Los luchadores desaparecidos
Niko Schvarz / LA REPUBLICA
Leo el informe de la Comisión para la paz del 10 de abril de 2002. Me detengo en el Anexo Nº 3: "Uruguay. Denuncias relativas a ciudadanos uruguayos". Son 26 nombres. Los conozco a casi todos, uno por uno. Privilegio de un veterano sobreviviente. Su nombre y la fecha de su muerte probable cabe en una línea. Cada línea es una vida, una vida plena. Cada línea me trae el recuerdo de un rostro. Pero no una fotografía inmóvil, sino el rostro de alguien lleno de vida, que habla en una reunión, que marcha en una manifestación, que gesticula, grita, protesta, se ríe, hace chistes, toma mate, escribe en las viejas máquinas de aquellos tiempos. Una línea basta para evocar al secretario del primer comité seccional que pisé, en el barrio Sur, compartido por la juventud estudiantil, recuerdo la calle y el número, los vericuetos de su vida doble, el lugar donde alguien muy querido se guareció durante la dictadura. En otra línea caben los datos de un maestro en el sentido más alto, maestro de escuela y de periodismo de alta escuela. Por aquí aparece el nombre del eterno rebelde con causa, de visión extendida y profunda, el apasionado del CC, tan peleador como noble y generoso. Otros varios consumieron su vida en la militancia cuasi anónima de las direcciones seccionales, de las tareas multiplicadas y las noches insomnes. Uno de estos imprescindibles era hijo de un general y otro un chofer de origen portuario. Otro se llamaba Fernando Miranda, y basta con decir su nombre.
También conozco a varios del Anexo Nº 6: "Argentina. Denuncias sobre ciudadanos uruguayos y parejas de éstos". Uno era sobrino del Pepe D'Elía, trabajaba en una fábrica de papel, se reunía con nosotros en Buenos Aires (o sea, con Maggiolo, con Michelini, con Gutiérrez Ruiz, con Gargano, José Díaz, Pérez Pérez y el que suscribe); un buen día desapareció y ahora reaparece en la línea 6 del Pozo de Bánfield dentro del Anexo 6.4 Automotores Orletti. Unas líneas lo separan de su esposa. Ambos fueron raptados en las afueras de Buenos Aires. Entre los dos está el nombre del médico todo corazón secuestrado en el mismo operativo que Michelini y Gutiérrez Ruiz, y que se sustrajo mucho tiempo a la recordación colectiva. Rememoro las reuniones en su casa de la Avda. San Martín cerca de la General Paz, y en nuestro país su actividad entre los padres de alumnos y retrospectivamente sus intervenciones imprevisibles en las asambleas de la Facultad. Por aquí también está el hijo de dos figuras entrañables de la vida uruguaya y sobrino de Paco Espínola. Y todos los demás. Cada uno es una vida.
Y todos y cada uno de estos militantes no hicieron gárgaras con la democracia, dieron la vida por ella. Al revés de los piquitos de loro que homenajean a los precursores del golpe y cargan en sus alforjas a los civiles hijos bastardos de la dictadura militar, ellos regaron con su sangre el árbol de la libertad. Como dicen los Familiares de los Detenidos Desaparecidos, ellos "fueron perseguidos, detenidos, torturados, asesinados, desaparecidos, enterrados, desenterrados, vueltos a enterrar, desenterrados, incinerados, y sus cenizas tiradas al mar".
Pero revivirán en el Uruguay del futuro. De un futuro próximo, sin duda.