Guerra interior: el saqueo
Sergio Zermeño / La Jornada
En medio de esta infame invasión de Estados Unidos al pueblo iraquí,
hemos tratado de mantener la atención en este espacio sobre nuestras
guerras interiores: el feminicidio de Ciudad Juárez, la inseguridad y
la delincuencia en nuestra ciudad, y ahora, a tono con el saqueo petrolero de
los invasores y con el que los propios habitantes de aquella nación ejercen
sobre su patrimonio físico y cultural, analicemos el otro saqueo, el
nuestro.
Desde hace muchos años nuestra producción de riqueza ha sido deficitaria,
pero con el liberalismo y la economía abierta de ahora ha redundado en
una alarmante balanza comercial exterior negativa. La economía mexicana
no ha dejado de ser alternativamente petrolera y maquiladora, es decir, extraemos
del subsuelo melaza negra mediante tecnología importada (aún somos
incapaces de convertirla en gasolina) y vendemos en la frontera y en los puntos
de fácil acceso la otra materia que nos sobra: la mano de obra de nuestros
miserables.
Enormes masas de materiales entran del exterior, se procesan y ensamblan sin
causar el mínimo impacto multiplicador en nuestra economía, y
salen nuevamente (los agentes gubernamentales hacen la doble contabilidad, a
la entrada y a la salida, y concluyen que somos la novena economía del
mundo).
La parte más capaz de esa juventud miserable emigra y envía a
sus familias casi tantos dólares como petróleo exportamos. También
"producimos" otra cosa que no nos cuesta: el sol, la playa y el mar, pero somos
incapaces de administrarlos, por lo que las grandes cadenas restauranteras,
hoteleras y de transporte se encargan del negocio, pagando salario mínimo
a choferes, meseros y afanadoras.
Al lado va quedando, aunque cada vez menos, una industria desmantelada por la
competencia de fronteras abiertas (salvo en cerveza y tequila, productos en
los que la inversión extranjera progresa), así como una agricultura
que ya no coloca en el mercado ni granos ni reses ni puercos ni pollos ni huevos...
con una excepción: la exportación de frutas y verduras, controlada
por cinco compañías trasnacionales.
El déficit de esta economía a tal extremo debilitada tiene que
paliarse con deuda y con los entre 10 a 14 mil millones de dólares de
inversión extranjera anuales (poco más de lo que exportamos por
petróleo). Pero en su mayoría esa masa monetaria se dedica a adquirir
todo lo que va quedando reciclable: el sistema bancario y financiero, las industrias
y agroindustrias competitivas, recortando empleos, salarios y prestaciones a
la espera de que los legisladores den luz verde a Fox para liberar el negociazo
de los energéticos.
Mientras tanto, la imaginación saqueadora se sublima y nos hace descubrir
que en la economía de la gente, la de todos los días, hay montañas
de recursos para acaparar: ¿por qué las familias han de tener en sus
manos las panaderías, las farmacias, las tlapalerías, las rosticerías,
las papelerías cuando esas ganancias pueden ser trasnacionales? Y entonces
vemos a los grandes consorcios comprar las cadenas del comercio nacional haciendo
quebrar o absorbiendo a las que se resisten y logrando pasar, en pocos años,
de 40 a 60 por ciento del control sobre los flujos comerciales totales, con
estantes llenos de mercancías importadas sin aranceles. Sam's, Cotsco,
Auchan, Carrefour, Wal-Mart: medio millón de hogares de bajo nivel económico
se incorporaron a la costumbre de realizar sus compras en tiendas de autoservicio,
lo que provocó la caída en las ventas de misceláneas de
barrio, mercados populares y tianguis (El Financiero, 10/3/03).
Solamente la cadena Wal-Mart, con sus 595 tiendas y restaurantes, hizo crecer
sus ventas desde 1998 a 16 por ciento anual, atendiendo a 548 millones de clientes
el año pasado (Reforma, 5 y 11/2/03). A su centro de distribución
en Cuautitlán, el más grande del mundo, arriban todas las mercancías
para sus 225 tiendas en el Distrito Federal, economizando en gastos de operación.
Wal-Mart tiene 84 mil 600 trabajadores, que en su gran mayoría recibe
salario mínimo. La Cámara Nacional del Comercio en Pequeño
consideró que 5 mil pequeños comerciantes cerraron en 2001 debido
a este tipo de competencia (La Jornada, 26/8/02).
En ocasiones el changarrero y el tianguista prefieren comprar arroz promocionado
en la megatienda y venderlo al doble, a 10 cuadras, a familias que viven al
día (esperemos que ahora Wal-Mart no invente poner minidistribuidoras
de esquina, cual bombas de racimo), por eso entre nuestros comerciantes crece
exponencialmente la venta de fayuca, ropa usada, piratería, chácharas
de dudosa legalidad... A la buena o a la mala el imperio saquea, mientras nosotros
no podemos darle un quehacer a millones de jóvenes que se balancean entre
el desempleo y la delincuencia.