Internacional
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24 de septiembre del 2003
Indios, helicópteros de ataque y resistencia
Sobre el terrorismo apache
Gary Leupp
CounterPunch
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
"¡Ah!, seguro, un F-18 que ruge en el cielo le pone piel de gallina hasta al más hastiado de los patriotas estadounidenses, pero cuando un helicóptero Apache asciende desde detrás de un cerro y se sostiene en el aire, mirándote. Es la pesadilla de nuestro enemigo: no podrá escapar."
Un patriota admirador del Apache.
El helicóptero bimotor de ataque Apache, producido por Boeing y utilizado por primera vez en la invasión de Panamá en 1989, ha figurado eminentemente en las operaciones militares de EE.UU. en Afganistán e Irak, así como en el Jamboree Nacional de Boy Scouts de julio de 2001 en Fort Hill, Virginia ("a los chicos les encantan los helicópteros" dijo el mayor Forrest Carpenter, oficial ejecutivo del 3er Batallón.)
Más de la mitad de los helicópteros producidos han sido vendidos a aliados de EE.UU., y son utilizados a diario por Israel contra objetivos palestinos en Gaza. Actualmente, se supone que esos aparatos sirvan la "Guerra contra el Terrorismo" mientras la más vagamente conceptualizada de todas las guerras se expande y apunta contra cualquiera que se encuentre en la creciente lista de enemigos terroristas de los bushistas.
Es una ironía que el Apache haya sido bautizado con el nombre de un pueblo que, durante muchos decenios en la historia de América del Norte, fue considerado por la mayoría de los blancos que colonizaban su patria, (a horcajadas sobre lo que ahora es Nuevo México y Arizona), como feroces salvajes que cometían permanentemente atrocidades terroristas contra la civilizada sociedad cristiana sin tener motivo valedero alguno para hacerlo.
Pienso a menudo, cuando leo de "terrorismo", en los violentos encuentros históricos entre colonos y americanos nativos. Estos últimos, abrumados por la superior tecnología y los recursos de los que reivindicaban sus tierras, se vieron obligados a utilizar las "armas de los débiles" en sus esfuerzos por evitar la invasión, el desposeimiento y lo que gustaban de llamar el "traslado de indios".
En otras palabras, querían proteger la seguridad de su patria, y su "patria" en el caso de los apaches, significaba un hábitat que habían poseído durante siglos antes de que cayeran sobre ellos los europeos. (No es que los blancos hayan sido el único problema de los apaches; los comanches también los expulsaron de parte de su patria ancestral. A propósito, también hay un helicóptero de ataque "Comanche".) Por lo tanto los apaches a veces atacaban comunidades blancas enteras -sí, hombres, mujeres y niños-matándolos indiscriminadamente para hacer llegar un mensaje a los colonos: Váyanse, vuelvan a de donde vinieron, dejen de amenazar nuestro modo de vida y de matar a nuestra gente. Sólo unos pocos ejemplos de la historia apache, sacados al azar de Internet:
En 1751, en Tubac, lo que es ahora Arizona, entonces bajo control español, los apaches hicieron una incursión en Santa Ana y la misión de San Ignacio. Mataron a por lo menos 105 personas, incluyendo a dos misioneros jesuitas alemanes (que habían golpeado a "indios de la misión"); 36 hombres españoles, 15 mujeres españolas y 37 niños. (Supongo que se podría llamarlo "ataque contra civiles". Nada parecido a Hiroshima o Nagasaki.)
En 1849, guerreros jicarillas apaches, en lo que es ahora Nuevo México, mataron a media docena de blancos que viajaban por su territorio, capturando a la mujer y a la hija de uno de ellos, junto con dos mujeres negras. Una mujer apache mató a la mujer cuando ésta trató de escapar; no quedó en claro lo que sucedió con los demás cautivos. En el norte de México, bandas dirigidas por el líder apache Cochise, y sus sucesores Victorio y Ju, mataron a más de 15.000 mexicanos.
Se dice que a principios de los años 60 del siglo XIX, Cochise "aprovechó la distracción causada por la Guerra Civil para invadir y destruir localidades y asentamientos completos" en territorio de EE.UU. "Nada escapó a su venganza. En un caso, incluso quemó totalmente Tubac. Su guerra duró doce años. Durante ese tiempo, torturó a sus cautivos hasta la muerte con fuego lento, arrancó las cabelleras y mutiló a otros, y capturó a mujeres y niños para esclavizarlos".
En los años posteriores a 1870, apaches en el Territorio Arizona "se abatieron sobre granjas y pequeños asentamientos aislados matando a todos". En 1885, el líder apache Jerónimo "mató a una familia de un rancho".
El Chicago Times informó en 1881 sobre "Atrocidades apaches" subrayando la participación de mujeres. El hombre apache, según el reportero, "corta la nariz de un prisionero mientras está en vida, y la lanza al fuego hasta que está medio asada, y luego la introduce en la boca y por la garganta de su víctima. Calienta un trozo de hierro y lo usa para perforar totalmente las mejillas de un hombre viviente y después deja el instrumento para que sirva como mordaza entre las mandíbulas del cautivo horrorizado. Por terribles que puedan parecer estas torturas, es la india la que muestra un refinamiento de la crueldad que hace palidecer al apache hombre. Ella inventa nuevos y sorprendentes instrumentos para la mutilación de los muertos, y durante su ejecución se ríe con febril regocijo". Uno se recuerda de la cobertura de CNN de las mujeres ululantes de Gaza después de los ataques del 11-S.
No puedo atestiguar fehacientemente de la exactitud de alguno de estos antiguos relatos, y en todo caso, no cabe duda de que las atrocidades cometidas por los colonos contra los apaches exceden en mucho a las que se atribuyen a estos últimos, cuyas "lágrimas petrificadas" -sus sufrimientos dieron su nombre a una joya- el gran difunto Johnny Cash les rindió tributo. El gobierno mexicano, cuando gobernaba su patria, realmente recompensó a los cazadores de recompensas genocidas por toda cabellera apache: En 1835, la cabellera de un guerrero producía 100 pesos, y en 1837 la burocracia mexicana ofrecía 50 pesos por la cabellera de una mujer y 25 pesos por la de un niño".
Sólo señalaré que los apaches sufrieron en su momento de muy, muy mala publicidad, como la que algunos pueblos que resisten colectivamente la opresión reciben en nuestros tiempos. Pero era la prensa de sus perseguidores, torcida por el racismo y obcecada doctrina religiosa (el "destino manifiesto" del pueblo blanco elegido por Dios para poblar la Tierra Prometida, después de liberarla de los salvajes impíos que siguen viviendo allí.) En la actualidad, cuando los 50.000 apaches supervivientes no constituyen una "amenaza terrorista", el condado más al sureste de Arizona puede llevar el nombre de Cochise, un sello de correos de EE.UU. puede celebrar a Jerónimo, y una parte crucial del arsenal "contra el terrorismo" de EE.UU. puede incluso ser bautizada con el nombre de ese digno pueblo. (A propósito, "apache" en el lenguaje de los zuñis significa "enemigos". No es el nombre que los apache utilizaban para llamarse a sí mismos; se llamaban sólo N'de (el Pueblo): son, en su rama occidental, los Tonto norteños y del sur, Mimbrenos y Coyotes; en su rama oriental, los Chiricahua, Mescalero, Jicirilla, Lipan, y Kiowa. Están relacionados con los Navajo que hablan la mismo lengua Athabasca y que también resistieron la invasión española, mexicana y de EE.UU.) Hacia el fin de la Guerra de Vietnam (1972) Hollywood por fin pudo producir (como una alegoría a la relación entre los soldados de EE.UU. y los "hostiles" del Vietcong), una película de matices bastante equilibrados sobre la resistencia apache: el "Raid de Ulzana", ambientada en Arizona en 1882.
Evidentemente ha habido una especie de reevaluación histórica (¿revisionismo?). Como en el caso de Nelson Mandela, que sólo hace poco fue borrado de la "lista de terroristas" del Departamento de Estado de EE.UU., aunque puede ser que el vicepresidente Cheney lo siga considerando como tal. Las cosas cambian. La perspectiva de quién es el terrorista, y quién es el aterrorizado, se desarrolla con el tiempo, incluso en las mentes desafiadas de la elite del poder que están mejor ubicadas para crear y manipular la opinión pública. Así que cuando lees que los Apaches han eliminado a 250 combatientes talibanes en el valle Sha-e-Kot de Afganistán (marzo de 2002); o que los Apaches han matado a 33 civiles en Hillak, en Irak (abril de 2003); o que un ataque Apache mató a dos enfermeras en el hospital de la Ciudad de Gaza (lo que sucedió el 5 de marzo); o que un ataque Apache mató a un dirigente de Hamas y a tres guardaespaldas (8 de marzo); que ocho civiles fueron heridos en un ataque Apache contra talleres en Gaza (1 de junio); o que dos combatientes de las Brigadas Qassam fueron asesinados en un ataque Apache en el vecindario de Zaitoon en el sur de Gaza (12 de junio) o que 11 miembros de Hamas fueron asesinados por ataques Apache con misiles el 2 de septiembre; piensa (con o sin ironía) en el pretérito vilipendio de los homónimos de la nave aérea. Imagina también un futuro (tal vez dentro de algunas décadas) en el que una súper nave aérea, diseñada, construida y utilizada por quién sabe quién, podría ser llamada orgullosamente el "Chechenio", el "Cachemirí", el "Curdo", el "Moro", o el "Palestino".
Hay que asumir que los apaches de la actualidad tienen sentimientos encontrados sobre su rugiente tocayo. En la Reserva Indígena de Fort Apache en Arizona, los militares siguen presentes. Según un sitio en la red de la reserva, "incursiones ilegales" de helicópteros Apache y otras naves militares "en el espacio aéreo apache, suceden casi a diario porque los militares pueden afirmar que en realidad no fueron ellos, y nadie en el Estado -o en el Congreso, se preocupa por vuelos militares ilegales".
Incursiones de Apaches en el espacio aéreo apache. Hasta los militares de EE.UU. tienen sentido del humor.
20 de septiembre de 2003
* Gary Leupp es profesor asociado del Departamento de Historia en Tufts University y coordinador del Programa de Estudios Asiáticos. Su correo es: gleupp@tufts.edu