Latinoamérica
|
20 de octubre del 2003
La riqueza indígena
Fran Araújo
Centro de Colaboraciones Solidarias
"No tienen cara, sino brazos; no practican cultura, sino folclore; no hacen arte sino artesanía, no profesan religiones, sino supersticiones". Con estas pinceladas explica Galeano la visión occidental de los indígenas.
La palabra indígena suele relacionarse con la de minoría. Sin embargo, resulta más interesante ligarla a la de diversidad. Hay más de 300 millones de indígenas en el mundo (cifra equivalente a la población árabe mundial), pero no por ello hay que hablar del indígena como un todo. Al contrario, su verdadera riqueza radica en su diversidad. A veces se corre el riesgo de atribuirle un cierto carácter ideal, que aleja a estos pueblos de una realidad con problemas. Esta imagen idílica acaba muchas veces en márketing turístico que lo reduce a un souvenir de carne y hueso dentro de una reserva natural, una peculiaridad más de la selva.
Los indígenas son los habitantes autóctonos de las tierras de más de 60 países. Componen cerca de 5.000 pueblos y, lo que es más importante, representan el 90% de la diversidad cultural del mundo. Sin ellos, nos reduciríamos a una pobre uniformidad cultural y lingüística.
La cultura indígena pervive desde hace siglos y se transmite de manera oral. En América, más de 400 grupos étnicos se expresan en sus propias leguas y dialectos. Del mismo modo que la destrucción de la Biblioteca de Alejandría supuso unos de los grandes pasos atrás de la civilización, la pérdida paulatina de los idiomas locales significa la muerte de culturas llenas de conocimientos ecológicos. No hay que olvidar que los aborígenes habitan las zonas de mayor biodiversidad del planeta.
El único elemento común a todas estas poblaciones tan dispares es una historia llena de injusticias. Han sido diezmados, torturados y esclavizados. Han sido privados de sus derechos políticos, como el derecho de voto. Sus tierras les han sido arrebatadas por la conquista y la colonización o han sido declaradas terra nullius y reclamadas para el desarrollo "nacional".
Desde 1980 han nacido en todo el mundo más de 1.000 asociaciones de pueblos indígenas que luchan para que su voz se abra paso en este mundo globalizado. En 1994 la ONU estableció el Decenio Internacional de las Poblaciones Indígenas del Mundo, que se conmemora todos los 9 de agosto. A falta de un año para que se cumpla el decenio, aún quedan muchos retos por delante.
El principal problema al que se enfrentan los indígenas es que, a pesar de estar reconocido en la legislación internacional, el derecho a la propiedad de sus tierras no suele respetarse. A menudo son invadidas por empresas petroleras, mineras o madereras, ranchos de ganado, proyectos de 'desarrollo' privados o gubernamentales. Además de las acotaciones de sus territorios para reservas naturales y de caza.
Otro gran reto es el reconocimiento de sus avances culturales. La ONU calcula que los productos farmacéuticos derivados de plantas medicinales descubiertas por los distintos pueblos indígenas suponen cada año más de 43.000 millones de dólares de los que los descubridores no reciben el más mínimo beneficio. Este año se ha sentado un precedente para solucionar esta injusticia en el futuro. Se ha reconocido los derechos de propiedad intelectual del pueblo bosquimano sobre el cactus hoodia. Este cactus, que ellos empleaban para quitar el hambre, está siendo investigado por una industria farmacéutica estadounidense para desarrollar un nuevo medicamento contra la obesidad.
El peligro del estereotipo del indígena como "buen salvaje" es pensar que por ello renuncia sistemáticamente al desarrollo. Que quieran mantener su cultura no significa que renuncien al agua potable y a la electricidad. Sólo le imponen un límite ecológico y natural, inherente a su forma de ver el mundo.
Un líder indígena dijo en una ocasión: "Aunque ustedes están en su barco y yo en mi canoa, compartimos el mismo río de la vida". El desarrollo y el respeto de la diversidad cultural pueden descender por el mismo río. El problema es concebir la vida y la tierra como una posesión. En estos tiempos en los que tanto se habla de desarrollo sostenible, aún tenemos mucho que aprender del pensamiento indígena.