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Latinoamérica

Aniversarios

Por Hugo Cores, dirigente del PVP

La Republica

En estos primeros días de febrero se están cumpliendo varios aniversarios.
Algunos jubilosos, como la fundación del Frente Amplio. Otros, que conllevan recuerdos menos confortables, como el del movimiento militar de 1973. Otro, francamente doloroso como lo es el aniversario de la llamada segunda masacre de los comunistas, en 1976.
¿Qué sentido tiene la conmemoración de estos aniversarios? ¿No será que no tienen fundamento estas evocaciones y más bien hay que ocuparse exclusivamente de los acuciantes problemas de la actualidad? Creo que sí tienen sentido. La mirada hacia el pasado permite a los grupos de hombres y mujeres que constituyen los partidos verse en la perspectiva del tiempo trascurrido, cuando algunas de las incógnitas de antaño se han disipado, cuando las contingencias menores, las anécdotas, han ocupado el lugar -modesto- que les corresponde y solo sobresalen las grandes orientaciones y conductas.

El 5 de febrero de 1971

Pertenezco a una organización política que en febrero de 1971 cometió el error de no creer en el camino que se proponía transitar el FA.
Creíamos, equivocadamente, que en su orientación prevalecería una orientación electoralista y reformista. Preferíamos -y no éramos los únicos- el camino revolucionario. Y, al mismo tiempo, creíamos e impulsábamos una acción sindical combativa que le diera respaldo y viabilidad a esa opción por un camino al que nos sentíamos inducidos por el proceso autoritario que se vivía en el país y por la experiencia y las opiniones del Che y las conquistas de la revolución cubana.

A partir de 1971 el Frente Amplio se arraigó en una buena parte del pueblo uruguayo, se transformó en un factor de identificación política y emocional de una tremenda potencia y más de 10 años de represión y violencias contra sus militantes no hicieron sino fortalecer esa implantación del FA entre la gente.
Hoy, la conmemoración de aquel nacimiento tiene, además de contenido político, una fuerte marca emocional e ideológica como presencia de una izquierda a la que desde el poder se quiso destruir y logró sobrevivir y fortalecerse.

El 9 de febrero de 1973

Han pasado 30 años de los episodios de aquel verano de 1973, tan distinto a todos. Un momento donde, por primera y única vez en un largo ciclo, las fuerzas armadas se dividieron efectivamente, con barricadas, cruce de amenazas y forcejeos diversos.
Una nota de Oscar Lebel del domingo nos daba el punto de vista, discutible e interesante, de ese militar digno, de sólidas convicciones democráticas.
En aquel momento, las fuerzas políticas de izquierda tuvieron opiniones divergentes acerca de qué significaba el movimiento militar que se alzaba contra las instituciones y qué clase de credibilidad se le debía otorgar a los comunicados militares que adornaron aquellos pasos -autoritarios, inconstitucionales- hacia el poder.

Estamos entre los que creyeron que aquellos comunicados eran demagogia y engaño. Que ahí no emergía ninguna "contradicción" entre los militares y la oligarquía y que era un profundo error saludar como una victoria del movimiento obrero aquellas proclamas castrenses. Como lo había sido antes, en 1972, creer que se podría encontrar con los militares de la represión puntos de coincidencia para combatir los "ilícitos económicos".
Pese al tiempo trascurrido, en la izquierda no hemos logrado construir un debate razonable y provechoso acerca de qué origen tenían los errores, tan graves, que se cometieron.

En febrero de 1973 no se trató, siempre lo hemos pensado, de un error cualquiera. No fue uno de esos errores "prácticos" o los que surgen frente a los hechos inmediatos que cualquier partido puede cometer y que tienen una importancia apenas pasajera.
Por el contrario, el que se tome el trabajo de revisar la prensa o las revistas y hasta los libros publicados en aquella época se entrará que tras la línea de apoyo a los militares habían una larga elaboración teórica.
Incluso la doctrina, arduamente tejida en aquellas circunstancias, se mantuvo como música de fondo durante varios años. Una de las fuentes principales de inspiración provenía de la Unión Soviética y se venía expresando en numerosos publicaciones tanto del PCUS como de la Academia Ciencias.

Alguien la ha llamado "la doctrina Breznev" acerca del papel de los militares en el Tercer Mundo. Según enseñaba Moscú, dicho en forma muy resumida, en muchos países de Asia, África y América Latina el ejército podía cumplir las funciones de organizador de las fuerzas populares, ocupando incluso el lugar que antaño había ocupado los partidos de izquierda o las organizaciones sindicales. Se aportaban algunos ejemplos mal digeridos, como los procesos en algunos países del norte de África y el Perú o Bolivia.
Al ilustrado pensamiento de Breznev en el caso de Uruguay se le sumaron otras influencias. Se creyó que por vía de la "división" del ejército (que se estaría produciendo y los Comunicados de febrero probaban) se encontraría "un atajo" que facilitaría las cosas para el cumplimiento de un programa antiimperialista y popular.
¿Tiene sentido, hoy, este debate? Creo que sí. No estoy seguro que en la izquierda todos los compañeros hayan desechado completamente las tentaciones de encontrar atajos y no se esté pensando que, a lo mejor, la izquierda todavía tiene las posibilidades de encontrar aliados en las fuerzas armadas del sistema. Un error, como aquel, de derecha, del que no creo que estemos totalmente vacunados.
Digamos al pasar que importa también para no perder de vista que, a lo largo de la experiencia de la izquierda, no solo hemos cometido errores "izquierdistas". También, y tan desacumuladores como aquellos, de los otros.

Fines de 1975, principios de 1976.

El aniversario al que me refiero ha tenido más dificultades de percepción y de registro, siendo que se trata de un hecho de una tremenda gravedad.
Remite a episodios bien característicos de lo que fue en nuestro país el "terrorismo de Estado" y la evocación refiere a unos hechos que se extienden durante varias semanas, a partir de diciembre de 1975. Me refiero a lo que se ha llamado "la segunda masacre de los comunistas".
En abril de 1985, en el desarrollo de un homenaje a Vladimir Roslik que se realizaba en la Cámara de Diputados, el Dr. Yamandú Sica Blanco denunció que, entre fines de 1975 y principios de 1976, habían sido detenidos 23 militantes del Partido Comunista. De ellos solo sobrevivieron 12. Tres fueron denunciados como desaparecidos y los demás murieron a causa de las torturas. La mayoría fueron torturados en el Batallón Nº 13 y en el Cuartel de La Paloma.
Uno de los sobrevivientes, Aurelio Pérez González, dijo en 1985 al diario La Hora que los detenidos, en su mayoría obreros, en casi todos los casos superaban los 50 años de edad y en algunos los 70.
Es un hecho que no puede dejar de evocarse. Habla de represión y de crímenes contra la humanidad. Y habla también de la existencia de gente que resistía, de algunos de esos miles de uruguayos que lucharon contra la dictadura.
Estos actores de la resistencia popular, en este caso militantes del Partido Comunista, deben ser también protagonistas en nuestra memoria colectiva como frenteamplistas y como gente de izquierda. Presente como mártires de nuestro movimiento obrero y popular.
Lo otro, olvidar esa región del pasado, implica trasladar a las nuevas generaciones, que están formando su universo de valores y de referencias, la idea que en nuestro país solo hubo una tradición épica, la de la guerrilla foquista. Y eso no se corresponde con la verdad histórica.
El notable trabajo de Virginia Martínez sobre "los fusilados de abril", reconstruyendo los trágicos episodios de abril de 1972, es un ejemplo de aporte en esta dirección. Faltan otros, faltan muchos aportes. Nos está faltando, entre tantas cosas, una visión detallada de quiénes eran y cómo actuaban los corajudos uruguayos y uruguayas que resistieron al terrorismo de Estado. Y honrar su memoria y la del pueblo resistente y democrático del que surgieron.

Pasado y presente

Cuando el país conducido por las viejas clases dominantes ha sido llevado a los umbrales del naufragio y para amplios sectores populares la izquierda aparece como una posibilidad cierta y responsable de impulsar cambios en un sentido popular y progresista, el anclaje en las alertas de la memoria es esencial.
La nuestra no es una izquierda que haya nacido ayer, como resultado de un habilidoso acuerdo entre dirigentes.
Por el contrario, tiene unas raíces poderosas, hechas de sacrificios y renunciamientos de miles de militantes anónimos, de gente que dio todo, hasta su vida, defendiendo una causa.
La memoria es un campo de batalla. Uno de los tantos que nos desafían.

(*) Hugo Cores fue fundador y dirigente de la Resistencia Obrero Estudiantil
(ROE) en la década del sesenta, y del Partido por la Victoria del
Pueblo -actualmente integrante del Frente Amplio- en la del setenta.