El Alto, "la ciudad del futuro boliviano", paralizada y ocupada por fuerzas armadas
"Esto no es un enfrentamiento, es una matanza", acusa la radio
comunitaria
Los servicios de salud en la localidad, rebasados por la fuerte represión
a manifestantes
ANDREA ARENAS ALIPAZ Y LUIS A. GOMEZ ESPECIAL PARA LA JORNADA
La Paz. "¿Con qué nos vamos a defender? Por favor, que este gobierno
deje de molestarnos", exigía a gritos un hombre en plena calle. "Esto
no es un enfrentamiento, es una matanza", insistió todo el día
el locutor de la radio comunitaria Pachamama. Desde las primeras horas del día
las fuerzas armadas se han desplegado por toda la ciudad de El Alto, urbe de
un millón de habitantes que tiene ya varios días paralizada por
los bloqueos, las fuerzas del orden lanzan granadas de gas lacrimógeno
y disparan "de canto" contra los habitantes. Con la consigna de hacer llegar
alimentos y combustible a la ciudad de La Paz, los militares han sembrado de
heridos y muertos varios sectores alteños.
Los servicios de salud en El Alto se han visto rebasados por la matanza y varios
heridos se desangraban sin encontrar posibilidad de ayuda. Niños y mujeres
han sido transportados por los vecinos, inclusive en carretillas, a todo centro
de salud, hospital o consultorio en busca de atención médica.
Sin embargo, en un país cuya oferta en este rubro no alcanza a cubrir
ni a 10 por ciento de la población, la escasez de analgésicos,
sueros y sangre ha impedido la adecuada atención de poco más de
200 personas.
En las esquinas, luego del paso de los soldados, no quedan más que algunas
piedras, restos de fogatas y charcos de sangre seca. En el sector de Río
Seco, al noroeste del El Alto, las balaceras han continuado. Pero la gente no
cede un ápice en sus exigencias, aun cuando la han obligado a replegarse,
y los bloqueos han comenzado a reorganizarse: "nosotros no tenemos armas", dijo
un dirigente vecinal del barrio de Rosas Pampa, "pero queremos que este gobierno
se vaya. No tenemos con qué defendernos, pero tenemos la justicia de
reclamar por lo nuestro. El gas es nuestro. Que se vayan y dejen de matarnos
a todos".
Morir en la ciudad "del futuro"
En esta ciudad de pobres, ciudad dormitorio y sede de un aeropuerto internacional,
se encuentra desde hace unos días el epicentro de las manifestaciones
y bloqueos que sacuden a Bolivia ya por tres semanas. Ubicada en el extremo
norte del altiplano andino, El Alto es a La Paz lo que Ciudad Nezahualcóyotl
al Distrito Federal: una urbe forjada en dos décadas por migrantes, fundamentalmente
aimaras, a un costado de la sede de gobierno. Un alcalde populista ha decretado,
con bando municipal, que ésta "es la ciudad del futuro de Bolivia".
Pero el jueves pasado por la mañana, apenas iniciado el segundo día
de paro en El Alto, fuerzas combinadas de la policía y el ejército
comenzaron un enfrentamiento con un contingente de mineros llegados de Huanuni,
en el sur del país, para manifestarse en contra de la posible venta del
gas a través de Chile. Armados con piedras y hondas cargadas de dinamita,
los mineros resistieron durante poco más de media hora el asalto militar,
que pretendía detener su marcha hacia La Paz.
Luego del enfrentamiento, en la localidad de Ventilla, entre El Alto y la ciudad
de Oruro, quedó en el piso el cuerpo del minero José Luis Atahuichi,
de 40 años, semidestruido por una explosión no aclarada hasta
este momento. Una decena de heridos fue trasladada a diversos nosocomios. Mientras,
las fuerzas militares iniciaron una operación de barrido en todos los
bloqueos que impedían el acceso de vehículos a El Alto en esa
zona al sur de la ciudad.
Un par de kilómetros más adelante, en el sector Senkata, comenzaron
los enfrentamientos con los vecinos. Lanzando cientos de granadas de gas y disparando,
los militares consiguieron limpiar el camino hacia la avenida 6 de marzo,
cuyos seis carriles quedaron desiertos por un par de horas... pero en medio
la refriega cayó con un balazo en la frente el joven Ramiro Vargas, de
22 años, que perdió la vida camino del hospital.
A primeras horas de la tarde, los vecinos volvieron a instalar los bloqueos
en los barrios de Rosas Pampa, Santiago II y Santa Rosa. Don Alberto, un hombre
de bastón y cabello cano, con sombrero de fieltro negro, nos llevó
hasta una esquina de la calle 31 de Rosas Pampa, en donde ya se reunían
los vecinos para hacer una colecta: Ramiro, uno de los miles de jóvenes
que protestan con piedras y gritos, vivía a pocos metros de ahí.
En medio del tumulto, ondeaban dos banderas: la boliviana y la wiphala (la enseña
multicolor de los pueblos andinos), ambas con crespones negros...
"¿Sabe señor periodista? Nosotros vamos a aguantar hasta las últimas
consecuencias... aquí solitos estamos nosotros y nuestros hermanos campesinos,
los que nos estamos enfrentando", venía diciendo don Alberto. En ese
momento, una caravana de aproximadamente 20 autobuses y diversos vehículos
hizo su aparición en la avenida, custodiada por un centenar de militares
y policías. Nuevamente una lluvia de gas y de balas. La gente corrió
hasta sus casas, pero era inútil, los soldados que custodiaban la caravana
se desviaron de la avenida y se dirigieron al interior de los barrios para seguir
disparando.
Media hora después, tosiendo y con los ojos llorosos, la gente volvió
a su bloqueo y persiguió a la retaguardia del convoy con piedras y amenazas:
"Los vamos a matar. Son unos perros porque han disparado contra las casas donde
hay niños". Mientras eso ocurría, en la ciudad de La Paz, el ministro
de Gobierno, Yerko Kukoc, negaba en conferencia de prensa que los efectivos
militares estuvieran disparando a la gente. "Cómo no... mire", nos dijo
indignada una niña de 12 años, mostrando en sus manos casquillos
de FAL y de las escopetas de uso reglamentario de las Fuerzas Armadas, "Si esta
mañana a un viejito le han disparado, le han abierto el pie a bala...
ahí, mire, junto al puente".
El velorio acosado
El viernes, los vecinos de Rosas Pampa y Santiago II velaron el cuerpo de Ramiro
Vargas en plena calle, en el centro de su bloqueo de la avenida 6 de marzo.
No dejaron de gritar consignas contra el gobierno, pidiendo la renuncia del
presidente Sánchez de Lozada. A las 16:30 horas salió una procesión
hasta el cementerio general de la zona. Cerca de 200 personas de luto y en silencio
recorrieron la avenida desierta. Antes de llegar a su destino, la procesión
pasó frente al cuartel del Batallón Ingavi, principal guarnición
militar en esta zona del país. Los militares se desplegaron por toda
la acera, cortaron cartucho y quedaron en posición de alerta.
Nadie entre los deudos dijo una palabra. Algunos rostros se elevaron al cielo,
porque en esos instantes los sobrevoló uno de los helicópteros
que patrullan y, de cuando en cuando, ametrallan a los civiles. Justo en la
esquina del cuartel, la procesión dio la vuelta buscando la entrada del
cementerio. Los militares corrieron detrás, alarmados, pero nada ocurrió.
Los ataúdes de Ramiro y una adolescente, que había muerto intoxicada
por los gases del día anterior mientras pasaba la caravana de autobuses,
fueron llevados a una capilla improvisada en medio de las tumbas y luego de
una breve ceremonia fueron depositados en sus fosas... alrededor, la gente saludaba
a los familiares y algunos comenzaban a organizar el regreso a su barrio. Una
corona de flores marchitas se quedó tirada junto a la tumba, en su centro
había una fotocopia con la foto de un joven serio y de cabello corto.
Esa misma tarde, vecinos de toda esa zona trataron de tomar infructuosamente
los depósitos de gasolina de Senkata. Ya todos sabían que el primer
atisbo de escasez en La Paz era ése: los dueños de las gasolinerías
anunciaron que el sábado iba a terminarse el combustible. Por ello decidieron
contratacar. "Si no detienen esto, vamos a bajar a la hoyada (la inmensa cañada
donde se asienta La Paz) a bloquearlos", adivirtió don Alberto antes
de regresar a su casa esa tarde.
El niño y la gasolina
El sábado por la mañana, mientras reiniciaban la vigilancia en
su zona, los vecinos de Rosas Pampa vieron venir otra caravana. A lo lejos,
las nubes de polvo y de gas delataban una nueva acción militar. Se trataba
de un convoy de camiones cisterna cargados con gasolina que pretendía
llegar a La Paz. "No pasan, aunque nos maten", alcanzó a decir un muchacho
antes del nuevo combate... todo se desarrolló de manera idéntica
a los días anteriores: gas, balas y gente corriendo... hasta que, motivados
más por la rabia que por su capacidad de resistencia, los vecinos lograron
reagruparse a una cuadra del puente de Rosas Pampa.
No todos los camiones cisterna consiguieron romper el bloqueo. Los militares,
sorprendidos por la respuesta de la gente, comenzaron a retirarse disparando
al ver que su dotación de gas lacrimógeno se acababa sin efecto.
Las piedras comenzaron a caerles encima y más de la mitad del convoy
fue obligado a retroceder hasta el cercano depósito de Senkata. Eran
las 10 de la mañana. Pero este parcial triunfo no animó a la gente.
De una de las aceras comenzaron a llegar los alaridos de una mujer: "Lo han
matado, lo han matado". Alex Mollericnoa, un niño de cinco años
había recibido un impacto de "balín" (perdigones), muriendo en
el acto.
En el suelo quedaron otros 20 heridos. Y cualquier optimista de perogrullo podría
ver que "le salió barato" a los vecinos, porque los militares que protegían
la caravana eran varios cientos y estaban fuertemente armados con FAL, ametralladoras,
escopetas y granadas de mano. A esas horas, los vecinos fueron a buscar automóviles
y carretillas para transportar a su gente hasta el hospital Juan XXIII, pero
la gran mayoría se quedó en las calles, reunida en silencio y
en un ambiente lúgubre.
Domingo sangriento
Esta mañana, visto que el convoy que venía de los depósitos
del sur de El Alto no podía llegar hasta La Paz para surtir gasolina,
los militares coparon casi todas las zonas de bloqueo en forma masiva, disparando
directamente a la gente con ráfagas continuas. Por el noroeste entró
esta vez un convoy de camiones cisterna cargados con gasolina, algunos transportes
con alimentos y otros vehículos. En la zona de Río Seco, a la
altura de una vieja tranca de peaje, fueron asesinados vecinos durante más
de dos horas de tiroteo.
En esta ocasión, el operativo de barrido incluyó las calles
aledañas a las principales avenidas de El Alto y, por los reportes recibidos
hasta las 17 horas, es evidente que la orden era disparar a discreción.
Las organizaciones de derechos humanos, las juntas de vecinos y algunas radios
comunitarias de El Alto llevan una larga lista de muertos y heridos en diversos
sectores de la ciudad.
Esta tarde, la agencia de informaciones Bolpress reportó que el gobierno
"en declaraciones realizadas mediante sus ministros de Estado y el vocero gubernamental,
Mauricio Antezana, sólo atinó a reiterar su predisposición
de diálogo con los sectores sociales". En contraste, un vecino de Río
Seco afirmó categórico en Radio Pachamama: "No son cientos; ahora
son miles de vecinos los que están reunidos. No vamos a permitir que
nos sigan matando como corderos". Todas la vías de comunicación
entre La Paz, El Alto y otras localidades, se han vuelto a cerrar por los bloqueos.
Los únicos vehículos que transitan a estas horas son las ambulancias
y algunos autos con periodistas y médicos voluntarios.
"¿Cuántos muertos más quieren?", lloraba una estudiante luego
de la matanza del domingo, "...los bolivianos nos uniremos... nos están
matando". Hoy nadie ha mencionado ya que se cumplen 511 años de la llegada
de los españoles a América. La lluvia y el granizo han barrido
El Alto durante cerca de una hora, limpiando el hollín y los restos de
sangre en el asfalto de sus principales avenidas. Y la gente ha vuelto a salir,
a gritar y a maldecir a los militares... el gobierno no se ha ido, ellos tampoco.