Rebelión
Dos semanas después de las elecciones, todavía dura la resaca electoral, o sea un cierto grado de euforia porque la movilización de una mayoría de los votantes dio al traste con las aspiraciones presidenciales del genocida Ríos Montt.
Pero mal harán los ganadores parciales del nueve de noviembre -Oscar Berger, el empresarial candidato de la Gran Alianza Nacional, GANA, y el también empresario Álvaro Colom, de la Unidad Nacional de la Esperanza, UNE- si interpretan de forma triunfalista y en su favor los resultados de esa jornada. Mal harán si confunden voto en contra a Ríos Montt con adhesión a sus personas; movilización frente a Ríos Montt con apoyo incondicional y cheque en blanco hacia sus propuestas, por cierto hasta ahora inconcretas y magras; euforia cívica con entusiasmo partidario. Mal harán también si no están atentos a las señales de extrema debilidad de nuestro sistema político y sobre todo de la explosiva situación de la pobreza. Y peor hará el electorado medianamente entusiasta del 9-11 si no traduce sus votos en auditoria social, organización y propuestas alternativas.
Adiós al dinosaurio
Cuando el país despertó el diez de noviembre, el dinosaurio ya se había ido, diría hoy Augusto Monterroso. Pero más allá de esta significativa victoria contra el pasado violento, el autoritarismo, el genocidio y la carencia de soluciones a los problemas del país que simboliza Ríos Montt, el país político se resiente de sus enfermedades de siempre, como el elevado nivel de abstencionismo o la escasa representatividad del candidato ganador en primera vuelta, que obtuvo el respaldo de menos del 10% de la población.
Se resiente también de debilidades en el ejercicio de la democracia y especialmente debilidades en el sistema de partidos, que continúan sin intermediar los intereses de la ciudadanía y eluden peligrosamente el debate y la elaboración de propuestas. Debilidades que no atañen sólo a los partidos perdedores sino también y sobre todo a los vencedores.
La Unidad Nacional de la Esperanza, UNE, es todavía una institución política heterogénea, programáticamente ambigua y, para analistas, potencial presa fácil de poderes mucho más articulados, ya sea empresariales, militares o poderes paralelos.
La Gran Nacional Alianza Nacional, GANA, es apenas una amalgama alrededor de un personaje y sus expectativas de poder. Más que un partido, es una alianza pre gubernamental excesivamente cercana a los intereses del empresariado tradicional y por tanto, marcadamente excluyente de otros sectores.
Déficit de ilusiones
Este país se encuentra a la vez carente y precisado de ilusiones, enfermo y necesitado de sueños; huérfano de una clase política capaz de responder con imaginación, con creatividad y con novedad, es decir, con dosis elevadas de lo que nunca se ha hecho, a los problemas.
Guatemala es un país necesitado de referentes políticos, éticos, morales y personales.
¿Es Oscar Berger o es Álvaro Colom la persona indicada para acometer este esfuerzo? ¿Son sus equipos conscientes del grave déficit de ilusión de este país? ¿O, por el contrario, ambos se empeñarán en seguir la senda del fracaso que siguieron mecánicamente todos los gobiernos anteriores y que harían muy bien en desaprender y desandar? Senda que comienza con promesas que nunca van a ser cumplidas. Continúa con la sujeción a los intereses de los grupos económicos y por tanto, con gobiernos de minorías. Rodea la tradicional exclusión sin afectarla. Ejerce el gobierno con singular esquematismo y escasísima capacidad técnica y por último, recurre a la violencia y/o a la arrogancia, enfrentándose con la mayoría de sectores sociales y culpándolos de los malos resultados de su gobierno, para ocultar la falta de logros en la gestión.
Indicios del gobierno que se nos viene los hemos tenido durante la primera fase de la campaña electoral y los tendremos más acusados en las semanas que restan hasta la segunda vuelta, hasta el 28 de diciembre de 2003. La resistencia a concretar los programas de gobierno; la carencia de propuestas; los pactos a cualquier costo, que no suman sino restan y que son pactos cupulares y no de base; la poca claridad sobre los financiadores de las campañas electorales y sobre todo, la insistencia en creer que las elecciones se ganan con mercadólogos y publicistas, no con proyectos políticos a largo plazo, constituyen elementos que, hoy, no contribuyen a despejar las dudas de muchos votantes y a trasladar el cierto entusiasmo que se vivió el nueve de noviembre y los días posteriores, hacia los próximos gobernantes. Después de las elecciones todavía está todo por hacer en Guatemala. Todavía todo está por suceder