La Jornada
Cuando las Torres Gemelas se desplomaron en Nueva York, ¿quién había oído hablar de Fallujah? Cuando los asesinos del 11 de septiembre de 2001 volaron un avión hacia el Pentágono, ¿quién sabía algo de Ramadi? Cuando el aeropirata libanés se vino abajo con otro avión en Pensilvania, ¿quién habría creído que el presidente George W. Bush anunciaría, en agosto de este año, un "nuevo frente en la guerra contra el terror", mientras sus tropas emprendían una campaña sin esperanza contra las guerrillas de Irak? ¿Quién habría concebido a un presidente estadunidense que llamara al mundo a tomar las armas contra el "terrorismo" en Afganistán, Irak y Gaza? ¿Qué tienen que ver los miserables, aplastados y cruelmente aprisionados palestinos de Gaza con los crímenes internacionales contra la humanidad cometidos en Nueva York, Washington y Pensilvania? Nada, por supuesto. Tampoco Irak tiene relación alguna con el 11 de septiembre.
No había armas de destrucción masiva en Irak. Ni ningún enlace con Al Qaeda. Ni hubo tampoco ninguna "liberación". Ni siquiera existe el supuesto avión no tripulado dizque diseñado para rociar químicos sobre el campo de batalla, mito sobre el cual escuché en febrero pasado una perorata del secretario de Estado estadunidense, Colin Powell, en el Consejo de Seguridad. Los analistas estadunidenses en armamento han llegado a la conclusión de que esos aparatos eran lo que los iraquíes siempre dijeron: aviones no tripulados de reconocimiento.
No, el 11 de septiembre nada tiene que ver con Irak. Tampoco es cierto que el 11 de septiembre haya cambiado al mundo. El presidente Bush manipuló con crueldad el dolor del pueblo estadunidense -y la simpatía del resto del mundo- para presentar un "orden mundial" que era el sueño de un puñado de fantasiosos que asesoran al secretario de la Defensa, Donald Rumsfeld. El "cambio de régimen" iraquí, como ahora sabemos, fue planeado como parte del documento de campaña que Perle y Wolfowitz enviaron al entonces futuro primer ministro israelí Benjamin Netanyahu años antes de que Bush llegara al poder.
Resulta increíble que Tony Blair haya avalado esta tontería sin darse cuenta de lo que representaba: un proyecto inventado por un grupo de estadunidenses neoconservadores pro israelíes y fundamentalistas cristianos de derecha.
Pero todavía hoy nos siguen endilgando fantasías. Afganistán, donde los señores de la guerra secuestran y asesinan a sus enemigos, donde las mujeres se cubren aún la mayor parte del cuerpo con burkas, donde en la producción de opio ha vuelto a ser el principal mercado exportador del mundo, y donde los habitantes perecen a razón de 100 cada ocho días (cinco soldados estadunidenses fueron abatidos a balazos allí hace dos fines de semana), es un "éxito" del cual Bush y Rumsfeld siguen alardeando.
Irak -una cloaca de odio guerrillero, resentimiento popular e incipiente guerra civil- es también un "éxito". Sí, Bush quiere 87 mil millones de dólares para que Irak siga funcionando, quiere regresar a esa misma Organización de las Naciones Unidas (ONU) a la que el año pasado condenó como una "fábrica de discursos", quiere que decenas de ejércitos extranjeros vayan a morir en la guerra de ocupación estadunidense en Irak, aunque no, por supuesto, que participen en la toma de decisiones, la cual debe seguir siendo territorio exclusivo de Washington.
Más aún: se supone que el mundo debe aceptar la disparatada noción de que el conflicto palestino-israelí -la más reciente guerra colonial del planeta, aunque toda mención de las colonias judías ilegales en Cisjordania y Gaza ha sido erradicada de las notas referentes a Medio Oriente en la prensa estadunidense- forma parte de la "guerra contra el terror", la cruzada cósmica de voluntarismo religioso que el presidente Bush inventó después del 11 de septiembre de 2001.
¿Podría haber algo que sirviera mejor a los intereses de Israel que ese gesto pueril de Bush? Los despiadados atacantes suicidas palestinos y la grotesca implantación de judíos y sólo judíos en las colonias se ha integrado ahora a esta lucha colosal del "bien" contra el "mal", en la que inclusive Ariel Sharon -considerado "personalmente responsable" de la matanza de Sabra y Chatila en 1992 por la comisión investigadora de su propio país- es un "hombre de paz", según Bush.
Y sin discusión se sientan nuevos precedentes. Washington asesina con impunidad a los líderes de sus enemigos: intenta matar a Osama Bin Laden y al mullah Omar, asesina a Uday y Qusay Hussein y alardea de su eficiencia en "liquidar" al liderazgo de Al Qaeda mediante aviones no tripulados que lanzan cohetes. Trata de dar muerte a Saddam Hussein en Bagdad y mata a 16 civiles, tras de lo cual admite que no era una operación "libre de riesgos". En Afganistán han sido asesinados tres hombres en los centros de interrogatorio estadunidenses en Bagram. Y aún no sabemos en realidad lo que ocurre en Guantánamo.
¿Qué significan estos precedentes? Tengo una negra sospecha. De hoy en adelante, nuestros gobernantes, nuestros políticos, nuestros hombres de Estado serán también blancos permitidos. Si nosotros vamos a la yugular, ¿por qué ellos no? Para mí, el asesinato de Sergio Vieira de Mello, representante de la ONU en Irak, no fue casual. Los más recientes pronunciamientos de Hamas -y hay que tomar en serio a ese grupo desde que Bush lo añadió a su círculo del mal- contienen, más que nunca, amenazas personales contra Ariel Sharon. ¿Por qué debemos esperar que cualquier otro gobernante esté seguro? Si a Yasser Arafat lo obligan otra vez a exiliarse, ¿qué restricción quedará?
Por supuesto, los enemigos de Estados Unidos son una banda temible. Saddam sembró su país de entierros masivos de inocentes. El mullah Omar permitió a sus legiones misóginas aterrar a toda una sociedad en Afganistán. Pero en ausencia de ellos hemos creado bandidaje, secuestro, violación, guerrilla y anarquía. Todo en nombre de las víctimas del 11 de septiembre. El futuro de Medio Oriente -que en parte tuvo relación con el 11 de septiembre, aunque no se nos permite decirlo- jamás había parecido más precario ni más sangriento. Estados Unidos y Gran Bretaña están atrapados en una guerra que ellos mismos crearon y son culpables del abrumador predicamento en que se encuentran, pero también de las muertes de miles de seres humanos inocentes volados en pedazos por las bombas estadunidenses en Afganistán e Irak, y asesinados a tiros en las calles de Irak por soldados adictos a apretar el gatillo.
En cuanto al "terror", nuestros enemigos estrechan el cerco en torno a nuestros ejércitos en Irak, y a nuestros supuestos aliados en Bagdad y Afganistán, e inclusive en Pakistán. Hemos hecho todo esto en nombre de las víctimas del 11 de septiembre de 2001. Desde la Segunda Guerra Mundial no se había visto semejante demencia. Y apenas empieza.