Tupac Catari
Por Kintto Lucas*
1781. Los precios de la producción minera de Oruro, en Bolivia, bajan rápidamente. Los mineros, en su mayoría criollos, contraen grandes deudas y pasan a depender del fisco y los comerciantes... pasan a depender de los europeos. El resentimiento se siembra y crece como la coca, por todas partes. Los mineros que antes mandaban en el cabildo y algunas veces hasta corregidores eran, habían perdido ya toda su influencia en diciembre del año anterior, poco después de la rebelión tupacamarista, cuando sus puestos de gobierno fueron ocupados por los españoles. Ahora por primera vez piensan en aliarse con los indígenas... ahora por primera vez lo concretan. El 15 de enero se inicia el levantamiento. Las milicias que se habían formado el año anterior para defender Oruro de la llegada de Tupac Amaru, están al frente de la sublevación contra "el mal gobierno de los europeos", atando la vida a su tierra. La pelea hace fuerte la unión de criollos e indígenas.
Los hombres criollos usan poncho de terciopelo negro como el del Inca-Rey, mujeres y niños se visten como Aymaras. En marzo estalla otro foco rebelde, esta vez es en La Paz y las zonas cercanas. El líder es Tupac Catari que se hace jefe de mil guerreros y se proclama "salvador del pueblo Aymara".
Andrés Tupac Amaru, sobrino del gran Inca llega con su ejército Quichua para sumarse al levantamiento... Vencen en Sorata, y La Paz queda sitiada. Está a punto de rendirse, los españoles están sorprendidos y ya no pueden resistir... Pero surgen problemas entre los rebeldes: Tupac Catari y sus Aymaras no quieren alianza con los criollos, Andrés y sus Quichuas ven un poco más allá y, como su tío, quiere el levantamiento de todo el pobrerío. Evitando la pelea entre hermanos decide retirarse. Tupac Catari es vivado por su gente y pelea heroicamente contra el colonizador, pero sus fuerzas no son muchas y termina derrotado. En Oruro el movimiento se mantiene algunas semanas más, allí la unidad es más fuerte...
Los españoles supieron sembrar resentimiento entre los de abajo para disminuir sus fuerzas, pero no mataron el espíritu de los guerreros, que seguirá caminando. En 1809 el mestizo Pedro Domingo Murillo se rebela contra la corona... 158 años después hubo un Che caminando por La Higuera... Hoy Quichuas y Aymaras, mineros y mestizos, viven su tristeza muda. Tal vez cuando se junten la tristeza grite... y otra historia recomience...
* Este texto fue tomado del libro Rebeliones indígenas y negras en América Latina, de Kintto Lucas, Editorial Abya Yala, Quito, 1992.
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De: "Kinitto Lucas" <kinitto@ecuanex.net.ec>
Domitila
Por Kintto Lucas *
CATAVI, 1967. El cementerio es como una imagen del fondo de la tierra. Es como esa bruma que va invadiendo toda la parroquia de Catavi. Es como las nubes que van llegando con todas las lágrimas de las minas. Es como el viento que va rompiendo el horizonte y, se viene tras la multitud de cuerpos caídos, esperando para ser enterrados; tras los muchos pozos que, son como heridas de esta tierra, cubierta por tanto dolor, por tanta mirada que cae como una piedra contra los militares que, el día antes sangraron la fiesta de San Juan en el vecino rincón de Llallagua...
Subida en el muro del cementerio, una mujer embarazada marca a fuego la muerte uniformada, marca la dolor con gritos salidos del último país de la alma, que es como decir de la furia guardada por cientos de años...
- ¡Asesinos!, ¡asesinos!...
Y todas las miradas caen sobre ellos, y todos los odios del decir y del pensar... Pero los fusiles no hacen caso a la agonía, que es como decir que las sombras se tomaron toda Catavi y Llallagua. Y ella, la mujer del muro, con la panza grande como un mundo que va queriendo salir de sus entrañas, marcha presa por carajear los uniformes, que es como carajear al presidente de Bolivia, o sea nadie.
Y uno manda una patada contra ella que, se defiende y le da un sopapo, y el mismo manda un puñete y sigue mandado golpes, y le apreta la panza con la rodilla. Y ella se cubre y le araña la cara. Y él sigue mandando patadas. Y vienen otros cuatro para pegarle, y ella cae...
Cuando despierta entre rejas, con seis dientes rotos, la sangre chorrea... "Y como si la fatalidad del destino hiciera -dice-, comenzó el trabajo de parto. Empecé a sentir dolores, dolores y dolores y a ratos ya me vencía la criatura para nacer... Ya no pude aguantar. Y me fui a hincar en una esquina. Me apoyé y me cubrí la cara, porque no podía hacer ni un poquito de fuerza. La cara me dolía como para reventarme. Y en uno de esos momentos, me vencía. Noté que la cabeza de la huahua ya estaba saliendo... y allí mismo me desvanecí. Y cuando volví a despertar estaba toda mojada. Tanto la sangre como el líquido que una bota durante el parto, me habían mojado toda. Entonces hice un esfuerzo y resulta que encontré el cordón de la huahua. Y a través del cordón, estirando el cordón, encontré a mi huahuita, totalmente fría, helada, allí sobre el piso".
Después, todas la nubes se hicieron agua y todos los vientos cayeron sobre Llallagua y Catavi. Después hubo más peleas. Después, algún día de once años más tarde, dijo a su gente: "Nuestro enemigo principal es el miedo. Lo tenemos adentro". Y se fue a La Paz con otras cinco, a liberarlo...
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Domitila Chungara. Indígena nacida en Pulacayo, zona minera de Bolivia. Al morir su padre tuvo que hacerse cargo de sus cinco hermanas porque su madre estaba muy enferma. Con el correr del tiempo comenzó a preocuparse por la situación social que vivían las comunidades mineras. El 1952, se casó con una trabajador minero y empezó a participar activamente en el Comité de Amas de Casa del Distrito Minero Siglo XXI, del que la nombran Secretaria General. Su testimonio dio a conocer la masacre de San Juan, en 1967, cuando el dictador René Barrientos mandó al ejército contra las comunidades mineras de Catavi y Llalagua. Tras la matanza, ella, que estaba embarazada, fue apresada y torturada hasta que perdió su hijo. Posteriormente ayudó en la lucha contra la dictadura del general Hugo Banzer. En la Navidad de 1978, en La Paz, junto a otras cuatro mujeres mineras y veinte niños inició una huelga de hambre contra la dictadura. A ellas se sumó un sacerdote y en poca tiempo se sumaron más de mil quinientas personas. Con el correr de las horas los huelguista se multiplicaron por miles. Veintitrés días después de que las mujeres comenzaron la huelga de hambre, las calles de las distintas ciudades de Bolivia fueron invadidas por la gente. Otro gobierno militar se había terminado. Los libros en los que se recopilan los testimonios de Domitila son: "Si me permiten hablar" y "Las mujeres tienen la palabra", que fueron traducidos a varios idiomas. En 1980, se produce un nuevo golpe de estado, y ella debe exiliarse. En 1996 vive en Bolivia junto a cuatro de sus siete hijos.
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* Este texto fue tomado del libro Mujeres del Siglo XX, de Kintto Lucas, Editorial Abya Yala, Quito, 1997.