19 de diciembre del 2003
Bicentenario sangriento
Haití, año cero
Lisandro Otero
El país de Dessalines y Petion, de Cristophe y del libertador Toussaint L´Ouverture, legatario de las ideas de la Revolución Francesa, ha entrado nuevamente en una grave crisis. El 1ero de enero de 2004 se cumplirán doscientos años de la independencia de Haití, que entra en su aniversario con la terrible distinción de ser el país más pobre de América Latina.
Con ocho millones de habitantes, altos niveles de contaminación de sida, pavorosas epidemias de tuberculosis, una desertificación galopante por la deforestación de su tierra, un PIB de 400 euros anuales por habitante, un alto índice de mortalidad infantil, una esperanza de vida que no alcanza los 50 años y un aterrador régimen represivo, Haití constituye una dolorosa llaga en el cuerpo gimiente de América Latina.
Jean Bertrand Aristide, quien fue electo en 1991 tras los treinta años de atroz duvalierismo, encarnó la esperanza de un pueblo atormentado y miserable que vio en el sacerdote católico al redentor que estaba necesitando. Un golpe de estado de los militares lo envió al exilio y regresó con el apoyo de las bayonetas de veinte mil marines norteamericanos. Haití parece destinado a sufrir un tirano tras otro. El embrujo que la condena a padecer bajo déspotas sucesivos -como en el resto de América Latina--, reside en el afán de dominación de los gobiernos en Washington.
La semana pasada manifestaciones que reclamaban la salida del tirano, en Cap Haitien y en Gonaives, dejaron un saldo de veinte muertos por la represión de los siniestros "chimeres", los esbirros que han sustituido a los "tonton macoutes" de Duvalier. El rector de la Universidad, Jean Marie Pacquiot, sufrió la fractura de ambas piernas, que le quebraron a golpes de barras de hierro por defender a sus estudiantes. Los ministros de educación, turismo y salud pública renunciaron, así como varios senadores.
Mientras la desestabilización del régimen avanza la oposición se organiza. El grupo de los 184, instituciones de la sociedad civil, presenta una mayor unidad frente al despotismo y los líderes, André Apaid y Paul Evans, aumentan su prestigio. La Familia Lavalas, el partido que llevó a Aristide al poder, se deshonra por su complicidad con la violencia gubernamental.
El Bando Interamericano de Desarrollo ha intentado intervenir con sus préstamos esquilmadores. A partir del año dos mil la Unión Europea y Estados Unidos cesaron todo tipo de intercambio económico con Haití. Es evidente que en su estrategia pretenden asediar a Aristide y provocar su caída para entrar con esa fuerza más a colonizar al indefenso país. No es una auténtica preocupación por la verdadera democracia, ni por lograr la legitimidad constitucional y alcanzar una normalización de la vida política. Estados Unidos pretende, como hicieron en Georgia con la caída de Shevarnadze, destronar a un autócrata para instaurar el poder de una camarilla pronorteamericana.
El pueblo haitiano tendrá que hacer un supremo esfuerzo para evitar que a la caída de su actual opresor los Estados Unidos, y sus aliados internos, aprovechen la coyuntura para implantar un neoliberalismo explotador. El plan de la pandilla de Bush seguramente contempla usar el territorio haitiano como base de operaciones agresivas contra la cercana Cuba y un asiento económico para sojuzgar, aún más, a la vecina República Dominicana con sus inversiones de embaucamiento y defraudación.
Hay fuerzas políticas, como las que encabeza el digno Gerard Pierre Charles, que pudieran encabezar el proceso de renovación pero hallarán a la reacción en su camino: los empresarios ávidos, con fachada democrática, que intentarán alcanzar el poder para rendir la soberanía ante Washington. Haití se encuentra ante una crítica alternativa, en el año cero de su despegue, en vísperas del bicentenario de la primera revolución latinoamericana. Las perspectivas de Haití no pueden ser más aciagas: saltar del sartén para caer en las brasas.
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