VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Latinoamérica

16 de octubre de 2003

Réquiem por la Prensa Alternativa Boliviana
De las industrias culturales a los contrafuegos

Erick Fajardo Pozo
Rebelión


La mentalidad neoliberal ha transformado a la prensa occidental en un consorcio multinacional, una industria cultural que manufactura información funcional al orden establecido. Así hoy, en cualquier provincia del imperio globalizado, la idea de medios de comunicación como espacios de legítima representación ciudadana se ha empezado a considerar una utopía.

En Bolivia esa utopía era palpable y tenía muchos nombres: Pío XII, Pulso, El Juguete Rabioso, etc. Hoy la prensa independiente boliviana lanza un réquiem por la libre expresión y se apresta a defender sus últimos reductos.

El ethos del periodismo boliviano

Desde el principio de su gestión, el gobierno de Sánchez de Lozada demandó de los medios de comunicación bolivianos una postura conciliadora respecto a la crisis y funcional respecto al estado. La mayoría de ellos respondió a su estructura empresarial de mass media, antes que a su función de custodios de la información, matizando - cuando no minimizando - la trascendencia del descontento social. Pero dos medios de comunicación escrita - Pulso y El juguete rabioso - que podían disponer de independencia económica, se permitieron también una independencia de pensamiento que, ya desatada la crisis, se convirtió en una amenaza para el gobierno.

Ambos medios de comunicación fueron el refugio del librepensamiento y el ágora donde los intelectuales del país iniciaron un candente debate público sobre soberanía marítima, dignidad nacional y democracia, tres temas que el aparato de censura gonista había proscrito de la agenda de la prensa nacional. Hoy el gobierno confiscó la edición regular del matutino El Diario, la edición extraordinaria de Pulso y se aseguró de sacar de las calles a El juguete rabioso, indicadores y referentes del pensamiento ciudadano cuya evaluación del conflicto pudo haber sido lapidaria para el gobierno.

La negación del "otro".

El filósofo Enrique Dussel enunciaba hace una década su célebre tesis del "encubrimiento del otro", tesis que planteaba que la "negación" del otro, sus necesidades y sus demandas había sido la principal estrategia de la lógica del poder colonial para aniquilar las identidades políticas disidentes en América. Esta estructura de poder - según Dussel - sobrevivió la colonia, la república temprana y el estado nacional para prevalecer hasta nuestros días y convertirse en el principal arma ideológica del estado neoliberal.

Dussel no se equivocaba en ninguna de sus dos premisas, porque a) ni la lógica del poder ha cambiado en 497 años, b) ni tampoco las elites dominantes han aceptado la existencia de un "otro", que sea protagonista, que tenga necesidades y que merezca un estado pensado también desde y para ellos.

El último bastión ciudadano.

La prensa nacional ha quedado atrapada en una red de contubernios que la condicionan a sobrevivir de la publicidad que las élites empresariales privadas del país utilizan como elemento de control sobre la línea editorial del periodismo. En un país de economía de subsistencia como Bolivia las redes privadas de comunicación sólo sobreviven mientras sus noticieros no cuestionan el orden dominante ni afectan los intereses de sus patrocinadores.

Ahora, las grandes concentraciones de capital que subsidian mediante anuncios a las empresas de comunicación nacional, residen en manos de empresarios y oligarcas cuyos intereses representa el actual gobierno. Muchos de ellos son propietarios de los mismos medios y existen consorcios mediáticos como el grupo Canelas o el grupo Garafulic, que administran intereses tan encontrados como la prensa escrita y el capital simbólico de las elites nacionales.

Medios de resistencia alternativos.

Estos oligopolios mediáticos han absorbido - cuando no asfixiado - a la prensa independiente y han creado una cultura periodística de la cautela con ciertos temas "tabú" conque los periodistas no deben meterse.

Pero ante la caída en desgracia de Raúl Garafulic y Jorge carrasco, dueños de los principales oligopolios mediáticos nacionales, la estrategia económica de subsistencia informal y la cooperación internacional canalizada por organizaciones no-gubernamentales financiaron el arranque de una serie de revistas y semanarios de reflexión política y social que consiguieron un público cautivo merced a la necesidad ciudadana de informarse de modo fidedigno y por presentar una propuesta analítica honesta y sin los sesgos de la prensa oficialista y la empresa privada de comunicación.

El gobierno ha intentado todo este año desarticular estos medios de comunicación que han centrado su análisis en la denuncia de casos de corrupción tales como la existencia de un viceministro que participó años atrás en el secuestró del presidente constitucional Hernán Siles Suazo o el accionar corrupto del principal socio de Goni en la coalición gobernante.

Sin duda El Juguete Rabioso y Pulso han sido ejes articuladores del movimiento ciudadano, en la medida en que sus artículos reflejaban con amplitud e interpretaban con visión crítica los hechos. No existía una postura o una línea partidaria que orientara a ambos medios, sino simplemente el cumplimiento cabal del compromiso social del periodista y una administración ética de un bien público - la información. Su mérito radica en habernos enseñado el camino para rescatar a la prensa de la industria cultural para hacerla contrafuegos de las reivindicaciones sociales en el continente.

Hace años atrás Gregorio Iriarte inmortalizó la saga del pueblo minero boliviano, que puso el pecho y recibió las balas de la dictadura para evitar la intervención militar y el cierre de radio Pío XII. Esta radio había sobrevivido las perpetraciones del régimen dictatorial más sangriento de nuestra historia.

Hay que reconocerlo, lo de Goni Sánchez tiene mérito histórico, ha conseguido enmudecer a dos símbolos latinoamericanos del periodismo alternativo, derramar tanta sangre como una dictadura y cerrar una emisora que el mismo García Mesa no pudo acallar.

(*) El autor es periodista del diario La Voz, de Cochabamba y escribe para revistas como Novembrino, Punto Final y La Patria (Dominical) de Oruro.