Carta a Monseñor Romero
"En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo"
Jon Sobrino ALAI-AMLATINA
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Querido Monseñor: Con estas palabras, que todavía producen escalofríos, terminaste tu última homilía en catedral para "pedir, rogar, ordenar: cese la represión". Las palabras han hecho historia y son tan actuales como entonces. Hoy, mirando a 23 millones de iraquíes, que han sufrido opresiones internas, guerras y embargos, angustias y miedos, dirías: "Cesen los bombardeos, cese la guerra, cese la hipocresía, cese la mentira".
No te hicieron caso ayer ni te harían caso hoy, pero tus palabras no fueron en vano. Nos dejan la herencia de invocar, a Dios y al pueblo sufriente, como algo último, lo que no admite apelación. Y eso es muy necesario porque en nuestro mundo no existe un referente último para apelar sin apelación.
No lo es Naciones Unidas, ni la Unión Europea. No tienen capacidad para gestionar la paz, y además no tienen, en definitiva, la voluntad de poner la paz como algo realmente último por encima de sus propios interesas. Algunos países que se oponían a la guerra ya empiezan a considerar como "el mal mayor" otra cosa: el debilitamiento de dichas instituciones o el retroceso en la construcción de la gran Europa. Lo que pudiera ser el último referente es egoísta.
El sufrimiento en Irak, como en Afganistán, en la martirizada y silenciada Africa , a la que están expoliando hasta del agua, vuelve a su lugar natural: un lejano horizonte sin semblante. Y algo parecido ocurre cuando se apela a la democracia, la libertad, la legalidad internacional.
Lo que se tiene realmente por último es la seguridad propia - no la del vecino-, el buen vivir de los países de abundancia, no el sufrimiento de las víctimas, el petróleo, la hegemonía y control policial, el reparto interesado del planeta, no la familia humana.
Ante todo eso es bueno recordar que lo último sólo es Dios, y no cualquier Dios, sino aquel de quien decías: "la gloria de Dios es que el pobre viva". Y ante ese Dios no hay apelación, como lo acaba de recordar Juan Pablo II: "quien desencadene la guerra deberá rendir cuentas a Dios". Y ante ese Dios, ahora que tanto se discute quién está por la paz y quién no, bueno será recordar estas otras palabras tuyas teologales: "quienes cierran las vías pacíficas son los idólatras de la riqueza", los que tienen por dios al dinero.
Monseñor, tú hablabas de Dios con credibilidad y sin usar su nombre en vano. Pero para quien no baste la apelación "en nombre de Dios", recordemos cómo continuaste: "y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos". Hoy sigue siendo absolutamente necesario invocar y hacer central el sufrimiento de millones de seres humanos, lo que no suele ocurrir ni siquiera en guerra. El modo como la CNN, por ejemplo, cubrió los primeros días de guerra. era insultante para las víctimas. Se mencionaban números de soldados y armas, se hablaba de la lista de los "aliados", de los portentosos avances de la tecnología de guerra... Pero no se comunicaba el sufrimiento de hombres, mujeres y niños. Con el mismo profesionalismo se pudiera haber retransmitido un partido de futbol -y sin ocultar las preferencias. No hablaba así Jesús de Nazaret al contar la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, o la del samaritano que atiende a la víctima. Habremos avanzado en libertad de expresión -aun con las trampas de siempre- pero no en voluntad de verdad y en compasión. Esto vive de otra savia.
Hace una semana, el 14 de marzo, unas hermanas dominicas iraquíes han hecho un llamamiento a Bush y al pueblo norteamericano para que cese la crueldad. Y no lo han hecho en el distanciado lenguaje de los políticos y los medios.
Esto dicen: "El presidente Bush defiende los derechos de los animales. ¿Acaso tenemos nosotros menos valor que los animales? ¿Por qué el pueblo americano tiene el derecho a vivir en paz a salvo y en prosperidad? ¿Acaso su vida es más valiosa que la vida de otras personas, por ejemplo la del pueblo iraquí? No nos hemos repuesto todavía de la guerra del Golfo, ¿cómo podemos enfrentar los efectos de una nueva guerra?".
Religiosas como éstas, o como las salesianas que se quedaron en Timor del Este en 1999 cuando embajadores y miembros de Naciones Unidas abandonaron el país durante la invasión de Indonesia, son las que hablan "en nombre de nuestro sufrido pueblo". Razón tenía el congresista Joe Moakley. Cuando quería informarse sobre la situación de los países del tercer mundo no acudía al Departamento de Estado, sino que hablaba con las religiosas del lugar.
Una última cosa, Monseñor. Nunca te redujiste a condenar la injusticia y la barbarie, sino que nos animaste a construir y trabajar en defensa del pobre. En tu última homilía, poco antes de antes de caer asesinado, dijiste con gran sencillez: "todos podemos hacer algo".
En estos días ha habido mucho trabajo y mucho amor. No se recuerdan tales manifestaciones masivas en todo el mundo en contra de la guerra, estudios laboriosos sobre derecho internacional, análisis económicos, militares, políticos religiosos, sobre los antecedentes de la crisis... No se recuerda un ecumenismo mayor entre iglesias cristianas y otras religiones. Por primera vez en la historia, prácticamente todas las iglesias de Estados Unidos y sus jerarquías han condenado unánimemente la guerra.
Por razones éticas y para que se cumpla con la legalidad internacional Juan Pablo II y el Consejo Mundial de Iglesias han condenado una guerra preventiva, pero sobre todo han insistido en que no se puede golpear todavía más a un pueblo tan sufrido en los últimos 20 años. Es el argumento máximo: el amor, la defensa y la misericordia ante el sufrimiento de las víctimas. Han puesto en el centro de la realidad el sufrimiento y la compasión. Algunos, de los que deciden la suerte de las naciones, han abandonado Iraq, porque puede peligrar su vida y fortuna. Otros han ido a Bagdad para defender a los pobres, con sus propias vidas, de la barbarie de la guerra. Son la gente de compasión.
Hasta el día de hoy nadie ha tenido una compasión mayor que ustedes los mártires. Es cierto que aquí en nuestro país siguen siendo ignorados y enterrados por algunos impenitentes.
Los que te mataron, Monseñor, y sus allegados todavía no han pedido perdón, ni siquiera han bajado un poco la cabeza con humildad para pedir disculpas al pueblo salvadoreño, sino que siguen hablando y actuando, como si nada hubiera pasado. Es el mysterium iniquitatis. Pero ustedes, los mártires, siguen vivos como quienes han sido compasivos hasta el final. Son quienes mejor ponen en el centro de la realidad y de nuestra vidas a Jesús de Nazaret .
En estos días he estado leyendo escritos de Ernesto Sábato, patriarca latinoamericano de liberación y de derechos humanos.
Creo que te gustará oír lo que dice sobre nosotros, los seres humanos, en estos momentos de nuestra historia. "Sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido".
Esto es lo que quería decirte Monseñor. Interpélennos ustedes los mártires -en nombre de Dios y en nombre del sufrimiento de los pobres- a la misericordia, a la justicia, a recuperar la humanidad perdida. Entonces sí caminaremos hacia la paz y florecerá un mundo humano. Ojalá el año entrante podamos contarte cómo es ese mundo nuevo entre nosotros.
################################################# De: Servicio Informativo "alai-amlatina" Entre la batalla y la pantalla Por Carlos Powell Primero fue lo de aquél ultrajante concepto de "guerra humanitaria". Ahora, con esta aberración de la "guerra preventiva", lanzada después del 11 de septiembre por Washington, y reforzada por la Ley Patriótica, que otorga amplio margen de maniobra al Presidente Bush, algo -algo importante- ha cambiado también en la cobertura mediática oficialista estadounidense de la guerra. Entre la cobertura de las dos guerras anteriores, Kuwait y Afganistán, y la de esta invasión que comienza en Irak en estos días, hay diferencias considerables. Me parece que el punto central de este nuevo enfoque es lograr hacer pasar a un segundo plano al soldado de carne y hueso, a ese muchacho anónimo y humilde que siempre va a los frentes de guerra y aunque gane su país, él siempre pierde. Cómo se está articulando este cambio mediático, es el punto de vista que quisiera defender en este artículo.
Si usted pasa de la transmisión de un partido de la liga de basketball de Estados Unidos a la cobertura de la invasión de Irak por tropas anglonorteamericanas, no verá mucha diferencia, excepto que en el baloncesto las estrellas meten pelotas en un aro y en este otro juego el aro son edificios y la pelota son bombas. La cancha principal donde se juega este partido es una ciudad donde viven 5 millones de civiles que, por lo demás, no quieren ver el partido. La idea, sin embargo, es que todos (y particularmente el telespectador estadounidense) presenciemos un espectáculo horrendo un poco como si estuviésemos ante una contienda deportiva.
Claro, habrá un ganador y un perdedor, pero no veremos muertos desangrándose o hinchándose al sol, o devorados por las aves de rapiña. Nosotros, explican los militares de la coalición, hacemos la guerra por obligación, por humanismo, pero no somos salvajes. Nuestra guerra es limpia, y si matamos, es por error de cálculo o por accidente. Por esta vía pues, la guerra ya no sería inhumana ni salvaje. Sería un poco como mostrarnos un partido de básquetbol donde los jugadores no transpiran.
Imposible. La transpiración de la guerra es la sangre.
De manera general, lo que a mi juicio más se ha intensificado es el aspecto "soft" o "light" de la actividad bélica y esto tiene que ver con ese importante deslizamiento del enfoque que mencioné antes: desplazar la imagen del soldado a un segundo plano en las pantallas. Sabemos que en el imaginario colectivo estadounidense no dio buenos resultados mostrar tanta carnicería en las guerras anteriores, y gradualmente se ha ido buscando la manera en que el espectáculo esté a la vez omnipresente en los televisores (porque se vende muy bien), pero que sea soportable para las grandes mayorías norteamericanas convencidas de que su país está llevando el bienestar y la libertad a todos los rincones del mundo.
Entonces, ¿Quién está ocupando en la pantalla el espacio del soldadito? Los comunicados oficiales que emanan del Estado Mayor conjunto -que repiten y agrandan sin cesar los narradores y comentaristas oficialistas estadounidenses-, están permanentemente exaltando las virtudes "increíblemente" superiores de las armas de última generación: el poder "letal" de un tanque, la "inteligencia" de una bomba, la "increíble precisión" de un misil de un millón de dólares lanzado desde un portaaviones, la "discreción operativa y la alta tecnología de punta" de un avión espía y la "autonomía" y "versatilidad" de un caza-bombardero. Incluso, un comentarista militar llegó a decir, con total impudicia, que la bomba "inteligente" reúne tantas características "positivas", que se le pueden aplicar las tres B de "buena, bonita y barata" (sólo cuesta 350 mil dólares, pero no sé cómo justificaría los otros dos adjetivos).
Dicho de otra manera, misiles, tanques, aviones, buques porta- aviones, submarinos y bombas teledirigidas por satélites están siendo expuestos como las estrellas del equipo, las que meten infaliblemente el balón en el aro. No es que el soldadito esté desapareciendo del campo de batalla, sino simplemente del primer plano de la pantalla de televisión. Así, debidamente educadas, las multitudes tendrán que idolatrar no ya a héroes de carne y hueso, sino a aparatos ultrasofisticados. Aunque los tiempos no son modernos, sino patéticamente postmodernos, todo esto nos recuerda la pantomima aleccionadora de Charles Chaplin.
El amarillismo periodístico de la carnicería de las guerras, obviamente es algo perverso. Pero actúa sobre un mecanismo mental humano que se presta a ello, el morbo latente en cada uno de nosotros. En cambio, este inédito hecho mediático que consiste justamente en lo contrario (esconder la carnicería), paradójicamente me parece más perverso y peligroso aún que la morbosidad amarillista, porque es una estrategia de Estado fríamente calculada por un grupo de personas en detrimento de millares de otras. Porque su objetivo manifiesto es omitir esa parte que necesitamos para comprender el todo.
Aún así, esto tiene otra dimensión. Al enfocar de esta manera enfática y repetitiva los atributos del soldado y no al soldado mismo, al atribuirle a los atributos del guerrero las virtudes del guerrero, se trastocan los papeles, y el ser humano pasa a ser un atributo de las armas, un ayudante, un elemento secundario. Parece insultante que nos hablen de una bomba "inteligente", pero es una manera eficaz de desplazar al ser humano que la manipula, como si nos dijeran que ese artefacto no necesita de nadie para hacer "su trabajo", cosa que ya he oído decir a algunos comentaristas norteamericanos.
¿Se le puede hacer creer a la gente que no es Michael Jordan el artífice de su genialidad, sino la marca de sus zapatos deportivos, la tela de sus pantalones o, peor aún, que no es él quien acierta en el aro, sino el balón por sí mismo, dotado de inteligencia y autonomía? Si así lo repitieran, descaradamente, durante horas, los comentaristas deportivos, entonces aquellas personas que tienen como única relación con el deporte (y con el mundo) el aparato de televisión y ven en los locutores de estos medios a sacerdotes indiscutidos, terminarían, muy probablemente, por tragarse el cuento. Esto es, tristemente, lo que sucede entre millones de personas en Estados Unidos. Sucede en muchos otros países también, pero es en este país poderoso militarmente donde acceden a la presidencia individuos de la calaña de George W. Bush. Que además no llegó a su sitio en elecciones limpias (véase "Supreme Injustice: How the High Court Hijacked Election 2000", Alan Dershowitz, OUP) Detrás de las imágenes de armamento ultrasofisticado con que nos están saturando, recordemos que hay soldaditos de carne y hueso. Y que detrás de esta fachada aséptica, la guerra sigue siendo una sucia carnicería humana. A pesar de todo el equipo que lleva encima, el soldadito que recibe un proyectil se desangra igual que cualquier otro ser humano.
Y al final, nos mostrarán imágenes de la soledad del desierto, con algunos vehículos en llamas o ya carbonizados, alguna edificación humeante, dispersos aquí y allá, como esas bolsitas de popcorn que quedan desparramadas en el suelo cuando se han ido los fanáticos. No habrá entonces tiempo para muchos comentarios profundos, porque en la agenda de este espectáculo hay otros juegos que esperan, en otras canchas del mundo.