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Latinoamérica

Lula sobre el filo de la navaja

Miguel Urbano Rodrigues (colaborador de Resumen latinoamericano)

En aquella tarde de enero, cuando apareció en la tribuna, las ovaciones, los gritos, las sonrisas que señalaron su presencia en el gran anfiteatro natural del Por do Sol en Porto Alegre durante el Forum Social Mundial, transmitieron mejor que las imágenes de un film la complejidad y profundidad de la relación que se estableció en Brasil entre él y la mayoría de los 53 millones de ciudadanos que lo llevaron a la presidencia. No fue el lado afectivo, emocional, lo que más me impresionó, fue la esperanza infinita que los brasileños allí concentrados -vitrina de un país continente- transmitían en clamores y gestos que expresaban confianza en aquel hombre.
Y ese sentimiento, por excesivo, me dejó preocupado. En América Latina el líder asume en el desarrollo de la historia un papel más importante que en Europa. Lula es, sin embargo, un líder atípico. El poder no lo fascina, nunca lo ha perseguido. Su carisma nace de la esperanza de transformación de la sociedad que esperan de su persona millones, sobre todo la enorme masa de los que vegetan en la pobreza, de los hambrientos.
Esa atmósfera casi mesiánica no lo favorece. Brasil no desplegará hacia el futuro mágicamente impulsionado por un salvador providencial. Lo que puede cambiar allí el rumbo de la historia es una política democrática y progresista, apoyada por el pueblo, una política que logre desmantelar la pesada herencia de siglos de opresión -el reto que enfrenta el ex-metalúrgico del nordeste brasileño, colocado por el pueblo, después de tres fracasos, en el palacio de Alvorada.
?Podrá Lula, sometido a formidables presiones, externas e internas, llevar adelante el anunciado y deseado cambio? ?Tendrá condiciones, concretamente, como líder de una coalición de fuerzas extremadamente heterogéneas, para viabilizar un modelo de desarrollo que rompa con la estrategia de dependencia aplicada por la administración de Fernando Henrique Cardoso, el cual, a nombre de una falsa modernización, fue en sus dos mandatos, el ejecutor de un proyecto neoliberal concebido en beneficio del imperialismo y de las élites responsables de la dramática situación del país? En primer lugar, la respuesta no dependrá del hombre, sino del pueblo brasileño. Algunos líderes, sobre todo en momentos críticos de la historia, influyen, a veces decisivamente, en su decursar, pero son básicamente los pueblos el sujeto del cambio.
Desde luego, Lula no ignora que su inmensa popularidad no hace de él un Fidel o un De Gaulle, por citar dos estadistas de dimensión excepcional, uno como revolucionario, el otro como reformador burgués.
MAL CONIENZO Amo a Brasil como segunda patria. Por muchos años hice mías las luchas de su pueblo, participando activamente en ellas como militante revolucionario. Y es por sentir sus éxitos y fracasos como si fuera brasileño, que identifico en la reflexión crítica sobre el proyecto y la praxis del nuevo gobierno, por dura que sea, la más útil y fraterna forma de solidaridad a mi alcance.
La euforia desencadenada por la victoria, tal a su dimensión, ha generado, naturalmente, muchas ilusiones románticas. La abrumadora mayoría obtenida por Lula ha sido expresión de un descontento muy generalizado. El electorado, en la opción del antiguo metalúrgico, del valiente y tenaz líder sindical de las huelgas contra la dictadura, condenó las políticas de las élites que condujeron al borde del abismo a uno de los países más ricos del mundo. Pero la amplitud de la victoria transmitió también un mensaje. La coalición que apoyó la candidatura de Lula representa un conjunto de partidos y fuerzas reunidas en torno a un programa mínimo de campaña. No cabe discutir aquí si la amplitud de la apertura fue excesiva. Las derrotas de la izquierda en las tres elecciones anteriores han demostrado, sin embargo, que para vencer Lula tendría que recibir el apoyo de sectores sociales que, antes, habían combatido al mismo candidato. Contradicciones importantes que oponían los intereses de una parte significativa de la burguesía industrial a la política neoliberal de Fernando Henrique, especialmente su total sumisión a las transnacionales y a las imposiciones del Consenso de Washington, facilitaron apoyos inesperados a Lula. Era previsible, sin embargo, que una vez elegido, muchos de los que habían aceptado pasivamente el programa de gobierno de Lula pasarían a sabotearlo o, por lo menos, a frenar su ejecución, pese a la moderación del proyecto de cambio.
Solamente partidos y grupos izquierdistas y neoanarquistas podían creer en la existencia de condiciones a favor de una política del nuevo gobierno orientada hacia transformaciones económicas y sociales inmediatas.
La gran cuestión que rápidamente abrió fisuras en el gran bloque de los apoyantes de Lula es inseparable de la respuesta a una pregunta: ?cuáles son los límites deseables de lo posible? La opción de Lula -o para ser más preciso, del grupo de personalidades que con el Presidente toma las decisiones definitorias de la estrategia del Ejecutivo- alejó al gobierno de su programa de la campaña ya por sí mismo muy prudente.
No es sorprendente que intelectuales que participaron activamente en ésta hayan formulado las primeras críticas tan pronto fuera conocida la composición del Consejo de ministros (con la peculiaridad de que Lula, en iniciativa infeliz, había anunciado nombres importantes del gabinete en Washington, durante su visita a los EE UU).
UN BINOMIO NEOLIBERAL Nombramientos como el de Palocci para Hacienda y Meirelles para el Banco Central -dos casos muy significativos- chocaron en la izquierda del PT y, obviamente, en aliados como el Partido Comunista do Brasil. Ellos reflejaron la tendencia hacia una serie de concesiones a Washington y a fuerzas políticas que internamente lo harán todo para sabotear en el momento adecuado las metas sociales anunciadas por Lula.
?Qué tipo de lealtad se puede esperar de un neolioberal como Meirelles que transitó de la Presidencia del Bank of Boston a la presidencia del Banco Central? Su decisión de mantener en funciones a todos los directores nombrados por la anterior administración y los elogios que dirigió a Arminio Fraga, su predecesor, ex-funcionario del especulador Geoge Soros, son indicadores del tipo de política monetaria que se propone a desarrollar.
La autonomía real, aunque no oficial, que, por iniciativa del ministro de Hacienda fue atribuída al Banco Central, configura un rudo golpe a la soberanía nacional. Como subraya Celso Furtado, «no es posible ser independiente y al mismo tiempo participar del sistema financiero internacional».
El ministro de Hacienda -un ex-trotsquista arrepentido- elogió repetidamente a Malan, el estratega financiero de Fernando Henrique. Tal actitud lo retrata ideológicamente mejor que el carné de militante del PT. El ministro de Desarrollo e Industria, Luis Furlan, es un empresario bien exitoso, pero sería una ingenuidad no identificar en él un hombre del gran capital, un «habitué» de Davos cuyos objetivos son incompatibles con las transformaciones sociales por las cuales Lula pelea desde la juventud.
La correlacción de fuerzas existente en la región exigía una transición muy cautelosa. Sería una irresponsabilidad desafiar a Washington con medidas que desde el inicio del mandato alarmasen al gobierno Bush y al Congreso.
Nadie en los sectores más conscientes de la izquierda exigía eso de Lula. Pero lo que ocurrió fue decepcionante.
El equipo económico no se limitó a tranquilizar a la derecha estadounidense; trató de conquistar la confianza del gran capital internacional mediante una política de puro continuismo.
Tres semanas después de su investidura, el Banco Central elevó la tasa de interés de 25 a 25,5%. Casi simultáneamente, Palocci informó que la tasa del superávit primario sería elevada de 3,75% a 4,2%. Hay que recordar que el superávit es todo lo que el Ejecutivo, a través de recortes en el presupuesto federal, ahorra para pagar los intereses de la deuda pública interna (900 mil millones de dólares). Ambas decisiones fueron festejadas en Washington y severamente criticadas en el país por las fuerzas progresistas.
No faltó quien afirmase que Palocci iba más allá de los conpromisos asumidos con el FMI, y que los recortes afectarían, directa o indirectamente, las áreas sociales.
El malestar que la política económica estaba provocando en el ala izquierda del propio PT se acentuó el 19 de febrero, cuando el Banco Central, con la aprobación del ministro de Hacienda, decidió elevar por segunda vez en pocas semanas la tasa de interés anual de 25,5% a 26,5%. Pasó a ser una de las más altas del mundo. Este nuevo aprieto monetario, muy aplaudido en Washington, fue acompañado de un aumento de la recogida compulsoria sobre depósitos al orden que pasó de 45% a 60%. El crédito se hizo más dificil, lo que suscitó descontento en amplios sectores del comercio y la industria. Palocci y Meirelles invocan la necesidad de frenar la inflacción -el índice de precios al consumidor aumentó 11,99%- para justificar sus medidas. Pero el discurso del ala liberal del gobierno no convence. El argumento de que la política de austera defensa de la ecomomía aplicada por Palocci es absolutamente necesaria para que, superada la fase de transición y consolidación, el gobierno pueda promover su política social es rechazado por un porcentaje creciente de apoyantes de Lula, sobre todo por los sindicatos y los intelectuales.
Según algunos ecomomistas, esa política trae a la memoria el camino chileno.
Desde luego, más que a los intereses de la burguesía nacional -un importante segmento la desaprueba- responde a la preocupación casi obsesiva de agradar al sistema de poder de los EEUU. Algunas de las reformas que el gobierno someterá a la aprobación del Congreso ya han provocado apasionados debates antes incluso de que su contenido exacto sea comocido. Eso ocurre con las reformas de la Previdencia y Tributaria que van a encontrar fuerte oposición. Para muchos, ellas hieren derechos y ventajas conquistadas desde hace décadas por los trabajadores. En lo que concierne al «Contrato social» que Lula se propone construir -en Davos volvió al tema- no pasa de ser por ahora una figura de retórica, pero la sencilla idea de una amplia alianza de clases en torno al proyecto del presidente suscita preguntas sin respuesta.
En Davos, el Presidente no aclaró dudas al referirse a «puentes a ser tendidos entre los dos fora». Los abrazos que allí recibió de gente como Soros, Bill Gates y el presidente del FMI han sido abrazos florentinos, de enemigos de clase.
Cuando Lula afirma que ellos también pretenden eliminar de la Tierra el hambre, la miseria, la ignorancia, no toma en cuenta que la élite representada en la millionaria ciudad de Suiza repite ese discurso desde hace años, pero en la práctica hace lo posible por aumentar la desigualdad en el planeta. Lula invitó a la mafia del capital a «mirar el mundo con otros ojos». ?Qué habrá pensado esa gente? La repetida afirmación de que en este momento no hay otra política posible es contestada por destacados cuadros del PT y de otros partidos de la coalición. En La Habana, durante la Conferencia sobre la globalización, el profesor Nildo Henriques, de la Universidad de Santa Catarina, afirmó que manteniendo su confianza en Lula, le parece urgente corregir el rumbo, porque otra política económica no sólo es posible, sino necesaria.
Brasil no es Ecuador, país donde el miedo al gigante del Norte llevó a Lucio Gutiérrez a capitular tan pronto asumió la presidencia.
En Brasil, la derecha, desprestigiada por los efectos catastróficos de su política, no dispondría de condiciones mínimas para imitar a su hermana venezolana y responder con un paro de grandes dimensiones a una estrategia prudente pero atenta a los sufrimientos del pueblo y orientada a la defensa de los intereses nacionales y la soberanía.
El hecho es que la transición no está respondiendo a las modestas aspiraciones populares y a la inmensa esperanza que la elección de Lula simboliza.
El discurso humanista del presidente no se tradujo, pasados 50 días, en inicativas concretas que expresen una voluntad firme de cambiar la sociedad.
POLÍTICA EXTERIOR La política exterior -se dice- se diferencia profundamente de la anterior y refleja la decisión del gobierno de asumir la defensa de la soberanía nacional. La afirmación es exagerada.
Poco se ha visto hasta ahora en ese campo. La composición del llamado Grupo de Amigos de Venezuela es por sí sola prueba de que la iniciativa no correspondió al objetivo.
La posición del gobierno ante el desafío clave del ALCA no es clara. El Itamarati pretende evitar la negociación bilateral con los EE UU lo que es correcto. La decisión de presentarse frente a Washington en bloque con los países del Mercosur posiblemente evitará cesiones muy graves. Pero no deja de ser un mal menor. Porque la negociacion, artículo por artículo, implica la aceptación del proyecto imperial.
El ALCA, de concretarse, será para América Latina una catástrofe irreparable, que involucrará la pérdida de la soberanía. Significará la recolonización política, económica y cultural.
Brasil no se encuentra en situación de afirmar sin más que rechaza el ALCA, que se niega a negociar su entrada. Pero aceptar las reglas del juego, someterse al calendario impuesto por Washington, sentarse a la mesa de negociaciones y discutir sumiso sus exigencias, sería una capitulación.
Venezuela ha asumido una actitud más inteligente. Chávez acaba de proponer el aplazamiento del ALCA para el 2015, sugiriendo como alternativa el ALBA, una Alianza bolivariana. Claro que Washington no aceptará. Pero el camino certero es echar mano de todos los artificios posibles para protelar el diálogo sobre el ultimato estadounidense.
El secretario general del Itamarati, el embajador Samuel Guimarães, es autor de lúcidos artículos sobre el peligro mortal que el ALCA representa para Brasil y América Latina como totalidad. Pero se ignora cuál será su margen de maniobra para enfrentar las presiones a que seguramente se encuentra sometido.
También en lo que concierne a la amenaza de guerra, la posición brasileña ha sido insuficiente. Evolucionó positivamente en las últimas semanas, pero sigue marcada por indecisiones y exceso de timidez. El temor de herir la arrogancia estadounidense es tranparente. Sin embargo, la estrategia de Washington configura una amenaza a la humanidad. Fue la asimilación de esa realidad la que movilizó a los pueblos de Francia y Alemania contra la guerra, empujando a Chirac y Schroeder a tomar en la ONU una actitud que contribuyó decisivamente a las gigantescas manifestaciones del 15 de febrero. Obviamente, en Brasil no estaban reunidas condiciones para que las calles y plazas de sus megalópolis fuesen ocupadas por centenares de miles de personas. Pero seguramente las manifestaciones de São Paulo y Río habrían asumido otra dimensión si el gobierno de Lula -superado el miedo de la reprension norteamericana y de represalias del FMI- hubiera puesto otro empeño y vehemencia en la condena a una guerra monstruosa que puede comprometer la sobrevivencia misma de la humanidad. La respuesta del pueblo brasileño habría contribuído a fortalecer su imagen y su posición de interlocutor ante el imperio norteamericano.
VICIOS ANTIGUOS Lula recibió las insignias del poder, pero la presidencia no significa el control del poder. El está consciente de esa realidad. El frente de partidos que apoyó su candidatura y las adhesiones de última hora no le garantizaron mayoría en el Congreso.
Era inevitable para gobernar, para no entrar en un conflicto suicida con el Legislativo, que el PT tendría que negociar no solamente con la oposición sino también con aliados recientes que meses antes se oponían a Lula.
Acompañé en São Paulo, durante cinco semanas, la marcha de esas negociaciones que han transcurrido, según los casos, con mayor o menor transparencia.
No han sido los resultados los que me han chocado. Lo peor fue el estilo, que viene de tiempos anteriores a la dictadura militar. Todo pasó a la manera antigua.
Lula va a empeñarse ciertamente en la lucha contra la corrupción que es, junto a la violencia, un flagelo endémico en el país.
Será sin embargo muy difícil combatir prácticas y actitudes que, irrelevantes económicamente, son importantes en una perspectiva ética de la política, por generadoras de semillas de corrupción.
Cito un ejemplo. La acumulación de sueldos por los ministros, tradicional en gobiernos anteriores, persiste como incidente rutinario. Con raras y honrosas excepciones, influyentes ministros reciben lo que no debían aceptar al ejercer funciones de responsabilidad en empresas públicas. El jefe de la Casa civil -cargo correspondiente al de Primer Ministro- el ex-presidente del PT, mete en el bolsillo cerca de 18 000 reales por sumar a su sueldo subsidios relativos a su condición de miembro de los consejos de administracion de la Petrobras y la Bio-Itaipú. Podrá objetarse que esa cuantía, correspondiente a 5 000 euros, no impresiona en Europa. Pero en un país en el cual el salario mínimo no rebasa los 200 reales -menos de sesenta euros-, y cuyo aumento previsto es de 33 reales, el pueblo tiene motivos para sentir frustracción cuando el Primer Ministro de un gobierno de izquierda recibe noventa veces el mínimo nacional.
En el Congreso predomina el espíritu elitista de antaño. Los parlamentarios, que se embolsan 15 vencimientos al año, tendrán en esta legislatura muy aumentados sus salarios (un senador recibe 12000 mensuales). Mantienen la ayuda-vivienda y otros privilegios y la importante verba destinada a sus oficinas estaduales -en numerosos casos fuente de empleo para familiares- será aumentada en 70%.
Gran parte de la izquierda no está ofreciendo buenos ejemplos. La permanencia del viejo estilo en la preservación de privilegios inadmisibles en un gobierno que se propone cambiar la sociedad en lento proceso de transición me trae a la memoria la advertencia de un pensador cubano de conmienzos del siglo XIX, José de la Luz y Caballero. Decía él que revolución alguna puede cumplirse y durar si no respetar la ética en la política.
EN LA ENCRUCIJADA Es inevitable que, terminado el período de gracia de los 100 días, se intensifiquen las críticas al gobierno -hasta ahora muy moderadas- de diferentes cuadrantes que lo apoyan. Y, a menos que sea alterada la política de su equipo económico, todo indica que continuará recibiendo elogios de amplios sectores de una oposición que hasta ahora no ha asumido ese papel.
No es sorprendente que «O Estado de S.Paulo», portavoz tradicional de las fuerzas más conservadoras de la sociedad brasileña, sea un de los pocos entre los principales períodicos del país que se abstiene de críticas de fondo a la política económica del gobierno.
La actual situación de expectativa no se mantendrá sin embargo por mucho tiempo.
El efecto inicial de choque del programa «Hambre cero» ya se agotó. Ni las visitas del Presidente a Piauí y a otros estados donde la pobreza alcanza niveles alarmantes, ni la marcha del proyecto, que suscita muchos reparos, han contribuío a persuadir a la opinión pública de que la campaña contra el hambre sea un elemento básico en la estrategia global del nuevo gobierno.
Pasan las semanas y crece el temor de que cuanto más tiempo persista la política de inspiración neoliberal conducida por Palocci y el Banco Central más dificil será imponer su sustitución por otra que abra las alamedas de la esperanza, orientada a la lucha contra desigualdades que afrentan la condición humana.
Subestimar al enemigo es siempre peligroso. Son envenenados los elogios que sobre Lula llegan de Washington y del G-7. La actual política de transición implica el riesgo de hacer al gobierno rehén de las clases dominantes.
No sin sorpresa la defensa teórica de la estrategia que significa el continuismo por tiempo indeterminado -es decir, las recetas de Fernando Henrique sin Fernado Henrique- la asumen ministros como Tarso Genro, uno de los más prestigiosos dirigentes del PT. El ex-alcalde de Porto Alegre invoca a Marx para exponer en un artículo publicado por la «Folha de S Paulo»( 30.01.2003) una absurda tesis. Según él, porque el capitalismo no tuvo hasta ahora un desarrollo normal en Brasil, solamente una política económica equilibrada en el ámbito y lógica del sistema permitirá la acumulación sin la cual no será posible superar el retraso y hacer el despliegue hacia una fase superior y la creación de condiciones para la humanización de la sociedad. No lo afirma expresamente, pero queda implícito que la receta será la neoliberal y su duración no tiene plazo. Además, se muestra escéptico en cuanto a la posibilidad de «otro socialismo» diferente de los modelos que fracasaron.
El sociólogo portugués Boaventura Sousa Santos, con otro discurso en un artículo más académico, «La utopía realista», también publicado por la «Folha» (02.02-2003) toca la misma partitura. « Lo que más diferencia al Presidente petista -sostiene- es la sustitución de la ideologia por la ética, en tanto registro de confrontación política». Elogiando su respeto por los compromisos con el FMI, asalta a Boaventura una duda: ?en qué medida «conseguirá el gobierno de Lula transformar las estructuras de poder social que han transformado Brasil en uno de los países más injustos del mundo?» Le parece lúcida la opción de Lula de escoger para las áreas económicas -como lo hizo Mandela- «gente con credibilidad ante los mercados ». Omite, sin embargo, que las políticas económicas desarrolladas por el dirigente africano han impedido el cumplimiento mínimo del programa de reformas del ANC que lo llevó a la presidencia.
INCÓGNITAS Pese a las reiteradas afirmaciones de Lula (y de José Dirceu, el influente jefe de la Casa civil) de que Antonio Palocci cuenta con su plena confianza, me parece improbable que la política del controvertido ministro pueda ser sostenida por mucho tiempo sin que ello afecte la coalición y abra fisuras en la unidad del PT, cuyo funcionamiento se acerca más al de un movimiento que al de una organización partidaria.
Leí algunos discursos de Palocci y acompañé entrevistas suyas en la televisión. Me trajo a la mente el principio de Pieter. No me parece tener envergadura para el vuelo que ensaya. No es, obviamente, un aguila. El ex-alcalde de Ribeirao Preto proyecta más bien la imagen de un político melifluo, sin gran cultura, que disfraza mal lo que siente y pretende.
Conquistado por recetas neoliberales incompatibles con el proyecto nacional del partido en que hizo su carrera política, no demuestra comprender que la política que intenta imponer y el discurso que la sostiene provocarán a corto plazo, no solamente una oposición creciente de la izquierda sino una fuerte reacción popular, afectando el prestigio del Presidente.
No sin motivo, se argumentará que Palocci no es el único responsable por tal política. Pero es él (con Meirelles) la cabeza más visible. Por ello su mayor vulnerabilidad.
Precisamente por ser un partido con gran tradición revolucionaria, el Partido Comunista do Brasil es actualmente, entre las fuerzas políticas que más han contribuido a estructurar la coalición que llevara Lula a la Presidencia, aquélla a la cual la política de concesiones a la derecha tiende a crear problemas más delicados. Su lealtad al Presidente no está es cuestionada. ¿ Pero hasta cuando un partido marxista-leninista, con una historia heroica, que hace de la fidelidad a los principios una razón de existencia, puede aparecer como corresponsable de una estrategia incompatible con esos principios, si ésta no es alterada? Menos incómoda es la posición del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra, definido por Chomsky en Porto Alegre como una de las fuerzas potencialmente revolucionarias más importantes del continente.
Dirigiéndose al Forum Social de Porto Alegre, Joao Pedro Stedile, su destacado coordinador, fue muy claro. El MST permaneció prácticamente silencioso en las primeras semanas del nuevo gobierno. Aguarda. Pero su papel será incentivar la organización de los trabajadores del campo y, siempre que sea necesario -así lo dijo- «ocupar los latifundios, no para enfrentarse a Lula, sino para ayudarlo a hacer la Reforma Agraria».
No fue una amenaza, apenas una advertencia amiga. El MST es solamente una parcela combativa del pueblo brasileño. Será bueno que su espíritu de lucha sea asumido por muchos millones en las megalópolis del país. Porque en último análisis, el éxito o fracaso del proyecto de cambio que Lula simboliza dependerá de la actitud que las masas asuman en el proceso en curso. La historia no avanza sin la participación de los pueblos.
No es fácil la posición del Presidente Luis Inacio Lula da Silva. Sometido a presiones contradictorias, la transición lo obliga a seguir un camino cortado por incontables obstáculos no previstos en los largos años de lucha que han precedido su abrumadira victoria, ni siquiera imaginados por el estratega de su campaña, Duda Mendonça, un genio perverso del marketing electoral.
Por el momento, Lula, mirando de frente, hace pensar en un equilibrista caminando sobre el hilo cortante de una daga. Del otro lado se encuentra el país humanizado, el sueño de muchas generaciones por el cual ha vivido y luchado. Mas el desafío es tal, que entre su misma gente se yerguen manos que, haciendo oscilar la daga, lo pueden precipitar al suelo.
Quizá nunca antes en el pueblo de Brasil haya brotado una esperanza tan inmensa de que la vida, finalmente, pueda ser allí transformada. Si el proyecto fracasa, el desenlace será trágico.
Lula seguramente está consciente de que la decepción es la otra cara del entusiasmo mesiánico. No debe, así, temer la participación del pueblo, su presión permanente para que siga adelante. Cuanto más firme, mejor para el resultado de las grandes confrontaciones que se dibujan en un horizonte de nieblas. Porque el pueblo es el sujeto de la historia.
La Habana, 23 de febrero de 2003-02-23

El original portugues de este articulo se encuentra en http://resistir.info Traducción de Marla Muñoz