Rebelión
La larguísima campaña electoral guatemalteca 2003 se ha caracterizado por enfrentamientos, regaños, palabras fuertes, sentencias y casi ninguna idea, ningún compromiso. Desde sus púlpitos propagandísticos, la mayoría de los candidatos presidenciales (candidatos y no candidatas, porque sin exclusión son hombres) han hecho alarde de fuerza. Todos se han reclamado más que los contrincantes: los más capaces, los más destacados para hacer -en pocos meses- lo que en tantos años de exclusión se ha deshecho en Guatemala, desde lo material a lo cultural y lo social.
Lo más preocupante es que la mayoría de ellos ha alabado y legitimado la violencia, en un país que recién sale de un conflicto armado de cuatro décadas. Unos se han comprometido a llenar el país de soldados y policías no bien comiencen su mandato. Otros a exterminar como sea a las maras. Aquellos han hecho de la represión eje central de su programa. Por no quedarse atrás en las encuestas, los de más allá recurrieron a la amenaza del toque de queda, levantado apenas para aplicar madrugadoras penas de muerte a los delincuentes. En fin, por acullá se desempolvaron himnos con sabor a odio, como el Cara al Sol de la Falange y los centenares de miles de muertos de la guerra civil española, utilizado por los unionistas de Álvaro Arzú.
En vez de enfrentar una cultura de la violencia arraigada y no decreciente en la sociedad guatemalteca, los candidatos arañaron y disputaron votos duros y violentos en el Top Ten de las promesas electorales.
Pero entre tantas voces alzadas y enérgicas, no aparecieron las medidas y "recetas" que el país necesita, la verdadera mano dura que enfrente no la delincuencia común, no a las maras, si no la impunidad, el autoritarismo, la insolidaridad, la corrupción, la negligencia, el nepotismo, el arribismo, la mediocridad, la falta de una visión de nación, eternos problemas en la tierra de la primavera eterna. Ningún candidato explicó qué hará a partir del 14 de enero de 2004, fecha de la toma de posesión del nuevo Presidente, con los graves males que aquejan a Guatemala.
Nadie se anima a colocar el cascabel al gato.
Ningún candidato ha respondido a preguntas fundamentales:
¿Quién y cómo enfrentará la falta de recursos para la inversión social?
¿Quién retomará el pacto fiscal? ¿Quién convencerá a la oligarquía de que es la hora de perder un poco para que todos ganemos, y de que no es natural que Guatemala continúe siendo uno de los países donde menos se tributa?
¿Quién reducirá el poder del ejército para que la paz sea un escenario sin vencedores ni vencidos militar y políticamente?
¿Quién elevará el presupuesto de educación hasta al menos un 4% del PIB, del ridículo 1.7% en que se encuentra ahora, uno de los más bajos del mundo? Y, sobre todo ¿quién y cómo sufragará este incremento? ¿A través de que subida impositiva/ reducción de beneficios/ solidaridad/ responsabilidad empresarial se logrará?
¿Quién enfrentará la corrupción, tanto del sector público como del sector privado y establecerá nuevas reglas de juego para la acumulación y la obtención de riqueza?
¿Quién diseñará una nueva estrategia de desarrollo?
¿Quién abordará la cuestión agraria, el problema de la desigual tenencia de la tierra, el proteccionismo agrícola, la crisis del café y del maíz? En fin ¿quién no rehuirá una reforma agraria, como han rehuido todos los gobiernos anteriores y los propios Acuerdos de Paz?
¿Quién enfrentará el narcotráfico y la colombianización del país?
¿Quién convertirá los Acuerdos de Paz en políticas de estado y, con o sin necesidad de la convocatoria de un nuevo diálogo nacional, se dedicará a cumplir y a desarrollar lo ya dialogado, lo ya pactado, con todas sus consecuencias: aumento de los impuestos, fortalecimiento del Estado, reducción del aparato militar, modificaciones a la Constitución, asunción plena de la interculturalidad, lucha contra el racismo.
El 14 de enero a las 14 horas no se necesitan medidas de choque que además impliquen un abuso de la fuerza, como señala el anuncio principal de la campaña del Partido de Avanzada Nacional, PAN. El 14 de enero son necesarias políticas de Estado, visiones incluyentes, formas democráticas. Tampoco son necesarios políticos de mano firme y voz tronante, sino dirigentes conciliadores, reflexivos, inteligentes, estadistas, que practiquen y que inviten al diálogo y que, sin demagogias ni palabras altisonantes aborden la solución de los problemas estructurales del país.