21 de octubre del 2003
El Crepúsculo de los dioses
Erick Fajardo Pozo
Rebelión
Crónica de los últimos días de la hegemonía neoliberal en Bolivia
Cerca de las 22:00 del viernes 17 de octubre, el empresario minero Gonzalo Sánchez de Lozada, hasta entonces Presidente de la República, abandonaba subrepticiamente el país, mientras - simultáneamente - el Congreso Nacional ungía al vicepresidente, el historiador Carlos Mesa Gisbert, como sucesor constitucional.
Es significativo que quien sucede a Sánchez de Lozada sea un intelectual independiente y apartidista que apoyó a su predecesor en la convicción de que cumpliría el compromiso de un gobierno de profundas reformas a la constitución, a las leyes de la capitalización y de una lucha intransigente contra la corrupción institucionalizada en la administración estatal del país.
Un año de gobierno gonista
En la campaña de las pasadas elecciones generales, Sánchez de Lozada explotó la imagen pública de Carlos Mesa como principal recurso de marketing social para hacerse del gobierno y - pasada la elección - esperaba que el historiador y filósofo se convirtiese en una más de las "curiosidades" intelectuales de su gabinete, junto a otros referentes de credibilidad "reclutados" por él como la erudita y líder indígena Esther Balboa Bustamante y la historiadora y periodista Lupe Cajías. A diferencia de Mesa y Cajías, a la ideóloga aymará no la ligaba al oficialismo ni la afinidad partidaria ni el origen de clase, así que, apenas percibió que su presencia en el gabinete era alegórica, Balboa dejó a Goni con un palmo de narices.
Pero conforme la crisis histórica y social subvertía a la ciudadanía, también Mesa hacía de su presencia en el gobierno y de sus reclamos a Goni cosas demasiado "molestas" para pasarlas por alto. Durante la crisis de febrero Mesa ya había manifestado su profundo desacuerdo con los "métodos" del consigliere y "hombre fuerte" del gobierno, Carlos Sánchez Berzaín y sus reclamos se hicieron más frecuentes conforme los excesos de los adalides gonistas se hacían más evidentes.
Mesa condenó la violenta represión de "febrero negro" al punto de hacer eco de los sectores sociales que pedían la destitución de su autor intelectual, el entonces Ministro de Gobierno Carlos Sánchez Berzaín.
También cuestionó el accionar del Ministro de Defensa Freddy Teodovic, que disponía de efectivos militares del ejército para tareas agrícolas en haciendas de allegados y familiares en Santa Cruz y cuestionó aún a Yerko Kukoc, que remplazaba a Sánchez Berzaín en el Ministerio de Gobierno, pero empleando esos mismos métodos de su predecesor que tanto fustigaban a los sectores sociales. Hay que recordar que, después de todo, ambos - Kukoc y Sánchez Berzaín - habían orquestado en 1995, durante el anterior gobierno de Goni, la Masacre de Amayapampa y Capasirca, acto criminal que el manejo parlamentario y mediático del gobierno habían dejado impune.
El inicio de la debacle
Los acuerdos partidarios y el padrinazgo de la embajada norteamericana ayudaron a Goni a superar la crisis de febrero y el nefasto Carlos Sánchez Berzaín retorno al poder ejecutivo, esta vez como Ministro de Defensa y con el abierto propósito de vengarse de quienes meses atrás habían propiciado su alejamiento del Ministerio de Gobierno.
Obviamente la influencia de Sánchez Berzaín sobre el entonces Presidente de la república estaba cercana al control telepático y así consiguió que Goni desplazara de su gabinete a Carlos Mesa hasta convertirlo en un elemento nominal, casi simbólico en el gobierno. La principal responsabilidad de la Vicepresidencia, la lucha contra la corrupción, terminó reducida al funcionamiento de una oficina que recibía formalmente denuncias cuya investigación jamás prosperaba.
En este contexto de cosas, en septiembre, el voluntario alejamiento de Carlos Mesa del gobierno fue oportuno y quiso el destino que coincidiera con una nueva crisis social iniciada por la franca oposición del movimiento ciudadano a la venta de gas crudo a Chile y su no-industrialización en territorio nacional.
Otra vez la soberbia y la despectiva ironía fueron la impronta de la actitud gubernamental frente al conflicto. A diferencia de febrero, Goni contaba entonces con una coalición partidaria que había integrado a la totalidad de los partidos neoliberales en el ejecutivo y se creía con el respaldo parlamentario y la complicidad mediática suficientes como para reprimir impunemente el movimiento social una vez más. La historia de los días posteriores enseñaría en detalle hasta donde estaba equivocado el endiosado empresario minero.
En el punto más álgido del conflicto y cuando la embajada americana, la coalición gobernante y el empresariado privado cerraban filas en torno a Goni, Carlos Mesa muestra un inusitado valor y manifiesta públicamente que no respalda al gobierno. Este fue el detonante de la crisis en un gabinete que ya ni siquiera convocaba a debatir al vicepresidente, pero que sintió que con su partida se desvanecía la escasa legitimidad que el gobierno mantenía en algunos círculos de la clase media urbana. De ahí al presente todo es historia.
La redención del Filósofo y el Periodista
Mesa pertenece a una línea familiar de historiadores de casta criolla y a una tradición intelectual de académicos nacionalistas, pero hasta ahí llegaba su afinidad con el gobierno. La ruptura de Mesa con el nacionalismo ortodoxo y con el gonismo neoliberal le colocaban en una interesante posición de propuesta política alternativa e innovadora.
Sin embargo, las profundas reformas que planteó y pretendió hacer en el curso de su año como vicepresidente, amenazaban el entramado de impunidad tejido por éste y los anteriores tres gobiernos en torno a las principales figuras del gonismo y de sus aliados en la coalición de gobierno el MIR, la UCS y el NFR.
Mesa pretendió una lucha contra la corrupción que amenazaba destapar los casos más escandalosos de enrriquecimiento ilícito, estafa al fisco y malversación de fondos públicos en el país, que - por su vergonzosa impunidad - descollaban a la vista del ciudadano común, restándole credibilidad al gobierno. Al entonces vicepresidente, cuyo proyecto de fondo siempre fue devolverle al ciudadano la credibilidad en el estado-nación y la democracia representativa, aquello le parecía de máxima prioridad. Su socio en el ejecutivo no compartía el proyecto político del vicepresidente. Sus compromisos pre-electorales con las elites nacionales, así como su identificación con el capital transnacional, le impedían sentir el mismo entusiasmo que el historiador hacia una investigación a fondo de la corrupción en la administración estatal.
Goni Sánchez entendía que el poder no embriagaba al intelectual de la misma manera que al resto de su séquito y que Mesa no pensaba olvidar sus compromisos electorales con la misma facilidad que aquellos, a cambio de los mezquinos privilegios del poder. El patrimonio familiar de Mesa, su formación ética de académico y periodista y su profundo conocimiento de la(s) historia(s) del país le hacían financieramente estable, socialmente sensible e inmune a las bajas pasiones del espíritu humano por el poder.
La única solución que la elite empresarial en el gobierno - y detrás del gobierno - acertó a darle a este "problema" fue neutralizar a un actor político tan discordante con su lógica de poder, siempre dispuesta a derramar toda la sangre necesaria para sustentarse en el poder.
Sus tareas
En un giro tan inesperado como fortuito la historia ha puesto en manos del filósofo y el hombre de letras a este conflictuado país. Las tareas que a él le ha legado esa historia son sin duda reformas estructurales que eran imposibles para las élites nacionales pues implican en todo caso la pérdida de sus privilegios históricos y de su manejo unívoco del poder estatal.
Pero, mas allá de la conveniencia de las elites, estas tareas no son difíciles para quien ha aproximado con angustia su pluma a la vergonzosa historia de esta nación y para quien, atormentado por los excesos de sus antepasados, ha intentado asumir la labor histórica de revertir los despropósitos egoístas de la casta oligárquica.
Devolverle el poder a un pueblo con legítima presencia en el parlamento, hacer interior al Estado a la masa excluida por el racismo y la intolerancia y someter a la justicia a quienes han hecho del poder su forma de vida. Esas son las tareas que le esperan al Presidente, tareas que no las cumpliría un político pero que Bolivia ha depositado su esperanza en que las cumpla el intelectual, el analista y el historiador.
Una vez más la tozuda y a veces inocente expectativa del pueblo está puesta en su gobernante. Seguramente le fustigarán en el camino esas elites que desde la noche del 17 de octubre no duermen pensando en que por primera vez en dos siglos podrían quedar excluidas del poder estatal. Pero también le acompañan la fuerza del descontento social materializada en la esperanza de que administre con tino y sabiduría lo que la tecnocracia economicista de las élites ha manejado con desacierto durante toda la vida republicana.
* El autor es periodista del diario La Voz en Cochabamba. También escribe para las revistas Rebelión, Novembrino y Punto Final