MASACRE ATIZA MAS LA REBELION DEL ALTIPLANO
Por: ECONOTICIASBOLIVIA
Aunque se emplean a fondo, usan armas de guerra y disparan bala y metralla, las tropas militares y policiales leales al presidente de Bolivia Gonzalo Sánchez de Lozada no han podido sofocar la creciente rebelión popular de los vecinos pobres de El Alto y las zonas altas de la ciudad de La Paz.
Por el contrario, la represión indiscriminada está empujando a la rebelión a más y más trabajadores y desocupados, niños-jóvenes y viejos, hombres y mujeres de los barrios urbanos más pobres de Bolivia.
En medio de dos plazas centrales en la zona Ballivián, los vecinos velan a sus muertos, caídos en la masacre de El Alto, una ciudad ubicada a cuatro mil metros de altura y que ha sido convertido en un verdadero infierno por la incursión de las tropas, que intentan reabastecer de combustible a la ciudad de La Paz, cercada por los bloqueos y la protesta ciudadana desde hace cinco días.
Hasta el mediodía de hoy, se había confirmado la muerte de por lo menos cinco vecinos, acribillados con balas de guerra. Los heridos se contaban por decenas en los enfrentamientos de este domingo, que luce más sangriento que la víspera, cuando el fuego militar arrojó tres civiles muertos (entre ellos un niño de cinco años) y casi una veintena de heridos.
'Hay balacera por toda la zona. La gente se pega a las paredes, pero está resistiendo en la zona de Rosas Pampa y en la avenida principal', relatan los vecinos enfurecidos con el gobierno de Sánchez de Lozada, que enfrenta marchas, bloqueos y protestas hace cuatro semanas.
'Por Dios, que los militares ya no disparen a la gente', clama el párroco de Senkata, una zona donde corre tanta bala como sangre y se combate esquina a esquina, cuadra a cuadra. Es la lucha de la metralla, de la bala contra la piedra y la honda.
Las tanquetas de guerra penetran en los barrios y disparan, lo mismo que un helicóptero y los varios cientos de soldados desplegados en las calles. Pero los rebeldes son muchos, muchos más de los ocho mil que pensaba el Presidente, en la soledad de Palacio.
Las radios informan sobre nuevos heridos y viejos lamentos. Todos piden la cabeza de Sánchez de Lozada, al que acusan de estar ahogando en sangre a Bolivia para favorecer el proyecto de exportación de gas a Estados Unidos, por un puerto chileno, negocio que llenará la bolsa de las transnacionales y dejará muy poco para el país más pobre del Sur de América.
En Villa Santiago II caen más heridos. Los hospitales y postas sanitarias no dan abasto, no hay sangre y se piden medicamentos. Hay solidaridad y la gente aporta y llora por sus vecinos y amigos.
'Es una matanza (...) Sánchez de Lozada es un carnicero', dice el 'Mallku' Felipe Quispe, parapetado en las instalaciones de Radio San Gabriel.
En la autopista que une La Paz con El Alto se dispara a granel. Una enloquecida caravana de policías escolta a un convoy de caminos cargados de alimentos y combustible. Surcan la autopista lanzando a ciegas granadas de gas lacrimógeno contra las laderas, las casa y los vecinos, a los que convierten en nuevos rebeles. La agresión es mucha, la bronca también.
'Mañana vamos hacer arder a La Paz, que los de La Paz salgan y nos apoyen', dicen otros vecinos.
Los analistas también opinan. 'Nadie puede gobernar con tanta gente en contra', dice Jorge Lazarte, el ex vocal de la Corte Nacional Electoral que cree que la única salida que tiene Sánchez de Lozada es dar marcha atrás en el tema del gas.
Sin embargo, son muchos los que ya no quieren saber nada más de él. 'Que se vaya el gringo maldito', dice una anciana con voz quebrada de dolor y que se amplifica a todo el país por las radios populares.
En Cochabamba, en Oruro, en los centros mineros y en el sur y el oriente del país la condena es total Y es que es mucha sangre, mucha violencia. Los cocaleros de Evo Morales aseguran que se lanzarán a la ciudad desde el lunes y bloquearán el Chapare, como lo hacen ya los cocaleros de Yungas. Los cocaleros de Evo no habían participado hasta ahora, por lo menos efectivamente, en la lucha popular emprendida por campesinos, mineros y trabajadores del occidente, a la que parecen sumarse todos. Incluso, son los periodistas paceños, a través de su Federación, los que convocan a la movilización para detener el genocidio.
'El gobierno está contra el reloj', dice Lazarte, que ve, como muchos, cómo se va levantando, desde el techo adolorido del mundo, la insurrección de los pobres.