece a Felipe González pero que en momentos de crisis se asemeja a José María Aznar heredero de Franco, fue que quedó al descubierto que los civiles tenían identificaciones político partidarias.
La derecha uruguaya estaba en esas horas en cueros, sin zapatos y bajo la lluvia, en una noche fría y con un viento que les hacía volar las ideas liberales que muchos de sus mujeres y hombres sustentan convencidos.
En ese momento Fidel Castro desató la represión contra disidentes, lo que terminó en el fusilamiento de tres secuestradores de una lancha. Como era de esperar, la derecha uruguaya se subió a ese salvavidas para recuperar el espacio perdido, obligando a los uruguayos a optar entre la pena de muerte de Fidel y nuestra democracia. "Si estás con Fidel, que aplica la pena de muerte, no eres un demócrata", fue la genialidad que inventaron los derechistas criollos.
La izquierda, salvo algunas excepciones, ante tamaña ofensiva apagó los celulares y adelantó las vacaciones santas, las de turismo. Pasó a la defensiva, como cualquier equipo de fútbol uruguayo que va a jugar en el exterior pensando en el empate, donde en la mayoría de los casos termina perdiendo.
Como el tema es complejo, como lo son en general los grandes temas, vale la pena detenerse un ratito. La derecha quiere poco y nada a Cuba y no porque exista la pena de muerte, en tanto que con un mínimo de coherencia tendría que odiar a Estados Unidos, que es el campeón de la silla eléctrica. A Cuba no la quieren porque un día enfrentó a los gringos, hizo la reforma agraria eliminando el latifundio, abrió las puertas de las escuelas y de la universidad a todos sus hijos y ahora hasta produce vacunas, justo cuando tendrían que haberse caído con el muro de Berlín.
Pero fundamentalmente lo que ocurre es que la derecha utiliza este clima ideológico, para que la izquierda uruguaya retroceda y retome sus perfiles de los 60, cuando detrás de la lucha contra el imperialismo, absolutamente válida ayer y hoy, se apoyaba a cualquier tipo de régimen. Y como la derecha es a veces inteligente, logra que en nuestro país haya gente que se golpee el pecho en el lado izquierdo y diga "Apoyamos todas las medidas del gobierno de Fidel Castro", cuando eso de apoyar todo no se hace ni con las conductas de los padres.
Acá no se trata de que la izquierda uruguaya abandone su rechazo a que Estados Unidos se transforme en el juez y gendarme del mundo, pero tampoco se trata de que por defender esa lucha y esos principios se tiren por la ventana los grandes valores de la democracia y de la libertad.
Si la izquierda cree en la gente, tiene que tener la valentía de explicarle la compleja situación. Debe explicar hasta el cansancio que el mundo se derechiza, que se derechiza por el afán hegemónico de Estados Unidos, que Cuba es agredida desde que Fidel y sus barbudos pegaron el grito de libertad en La Habana en enero de 1959 y que el gobierno y la sociedad cubana tienen todo su derecho a defender su régimen. Pero también tiene que decir que esa agresión permanente de Estados Unidos profundiza los aspectos más negativos y más regresivos de Cuba, particularmente en este momento en que Siria, Venezuela, Colombia, la Triple Frontera y hasta el Chuy están bajo la sospecha del Pentágono.
Si siente que debe decir que tiene un profundo afecto por Cuba y sus dirigentes debe hacerlo, pero si ese afecto es real debe contener capacidad de crítica. Para la izquierda de nuestro país, que nunca dio un golpe de Estado, que sostiene a la enseñanza pública y laica, que le puso la sangre de Líber Arce y de otros a la defensa de la autonomía universitaria, que defendió al parlamento y la Constitución, que rechazó la idea de una democracia tutelada, que se juega todos los días por la separación de los poderes del Estado, que rechaza con énfasis la pena de muerte en nuestro país, no puede saltearse la condena a la pena de muerte en Cuba. Si lo hace, estará alejando no solo la posibilidad de ganar las elecciones en 2004, sino que estará abandonando todo intento de ayudar a Cuba a que se integre a la comunidad internacional. Como dijo José Mujica hace pocos días: "Estoy a muerte contra la pena de muerte".