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Latinoamérica

14 de enero del 2003

El pueblo no esta únicamente para llorar a sus muertos

Adolfo Ribas
Rebelión

Es difícil pensar que el presidente constitucional de Venezuela, Hugo Chávez, lo ignore ( sería espantoso), pero, ahora sí, lo que la reacción pretendía para Venezuela y que empezó con amenazas y acciones relativamente limitadas, aunque amplificadas mediáticamente, es un hecho, a mi juicio incontestable, que se observa incluso en los escasos medios de comunicación que le son incondicionales: la iniciativa ha pasado a la oposición.
La paradoja que ha señalado agudamente Dieterich en su trabajo del pasado día 11 de enero, en Rebelión ( me parece imprescindible su lectura), haciendo uso de unas prudentes interrogantes - ¿ Estado de sitio en Venezuela?-, es ya demasiado evidente para seguir disimulándola: la llamada oposición democrática está imponiendo la agenda política al gobierno bolivariano, al que tiene en estado de sitio.
Heinz Dieterich ha tratado el caso de Venezuela, es verdad, con el cuidado y el rigor que son comunes en él y que, por otra parte, exigen una realidad muy fluida- es suficiente con releer sus excelentes trabajos, no sólo sobre Venezuela-, y al día de hoy continúa manifestándose en la forma que cabe exigir de un cualificado profesor de ciencias sociales( lo que seguramente constituye una aportación más importante que la que puede esperarse de quienes, por no serlo, cedemos a nuestra subjetividad más fácilmente). Sin embargo, no es mi caso el de seguir comiéndome las uñas esperando, como se dice comúnmente, a que salga el sol por alguna parte, y no me importa expresar una opinión que a muchos parecerá poco juiciosa y precipitada.
A poco que se siga con la asiduidad necesaria lo que está aconteciendo en Venezuela, la política del gobierno de Chávez sugiere una disyuntiva dramática: o el gobierno venezolano carece del poder necesario para tomar la iniciativa que se espera de un gobierno constitucional o poseyendo ese poder no la toma porque carece de un proyecto que vaya más allá de lo formalmente discursivo o de una vulgar idealización. Un proyecto que vaya más allá, en fin, de la política como una construcción jurídica de buenas intenciones que no pueden hacerse valer.
Es imposible a esta alturas de la experiencia histórica- en realidad no lo fue nunca-, alentar ninguna clase de ilusión a propósito de no se sabe qué ocultas cartas se ha reservado la omnisciencia de los dirigentes, en este caso venezolanos, para enmendar una realidad no sólo adversa y que se les escapa de las manos, sino sobre la que resulta clamorosa su incompetencia para manejarla, pero en Venezuela, hasta la fecha, el pueblo está poniendo todo y el gobierno únicamente palabras o acciones bien intencionadas de una temeridad conciliadora no correspondida, porque no cabe esa correspondencia en un conflicto de clases.
Y me sube una acidez amarga cuando aflora a mi conciencia, como un trallazo, la sospecha terrible de que, precisamente porque no hay más iniciativa que la del pueblo- aunque todavía éste carezca de proyecto- y porque el pueblo está poniendo todo, se haya llegado a una situación dramática- y por dramática no sin precedentes- en la que algunos empiezan a tener miedo del pueblo, incluidos parte de quienes, hasta la fecha, al parecer, no se les ocurre otra cosa que dejar que el pueblo se ponga por delante para que llore a sus muertos.