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Latinoamérica

20 de abril del 2003

El impacto de la guerra en la alicaída economía nacional chilena
Recesión: El fantasma que golpea la puerta

Iván Valdés
El siglo

La guerra moderna muestra muchas innovaciones. Una de ellas, es que para el imperio ha dejado de ser un factor reactivador y, por el contrario, se ha transformado en una fuente de permanente peligro económico. Una guerra que llega justo cuando la economía mundial y chilena pasan por uno de sus peores momentos.

Hemos presenciado eso que algunos llaman hito histórico, un momento especial en el devenir humano. Una estatua de Saddam con la cabeza cubierta por la bandera del Tío Sam fue trabajosamente derribada por un blindado norteamericano, envuelto en una ruidosa, desordenada y escuálida muchedumbre que apedreaba la imagen. Como en una forzada puesta en escena, la idea era convertir esa imagen en un icono, introducirla a esa selecta galería de imágenes históricas como la caída del Muro de Berlín o el derribo de monumentos representativos de la era soviética.

"El régimen ha caído", es la sentencia que se repite en las pantallas, sin embargo, pocos se aventuran a afirmar que el conflicto terminó. ¿Cuánto durarán y que características tendrán las hostilidades?, ¿cuál será el desenlace y bajo qué costo?, ¿cuáles serán las repercusiones internacionales? Estas son algunas de las mayores interrogantes que hoy atraviesan al mundo y, como es lógico, también las que se hacen los principales actores económicos. La economía mundial hace rato que pende de un hilo, y la invasión norteamericana es un impertinente buitre que se posó sobre nosotros. ¿Cuánto resistirá la cuerda y qué haremos al respecto? Es una pregunta inevitable.

Si algo ha marcado la pauta económica durante este tiempo de guerra, ha sido la incertidumbre. De la euforia al pesimismo, los mercados se han movido de un extremo a otro ante las señales contradictorias que llegaban desde el frente de batalla en cuanto al posible curso que podría tomar el conflicto y, más allá de las bajas o alzas esporádicas de las bolsas, la incertidumbre se ha transformado en un nuevo factor que limita la inversión. De la mano con la contracción de las inversiones, las fluctuaciones en el precio del petróleo ha sido otro de los efectos desestabilizadores del conflicto, alcanzando su punto máximo desde la Primera Guerra del Golfo con 35 dólares el barril. El referencial Brent se ha mantenido en torno a los 28 dólares.

Para el economista jefe del Deutsche Bank, Peter Hooper, el que la guerra se saliera de los marcos que los inversionistas se habían prefigurado se ha traducido en "incertidumbres por la guerra", que perduran "bastante más tiempo del que habíamos pensado". Asimismo, Hooper agrega que el aumento de precios en los energéticos "fue mucho mayor del esperado", transformándose en "un lastre para el consumidor".

El negativo efecto de la guerra se torna especialmente preocupante porque golpea a una economía mundial y nacional en un estado extremadamente precario, tal como lo advierte Philip Suttle, autor del informe Flujos Mundiales de Financiamiento para el Desarrollo 2003: "la guerra ha sumado una nueva negativa a una ya anémica y desigual recuperación global", situación que hace temer que el mundo caiga en una crisis de "Doble Zambullida", es decir, que en momentos en que se registraban leves índices de recuperación se caiga en un nuevo ciclo recesivo. Al respecto, elocuente fue la advertencia hecha por el director gerente del FMI, Horst Koehler, quien señaló que un conflicto prolongado podría generar una recesión global, aunque enfatizó que incluso un conflicto acotado en el tiempo tendrá un impacto negativo. Esta situación llevó al FMI y al Banco Mundial a corregir sus expectativas de crecimiento para la economía mundial: el primero bajó su estimación de 1,9% a 1,7%, mientras que el segundo lo hizo de un 2,5% a un 2,3%.

La situación de la economía chilena es particularmente precaria. Esto, en dos sentidos: el primero es una crisis en la economía nacional que se arrastra ya por cinco años y que se explica principalmente por factores internos, y en segundo término porque Chile es un país extremadamente vulnerable a las turbulencias externas debido a la extrema apertura de sus mercados, a lo que se suma en esta coyuntura el que sea el país más afectado por las alzas en los precios de los combustibles fósiles dado que es un dependiente neto de la importación de este producto.

Invasión a Irak: el factor desestabilizador.

Algo más que las bombas "inteligentes" caracteriza a la guerra moderna, y esto es su impacto en la economía. Tradicional se había vuelto la concepción de la guerra como factor dinamizador de la economía. Esto, porque la guerra se traducía en un fuerte aumento de la demanda para sostener los esfuerzos bélicos y, por tanto, se creaba una fuerte tensión en las capacidades productivas de los países. La prolongación de la guerra terminaba casi invariablemente –si los ataques no devastaban el país- con un importante fortalecimiento industrial que posteriormente podría utilizarse en tiempos de paz. De hecho, para muchos es la II Guerra Mundial la que permitió a los EE.UU. salir definitivamente de la gran depresión de los 30.

Pero en el actual conflicto, esta máxima resultó inaplicable. La guerra tuvo un muy marginal efecto en la demanda agregada, dado los enormes stocks de armamentos que mantiene el Complejo Industrial Militar Norteamericano. En otras palabras, la guerra no ha impulsado una mayor producción de armamentos, porque los requerimientos bélicos son absorbidos por los tanques, aviones, barcos y misiles que ya estaban fabricados "esperando entrar en acción".

A su vez, la invasión representa una seria amenaza para la economía mundial, debido a que se realiza sobre el país con las segundas reservas más importantes de crudo, estimadas en más de 112 mil millones de barriles, en el corazón de la zona más rica en hidrocarburos del orbe, tan rica como inestable políticamente. El ataque llevó a los precios del "oro negro" a su nivel alto en los últimos 14 años. Esta situación se une a problemas independientes del conflicto, que han limitado fuertemente los inventarios mundiales del combustible, como son la pasada huelga en Venezuela y las luchas tribales en Nigeria que recortaron su producción en más de un 40%, lo que no es menor si consideramos que este país es el cuarto productor de la OPEP. Debido a esto es que los inventarios de petróleo en EE.UU. están en torno a los 270 millones de barriles, frente al promedio de 310 millones que se mantuvo como promedio en los últimos años.

Ciertamente que un petróleo que se mantenga a un precio alto va a incidir negativamente en la economía mundial. Para el columnista de The Financial Times, Martin Wolf, sólo un promedio anual de hasta 25 dólares el barril puede ser un "verdadero estímulo" a la decaída actividad económica. En síntesis, la guerra no sólo no ha aportado a la anhelada reactivación mundial, sino que se ha convertido en un nuevo factor negativo.

La caída del gigante.

Al borde de la recesión se encuentra la economía de EE.UU. La demanda por viviendas bajó un 8%, cae en picada la demanda por bienes durables incluido el rubro estrella del país del norte como son los automóviles. Asimismo, la confianza de los consumidores registra sus peores índices en una década. La inversión escasea, aumenta la desocupación al igual como aumenta el endeudamiento. Ni siquiera los más optimistas creen que el gigante de barras y estrellas tenga un crecimiento mayor a un 2% para este año, pudiendo contraerse su expansión a la mitad. En este escenario, la guerra podría ser el empujoncito que basta para caer al precipicio. EE.UU. es el motor de la economía del orbe con cerca del 23% del producto mundial, por lo que un hecho tal arrastraría tras sí a la economía mundial.

Según un estudio realizado por la Universidad de Michigan, la confianza de los consumidores sufrió una importante caída debido a las incertidumbres que genera la guerra, de un 79,9% a un 77,6%. Asimismo, las solicitudes de beneficios de desempleo llevan seis semanas consecutivas superando la barrera sicológica de las 400.000 personas; de hecho, sólo durante el mes de febrero se perdieron más de 300.000 empleos.

Las cuentas públicas, igualmente, son extremadamente preocupantes. El déficit fiscal de entre el 2,5% y el 3% cumple su segundo año consecutivo, lo que está directamente asociado al bajo crecimiento. Los precarios niveles de ahorro, que se calcula son los más bajos desde la II Guerra Mundial, se han traducido en un fuerte endeudamiento externo, generando un hondo y persistente déficit en cuenta corriente que el año pasado llegó al 5% del producto y sigue creciendo.

Esto, unido a la crisis por la que atraviesan los otros dos polos económicos del orbe como son Japón y Europa, específicamente Alemania, configura un sombrío escenario.

Chile y su crisis interna.

Nuestro país está acosado desde dos flancos: la situación internacional y la crisis interna que venimos arrastrando desde el 98. Frente a los vaivenes de la economía mundial, nuestro país es extremadamente vulnerable debido a la profunda apertura de sus mercados que se viene promoviendo de finales de la década del 70. Asimismo, Chile es también extremadamente vulnerable a las variaciones en los precios del petróleo, porque por una parte nuestro país es un importador neto de crudo –más del 90% de su consumo- y por otro lado porque tiene una estructura energética basada en los combustibles fósiles. En la misma línea, el intercambio comercial de Chile en estos momentos está fuertemente afectado por las alzas en el combustible, ya que de la mano con esto se mantienen extremadamente bajos los precios del cobre. Es decir, estamos gastando más por petróleo y recibiendo menos por el cobre.

En opinión del economista y director del CENDA, Hugo Fazio, las consecuencias económicas del conflicto Chile ya las está sintiendo "independientemente del coste futuro de la guerra". A su juicio, hasta ahora la guerra ha generado "alta incertidumbre en los mercados mundiales que se manifestó en varios terrenos, con consecuencias para Chile y el resto de Latinoamérica: alzas en los precios del petróleo, volatilidad cambiaria y un reforzamiento de la tendencia al no ingreso de capitales". Y agrega que "hay fenómenos fundamentales que hay que tener en cuenta", como es lo grave de la situación de la economía mundial y en particular la norteamericana, que puede ser llevada a la recesión "por una guerra prolongada".

Para Fazio, el problema esencial está justamente en el sombrío escenario internacional, puesto que "el gobierno y el Banco Central siempre han partido de la base que un mejoramiento de la economía mundial sería el fundamento de la mejoría de la economía chilena. El punto es que ahora este soporte va a jugar en contra". Por tanto, continúa señalando, ante esta situación "el análisis debiera ser otro: si hay una situación compleja en el mundo hay que determinar dónde y cómo podemos influir en tratar de recuperar la economía interna que sigue debilitada". Fazio señala que sobre lo que hay que trabajar ahora es en tres grandes puntos: mejorar el sistema de estabilización del petróleo, tener una política activa como Estado para defender los precios del cobre y tener una política fiscal activa que inyecte recursos para reactivar la demanda interna.

Por su parte, el economista y director de CETES, Orlando Caputo, enfatiza que ya existía en el mundo una "situación recesiva" que la guerra sólo acentúa. Aclara que sólo la paz puede ser un escenario favorable para la reactivación mundial "ya que generaría una situación de certidumbre" propicia para la inversión. A su juicio, el principal problema que enfrenta la economía chilena son los bajos precios del cobre en el mercado internacional, lo que es provocado "por una sobreproducción generada desde Chile" que es el principal exportador del producto en el orbe. Aclara que de mantenerse los actuales stocks del metal, su precio podría "bajar aun más" por lo que, concordando con Fazio, es indispensable que exista una política de Estado que defienda nuestro principal recurso.

Finalmente, el economista y director de estudios de la Fundación Terram, Rodrigo Pizarro, señaló que hasta ahora el principal problema de nuestra economía no ha estado en las turbulencias externas sino en los problemas internos marcados por "la ausencia de una demanda interna fuerte y problemas que tienen que ver más con la estructura de la economía interna". Criticó la actuación del gobierno frente a la crisis ya que "se ha centrado en la Agenda Pro Crecimiento, que es básicamente desreguladora" siendo que esto va justo en la dirección contraria a lo que hay que hacer, dando el caso Inverlink como ejemplo de lo que sucede cuando el Estado se repliega de sus responsabilidades reguladoras.

En opinión de Pizarro, ante la crisis el gobierno debe actuar en dos sentidos, uno de corto y otro de largo plazo. En el corto plazo hay que impulsar mecanismos de estabilización de los precios del petróleo, ya que "los combustibles en general tienen un impacto muy fuerte en todos los transables", afectando principalmente a los sectores de menores ingresos; e incentivar el desarrollo de la economía interna. En el largo plazo, explica que la crisis de Chile se debe fundamentalmente "al fin de un ciclo económico" que se vivió a mediados de la década del 90 con el fin del boom en las inversiones sobre nuestros recursos naturales, por lo que ahora "hay que impulsar un nuevo ciclo económico, generando un fuerte incentivo a las actividades con mayor valor agregado". Mientras, para los chilenos parece llover sobre mojado. A la crisis económica que ya cumple un lustro, con una fuerte cesantía que el propio Censo calcula en 13,5%, hoy se suman los nuevos peligros que se ciernen sobre nuestro país por el agravamiento de la situación externa. Frente a esto, el gobierno ha mantenido su posición con firmeza: no habrá políticas públicas activas para enfrentar la crisis.