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Latinoamérica

La dialéctica del engaño

Por Juan Gaudenzi. / Fuente: Radio Nederland

"Secreto, sorpresa, determinación". La formula que el ex presidente Carlos Menem admitió haber utilizado para obtener su primer triunfo electoral en Argentina parece haber ganado, una década después, inimaginables adeptos en la región.
"¿Si durante mi campaña yo hubiese anticipado que privatizaría todos los servicios públicos y las empresas del Estado, la mayoría del pueblo me hubiese votado?", se preguntó el entonces mandatario ante una selecta audiencia en la ciudad de Guatemala. "Por supuesto que no" afirmó a renglón seguido. Y se hizo la misma pregunta para el indulto concedido a los militares genocidas y el alineamiento detrás de Estados Unidos.
En todos los casos la lección fue la misma: para llegar al gobierno deben ocultarse las medidas estratégicas y una vez en el poder éstas deben ser adoptadas con decisión y celeridad, antes de que la opinión pública tenga tiempo de reaccionar.
Una verdadera cátedra del engaño político. Y quien pensó que después de la catástrofe provocada por Menem en Argentina esa caricatura latinoamericana de Maquiavelo sería la antitesis del ejemplo a seguir, se equivocó.
Menos de dos meses después de haber asumido, Lula, en Brasil, también podría preguntarse: ¿"Si yo hubiese anticipado que continuaría con la ortodoxia monetarista del gobierno anterior; que en menos de 50 días aumentaría dos veces consecutivas las tasas de interés y que propondría recortar los beneficios jubilatorios de los empleados públicos; más del 60 por ciento del electorado me hubiese votado?" Y la respuesta sería la misma: "No". Con un agregado: "Para eso hubiesen votado mayoritariamente a José Serra, el candidato del oficialismo".
Otro tanto podría hacer el mandatario ecuatoriano Lucio Gutiérrez, un ex coronel "nacionalista" que participó en la rebelión indígena que derrocó al presidente Mahuad a principios del 2000 y que llegó al gobierno con los votos de las organizaciones campesinas y los partidos de izquierda y centro izquierda.
"¿Si en lugar de "gobernar para los pobres" como prometí, hubiese revelado mi intención de negociar un nuevo ajuste con el Fondo Monetario Internacional y de viajar a Washington para ofrecer a Estados Unidos una alianza estratégica a cambio de nuestro petróleo, habría obtenido esos votos?" Aquí la respuesta sería: "No; en lugar de votos hubiese adelantado la protesta indígena y popular que se registra en estos días".
¿Hubiese recurrido también al "secreto, la sorpresa y la determinación" - prescritos por Menem - el dirigente indígena boliviano Evo Morales en caso de haber ganado las recientes elecciones en Bolivia? Imposible saberlo.
Pero lo que está claro en Bolivia es que, a diferencia de Brasil y Ecuador, donde el electorado de Lula y Gutiérrez aún no sale de su estupor, el margen de maniobra de los mandatarios es mucho menor. Si no que lo diga el presidente Sánchez de Lozada quien con la misma política anti-popular acaba de provocar una rebelión popular.
Para bailar un tango hacen falta dos Hasta aquí el engaño - que no necesariamente consiste en mentir, sino en omitir la verdad - parecería ser un acto unilateral.
Pero, la cultura popular de Brasil suele adjudicar mayor culpa al que se deja estafar que al propio estafador.
Sin llegar a tal extremo, para tratar de entender este fenómeno de dirigentes políticos que después de ganar una elección con los votos de la izquierda gobiernan en favor de la derecha no se puede ignorar el papel del electorado como si se tratase de un factor neutro, pasivo o modelable a voluntad.
El comportamiento de la mayoría de los votantes argentinos en los últimos años resulta no sólo ilustrativo sino precursor de cierta tendencia al "auto-engaño" o, al menos, de complicidad con el engaño.
En 1995 existían en Argentina y en el contexto internacional suficientes elementos como pensar que la "convertibilidad" (la paridad uno a uno entre el peso argentino y el dólar estadounidense) era insostenible por mucho más tiempo.
Sin embargo, un elevado porcentaje del electorado de ese país - endeudado en pesos = dólares - necesitaba aferrarse a los delirios de prosperidad y estabilidad perpetuas del entonces presidente Menem y su ministro de Economía, Domingo Cavallo. Por eso apoyó la reforma constitucional que le permitió al mandatario volver a presentar candidatura y lo votó masivamente, sin importarle un ápice la táctica del "secreto, la sorpresa y la acción" a la que había recurrido sistemáticamente.
La política y las elecciones convertidas en un acto mágico; en un pacto entre el prestidigitador y su público por él cual si este último hace caso omiso del truco, la galera será verdaderamente capaz de parir un conejo.
A la postre, como el conejo resultó un engendro - saqueo del patrimonio nacional, desempleo, miseria - y el mago se reveló como un "capo-mafia" - ilícitos y corrupción generalizada - el público decidió castigarlo depositando en las urnas, en octubre de 1999, nueve millones de votos a favor de la oposición: una alianza de centro-izquierda encabezada por Carlos "Chacho Álvarez y Fernando de la Rúa.
Además de que el "voto castigo" sirve para descalificar al perdedor pero poco dice sobre el ganador, el electorado volvió a incurrir en un acto de voluntarismo como si el sólo hecho de atribuirle a esa "Alianza" la intención de cambiar el curso de Argentina a favor de la justicia social, la moralidad pública y la reactivación económica la convirtiese en una dirección política y en un gobierno "cuasi" revolucionario.
Cuando, en realidad, la mayoría de los "aliancistas" provenían de los dos partidos tradicionales - contra revolucionarios - de Argentina: el Partido Justicialista (peronista) y la Unión Cívica Radical y en su campaña, además de prometer honestidad y transparencia, se comprometieron a mantener las líneas maestras de la política económica - una vez más el mito de la preservación de la convertibilidad del peso -.
Al igual que Lula en Brasil y Gutiérrez en Ecuador, jamás prometieron ni socialismo ni revolución. Aunque, al igual que estos dos mandatarios, tampoco advirtieron que reforzarían la dependencia con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y que continuarían asfixiando a los trabajadores en activo y jubilados, al mercado interno y a la industria nacional con el propósito de honrar puntualmente todos los compromisos de la deuda externa e interna.
La "Carta a los Argentinos" (precursora de la "Carta al Pueblo Brasileño", del Partido de los Trabajadores, de Brasil), ruidosamente lanzada en mayo de 1999, contenía algunas alusiones a la necesidad de atender las demandas sociales, pero enfatizaba el propósito de continuar proporcionando jugosos beneficios al capital.
Al final quedo en pie la parte sustancial del programa: la que subordinó salarios, jubilaciones, salud y educación a las necesidades del gran capital.
"Hacemos campaña pensando en la gente y cuando gobernamos lo hacemos para los ricos, la plutocracia", denunció la diputada de origen radical Elisa Carrio, actualmente candidata a la Presidencia.
Y la gente participa en las campañas y en los comicios pensando más en sus propios deseos que en los de los candidatos, podríamos agregar. Como si al depositar su voto pudiesen transferir al beneficiario todas sus esperanzas de cambio.
Por lo general lo que transfieren es considerado por los ganadores como un cheque en blanco. Su habitual mal uso puede provocar rebeliones populares como la que derrocó al gobierno de la Alianza en diciembre del 2001.
El engaño al revés En Brasil, aunque hasta ahora los resultados son los mismos que produjo el gobierno de la Alianza en Argentina, el proceso de distanciamiento entre las expectativas populares y las medidas de gobierno - fundamentalmente destinadas a aumentar el superávit primario del Estado (relación entre ingresos y egresos sin considerar los intereses de la deuda); mejorar la relación deuda -PIB y recortar los gastos públicos y la demanda en general; todo ello con el propósito de cumplir con el FMI y los acreedores externos e internos - parece haber funcionado al revés: el electorado no le creyó a Lula y al PT cuando estos advirtieron que habían desertado de las filas de la izquierda.
No sólo lo advirtieron públicamente durante la campaña - "hemos madurado", sostuvo Lula en repetidas oportunidades, adhiriendo así a la interpretación del socialismo como una dolencia propia de la juventud -, sino que lo dejaron claro en su programa de gobierno y en la "Carta al Pueblo Brasileño" y lo demostraron con hechos, en la ratificación de los compromisos con el FMI; en la construcción de sus alianzas con el empresariado y los paridos de derecha; en la selección del equipo de gobierno, con un representante de las finanzas internacionales para presidir el Banco Central, etc.
¿Pero, cómo creerles y rendirse ante esas evidencias cuando se trata de un partido político de origen obrero con más de veinte años de lucha por el socialismo? Porque mientras en Argentina a Menem no lo conocía nadie y la Alianza fue un instrumento electoral de última hora, el PT se forjó al calor de las luchas sindicales contra la dictadura militar; perdió militantes en ellas y perdió elecciones por mantener en alto las banderas de la independencia de clase contra el Estado, los patrones y el imperialismo.
El electorado pensó - y lo sigue pensando - que el giro del PT hacia la derecha no pasaba de una táctica electoral inteligente para poder sortear los obstáculos que tantas veces le habían impedido el acceso al poder político. Y que, una vez consolidado en el, retomaría su trayectoria histórica. Más claro no pudo haberlo explicado uno de los fundadores del PT, y actual ministro de Hacienda, Antonio Palocci: "Creyeron que el programa era sólo para ganar las elecciones, cuando es un programa para gobernar".
Pero el programa se propone como un objetivo fundamental el crecimiento de la economía para, entre otras cosas, crear fuentes de trabajo y reducir el desempleo y la pobreza, los dos grandes males del país. Y no decía - no podía decirlo - que apenas instalado en el gobierno el PT echaría por tierra una de sus principales críticas al gobierno anterior y elevaría sistemáticamente las tasas de interés (entre las más altas del mundo), atentando así contra las perspectivas de recuperación del PIB, la generación de empleos, el combate a la pobreza, etc.
Esta si es una flagrante traición al electorado, a los aliados del sector productivo nacional - los industriales y comerciantes no se han demorado en manifestar su descontento - y al propio programa de gobierno.
Lula y sus ministros niegan cualquier responsabilidad como si se tratara de un fenómeno físico o meteorológico y no de una decisión política, como en verdad lo es.
FMI y Washington: los primeros pasos de un "nacionalista" En la segunda vuelta electoral, Lucio Gutiérrez venció con un aplastante 54,6 por ciento a Álvaro Noboa, el hombre más rico del país.
"Sus propuestas descansan sobre unos pocos pilares: enfrentamiento a la corrupción, lucha contra la pobreza, crecimiento. Sin embargo, ellas podrían resultar revolucionarias en Ecuador. Para quienes apuestan al cambio, su elección se suma hoy al optimismo originado por la elección de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, y al propio segundo puesto obtenido por el Movimiento al Socialismo (MAS) liderado por Evo Morales en Bolivia, que posicionó a la izquierda en el Congreso y le ha dado al dirigente indígena boliviano proyección de otro líder popular de la región", opino un periódico de la izquierda ecuatoriana.
Sin embargo, otra vez la misma historia: sus primeras medidas fueron elevar los precios de los combustibles y de las tarifas públicas y elaborar una Carta de Intención para obtener ayuda del FMI en la que se comprometió, entre otras cosas, a reducir los subsidios a las empresas estatales, congelar los salarios de los funcionarios públicos y entregar las empresas telefónicas y de distribución eléctrica a consorcios internacionales "de reconocida trayectoria y eficiencia".
También viajó a Washington para - en vista de la crisis energética que puede provocar en el corto plazo una guerra contra Irak - poner a disposición de la administración Bush el petróleo ecuatoriano. Con el estímulo adicional de un nuevo oleoducto que espera poner en funcionamiento antes de finalizar este año. Razones de más para que el anfitrión declarara al gobierno del visitante "aliado estratégico de los Estados Unidos".
Las protestas del pueblo ecuatoriano no se hicieron esperar. Pero los electores del coronel - los pueblos indígenas, especialmente - contra todos los antecedentes de gobernantes militares populistas de América Latina que terminaron cediendo bajo la doble presión de Washington y las poderosas oligarquías nacionales - aún confían en él.
Esto fue lo que declaró una dirigente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONIE): "Él hereda una situación muy difícil con los términos económicos y políticos que quedan de los gobiernos anteriores. Y hay un ofrecimiento de ir hacia el cambio. Lucio va a recibir un país en quiebra. Sin embargo, ese es su reto. La esperanza es que pueda cambiar a la nación. Aún en una situación difícil. Yo creo que se hará un esfuerzo desde todos lados. Va a ser una etapa muy dura. Pero, al menos, con la esperanza de ver este paso como una etapa hacia una situación más favorable para el pueblo y para la soberanía del país. No como los gobiernos que hemos tenido, que han exigido mucho esfuerzo al pueblo, pero solamente para beneficio de los empresarios. Creo que en esos términos va a ser una situación esperanzadora con Lucio