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Latinoamérica

21 de noviembre del 2003

EE.UU. coacciona al gobierno haitiano de Aristide con su guerra de baja intensidad y sus medidas económicas neoliberales

Tom Reeves
Dollar and Sense. Traducido para Rebelión por Laura Abad.


El pasado marzo visité Haití, a donde no había viajado desde 1997. Me temía lo peor. Los analistas norteamericanos condenan el gobierno del Presidente Jean Bertrand Aristide en diversas publicaciones del espectro político. Dicen que el país se ve afectado, ahora más que nunca, por la pobreza y la represión. La imagen que ofrecen de Aristide, corrupto y artero, dista mucho de la del humilde cura que arrasó en las elecciones en 1991. Hace poco le pregunté a un destacado periodista canadiense por qué en uno de sus recientes artículos había calificado a Aristide de tirano. Me respondió: "Todo el mundo lo sabe".

Sin embargo, en las calles de Haití el panorama es mucho más complicado. Si hablamos de violencia y orden público, la situación ha mejorado enormemente. Durante el gobierno de "Baby Doc" Duvalier (1971-1986), reinaba un miedo paralizante impuesto por el ejército y la omnipresencia de los tonton-macoutes (policía secreta paramilitar patrocinada por los dos Duvalier). Durante el período del golpe, de 1991 a 1994, la junta paramilitar, dirigida por Cedras, ni siquiera pretendía gobernar Haití. Simplemente explotaba y aterrorizaba al país. Grandes cantidades de basura amontonada en las esquinas, incluso en el centro y zonas comerciales; cadáveres pudriéndose en las calles; sonido de disparos; pobres desesperados rogándoles a los turistas ante la vigilante mirada de los militares y tonton- macoutes, para detenerles si llegaban a amenazar a un blanc, (significativo término para referirse a cualquier extranjero, de cualquier color)...

Actualmente, es cierto que no hay rastro de las escenas de alegría en las calles, que marcaron la vuelta de Aristide en 1994, pero tampoco lo hay de los militares y la policía. Hay más calma y menos pánico. Se recoge la mayoría de la basura de las calles y, en muchas zonas, incluso se lavan cada noche. La gente está arreglando sus casas y sus negocios. Este nuevo y reforzado sentimiento de seguridad nacional pudo comprobarse con motivo del Carnaval de primavera, que atrajo a casi un millón de personas y se saldó sin ninguna muerte, sólo unos pocos incidentes de poca importancia.

Sin embargo, la calidad de vida no ha mejorado. La mayoría de los haitianos siguen viviendo en una lamentable pobreza, acosados por la galopante inflación de productos básicos como el arroz y el gas, la devaluación, sin precedentes, del gourde (moneda nacional), una tasa de desempleo de aproximadamente el 70%, y un salario medio de $1 diario, para los pocos que consiguen encontrar trabajo. Durante mi visita, pude ver a numerosos hombres y mujeres lisiados, casi desnudos, sucios, arrastrándose cuesta arriba sobre el terreno escarpado o, los que tenían suerte, sobre tableros astillados. Vi montones de niños, de 5 o 6 años, corriendo peligrosamente detrás de los coches para conseguir un gourde (unos dos céntimos).

Esto no es muy distinto de los que había visto en 1986, 1993 o 1997. La soporífera realidad de la gran mayoría de esta sociedad oprimida no ha cambiado. Tampoco lo han hecho las crueles pretensiones de superioridad y riqueza de la minoría poderosa.

Aristide admitió no poder eliminar los efectos de siglos de opresión en unos pocos años. Aún menos al verse atrapado en el neoliberalismo impuesto por los EE.UU. cuando le restauraron en el poder después del brutal golpe de Estado que ellos mismos habían promovido en secreto en un primer momento. Aristide aseguró que, bajo su administración, incluso los pobres de Haití podrían llevar una vida digna. Si no lo conseguía, prometió, no volvería a ejercer un cargo político nunca más. Los medios de comunicación norteamericanos, la minúscula oposición haitiana, y un pequeño grupo de intelectuales del país afirman que no lo ha conseguido, y que debe cumplir su promesa: debe retirarse, ahora. Sin embargo, muchos haitianos no están de acuerdo.

EL PLAN DE MUERTE AMERICANO: NUEVO Y MEJORADO

Aristide, aunque desafortunado como presidente, no tiene la culpa de todas las interminables dificultades del país. Gran parte de la responsabilidad recae en lo que Paul Farmer, experto en salud pública reconocido a nivel internacional, denomina "la estructura de pobreza y represión", impuesta en Haití por los EE.UU. y otras potencias imperialistas desde su independencia hace doscientos años. La versión actual es un "ajuste estructural", típico paquete de medidas que el gobierno estadounidense y otras IFIs (Instituciones Financieras Internacionales) reclaman de los países del Tercer Mundo: liberalización del comercio, privatizaciones, estricto cumplimiento del calendario de pago de las deudas, etc.

Con estas líneas describían, en 1996, Marie Kennedy y Chris Tilly, los efectos del ajuste estructural en Haití:

La economía ha ido de mal en peor. Se ha desarrollado una lucha por la supervivencia que mina toda posibilidad de consolidación democrática. El programa económico (impuesto por EE.UU. y las instituciones internacionales) amenaza con destruir el país. Los haitianos lo llaman de muy diferentes maneras: el plan neoliberal, el plan americano; pero la denominación más gráfica es la que ofreció un campesino: "Lo llamamos simplemente el plan de la muerte.

Aristide tuvo la mala suerte de ganar las elecciones (por segunda vez) el mismo año en que también lo hizo George W. Bush. Elitane Atelios, miembro del Fanm des Martyrs Ayibobo Brav (Mujeres Víctimas de la Violencia Militar) lo explica sin rodeos: Actualmente, su país se enfrenta con "lo que todo niño haitiano sabe que es el juego de Bush". Es el juego de la guerra de baja intensidad, una política que viene siendo familiar para los observadores de los EE.UU. desde hace tiempo, y que va dirigida a aquéllos países, latinoamericanos y demás, que resultan "indeseables" al Imperio. La política combina campañas de desinformación en los medios de comunicación; presión en las instituciones internacionales y otros gobiernos para debilitar su ayuda al país en cuestión; apoyo, abierto y encubierto, a grupos de oposición derechistas del país, incluso a aquéllos dispuestos a organizar un derrocamiento violento. Los haitianos conocen perfectamente la táctica estadounidense. La pasada primavera, el semanario izquierdista Haïti Progress, que suele ser crítico con Aristide, explicaba lo que el autor denominaba "una estrategia de múltiples frentes" que los EE.UU. han adoptado para llevar a cabo un cambio de régimen en Haití.

Los progresistas deberían, al menos, haber desconfiado un poco más del equipo elegido por EE.UU. para gestionar la política de Haití. En el mismo se encuentran Otto Reich, del Consejo de Seguridad Nacional, Roger Noriega, del Departamento de Estado, y junto a ellos, organizando la política exterior estadounidense en su conjunto: Elliot Abrams, John Poindexter (hasta su obligada retirada en julio) y John Negroponte. Todos ellos estuvieron completamente involucrados en la guerra sucia de la administración Reagan contra los Sandinistas de Nicaragua y el escándalo Iran-Contras. Peter Kornbluh, Director del Departamento de los Archivos de Seguridad de los EE.UU., opina: "La reaparición en escena de los culpables del escándalo Iran- contras ha sidoen esta administración ha sido digno de una obra de Orwell".

EMBARGO SOBRE LAS AYUDAS

No mucho después de la manipulada victoria electoral de Bush, su administración se apresuró a cuestionar el resultado de las elecciones parlamentarias de Haití en 2000. Sus acusaciones le sirvieron para bloquear después los créditos que el IDB (Banco Interamericano de Desarrollo) ya había aprobado para Haití. Además, también se presionó al Banco Mundial, al FMI y a la UE para que redujesen otros proyectos de asistencia. Sólo el crédito del IDB ya ascendía a $512 millones.

Todos los medios de comunicación, incluso la prensa liberal, han comentado reiteradamente, sin crítica alguna, las razones de los EE.UU para bloquear estas ayudas. En marzo de 2003, el New York Review of Books recogió una condena del "flagrante fraude electoral por parte del partido en el poder". Sin embargo, cuando se celebraron las elecciones, ni siquiera el gobierno estadounidense denunció ningún fraude y tanto las presidenciales como las legislativas fueron declaradas libres y justas por la OEA (Organización de Estados Americanos). Todas las partes coinciden en que Aristide ganó las presidenciales con un 92% de los votos (con distintos informes sobre la participación). El único punto de desacuerdo es la segunda vuelta celebrada por siete senadores del partido de Aristide (FL, Familia Lavalás), que obtuvieron mayoría relativa pero no mayoría absoluta en la primera vuelta. Finalmente, los senadores renunciaron, dando paso a nuevos comicios. Comparadas con las presidenciales estadounidenses del mismo año, las elecciones de Haití difícilmente pueden calificarse de fraudulentas.

El 24 de enero de 2003, en Puerto Príncipe, un restaurante de la cadena Domino se cierra para secundar la huelga general convocada por el grupo de 184 instituciones, asociaciones y organizaciones. Los únicos que observan la huelga son los negocios que sirven mayormente a la clase media y alta.

De todas las maneras, el embargo sobre las ayudas ha tenido graves consecuencias para la capacidad de gobernar de Aristide. No hace falta decir que, sin recursos, a Aristide le resulta muy difícil cumplir sus compromisos con los pobres de Haití. Otro de los resultados ha sido la tremenda presión ejercida sobre el gobierno para que acate las imposiciones de EE.UU. y las IFI, si quiere recibir alguna ayuda. Estas imposiciones incluyen el pago de las deudas atrasadas. La PAPDA (Plataforma Haitiana de Defensa de un Desarrollo Alternativo), junto con otras organizaciones izquierdistas, han propuesto una moratoria al pago de las deudas. El Primer ministro Yvone Neptune se lamenta: "Hasta que no contemos con una alternativa clara de inversión, simplemente no podremos hacer frente [a la deuda] nosotros solos. El pueblo haitiano necesita desesperadamente la ayuda que ha sido embargada". Paul Farmer está de acuerdo: "Sin esperanza alguna de recibir tratamiento, miles de personas morirán de SIDA, malaria y otras enfermedades. Aquéllos que exigen condiciones para permitir que se reciba ayuda haitiana no viven a diario la realidad haitiana de pobreza y sufrimiento".

A mediados de julio, Haití pagó $32 millones de su deuda atrasada, agotando casi la totalidad de sus reservas de capital. Entonces, EE.UU. anunció una ayuda de $34 millones destinados a mejorar los servicios sanitarios, agua y carreteras de Haití (aunque para ello, prácticamente toda esta suma iría a parar a "contratistas" estadounidenses). A finales de julio, el IDB aprobó finalmente una ayuda de $143 millones, de los $500 que habían sido solicitados.

INJERENCIAS POLÍTICAS

Aunque puede que la ayuda comience a llegar ahora, sobre el gobierno de Aristide aún pesan graves restricciones, que limitan su capacidad de maniobra. Desde la presidencia de Bush padre, EE.UU. viene realizando grandes esfuerzos en la esfera política, para articular una oposición interna capaz de derrocar a Aristide o, por lo menos, obstaculizar su tarea. La Convergencia Democrática reúne a pequeños grupos de oposición, desde maoístas, hasta partidarios del libre mercado, pasando por ultraderechistas seguidores de Duvalier. Entre la oposición, quizás el único grupo que cuenta en realidad con una base sea el de Chavannes Jean- Baptiste, fundador y líder del Programa del Movimiento Campesino Papay. En la meseta central, se ha alejado de la Convergencia Democrática. En estas condiciones, incluso de acuerdo con las encuestas encargadas desde EE.UU., el apoyo a la Convergencia Democrática nunca ha superado el 12%.

La Convergencia Democrática fue fruto del proyecto "Democracy Enhancement" (Mejora de la democracia) ideado por USAID (Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos).

Esta organización ha actuado como brazo político en la guerra de baja intensidad y la reestructuración neoliberal llevada a cabo en numerosos países (incluido hoy Irak). Noam Chomsky cita al experto Amy Wilentnz, que calificaba el "Democracy Enhancement" del Departamento estadounidense, de un proyecto "especialmente diseñado para financiar aquellos sectores políticos entre los que se puede fomentar una oposición al gobierno de Aristide". Actualmente, la Convergencia Democrática disfruta de ayudas del IRI (Instituto Republicano Internacional) asociado al National Endorsement for Democracy, que financia el gobierno de los EE.UU.. Desde que estableció su base en Haití, el IRI ha recibido una media de $3 millones anuales del Congreso estadounidense, así como millones de otras instituciones tanto haitianos como estadounidenses. La organización insiste en su independencia del Partido Republicano, pero un análisis de su consejo directivo nos sugiere lo contrario. Casi todos sus miembros son, o han sido, dirigentes republicanos, ocupan o han ocupado cargos en dicho partido, o han colaborado en alguna de las administraciones republicanas.

El pasado julio, incluso el embajador de EE.UU. destinado en Haití, Brian Curran, arremetió contra los políticos estadounidenses, llamándoles "chimeres" de Washington" (término haitiano para criminales políticos). Los más recientes han sido relacionados con el HDP (Haiti Democracy Project), dirigido por el James Morrel (antes perteneciente al Departamento de Estado), y fundado por la familia Boulos, de talante derechista. En diciembre de 2002, el HDP se sacó de la manga una organización opositora, de cara a las relaciones públicas. Se trata del grupo de 184 instituciones, asociaciones y organizaciones, una lista de ONGs haitianas financiadas por USAID y/o el IRI,así como por la Cámara de Comercio Haitiano-Americana y otros grupos.

Durante y desde el golpe, el proyecto de USAID "Democracy Enhancement" ha hecho los deberes: segmentos completos del movimiento popular fueron captados o aislados. En un primero momento, los líderes populares fueron eliminados, o invitados a emigrar. Más tarde, la mayoría de los que quedaban fueron sobornados. Así se convirtió, la que un día fue una de las poblaciones de mayor movilización popular del hemisferio, en una sociedad gravemente desmovilizada.

DERROCAMIENTO VIOLENTO

La gobernabilidad de Aristide no sólo se ha visto coaccionada por actividades políticas opositoras financiadas y articuladas desde el extranjero. Los partidos de la Convergencia Democrática y sus protectores estadounidenses se han visto implicados en una serie de ataques violentos contra el gobierno haitiano y sus partidarios. El COHA (Consejo sobre Asuntos Hemisféricos) ha dado la voz de alarma. A principios de 200 declaraba: "Aristide ha vivido bajo la continua amenaza de un golpe de Estado desde la primera vez que fue elegido... El gobierno [de Aristide] tuvo que hacer frente a dos intentos de golpe de Estado en julio y diciembre de 2001." Los críticos de Aristide han restado importancia al ataque armado al Palacio Nacional de diciembre de 2001. Sin embargo, ha sido probado que se trató de un intento real de desestabilizar el país para mostrar la incompetencia de Aristide. El comentarista radiofónico Ernest Edouard predijo el ataque. Declaró haber asistido a una reunión en Miami en donde se encontraban haitianos de la República Dominicana y dos americanos, que contaban con buena financiación y planeaban perpetrar un ataque de este tipo.

De una manera más general, COHA denuncia acciones violentas y ataques procedentes de ambos bandos, si bien hace énfasis en la violencia de algunos líderes de Convergencia Democrática, y culpa a los EE.UU. por apoyarles. A lo largo del 2003, varios líderes del FL y funcionarios del gobierno han sido asesinados a manos de hombres que vestían el uniforme militar de la era de Duvalier o que portaban emblemas del ejército de los San Manman (Sin madre). A finales de julio, un vehículo en el que viajaban cuatro funcionarios del gobierno fue víctima de una emboscada, cerca de la frontera dominicana, en el meseta central. Los cuatro funcionarios resultaron muertos. Los observadores coinciden en que los atacantes fueron claramente identificados como pertenecientes al ejército de los San Manman.

El 6 de mayo, la policía dominicana detenía a cinco haitianos, entre ellos el representante de la Convergencia Democrática en la República Dominicana, Arcelin Paul, cerca de la frontera. Se encontraban allí en una reunión, según las autoridades dominicanas, con el fin de reclutar a los participantes en un futuro plan para terminar con el gobierno haitiano. Poco después, varios hombres armados atacaron y desmantelaron la mayor planta eléctrica de Haití. A este respecto, al secretario general del partido izquierdista, PPN (Partido Popular Nacional), Ben Dupuy, generalmente crítico con Aristide, se le atribuyen las siguientes declaraciones: "No cabe duda de que estos individuos son unos verdaderos terroristas, que trabajan en colaboración con la CIA y bajo la protección dominicana". Todos los sectores se han percatado de la actividad estadounidense a lo largo de la frontera con la República Dominicana, por donde 900 soldados norteamericanos patrullan con el ejército dominicano, al que han dotado de 20000 fusiles de asalto M16s.

Todo esto viene a completar lo que el documentalista Kevin Pina, que lleva más de diez años dedicándose a la situación en Haití, la "financiación estadounidense de la Contra haitiana". Podemos darle el nombre que queramos, pero es evidente que existe un grupo armado, vinculado a la Convergencia Democrática, bien organizado y financiado. Su base se encuentra en la República Dominicana y su objetivo es el derrocamiento del gobierno de Aristide. La administración Bush se ve claramente implicada en dicho objetivo, debido a su apoyo a la Convergencia Democrática, su negativa a condenar la violencia de este grupo y su presencia militar a lo largo de la frontera dominicana, por donde los Manman campean a sus anchas.

DESINFORMACIÓN EN LOS MEDIOS

Los esfuerzos de la administración Bush para desbancar a Aristide se complementan con una cobertura en los medios, tanto estadounidenses como haitianos, marcada por la desinformación y la parcialidad. Se ha comprobado la falsedad de una supuesta enfermedad mental de Aristide durante los 90, que no vino a ser más que una flagrante campaña de difamación, ideada por la CIA para desacreditar al Presidente. Ejemplos más recientes tienen que ver con manifestantes anti- y pro- Aristide. Todo el mundo coincide en que el mitin más multitudinario de la Convergencia Democrática tuvo lugar el pasado 17 de noviembre en Cabo Haitiano. Según Kevin Pina, algunas emisoras de radio locales informaron de la presencia de 60000 simpatizantes, cantidad que trascendió a varios periódicos norteamericanos. Las autoridades locales, por el contrario, establecieron las cifras en 4000, mientras que los observadores independientes hablaban de no más de 15000. Además, Pina también señala, con respecto al mitin pro-Lavalas del 2 de noviembre, que los observadores independientes calcularon unos 30000 participantes, mientras que en los grandes medios de comunicación la cifra se situó en tan solo 2000.

Brian Concannon, perteneciente al BAI, (grupo de abogados, tanto haitianos como extranjeros, patrocinado por el gobierno para asesorar a los jueces en casos de derechos humanos) ejemplifica, de forma aún más tajante, este doble rasero que emplean los medios de comunicación (y los grupos de derechos humanos): "En diciembre de 2001, una banda de partidarios de la Convergencia Democrática, armados con machetes, atacaron, cerca de Petit Goave, a un seguidor del FL. Joseph Duverger, así se llamaba la víctima, murió abandonado en la calle, donde posteriormente le encontraron sus amigos. Lindor era un simpatizante de la Convergencia Democrática y dirigía un programa de radio semanal. Fue asesinado por un grupo de FL. Lindor aparece en todos y cada uno de los informes sobre derechos humanos (como periodista asesinado). Duverger, por el contrario, casi no es mencionado en dichos informes.

Los medios de comunicación internacionales apenas se hacen eco de los pocos pero evidentes triunfos del gobierno de Haití en ciertas áreas. Kevin Pina ha declarado que siempre que ha intentado llamar la atención de periodistas extranjeros, de Reuters o Associated Press, a propósito de los logros de la campaña de alfabetización del gobierno, éstos le han ignorado. Uno de ellos incluso le pidió que dejara de pasarle ese tipo de noticias: "No vamos a emitir nada positivo sobre Haití" -le dijo.

Aunque los periodistas denuncian su incapacidad de trabajar libremente en Haití, allí hay muchos más diarios, semanarios y emisoras, estridentes y populares, de las que se pueden imaginar en Canadá o EE.UU. Muchos de ellos realizan feroces críticas de Aristide. Desde los medios financiados por la elite empresarial, se emiten constantes llamamientos al derrocamiento del gobierno. Nada de esto encaja con la imagen de un país en el que los periodistas de la oposición están severamente oprimidos.

Sin embargo, el asesinato, en 2000, de Jean Dominique, ha perjudicado enormemente a la causa de Aristide. Dominique era un periodista comprometido, de impecable integridad, que encolerizaba a los sectores más poderosos de Haití. Aunque en 2001 se detuvo a cuatro presuntos responsables, la viuda de Dominique se mostró indignada, ya que los verdaderos culpables no habían sido encontrados. A pesar de recibir presiones por parte de grupos internacionales, ella se niega a acusar directamente a Aristide, si bien no duda en expresar sospechas sobre miembros de su partido. El caso de Dominique es, a día de hoy y en lo que se refiere a derechos humanos, la mancha más dañina en la reputación de Aristide. Además, ha provocado sentimientos de decepción entre numerosos partidarios del Presidente, tanto dentro como fuera de Haití.

Éste y otros casos ponen de manifiesto la lentitud de la justicia haitiana. Los activistas pro- derechos humanos, en especial los que declaran haber recibido amenazas telefónicas, así como los periodistas críticos con el gobierno, merecen apoyo y protección. El número de asesinatos que se les atribuyen a los partidarios de Aristide pierde envergadura al compararse con los más de 5000 asesinatos de seguidores de Lavalas, cometidos durante los tres años de gobierno militar en los 90.

LOS LOGROS DE ARISTIDE

Éste es el clima de trabajo del gobierno de Aristide: intentos de golpe de Estado; llamadas de grupos de presión estadounidenses para exigir un cambio de régimen radical; embargo sobre la práctica totalidad de la ayuda internacional... Aún así, izquierdistas, moderados y derechistas se mantienen: es Aristide quien ha fracasado y debe irse. Los izquierdistas critican la política económica neoliberal de Aristide que, a su parecer, va más lejos de las condiciones, ya de por sí draconianas, impuestas por los EE.UU. y las IFIs. Dicen que el Presidente ha olvidado sus ideas originales populistas y socialistas sobre justicia, para aferrarse al poder a toda costa y para tener contentos a sus voraces amigotes.

Los datos indican un gobierno débil, con un presidente a menudo ausente e invisible en momentos cruciales que, sin embargo, no duda en dejarse ver directamente si con ello puede beneficiar su imagen o proteger a sus aliados más cercanos. Sin embargo, de estos datos no podemos deducir que el gobierno de Aristide haya abandonado completamente sus metas u olvidado sus valores. Más bien son evidentes claros progresos, en ciertos campos decisiones orientadas a la defensa de la agricultura y las obras públicas y, en otros más cruciales, un rechazo a cambiar de opinión que ex plica la extrema antipatía del gobierno estadounidense.

Durante su primer mandato, que comenzó en enero de 1991, Aristide se mantuvo muy bien en la línea de su programa populista. Modificó el código fiscal, que había gravado enormemente la clase media, impuesto una pesada carga sobre los campesinos, mientras que la elite se libraba prácticamente de los impuestos. En cuestión de meses, los impuestos sobre la renta procedentes de los más ricos empezaron a generar ingresos y, por primera vez, se aplicaban los impuestos a las importaciones. Al mismo tiempo, Aristide hacía todo lo posible por conseguir un aumento del salario mínimo y la imposición de nuevos controles sobre el precio del crudo y los productos alimenticios.

Llegado el verano, las IFIs y USAID, además de otros donantes potenciales, empezaban a ejercer presiones para que se anularan dichas iniciativas. Aristide cedió en algunos puntos, como los subsidios y el petróleo, pero se mantuvo firme en cuanto a la reforma fiscal y la subida del salario mínimo. Sólo unos meses más tarde, fue derrocado por fuerzas entrenadas y financiadas por el ejército y los servicios de inteligencia estadounidenses.

En 1994, la administración Clinton restauró a Aristide en el poder a cambio de importantes concesiones. Representantes de las IFIs y otros donantes se reunieron con el Presidente en París, en donde éste aceptó casi la totalidad del plan neoliberal para Haití -que incluía la contención de los salarios, la reducción de los aranceles y la privatización de empresas estatales. Esto suscitó críticas entre los miembros de la diáspora y el movimiento solidario. Según ellos, Aristide debería haberse mantenido firme en su oposición al programa económico neoliberal, incluso aunque ello significara el retorno de los militares al poder. Cuando, en mayo de 1994, Aristide se dirigió en Boston a un público de haitianos y miembros de la solidaridad, tuvo que hacer frente a la resistencia de los mismos a su regreso en las condiciones impuestas por EE.UU. Aristide respondió con claridad: "Puede que retrocedamos un poco para luego avanzar, pero no podemos hacer nada positivo hasta que nos encontremos en Haití. Los todopoderosos EE.UU. no son los únicos que pueden jugar a dos bandas".

La administración de Aristide justifica la decisión de aceptar el acuerdo de París alegando que, una vez en el poder, no se llevarían a cabo necesariamente todas las medidas a las que habían transigido sobre el papel. Lesley Voltaire, antiguo colaborador de Aristide y actual Ministro de los haitianos en el extranjero, lo explica: "Pero podéis comprobar que sus verdaderas decisiones políticas no han sido tomadas para satisfacer los antojos de EE.UU., ni siquiera en materia económica, y por eso van en su contra. A pesar de todas las presiones, Haití no ha suprimido los aranceles -sólo los ha reducido; en cuanto a las privatizaciones, tanto Preval como Aristide han salido por la tangente consiguiendo que sólo se privatizaran las dos empresas públicas menos rentables - cemento y harina.

El abogado del BAI, Concannon, confirma el dilema del gobierno de Haití y su estrategia: "Los países pequeños y pobres no le dicen a las IFIs y a EE.UU 'piérdete'. Puede que lo hagan, muy rara vez, y de manera muy educada, pagando luego su atrevimiento: Arbenz, Allende, Aristide en 1991. Estos países dicen 'claro, claro que lo haremos' y luego hacen lo contrario e intentan escurrir el bulto. Las privatizaciones son el mejor ejemplo. La política oficial del gobierno desde 1994 ha sido privatizar, pero lo que se ha puesto en práctica ha sido algo distinto.

Los progresistas han criticado duramente los acuerdos sobre la zona de libre comercio entre la República Dominicana y el gobierno de Aristide. A pesar de enérgicas protestas por parte de los campesinos locales, Haití ha seguido adelante con el primer proyecto sobre la zona de libre comercio en Maribaroux y, en junio, anunció un segundo proyecto para Ouanaminthe. Es difícil defender las zonas de libre comercio, pero el Primer ministro Neptune lo hace: "Esos que nos critican, ¿dónde van a encontrar ellos puestos de trabajo para los haitianos? No cabe duda de que trabajos poco remunerados y un pequeño aumento en el salario mínimo son mejor que nada. También es parte de nuestra política fomentar empleo fuera de Puerto Príncipe, para mantener a la gente que vive en el campo". La directora del PAPDA, Camille Chalmers, muestra su desacuerdo calificando esta creación de empleo de "propaganda" retórica.

Organizaciones como PAPDA piden con insistencia iniciativas alternativas y regionales para mejorar la economía haitana. Proponen una mayor alianza con Cuba y aprovechar una moratoria a la deuda para invertir dinero en proyectos conjuntos destinados al apoyo de la agricultura haitiana y a la reforma agraria. El gobierno de Haití ya comparte proyectos de cooperación con Cuba y Venezuela, ambos regímenes en el punto de mira de Estados Unidos. El gobierno de Chávez se ha ofrecido a enviar remesas regulares de petróleo a precio reducido, lo cual debería ayudar a detener la galopante inflación haitiana. Gracias a acuerdos entre Cuba y Haití, más de 800 médicos cubanos se encuentran actualmente trabajando en Haití. Los países pertenecientes a CARICOM también colaboran con el gobierno de Haití en el desarrollo de una economía regional capaz de poner freno, en la medida de lo posible, a la dominación estadounidense. Según Concannon, "CARICOM es una iniciativa alternativa de carácter político y económico" y aunque "no habla abiertamente de una oposición al imperialismo, está trabajando en vistas a crear un bloque de comercio que actúe de baluarte frente al ALCA e iniciativas similares".

LO QUE QUIEREN LOS HAITIANOS

La mayoría de la gente con la que hablé en Haití -obreros, campesinos, intelectuales, activistas- critican severamente al gobierno, por su pasividad en el mejor de los casos, o por su corrupción en el peor. Gran parte de ellos se mostraban decepcionados con "Titid" (como llaman los campesinos a Aristide) y rabiosos ante la ausencia de dirección que padece el país. "Aristide está ausente, simplemente no sabemos dónde está", decía Wesner, antiguo partidario de FL en Cabo Haitiano. Uno de los poetas más importantes del país -y durante años acérrimo defensor de Aristide- iba más lejos: "Aristide es el hombre más pequeño que jamás he conocido, el presidente más ignorante que jamás hemos tenido. El país no lo dirige nadie".

Sin embargo, al mismo tiempo, la mayoría de los haitianos parecen querer que Aristide continúe en su cargo. A pesar de sus críticas, el poeta prosigue: "Aristide debe quedarse y finalizar su mandato. Nos libramos de un verdadero tirano, Duvalier, pero nos costó cuatro años alcanzar una mínima estabilidad. Ahora la oposición dice '¡Hagámoslo de nuevo!' Pero ¿Cómo? ¿ Restaurando a los militares, creados expresamente por los EE.UU. para oprimir al pueblo haitiano? ¡No!" Veintiocho de cada treinta personas que respondieron a mi encuesta en aquel concurrido mercado de Puerto Príncipe estaban de acuerdo. La gente no está satisfecha con la desastrosa economía y culpan al gobierno. Sin embargo, casi toda la gente con la que hablé, incluso los críticos más despiadados de Aristide, quieren que se respete el proceso democrático.

Convergencia Democrática y el grupo de 184 instituciones, asociaciones y organizaciones no parecen contar con mucho respaldo popular. Chalmers, de PAPDA, es muy crítica con Aristide, pero lo es incluso más con la oposición oficial: "La primera administración de Aristide comenzó con buen pie y tenía el programa adecuado" declaró en una entrevista. "Yo diría que la presión internacional y la que conlleva intentar gobernar sin la capacidad de llevar a cabo reformas, han privado al gobierno de credibilidad. La oposición oficial es peor - podríamos tomarla a broma si no fuera por la seriedad que le otorgan sus patrocinadores estadounidenses".

Wesner, el joven de Cabo Haitiano, dice que "Lo que más temo es el ejército. Ahora, por lo menos puedo sentarme aquí con mis amigos y protestar. Bajo el régimen militar, me dispararían. Me asusté mucho cuando vi a Himmler encabezando la manifestación de Convergencia Democrática el pasado noviembre." El Himmler en cuestión es Himmler Rebu, un antiguo oficial del ejército involucrado en varios intentos de golpe de Estado.

LA IZQUIERDA Y HAITI

En su discurso del 28 de abril ante el Consejo de las Américas, en Washington, Roger Noriega relacionó las políticas estadounidenses en Haití con las emprendidas también en Venezuela y Cuba. Felicitó a la OEA por su trayectoria de los últimos años, al haber adoptado la Carta Democrática Inter-Americana. Como dijo, "el artículo 20 establece una serie de pasos que deben tomarse en caso de que un estado miembro violase alguno de los elementos esenciales de la vida democrática". Para Noriega, este artículo constituye una fórmula de intervención. Añadió: "Tanto Chávez como Aristide han a la creación de un ambiente polarizado y confrontado. Espero fervientemente que el buen pueblo cubano estudie la Carta Democrática".

¿Cómo puede ser que la izquierda estadounidense no haya visto el nexo entre la política norteamericana en Cuba, Venezuela y Haití, entre otros países? ¿Por qué hay más voces progresistas protestando contra Aristide y que contra la política estadounidense en la región? Puesto que he participado en la batalla por la defensa de Aristide, creo que lo sé. Hace doce años, el Haití gobernado por Aristide -un político de casa, genuinamente radical y con un claro programa de cambio social- se mostraba muy prometedor. ¿Hasta qué punto han decepcionado sus logros, tras ser elegido por gran mayoría en 1991? Aristide no es el gigante intelectual, ni el héroe moral que esperaban la mayoría de los progresistas (y haitianos). Éstos no previeron la dificultad de gobernar en contra de los imperativos de EE.UU. y nosotros tampoco contábamos con un cambio tan brusco hacia la derecha por parte de la política estadounidense.

Desde el exterior, es fácil lamentarse de los fracasos de Aristide y centrar el trabajo solidario en los mismos. Sin embargo, los progresistas deberían hacer balance de la crítica de la que Aristide es objeto e intentar arrojar algo de luz sobre la política de EE.UU. sirve para mantener la "estructura de pobreza y violencia". Paul Farmer resume esta idea: "Las actuales condiciones de vida en Haití son propias de un campo de batalla en el que se libra una guerra contra los pobres...¿Cómo se va a poder reconstruir Haití sin recursos? Hasta que los tengamos, seguirá habiendo miseria, hambre y desigualdades. Esta violencia estructural, que ha sido perpetrada desde afuera, se reflejará en la violencia local... se podría esperar que los observadores internacionales llegaran a percibir estas conexiones, pero no lo hacen".



Tom Reeves es profesor retirado de Historia y Ciencias Políticas del Roxbury Community College, de Boston, en donde dirigió el Caribbean Focus Program desde 1986 hasta 2001. Es uno de los fundadores del New England Observer Delegations to Haití (NEOD) que, en los 90, envió ocho delegaciones al país. Su primera visita a Haití tuvo lugar en 1986, y la más reciente fue el pasado marzo de 2003, en donde recogió parte de la información expuesta en este artículo.