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Latinoamérica

10 de octubre del 2003

Bolivia: una esperanza

Angel Guerra Cabrera
La Jornada
El caudaloso movimiento popular que se opone al saqueo del gas natural en Bolivia entró en su tercera semana sin que el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada dé señal alguna de rectificar su proyecto ni muestre voluntad de escuchar a los inconformes. La cuestión en debate no es si el gas se exporta por Perú en lugar de por Chile, como ha difundido la maquinaria mediática con la intención de desvirtuar los propósitos de la movilización y reducir sus motivaciones a la presunta animadversión boliviana contra el segundo país. Bolivia efectivamente necesita una salida al mar, que le fue arrebatada por la oligarquía chilena en connivencia con el imperialismo británico durante la guerra del Pacífico. Pero el movimiento actual está lejos de responder al nacionalismo estrecho que la clase dominante ha tratado siempre de sembrar para ocultar su explotación tras el odio al pueblo hermano de Chile.

Lo que se reivindica hoy en las calles, montañas, selvas y llanos de Bolivia es el derecho de la nación al control y usufructo de sus recursos naturales. En esta reivindicación el gas es el símbolo de una voluntad consciente y profundamente arraigada de desmantelar las políticas neoliberales, rescatar la soberanía y propiciar a la mayoritaria población indígena las condiciones que le permitan expresar a plenitud su identidad y gozar de los derechos sociales y políticos que siempre se le han negado. Sánchez de Lozada y sus socios de la coalición gobernante de tránsfugas y lacayos de Washington son los únicos responsables de que detonaran las protestas con su actitud entreguista a las transnacionales desde el primer gobierno de aquel, que en el caso de los contratos firmados para la exportación del gas a espaldas de los ciudadanos implicaría que estas obtendrían ganancias superiores en 20 veces a los ingresos que recibiría el Estado. Además, al exportar el gas como sale del pozo se privaría al país de una palanca fundamental para impulsar una industrialización y un desarrollo nacional siempre pospuestos, incluso por la revolución boliviana de 1952 en lo referente al procesamiento del estaño.

El gobierno está cada vez más aislado y carece de la base social en las capas medias y los sectores políticamente atrasados que antes de la generalización del neoliberalismo permitía a los oligarcas encontrar salidas engañosas a las demandas populares. Si Sánchez de Lozada cae ahora o dentro de unos meses no es -en última instancia- la cuestión principal, sino el hecho de que Washington y sus agentes locales no pueden ya someter a los pueblos por mucho tiempo más con los mecanismos de la democracia representativa. Prueba de ello está en Venezuela, donde a través de estos mecanismos combinados con la movilización popular se ha canalizado un proceso antiimperialista de rescate de la dignidad nacional y de hondo contenido social. Este fenómeno parece tener en Bolivia su expresión más alta al sur del río Bravo por la radicalidad de las demandas populares de inspiración socialista, orientadas a la unidad e integración latinoamericanas, y la probada incapacidad de las autoridades para continuar gobernando.

El movimiento contra la entrega del gas es por eso una esperanza para los pueblos de nuestra América enfrentados a situaciones de explotación semejantes, agravadas por la succión inicua de recursos financieros y el despojo de los más elementales derechos ciudadanos impuestos por el neoliberalismo. El movimiento se ha extendido ya por toda la geografía boliviana, lo que hace muy difícil derrotarlo por el expediente de concentrar la represión en algunos puntos. Y ya se vio que la matanza de hace unos días en Warisata tuvo el efecto de redoblar las protestas y fortalecer la solidaridad del país con esa combativa región de predominio aymara. La rebelión de los bolivianos se asienta en los profundos sentimientos colectivistas de la población de origen indígena y también de muchos mestizos, fuertemente influidos por la ancestral cultura comunitaria del aillu, eslabón básico de la organización social del incario. Sentimientos robustecidos y trenzados con la larga y combativa experiencia de lucha política y armada de la clase obrera, especialmente los mineros, y sin duda animados por la ejemplar saga de Che Guevara en el país andino. La ráfaga que segó su vida en la escuelita de La Higuera lo clavó para siempre en el corazón y en la mente de los bolivianos.

El desafío para el movimiento antineoliberal de Bolivia en esta coyuntura es lograr una estrategia, un programa y una táctica común de lucha y permanecer estrechamente unido por sobre diferencias secundarias, afanes de protagonismo o rivalidades personales. Ello le permitirá acometer una salida popular justo en el momento en que las masas estén preparadas para ella con los métodos y vías más revolucionarios, opuestos por principio al infantilismo ultraizquierdista.

aguerra12@prodigy.net.mx