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Latinoamérica

Los pobladores de El Alto se cansaron de ser "ciudadanos de cuarta"

Si es necesario pelear con el nuevo gobierno, lo haremos, advierten los alteños

LUIS A. GOMEZ

Santiago II luce más o menos tranquilo a casi una semana de terminadas las movilizaciones. Las casas de adobe y ladrillos desnudos, con puertas de fierro, muestran todavía las huellas que las balas dejaron. Es posible mirar los crespones negros en algunas casas: más de una treintena de vecinos de este sector, junto a los de Rosas Pampa y Santa Rosa, cayeron acribillados entre el jueves 9 y el lunes 13 de este mes. Uno de sus dirigentes vecinales, que se niega a dar su nombre "porque nos siguen acosando, esto no ha terminado", dice que los alteños esperan haber demostrado su fuerza, que el gas no se venda y que su ciudad sea respetada. "Ya anda pues el ministro de hidrocarburos declarando que el gas tiene que exportarse, por eso no confiamos en los políticos, porque nunca cumplen, por eso botamos al Goni y vamos a ver qué pasa con el Mesa", pondera.
Esto lo confirman algunos otros dirigentes de juntas vecinales alteñas y el sociólogo Javier Fernández, quien durante dos años llevó adelante una investigación en El Alto en compañía de la sicóloga Carola Gribowsky. María Bravo, una mujer enjuta que vende en un mercado, dice: "Los políticos y los gobiernos nos usan como escalón: prometen y cuando están arriba no hacen nada". Para Fernández, es evidente que desde hace tiempo los alteños no tienen confianza en la clase política boliviana, "la evalúan negativamente".
"Hace dos años, cuando terminamos nuestro trabajo de campo para el estudio, nos percatamos de que la gente estaba molesta, no tenía confianza alguna en los organismos del Estado, en la municipalidad. Inclusive, las juntas de vecinos hicieron parar el trabajo de varias ONG. A mí me tocó, por ejemplo, ver cómo golpeaban a los miembros del comité cívico de su ciudad porque se comprobó que cometían actos de corrupción", explica Fernández. Lo que ha ocurrido, entonces, en la lectura de este investigador, es que "la gente terminó por cansarse de no ser ciudadanos. El Alto es la cuarta ciudad en importancia en este país, y la gente se siente con una ciudadanía también de cuarta".
El Alto es una especie de híbrido, cuenta Javier Fernández, en lo tocante a "estrategias de relaciones sociales. Un híbrido de las posibilidades de participación que te ofrece la democracia liberal con sus formas tradicionales de participación. Los alteños participan de los procesos electorales, de la planificación en su municipio, utilizando todos los instrumentos a su alcance, aprendiendo a usarlos. Pero también recuperan esa capacidad comunitaria que está basada esencialmente en la solidaridad".
Fernández aclara que eso significa no solamente la recuperación de las formas organizativas rurales aymaras, "también hay mucha gente que ha llegado de las minas, mujeres y hombres que recuperaron estrategias sindicales para mantener la solidez del movimiento vecinal".
"La democracia", interviene Mercedes Márquez, dirigente vecinal de 44 años, "es la participación de todos, la libre expresión y el derecho al voto. El Estado y el gobierno son todos del mismo sistema, prometen pero no cumplen.
Engañan, roban y sólo luchan por sus intereses". Y añade que es por ello que se han movilizado, para hacerse escuchar, para que sus necesidades, como alteños y bolivianos, sean vistas y entendidas por todos.
"Ustedes se iban a morir de hambre" Don Alberto, el más viejo dirigente de Santiago II, recibe un trato similar al que dan los aymaras del campo a los jilacatas (autoridades tradicionales); cuando habla todos los vecinos lo escuchan con respeto.
"Nosotros hemos construido esta ciudad, señor periodista, con muchos sufrimientos. Usted vio cómo estábamos los otros días, indefensos frente a esos asesinos... todo por defender nuestro gas, por pedir lo que es nuestro derecho", afirma con vehemencia.
"Pero nos organizamos. Y peleamos fuerte. ¿Cree usted que nos moríamos de hambre? No, los mercados estaban acá bien controlados. Todos abrían de 5 a 8 de la mañana. Ninguna casera (vendedora) podía subirle ni un peso a sus productos, porque se los quitábamos. Ustedes (los paceños) se iban a morir de hambre", revela don Alberto con su voz aguda, mellada por los años. "Ya luego nos íbamos para abajo, comidos y listos para seguir peleando". Los alteños, en 10 días de paro, bajaron tres veces. Eran el contingente mayoritario en las marchas y en los mítines en esta ciudad.
"Con esta revuelta -valora Javier Fernández- en El Alto ha surgido una nueva manera de entender la política. De la ciudad dormitorio que era hace unos años, se ha convertido en la vanguardia social de Bolivia. Ahora la clase política tradicional sabe que tiene que cambiar las formas de hacer política o los alteños van a luchar contra ellos hasta las últimas consecuencias".
Don Alberto concuerda con Fernández. "Ahora saben quiénes somos y nos tienen miedo. Y si es necesario pelear contra este gobierno, pelearemos. ¿Sabe qué queremos, señor periodista? Queremos ser una ciudad, tener calles, escuelas para todos... queremos justicia para este pueblo".
"¿Sabes qué es lo más alucinante en El Alto?", dice Javier Fernández. "La horizontalidad con la que se tejen las relaciones entre los barrios. No importan su nivel de ingresos, su economía, prevalecen más otro tipo de cosas, como los compadrazgos, el origen de los barrios. Siempre están en contacto unos con otros, ayudándose".
El jueves 9 de octubre, luego de haberse enfrentado a la policía y al ejército, los vecinos de Villa Adela se reunieron en las últimas horas de la tarde. Estaban trabajando en el adoquinado de una avenida y en la construcción de una glorieta en su barrio. La imagen, tan pacífica, era un enorme contraste con lo ocurrido dos horas antes. ¿Por qué lo hacían? "Es que la alcaldía nos prestó la maquinaria solamente unos días, tenemos que terminar de hacer esto", fue la explicación de un vecino que en una carretilla trasegaba arena. Esta tarde, la glorieta seguía en construcción.
fuente: La Jornada