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Latinoamérica

LA MULTITUD ACORRALA A GONI Y A SUS TANQUES

Redacción de Econoticiasbolivia.com
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La Paz, octubre 16, 2003 (17:00).-

Al menos un cuarto de millón de trabajadores y vecinos de casi todos los barrios populares de El Alto y La Paz han cercado el Palacio de Gobierno y han dado la última oportunidad para que el hombre más odiado y maldecido en la historia nacional, el millonario Gonzalo Sánchez de Lozada, renuncie a la Presidencia y abandone Bolivia.
La gigantesca movilización de masas, que copa por más de ocho horas el centro citadino, fue más numerosa, mejor organizada y más radical que la imponente manifestación de la víspera.
En la Plaza San Francisco, la multitud reunida en cabildo abierto al mediodía de hoy acordó profundizar aún más la movilización social en todo el país e instruyó a los hombres y jóvenes a prepararse para el combate callejero contra los tanques y la metralla.
"Hay que cavar zanjas en cada barrio, en cada cuadra, hay que levantar los piquetes de autodefensa", dice el minero Jaime Solares, el líder de la Central Obrera Boliviana (COB), que instruyó mantener el cerco sobre Palacio, custodiado por tanques de guerra, precarias trincheras y militares extremadamente tensos. Allí, temen que se inicie la batalla.
LA PACIENCIA SE AGOTA
"Es una batalla de largo aliento", responde Solares a los gritos de los jóvenes y universitarios que querían asaltar de inmediato el solitario Palacio de Gobierno, ubicado a cuatro cuadras de la Plaza San Francisco.
Desde el agravamiento de la crisis, Sánchez de Lozada está acorralado en la residencia presidencial en la zona residencial de San Jorge, en el sur de la ciudad, a varios kilómetros del centro. Hacia allá también quieren ir grandes grupos de manifestantes para acabar de una vez con el "matagente", con el "gringo maldito", como ya nombran en las zonas ensangrentadas de El Alto y La Paz al Presidente.
A diferencia de ayer, las consignas de hoy coreadas por la multitud son más radicales: "ahora sí, guerra civil, ahora sí guerra civil", gritan hombres, mujeres, viejos y niños, agitando miles y miles de palos, con los que están enfrentando el genocidio y la barbarie.
Los discursos son radicales y todos dicen lo mismo: ¡que se vaya el gringo!. Todos dicen lo mismo, pero no dicen ni cómo, ni cuándo. La gente desespera, quiere más, quiere acabar de una vez con el Presidente. Los dirigentes calman a la base tumultuosa, impetuosa, e instruyen el cerco, a mantenerse en las calles, presionando sobre Palacio, tomando el centro, ejerciendo poder, en vigilia.
Terminan los discursos, hay marchas por las calles centrales y muchos se ubican en sus puestos, controlando casi todas las esquinas del centro. Otros se marchan a sus barrios, muchos llegan recién, apresurados, jadeantes. "Ahora sí, guerra civil", gritan.
En el centro están los mineros, los cocaleros, campesinos del sur, universitarios, fabriles, maestros, jubilados, comerciantes y jóvenes, muchos jóvenes. En algunas calles hay enfrentamiento, gases lacrimógenos, barricadas precarias y llantas quemadas. Hay gasificados y algunos ensangrentados. En otras calles, cocaleros de los Yungas y vecinos de Villa Fátima comparten pan y refrescos con los policías. Hay acercamientos, charlas, sonrisas.
Es la sublevación popular, multitudinaria, contradictoria, todo un hormigueo humano que ya está cansándose de esperar a que se vaya el gringo. "Hay que sacarlo, hay que echarlo", dicen muchos.
"Hay que esperar un poco más", dicen dirigentes medios de la COB y anuncian la llegada de otros contingentes de campesinos, comerciantes y cocaleros que vienen de Cochabamba, de Oruro y Potosí. En esos distritos también la protesta cunde, hay paro, marchas y rebeldía.
UN FRENTE COMÚN
Otros que esperan son los sectores de clase media alta, intelectuales, activistas de derechos humanos y profesionales, que han levantado ya una treintena de piquetes de huelga de hambre en los templos e iglesias en casi todas las ciudades del país.
En los barrios residenciales también exigen la renuncia del Presidente, con vigilias en torno a las Iglesias. También marchan, escoltados por la policía, piden que se vaya Sánchez de Lozada. Y con ello, en las calles, se está dando un frente común entre sectores populares y las clases acomodadas para que acabe la masacre.
SALIDA INCIERTA
"No se puede aceptar que se siga matando a la gente, queremos trabajar y la única solución es que el Presidente se vaya", dice uno de los improvisados dirigentes de la protesta. Ellos también temen que la sublevación civil se transforme en revolución social.
Por eso recalcan que "la salida debe ser la sucesión constitucional", en la misma línea de lo que dice la ex defensora del pueblo, como dicen los activistas de Derechos humanos, como dice la gente que apoya al Vicepresidente de la República, Carlos Mesa, que hoy se ha distanciado mucho más de Sánchez de Lozada. "Yo no tengo el valor de matar", dice para cobrar prudente distancia de la masacre.
Entre los que están arriba de la escala social hay también solidaridad con los campesinos que van a la Plaza San Francisco. Esa solidaridad se torna en hermandad en los barrios populares. En las laderas hay recibimiento de héroe, recibimiento de hermano. Los vecinos abren sus casa a cocaleros y campesinos, y comparten pan y coca, antes de la batalla.
"Todos los mineros están conminados a constituirse de inmediato en La Paz", reclama el líder de la COB en previsión a que Sánchez de Lozada y, en especial, la Embajada de Estados Unidos, empuje a las tropas a la matanza y a los trabajadores y vecinos al asalto del cielo.
Entrada ya la tarde, desde la residencia presidencial, el ministro de Defensa, Carlos Sánchez Berzaín ratifica, a través de la radio católica Fides, que el Presidente no renunciará y que los que piden su dimisión "no tienen ninguna posibilidad de ganar".