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Latinoamérica

25 de octubre del 2003

En defensa de la humanidad
Nueva era para América Latina
Lisandro Otero
Rebelión
En estos días se reúne en México una pléyade de intelectuales latinoamericanos y norteamericanos preocupados por el rumbo que sigue el mundo en la era de Bush, en el tiempo de las guerras preventivas y de la clique de petroleros ambiciosos que se ha entronizado en la Casa Blanca. La agenda de discusión es amplia y promisoria.

La elección de Bush fue el resultado de fraudes electorales, apañamientos, una dudosa decisión de la Corte Suprema y un engaño a la opinión pública que condujo a la instauración en el poder de una camarilla belicosa que favorece los intereses del complejo industrial-militar de Estados Unidos. Bush asumió la presidencia en medio de una recesión que creó innumerables quiebras, estafas financieras en las grandes corporaciones y un extendido malestar debido a la pésima situación de la economía. Bush ha visto en la guerra una salida al vasto abatimiento.

El atentado a las Torres Gemelas proporcionó el pretexto que necesitaba para acallar las voces liberales en Estados Unidos, someter al país a un patrioterismo exacerbado y dictar una serie de medidas que suprimen las libertades civiles. A la vez se produjo una promoción de las voces más extremistas de la ultraderecha. Bush desató una guerra contra Afganistán sin que existiesen pruebas de la complicidad de aquél país en los atentados a las Torres Gemelas. Ni siquiera logró demostrar plenamente que la organización Al Quaida era responsable del acto terrorista. Bush invadió Irak con el pretexto no demostrado de que aquél país fabricaba armas de destrucción masiva y se apoderó de su industria petrolera, verdadero motivo de la agresión.

La economía mundial se entrelaza cada vez más. Los mercados comunes, sea en Europa, América Latina o Asia, son más frecuentes. La riqueza de los megapolios se ha incrementado tanto, desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial, que ha sido proporcionalmente mayor que todo el crecimiento conocido desde que comenzó la historia del hombre. Paralelamente se han incrementado las legiones de miserables que viven paupérrimamente. Un factor considerable de este intercambio ha sido la intensificación de las comunicaciones. Se está produciendo una revolución informática de consecuencias incalculables.

El capital se ha entretejido de una manera tal que ya no existen grandes compañías aisladas, todas están asociadas en una compleja urdimbre de tal cercanía que si una tiene catarro todas las demás comienzan a estornudar. La llamada etapa monopólica del capital, por los economistas del marxismo, ha entrado en una fase superior que propicia que las compañías medianas, y aun las pequeñas empresas, están siendo engullidas una tras otra por las grandes corporaciones transnacionales.

La investigación científica, las evaluaciones de mercado, el lanzamiento de un producto, la publicidad en los medios son tan costosos que ninguna compañía puede asumir hoy, aisladamente, sus riesgos y desembolsos. La producción industrial, la inversión, incluso las adquisiciones individuales, pueden hacerse sin mirar fronteras nacionales. Vivimos en una aldea global donde podemos surtirnos en un solo mercado.

Lógicamente las grandes trasnacionales se interesan en generar productos y en venderlos solamente donde puedan adquirirlos. Esto quiere decir que las regiones ricas se harán cada vez más ricas y las pobres, empobrecerán. Para no quedarse atrás en esa carrera hay que disponer de una población educada, competente, adiestrada que pueda vender sus servicios competitivamente y sea capaz de adquirir mercancías con sus ingresos.

La globalización está debilitando el concepto de nación. La comunidad histórica formada por una cultura, una lengua, un territorio y costumbres comunes tiende a debilitarse ante los imperativos de la economía. Es obvio que la soberanía de cada estado se erosiona, la capacidad de controlar sus propios asuntos queda supeditada a los intereses globales.

Adam Smith postuló que el mercado era una maravillosa máquina que cuidaba por si misma de las necesidades sociales a condición de que se le dejara actuar sola. El funcionamiento del mercado, decía Smith, producirá la mayor cantidad de bienes a los precios más bajos posibles. La tensión entre las fuerzas en competencia obligará a cada uno al máximo de eficiencia. El resultado ha sido que la mayoría del mundo padece hambre, enfermedades y carece de vivienda.

Los programas de beneficio social no interesan a los inversionistas internacionales. La justicia social no se cotiza en las Bolsas de Valores. La globalización está creando dos mundos: uno opulento y otro desprovisto de recursos elementales. Eventualmente ello puede conducir a un desequilibrio con vastas consecuencias desestabilizadoras. La aldea global no es justa y puede conducirnos a una revolución mundial de los humillados que sea el inicio de una nueva edad igualitaria.

En los últimos años se ha venido efectuando un drástico cambio estructural en la economía del capitalismo. La riqueza se ha desviado de la industria hacia formas especulativas como las finanzas y los bienes raíces. Ha surgido una economía postindustrial basada en la información y la alta tecnología. O sea que de una economía tangible, basada en las actividades productivas y generadoras de bienes, se ha pasado al predominio de una economía de papel bursátil. Esto crea un clima volátil de fluctuaciones inciertas y de mudanza perpetua.

La declinación de Estados Unidos como potencia económica mundial puede apreciarse en el hecho de que hace veinte años seis de los bancos más importantes del mundo eran estadounidenses, ahora son solamente dos. En los últimos años el porcentaje de depósitos en la inestable economía de papel, basada en la alta tecnología, se ha incrementado en un 50%. Hoy en día las grandes fortunas petroleras han cedido su lugar a los caudales basados en la computación o los teléfonos celulares. El desplome de los precios del combustible han motivado que solamente el 8% de los muy adinerados deban su patrimonio al oro negro. La deuda externa de Estados Unidos asciende a 1572 dólares por habitante en tanto que la del Japón es sólo de 75 dólares.

En la medida en que Japón y Alemania se fortalecen, pese a transitorios reveses, la economía estadounidense palidece y se agota. El nervio conductor de las finanzas se encuentra en una curva descendente desde hace varios años, no es competitiva en el exterior. El juego del dinero, que permite mover capitales de un lugar a otro en lugar de arraigarse y producir bienes con valor real, busca utilidades de alto rendimiento a corto plazo, pero también sobrelleva un elevado riesgo. De otra parte Estados Unidos se está quedando retrasado en las áreas de desarrollo industrial y de alta tecnología con relación a sus competidores más cercanos. El paraíso gringo cada día tiene un aspecto más desvaído y sus perspectivas son menos alentadoras.

Vemos esperanzados el surgimiento de una nueva izquierda latinoamericana que se ha identificado con la Revolución Cubana, la que protagonizó los intentos de liberación nacional y está jalonada con los nombres de Che Guevara, Sandino, Salvador Allende, Prestes y Marighella, Camilo Torres y Luis de la Puente, Roque Dalton, Lucio Cabañas y Miguel Enríquez, entre muchos otros, y ha tenido como mentor inconmovible la firmeza, el ímpetu y la hondura humanista de Fidel Castro.

Durante la década del setenta una pesadilla dictatorial devoró la América Latina. Desaparecidos, torturados, prisioneros políticos, escuadrones de la muerte, corrupción administrativa constituyeron un cáncer corrosivo. En los ochenta se intentó un desarrollismo que no dio resultado. Es la llamada "década pérdida". La crisis del capitalismo latinoamericano fue evidente: descenso de los niveles de vida, estancamiento económico, tasas astronómicas de inflación, fuga de capitales, crecimiento infinito de la deuda externa, migraciones masivas.

La política recomendada por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial obligó a reducir el gasto social. Un serio desequilibrio estructural dejó a cien millones de latinoamericanos en la miseria total y a otros ochenta millones en el umbral de la pobreza, según las cifras de la Organización Mundial de la Salud. Al finalizar la década se produjo una mutación de la izquierda: la proposición de cambios por vía insurreccional fue sustituida por una evolución hacia instituciones supuestamente democráticas. La izquierda entró en una crisis de credibilidad, legitimidad e identidad. La implosión del socialismo estilo soviético constituyó una ventaja estratégica porque abrió la posibilidad de construir un modelo alternativo. Las frustraciones de la izquierda ocurridas en Chile, Nicaragua, Perú, el colapso de los frentes guerrilleros, no debe leerse como una necesidad de que la izquierda haga pactos con la burguesía. Todo partido revolucionario que intentó insertarse en el espacio de la institucionalidad burguesa terminó siendo asumido por ella.

En 1980 había en América Latina 120 millones de seres humanos en la pobreza, en el 2001 esa cifra había subido a 214 millones, o sea el 43% de la población de este continente estaba sumida en la penuria más espantosa. De esos, se considera que 93 millones de ciudadanos se hayan sumidos en la indigencia absoluta. Lo más significativo de este giro es que se está conformando una nueva izquierda latinoamericana con Fidel Castro en Cuba, Lula en Brasil, Chávez en Venezuela, Kirchner en Argentina y la reciente insurrección popular en Bolivia, se ha integrado un conjunto de naciones que se mueve hacia reformas estructurales, la independencia política y el beneficio social para las masas.

Nunca los Estados Unidos han tenido un gobierno más inadecuado para arrostrar la nueva situación. La administración Bush se ha nutrido de bucaneros agresivos como Otto Reich, Negroponte y Roger Noriega para forzar a Latinoamérica a seguir un camino. El divorcio entre la nueva izquierda y el grupo neofascista de los consorcios petroleros que domina en la Casa Blanca está encaminado a un enfrentamiento ineludible.

La economía mundial se entrelaza cada vez más. Las medidas de proteccionismo aduanal, que rigieron hasta un reciente pasado --todo tipo de aislacionismo--, son como supervivencias de la era paleolítica. Los mercados comunes, sea en Europa, América Latina o Asia, son más frecuentes. La riqueza de los megapolios se ha incrementado tanto, desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial, que ha sido proporcionalmente mayor que todo el crecimiento conocido desde que comenzó la historia del hombre. Paralelamente se han incrementado las legiones de miserables que viven paupérrimamente.

Las manifestaciones masivas en todo el mundo son una demostración palpable que el rechazo a la política belicista de la pandilla petrolera de la Casa Blanca se ha generalizado de manera impresionante. Tras el atentado del once de septiembre los provocadores tomaron el proscenio y lograron intimidar a todos. A aquella timidez ha sucedido una toma de conciencia y pasos hacia la acción. La opinión pública mundial ha surgido como un adversario tenaz que está enfrentándose a la camarilla petrolera que domina la Casa Blanca.

Cuba sufre la ola expansiva del hegemonismo de Estados Unidos, que recurre a una agresividad mayor. El sector conformista, lucrativo y anexionista cubano, los oligarcas que desde siempre antepusieron sus intereses económicos a la justicia social han emigrado y no cesan en sus operaciones propagandísticas, bélicas y entreguistas.

Si Cuba fuese avasallada por el imperialismo las consecuencias serían desastrosas, para todas las fuerzas partidarias del progreso social, de los cambios políticos y de la distribución más equitativa de la riqueza natural. La hostilidad de la administración Bush ha sobrepasado la de anteriores gobiernos. Se han limitado los desplazamientos, restringiendo los viajes de estudiantes e intelectuales, eliminando los intercambios educacionales, negando visados a científicos, atletas y académicos. A la vez se ha incrementado notablemente el presupuesto de las transmisiones de propaganda en radio y televisión.

La agenda neoliberal está agotada y el ejemplo del desastre en nuestra América ha sido muy aleccionador. Está terminando el tiempo de la desorientación y el escepticismo, está abriéndose una alborada promisoria que permitirá que guías de beneficio social permitan abrir expectativas que parecían canceladas desde hace más de veinte años. Cabría recordar la exhortación de José Martí, como proyecto político para todos aquellos que piensan con autonomía: "Quien se alza hoy con Cuba, se alza para todos los tiempos". O como quería Nicolás Guillén: "la mañana se anuncia con un trino".