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Latinoamérica

13 de enero del 2003

Entrevista a Elena Araneda, estrecha colaboradora del ex Presidente Allende
Recordando al "Compañero Presidente"

Manuel Holzapfel
Punto Final

De la derrota nunca se sabe demasiado, porque son los vencedores quienes cuentan la historia. El relato de los vencidos, que muchas veces alberga lo mejor que un ser humano puede entregar y entregarse, desaparece bajo el discurso totalitario de los triunfadores. Los victoriosos, no dejan que la derrota hable, a través de su propia boca, herida de muerte. No la dejan hablar, decir, decirse, porque presienten que ella sabe demasiado, de sombras que pudieren trocar un día, en luces nuevas y permanentes. Por ello, entonces, esta realidad monocorde, plana, opaca, mustia, impuesta por aquellos que un día de septiembre, aplastaron con su maquinaria de muerte, la posibilidad cierta de un mundo mejor.
Elena Araneda Valderrama, "Nena", cuenta su historia, a través de su propia boca, herida de muerte. Ella vivió los mil días de la Unidad Popular junto al Presidente Salvador Allende. Compartió con él un tiempo y un espacio, en el cual "pensábamos que nuestras vidas, tendrían un destino indefectiblemente mejor". Ciertamente, no fue así. Sin embargo, es esencial rescatar el recuerdo de esta hermosa mujer, que a los 25 años llegó a trabajar a la casa de Guardia Vieja, como ayudante de cocina. Luego vendrían la lavandería en la casa de Tomás Moro, la planta telefónica y finalmente la atención personal al "compañero presidente" o "don Salvador", como ella siempre lo llama con cariño.
Elena, nunca militó en ningún partido y poco o nada sabía de la llamada "vía chilena hacia el socialismo". Sin embargo, trabajó en forma abnegada y leal, junto a un hombre, a quien ella siempre percibió como un ser excepcional. "Fui testigo de su honradez, integridad, solidaridad e inigualable calidad humana", señala. La falta de preparación ideológica y política, no fueron un freno, a la hora de resistir el ataque aéreo de los golpistas en Tomás Moro y los combates en Sumar. A diferencia de otros conspicuos cuadros políticos, que desertaron a tempranas horas, en ella prevalecieron la lealtad y el decoro.
Sin embargo, el golpe militar, la muerte de Salvador Allende y la desaparición de tantos de sus compañeros del GAP, significaron su propia muerte. "La vida se detuvo y nunca nada volvió a ser igual para mí", sostiene. El alcohol, reemplazó ese sueño, que la soñó a ella y a tantos otros, construyendo una vida más digna para todos. Estuvo muchos años hundida en la más absoluta oscuridad, hasta que finalmente "logré derrotar mi propia derrota", según confidenció a Punto Final.
Conocer al Presidente
¿Cómo conoció a Salvador Allende y cuál fue su impresión de él?
Lo conocí cuando ya era presidente electo y mi madre trabajaba con él en la casa de calle Guardia Vieja. Yo tenía 26 años y me habían diagnosticado una enfermedad bastante sería. Mi mamá asustada, le contó al presidente y él pidió que me trajera al día siguiente, a primera hora. Recuerdo que llegamos a las siete de la mañana y ahí lo conocí. Personalmente, me llevó al hospital San Borja escoltado por los GAP. Cuando entré al hospital con el Presidente de la República, nos atendieron inmediatamente y nos hicieron pasar a la sala médica. Como a mí me dio vergüenza ingresar más allá de la recepción, entró él solo. No pasó un minuto, cuando regresó y le dijo a las recepcionistas: "la enferma es ella, no yo". Luego me miró con una sonrisa y me dijo "ya, pasa Nena". Una vez adentro, le manifestó su preocupación a la doctora que me atendió. "Esta es una cabra que yo quiero mucho, así es que por favor necesito un buen diagnóstico, lo más pronto posible", le dijo. Afortunadamente, la enfermedad no era nada complicado.
¿Cómo llegó a trabajar con él y qué labores desempeñó?
Comencé en Guardia Vieja, ayudando a mi madre en la cocina. Cuando nos trasladamos a la casa de Tomás Moro, pasé a trabajar como lavandera, a cargo de la ropa de los GAP. Con la humedad del lugar, contraje neumonía y cuando don Salvador se enteró, me cambió a la planta telefónica. Posteriormente, debido a la enfermedad de la compañera encargada de atenderlo, tuve la oportunidad de trabajar directamente con él.
¿En qué consistía esa labor?
Tenía a mi cargo los aspectos más personales, como su desayuno, la ropa, cuidar que sus ternos estuvieran impecables y que tuviera unas tres alternativas de traje cada día. Él era un hombre muy elegante y personalmente elegía qué ponerse. Me encargaba además de su dormitorio y de la sala de vestir, donde guardaba su ropa y se vestía.
¿Cómo era Salvador Allende en la intimidad y cómo fue su relación con él?
Con nosotros fue siempre muy cariñoso, alegre y extrovertido, pero al mismo tiempo exigente y de una disciplina y capacidad de trabajo enormes. Tenía un sentido de la responsabilidad y la lealtad espartana. A primera hora de la mañana hacía ejercicio con los compañeros del GAP, a pesar de que siempre se acostaba en la madrugada. MI relación con él fue muy buena. Siempre me decía que yo era como su hija adoptiva. De hecho, él era el apoderado de mi hija María Elena, en un colegio de monjas, que estaba cerca de la casa presidencial. Consiguió que allí estudiaran todos los hijos de las empleadas que trabajaban en Tomás Moro. Se preocupó que nuestros niños estuvieran en un buen colegio y cerca de nosotras. Era un ser humano muy especial, que acogía desde el comienzo. Uno sentía que lo conocía desde siempre.
¿Cómo era para comer? ¿Cuáles eran sus platos favoritos?
Uno de sus platos favoritos era la Corvina a la Pimienta. También le gustaba mucho la torta de lúcuma, el jugo de tuna y los caquis bien maduros. Quien lo abastecía de pescado, especialmente de corvina, era "El Nene", mi marido, que tenía una empresa pesquera. Recuerdo que una vez le llevó de regalo una corvina de 1 metro 20 centímetros de largo. Don Salvador salió a recibirla y le dio un tremendo abrazo a mi marido, que venía con el delantal sucio y pasado a pescado. "Qué cosa más maravillosa compañero - le dijo -. Venga, que esto hay que celebrarlo con un buen almuerzo". Y entraron los dos a la casa como dos grandes amigos.
Don Salvador era un hombre muy alegre y bueno para la talla. Recuerdo una oportunidad, en que se estaba bañando en la piscina y me invitó a mí y a otro compañero para que nos bañáramos con él. Yo le dije que no podía abandonar la planta telefónica. "Deje a otra persona en la planta compañera y venga a bañarse conmigo", me dijo. Cuando estábamos en el agua, saltó a la piscina una pareja de gansos que le habían regalado. Él los quedó mirando y nos dijo: "hasta aquí no más llegó el baño... ahora le toca a los gansos. Todos pa' fuera". En otras oportunidades, me pedía que lo acompañara a pasear a "Chahual", un perro Lassie regalón de la familia y a "AKA", un Pointier café que le regaló el Comandante, Fidel Castro. Los llevábamos a la plaza que está en Tomás Moro con Apoquindo. No le gustaba que lo acompañaran los compañeros del GAP. "Déjenme tranquilo un rato, que voy a salir a pasear con la Nena", les decía. En la plaza, corría y jugaba con los perros, se tiraba al suelo con ellos y se daba volteretas. Era su manera de relajarse de todas las tensiones que le tocaba enfrentar.
Usted vivió junto al Presidente Salvador Allende los tres años de gobierno popular. ¿Cómo recuerda ese período y qué significó para su vida?
Cuando pienso en ese período, se me vienen a la memoria, las marchas, lo masivas que eran y sobretodo el entusiasmo y alegría de la gente. Recuerdo una manifestación enorme, frente a la Biblioteca Nacional, donde Ana González, "La Desideria", recibía desde el escenario las columnas interminables de gente que venían desde distintos lugares de Santiago, por la Alameda. La gente se veía tan alegre y comprometida con ese proceso de cambio. En lo personal, haber estado junto a Salvador Allende fue lo máximo que pudo pasarme en la vida. Fueron los mil días más preciosos de mi vida, porque tuve el privilegio de compartir con el presidente, vivir el rigor y la disciplina que significaba estar junto a él todos los días y compartir con un ser de una calidad humana extraordinaria.
Usted compartió mucho con los GAP durante esos años, ¿Cómo fue esa relación con ellos?
Mi mamá y yo éramos las únicas personas que nunca usábamos "chapa" y a diferencia de los compañeros del GAP, nosotras no militábamos en ningún partido político. Ella atendía a la señora Tencha y yo a don Salvador, lo que significó un acercamiento mayor a los GAP, a quienes fui conociendo de a poco, a través de los distintos trabajos que desarrollé. Como yo era hija única, establecí con ellos una relación familiar, de hermanos.
Presentir el golpe
El período de la Unidad Popular fue muy difícil e intenso para el Presidente Allende. ¿Cómo vivía él en la intimidad las múltiples tensiones que debió enfrentar durante su gobierno?
Recuerdo una oportunidad, en que estaba preparando su ropa y salió del baño muy agitado. Me percaté que no se sentía bien y se lo hice saber. Él, como siempre, me dijo que no era nada, porque jamás lo vimos quejarse de nada. De todas maneras, preferí llamar al doctor Bartulín, quien llegó rápidamente. En el intertanto, habían llegado Augusto Olivares y Verónica Ahumada, secretaria de prensa. El doctor lo obligó a recostarse y le tomó un electrocardiograma. Fue en ese momento, cuando don Salvador me miró sonriendo y me pasó el Fonendoscopio para que escuchara sus latidos. Yo me puse nerviosa y le dije que no escuchaba nada. Entonces, los introdujo con más fuerza en mis oídos y me dijo - "ya pues compañera, para que sea la primera mujer de Tomás Moro, que escuche los latidos de mi corazón" - y soltó una carcajada. Su corazón se escuchaba verdaderamente muy fuerte y acelerado y el doctor Bartulín le dio reposo. Era el mes de junio de 1973 y la situación era extremadamente difícil. Augusto Olivares, que era muy amigo del presidente, le pidió que descansara y privilegiara su salud, aunque fuera por unos días. Entonces, don Salvador le dijo algo que me quedó grabado para siempre: "hubo una vez una mujer que confió en mí y miles de jóvenes y hombres que también lo hicieron. Yo no dejo esto - le dijo - hasta el día que me saquen muerto de La Moneda". Pasaron apenas tres meses y pude comprobar la total honestidad y consecuencia de sus palabras.
Al parecer él tenía bastante conciencia de lo que vendría. ¿Lo sintió así Ud.?
Yo creo que el Presidente tenía absoluta conciencia que venían momentos muy difíciles y a pesar de su enorme fortaleza, sufrió mucho. En una oportunidad, mientras le ayudaba a ponerse la chaqueta, me comentó que la situación era muy complicada: "Nena, esto está tan difícil... me siento acorralado", me dijo angustiado. "Qué le puedo decir yo presidente, si soy una humilde empleada", le respondí. Se quedó callado un largo momento y luego me dijo: "yo los quiero mucho a ustedes y espero que el día de mañana me recuerden con cariño y con amor". Yo sentí un dolor tremendo y no pude contener el llanto. Entre sollozos le dije que "siempre lo recordaría como un hombre bueno, consecuente y luchador". Era el sábado 8 de septiembre de 1973 y me tocaba salida. Recuerdo que me pasó algo de dinero: "toma Nena, para que lo pases bien con tus cabros". Luego, me abrazó fuerte y me hizo cariño en la cabeza. Esa fue su despedida, porque fue la última vez que lo vi. De mi mamá también se despidió y le agradeció su ayuda y lealtad. Don Salvador, presentía el golpe y había tomado una decisión, que cumpliría en forma cabal. En ese contexto, tan difícil y dramático para él, tuvo un gesto profundamente humano: se despidió de nosotras.
¿Dónde estaba Ud. el 11 de septiembre? ¿Cómo vivió ese día?
Estaba en mi casa y me despertó el teléfono alrededor de las seis de la mañana. Era mi madre que llamaba desde Tomás Moro para avisarme que había comenzado el golpe militar y que fuera a buscar a mi hija María Elena, que estaba con ella. Partimos rápidamente con mi marido rumbo a la casa del Presidente. Cuando llegué, los autos de la comitiva ya habían salido rumbo a La Moneda. Luego entré a mi dormitorio y mi madre tenía toda mi ropa sobre la cama. "Nena, llévate rápido tus cosas, porque la situación está muy mala". Yo, con mi ingenuidad, le dije que no era para tanto, que se trataba de un tancazo más. Entonces, le pedí a mi marido que se llevara a nuestra hija. Alrededor de las 10 de la mañana, se fueron los maestros de cocina, que eran de las Fuerzas Armadas. Después supimos que ellos entregaron información sobre los GAP y facilitaron el bombardeo de la casa de Tomás Moro.
Así, me encontré sola en medio de las ollas humeantes, cuidando los "porotos con riendas", la ensalada de lechuga con chancho chino, esa comida que nadie nunca llegó a comer. Me di cuenta que no había nada que hacer allí y subí al segundo piso, para ver a la señora Tencha. Ella caminaba nerviosa, de un lado a otro, mientras intentaba comunicarse con La Moneda. Fui hasta la planta telefónica, donde estaba la compañera Ana María para ver la posibilidad de comunicarla con don Salvador. Era prácticamente imposible establecer contacto. Luego regresé a la cocina y estaba Max Roppert, hijo de la señora "Payita" y uno de los GAP, el "Flaco Rubén". Me pidieron que les sirviera un cafecito y nos quedamos allí los tres, escuchando la radio. Fue en ese momento cuando anunciaron que bombardearían La Moneda. Ellos partieron de inmediato hacia el centro, sin embargo, no lograron atravesar el cerco militar, regresando a Tomás Moro.
Un poco rato después, llegó alguien que no recuerdo quién era, a buscar a la señora Tencha en un auto blanco. Pasaron unos minutos y comenzó el bombardeo en Tomás Moro. Era una balacera ensordecedora, que nos obligó a refugiarnos, con otras compañeras en la cocina. En un momento, me asomé hacia el patio y cayó un rocket en un palto. El estruendo, me dejó prácticamente sorda. De pronto vi a alguien tambaleando entre el humo. Era "Luisito", Félix Vargas, uno de los GAP que resistía el ataque en el exterior de la casa. Recuerdo que tenía la cabeza y la cara llena de sangre. Las esquirlas del rocket lo hirieron en la cabeza y una mano. Con "Luisito" éramos compadres, yo era madrina de su hijo, así es que salí al patio y lo ayudé a entrar en la casa. Con la ayuda de Francia, una de las compañeras que había permanecido en el lugar, lo llevamos hasta la enfermería, donde le dimos los primeros auxilios, para estancarle la sangre. En ese momento llegaron varios compañeros con esquirlas en las piernas y brazos. Incluso, a mí también me llegó una en el pómulo izquierdo, cuando salí a buscar a mi compadre.
Fueron momentos muy difíciles para todos los que estábamos allí, pero había que resistir. Tomé un fusil M-1 y comencé a disparar junto a mis compañeros a los aviones y helicópteros que sobrevolaban la casa. "Que sea lo que Dios quiera", repetía una y otra vez, mientras disparaba hacia el cielo. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta que había que salir de ese lugar. Nos agrupamos y cargamos unas camionetas y un auto con las armas que teníamos. Luego partimos raudos rumbo a Sumar. Yo manejé el auto y tuve que aplicar las enseñanzas de manejo operativo que me había dado Manuel Cortés Iturrieta, uno de los choferes del GAP. Fue una verdadera odisea sortear las patrullas de militares y carabineros, en el trayecto. Finalmente, llegamos y las compañeras que estaban en el lugar, tenían listos los implementos médicos para atender a "Luisito". Mientras tanto, con otra compañera, comenzamos a distribuir las armas. La situación era extremadamente tensa. Incluso, con el nerviosismo, a uno de los compañeros que recibió un fusil, se le escapó un tiro, mientras manipulaba el arma. La verdad, es que había muy poco que hacer. La situación la tenían controlada los militares y el cerco se estrechaba a cada momento. De pronto, sentí la voz de mi compadre, tenía la cabeza y el brazo vendado y podía caminar: "Vámonos de aquí o no saldremos vivos", me dijo. Partimos una vez más, esta vez rumbo a Mademsa. Cuando llegamos allá, Félix me dijo: "hasta aquí no más llega usted comadre. Devuélvase con las demás compañeras". Lo dejé allí y manejé otra vez, a toda velocidad, sin noción del tiempo transcurrido. Me sentía como aturdida, sin sopesar aún la profundidad real de la tragedia que estábamos viviendo. Fue así como llegamos a una parcela en la comuna de La Reina, donde permanecimos varios días.
Huir de la realidad
¿Qué pasó con su marido y sus hijos?
Yo no podía volver a mi casa, porque era lo que esperaban para apresarme. Recuerdo que caminamos mucho esos días, porque no teníamos dinero ni para la micro. Tuvimos que recurrir a personas que no veíamos hace mucho tiempo, para pedir algo de dinero e incluso comida. Finalmente, nos separamos y me fui donde una prima que no veía hace muchos años. Ana María, la compañera de la planta telefónica, regresó a su casa y la detuvieron inmediatamente. La estaban esperando. Mi marido y mis hijos, tuvieron que soportar los innumerables allanamientos que realizaron en mi casa, para ver si me encontraban. Pasé un largo tiempo, sola sin ver a mi familia. Me acuerdo que la primera vez que llamé a mi marido por teléfono, me contestó mi hija María Elena. Lo primero que me dijo fue "mamá, mi hermano me está pegando". Fue tan normal, su reacción, como si yo no hubiese estado separada de ellos. Mi marido no estaba, así que les dije que me encontraba bien y colgué. Así seguí por un tiempo, cambiándome de casa en casa. Recuerdo que caminaba como un fantasma por la ciudad.
Pero aparte de evadir la represión, ¿había alguna otra razón, por la cual Ud. continuaba deambulando?
Para mí el golpe fue una pesadilla horrible. Por mucho tiempo me negué a creer que don Salvador había muerto. Yo sentía que él estaba vivo, al igual que los compañeros del GAP. Estaba segura que todo volvería a ser como antes y que volveríamos a trabajar todos juntos. Necesitaba creer en eso y me aferré a ese sentimiento.
¿En qué momento despertó de ese estado de enajenación?
Un día, en la casa de mi prima, miré las noticias y mostraron La Moneda. Por primera vez, me atreví a seguir mirando la televisión. En ese momento me di cuenta que Salvador Allende estaba muerto. Fue algo tremendo para mí y creo que a partir de ese momento, comencé a hundirme como persona.
¿En qué momento vuelve a su casa?
Mi marido me ubicó en la casa de mi prima y me convenció que me entregara en la Escuela Militar. Me aseguró que había salido llamada en una lista para presentarme en ese lugar. Como el era proveedor de pescado y mariscos de las fuerzas armadas por muchos años, habló con un militar para que intercediera por mí. Cuando llegué a presentarme, él estaba en la puerta con mis hijos. En ese momento, me dijo que no era verdad que hubiera salido llamada. Yo me enfurecí y lo insulté, porque creí que me había entregado. El me respondió que no quería que yo siguiera arrancando para siempre. En ese momento, llegó el militar que intercedió por mí y me pidió que me tranquilizara. Mi experiencia, allí no fue la mejor, sobretodo cuando se enteraron que había sido una de las empleadas de don Salvador. Me golpearon y trataron muy mal. Querían que les diera los nombres de los GAP. Afortunadamente, en ese tiempo yo los conocía sólo por sus chapas, así es que era imposible que les entregara nada. Me preguntaban sobre las grandes fiestas que se hacían en Tomás Moro y una serie de invenciones. Querían a toda costa que yo les confirmara las mentiras que se inventaron sobre el Presidente Allende, en los días posteriores al golpe. En todo caso, creo que fui muy afortunada, porque a mí no me pasó nada comparado con tantos otros compañeros. Mi marido, confió en que nada me sucedería y tuvo razón.
Una huella profunda
De acuerdo a la evaluación que ha hecho en el tiempo, ¿Qué costos tuvo para Ud. el golpe militar?
Para mí, como para la mayoría de los chilenos, el 11 de septiembre de 1973, cambió profundamente mi vida. Fue un giro horrible en mi existencia. Yo permanecí todos los años de dictadura en Chile y por muchos años no pude recuperarme de la muerte de don Salvador y de mis compañeros del GAP. Los que sobrevivieron habían salido al exilio y me sentí absolutamente sola. Mi vida perdió el sentido y caí en un pozo oscuro y muy profundo. Sentí un dolor y una soledad tan intensos, que me convertí en una alcohólica durante 20 años. Todos los aniversarios del 11 fueron horribles para mí. Me iba a una iglesia que estaba en el paradero 14 de Santa Rosa y allí lloraba sola durante horas.
¿Cómo y cuándo pudo salir de esa crisis?
En 1992, me enteré que comenzarían a regresar algunos compañeros del GAP que habían estado exiliados. En ese momento, sentí una vergüenza tremenda de mí misma y decidí que esos compañeros a los que tanto quería y había extrañado, no me podían ver en el estado en que me encontraba: alcohólica, gorda y deteriorada como ser humano. Algo cambió en mi interior y comencé a sentir deseos de vivir y recuperarme. Hice un esfuerzo tremendo por dejar de tomar durante 1992, pero no pude. En 1993, busqué ayuda profesional y lo logré. Actualmente, llevo 9 años sin probar una sola gota de alcohol. Luego vino el reencuentro, con Milton Silva, "El Chico Julio", Manuel Cortés, Pablo Zepeda, Renato González, Francisco del Río y tantos otros compañeros que habían continuado su lucha en otros países de Latinoamérica. Comprendí que el golpe me había derrotado y ellos me dieron la fuerza para salir adelante y seguir viviendo con la frente en alto. Hoy formo parte de la Agrupación de Sobrevivientes del Dispositivo de Seguridad del Presidente Salvador Allende y me siento feliz de haber derrotado mi propia derrota. Siento que he vuelto a nacer para continuar luchando por un mundo más justo para todos, encontrar los restos de nuestros compañeros detenidos-desaparecidos y lograr que se haga justicia.