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Latinoamérica

La resistencia continúa y por supuesto, todos queremos que Goni caiga"

María Liendo y Juan Bustos, corresponsales de "Resumen Latinoamericano"

Ingresar a la ciudad alteña es difícil, pero salir de noche sin ayuda es imposible por la cantidad y magnitud de barricadas.
¡Prohibido pasar carajo!, es el grito de uno de los cientos de alteños apostados en el puente del peaje de la autopista que une El Alto con La Paz.
Así, como si se tratara de una fortaleza prohibida, los compañeros que ocupan las calles nos guían por la ciudad, la tercera más grande del país y que hoy cumple los nueve días de conflicto. Por sus avenidas se siente el olor a tóxicos quemados (plásticos y neumáticos), y sólo se ve a personas caminando o bicicletas como único medio de transporte.
Por el centro, El Alto muestra el ambiente de protesta generalizada en la que actualmente viven sus habitantes. Su forma básica de luchar es el bloqueo de las calles: con piedras, troncos, alambre de púas letreros de señalización, postes de luz, jardineras y árboles. En algunos lugares, según se contó, incluso se hallaron lápidas que seguramente vienen de un cementerio.
En la Urbanización Rosas Pampa, un largo tramo de la vía férrea fue desnivelado. Es inevitable la pregunta sobre cómo se habrá logrado aquello, que debió requerir tanta fuerza y paciencia.
Los alteños justifican los destrozos con la causa mayor que es la lucha: al principio, la industrialización del gas que ahora está en segundo plano, ya que después de las decenas de muertes por las balas del Ejército, ahora el objetivo es la renuncia del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada.
³Aquí no hay partidos ni sindicatos, ésta es una lucha de toda la población que está cansada de este Gobierno², dice Edgar, vecino de El Kenko.
El ambiente en la ciudad es tenso. Todos están atentos a que sus medidas de presión se cumplan con rigor. Aquellos que se atreven a desobedecer pagan las consecuencias, como lo expresan dos vehículos quemados que bloquean las vías de ida y vuelta. Esos motorizados fueron incendiados el sábado, luego de que el Gobierno arremetiera contra los protestantes dejando una veintena de muertos por bala. Aún sale humo de la chatarra.
En la entrada a los barrios de Villa Bolívar A y B, avenida Bolivia, 21 de Diciembre, Urbanización Huara, Alpacoma Ventilla, Atipiry, Senkata y la avenida Blanco Galindo, el ambiente es el mismo: violencia y temor. Las personas expresan su enojo con gritos en contra del Gobierno, pero se declaran asustadas por la posible presencia del Ejército. ³Tenemos miedo que vuelvan a matarnos², confiesa Elena, una joven de 18 años que presenció las muertes en Ventilla. El recorrido de este medio se prolongó hasta horas de la noche. Entonces, en todas las esquinas se pudo ver un promedio de 10 a 15 personas por cada fogata. Se contaron treinta en un solo barrio. ³Estamos en vigilia por miedo a que vuelva el Ejército², dice una mujer con su niño en la espalda.
El bloqueo de las principales vías de El Alto se radicalizó ayer por la madrugada. Piedras, tierra, escombros y hasta una malla olímpica cubrió un sector del camino a Viacha.
La circulación en esta ciudad se complicó debido a que los vecinos que marcharon hacia la sede de gobierno no permitieron el tránsito de bicicletas, el medio de transporte más utilizado en este conflicto. En algunos casos la gente chicoteó a quienes, pese a las advertencias, seguían conduciendo sus vehículos.
La radicalización de esta medida fue una respuesta de los alteños a la ³guerra sicológica² sufrida la noche del miércoles y parte de la madrugada de ayer, cuando se escucharon ráfagas de armas de fuego, explosiones de dinamitas e incluso el sobrevuelo bajo de un avión militar.
Las llamadas de auxilio y pedido del cese de esta operación a radioemisoras y entre los mismos vecinos fueron numerosas durante esa noche, dada la incertidumbre en la que vivían en medio de la oscuridad.
La mayor parte de las llamadas fue realizada desde la zona de Río Seco y Villa Adela, lugares en los que se denunció el allanamiento de casas, por parte de fuerzas militares y policiales, en busca de dirigentes y armas de fuego. Sin embargo, esos extremos no fueron confirmados en la jornada de ayer porque ningún dirigente fue detenido y ningún vecino señaló el allanamiento de su vivienda.
No obstante, el miedo y el susto de los vecinos fue evidente. En algunos casos dijeron que sus hijos se habían metido debajo de las camas por miedo a que ingresen los militares.
³Esa era una guerra sicológica de los militares, pero nosotros nos vamos a tomar revancha contra ellos, sabemos dónde viven, vamos a esperar que pase este conflicto², dijo un vecino de Río Seco. Otro de Rosas Pampa, zona que está en Villa Adela, informó de que en la noche se escuchó volar muy bajo, ³al ras de los techos², una avioneta y que fueron constantes los disparos de armas de fuego y la explosión de cachorros de dinamita.
En esa zona <AGREGÃ"< adefenderse de las fuerzas militares. Por ello se formaron grupos de personas que encendieron fogatas para sentar presencia en el lugar y combatir contra el frío. También cavaron zanjas en calles y avenidas.
Otros vecinos y comerciantes volvieron a obligar a cerrar las tiendas y negocios bajo la amenaza de saqueos.
Por la noche, apenas los vecinos oyen disparos o temen algo, hacen repiquetear los postes de luz. Ése es el sonido de la alarma.
Los vecinos de Río Seco se dieron modos para colocar una barricada cada 30 metros, de manera que es imposible que un coche pueda pasar.
Con este propósito desmontaron los viejos vehículos de transporte para llevar la chatarra a las calles. Otra gente se dio a la tarea de regar vidrio molido, lo que torna difícil incluso caminar.
Ayer, mientras los adultos estaban dedicados a estas tareas, tres niños hurgaban entre los basurales las botellas de plástico que luego de dos horas de recolección trasladaron en un viejo aguayo. ³Por cada kilo nos pagan un boliviano², confió Juan, que tiene siete años y asiste a una escuela de la zona. En tanto, su madre, que se dedica a vender jabones y detergentes como ambulante, dijo que estos no son los mejores días, porque habitualmente gana 10 bolivianos en una jornada, con los que sostiene a su familia. Ahora, a duras penas reunió tres.
Ayer fueron también enterrados los restos de Constantino Quispe, un mecánico de 43 años que murió en los enfrentamientos con las fuerzas militares y dejó en la orfandad a un niño. Más de un centenar de personas acompañaron los restos al cementerio Mercedario.
En la tarde, los vecinos se organizaban para el nuevo día del paro, asignando funciones a los miembros de cada familia.
La gente parece estar ya acostumbrada a los ruidos nocturnos y los disparos.
Algunas personas contaron que, la noche del miércoles, apenas escucharon ráfagas de ametralladoras, inmediatamente convocaron a los vecinos a través del repiqueteo en los postes de la zona, que es el sonido de alarma. Sobre el rumor de allanamiento a domicilios por parte de agentes del Gobierno, nadie supo confirmarlo.
Los grupos que bajaron a La Paz para marchar retornaron a las 16.30. Se les esperó con un vaso de refresco y un plato de ají de fideo.
Ayer fue una tarde tranquila en la mayoría de las villas, cuyas calles lucen llenas de basura de más de una semana y barricadas. Sirvió también para que los vecinos, que hicieron vigilia la noche anterior al calor de llantas quemadas, descansen.
Si entrar fue difícil, salir se hizo casi imposible. Buscar una vía para llegar al camino hacia La Paz, en medio de la oscuridad, se convirtió en una odisea. Con la ayuda de algunos vecinos se pudo lograr. A diferencia de la belicosidad de la mañana, por la noche el trato fue amable. Si van a la ciudad, dijo un vecino, díganle al Goni: ³El Alto de pie, nunca de rodillas².