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Internacional

El Manipulado Juego del Comercio


Editorial de The New York Times, Julio 20 de 2003

No le dé más vueltas, Filipinas fue tomada. Miembro fundador en 1995 de la Organización Mundial del Comercio (OMC), durante la década pasada esta antigua colonia norteamericana abrazó sumisamente el evangelio del mercado libre al abrir su economía a la inversión y el mercado extranjeros. No obstante las generalizadas preocupaciones respecto a su capacidad para competir, los filipinos adoptaron la teoría de que las carencias de sus agricultores en cuanto a transportes adecuados y alta tecnología serían compensadas por su mano de obra barata. El gobierno vaticinó que el acceso a los mercados mundiales produciría un beneficio neto de medio millón de empleos agrícolas al año.

No fue así. Los pequeños agricultores que existen a lo largo y ancho del archipiélago filipino han descubierto que sus competidores en lugares como los Estados Unidos o Europa no sólo tienen mejores semillas, fertilizantes y maquinaría agrícola, sino que sus productos se encuentran a menudo protegidos por altos aranceles o financiados por enormes subsidios agrícolas que los vuelven artificialmente baratos. No importa cuan raquítico sea el salario que los trabajadores rurales filipinos estén dispuestos a aceptar, ellos no pueden competir con agroindustrias que flotan sobre miles de millones de dólares de asistencia gubernamental. "Los granjeros de los Estados Unidos consiguen ayuda para cada etapa del proceso", dice Rudivico Mamac, un típico y pobrísimo aparcero filipino cuyo hijo de 12 años se siente abochornado debido a que su familia no tiene con que comprarle un bolígrafo o cuadernos para la escuela.

La misma triste historia se repite por todo el mundo cuando los países pobres que tratan de incorporarse al mercado mundial chocan con la porfía de los países ricos en manipular las cartas para favorecer a sus propios agricultores. El presidente Bush merece reconocimiento por viajar a África y tratar de enfocar la atención en las difíciles condiciones de ese continente, pero simultáneamente emprendedores algodoneros africanos son obligados a competir con productos de la opulenta agroindustria algodonera norteamericana cuyos precios por los suelos son posibles gracias a subsidios que suman alrededor de 3 mil millones de dólares anuales. Los productores de azúcar en África están bloqueados por la insistencia de la Unión Europea en subsidiar la producción de azúcar de remolacha como parte de un derrochador programa de asistencia agrícola que se traga la mitad de su presupuesto.

En lugar de obtener alguna ganancia, Filipinas ha perdido centenares de miles de empleos agrícolas desde que se incorporó a la OMC. De su módico excedente comercial agrícola de principios de la década del 90 ha pasado a una situación deficitaria. Los filipinos, que al referirse a su historia como colonia española y norteamericana les gusta decir que fueron "tres siglos en el convento seguidos de cincuenta años en Hollywood", consideran cada vez más a la tan promovida globalización como un nuevo imperialismo. El desespero que se vive en el campo alimenta una serie de potentes insurgencias antigubernamentales. Los líderes que ataron sus fortunas políticas a su fe en el mercado libre han cultivado resentimientos.

Entre ellos está Fidel Ramos, quien fue el firme aliado de Washington cuando como presidente de Filipinas a mediados de los años 90 condujo allí la apertura económica. Ahora Ramos culpa a las prácticas comerciales desleales de las naciones ricas -especialmente sus "subsidios agrícolas encubiertos y otras artimañas"- de muchos de los sufrimientos en el campo. Ramos expresó en una entrevista que dado el largo tiempo que llevan las potencias económicas del planeta tratando de persuadir al resto del mundo para que acepte una economía global más abierta, él quedó atónito ante su falta de voluntad en hacer que las condiciones fueran iguales para todos. "Los países pobres no tienen fondos para sostenerse durante mucho tiempo bajo este tratamiento desigual", dijo. "La gente carece de lo necesario. La gente se está muriendo"

La demanda de Ramos pudo haber provenido de un variado número de países en desarrollo, donde habita el 96% de los agricultores del mundo. Es una demanda que debe ser atendida, antes que sea demasiado tarde.

Los Estados Unidos, Europa y Japón canalizan cerca de mil millones de dólares diarios hacia sus agricultores mediante subsidios tributarios. Estos agricultores dicen que no se van a poder mantener en el negocio si se les deja a merced de las violentas fluctuaciones de los precios y se les obliga a competir con gentes que en lugares como Filipinas están dispuestas a realizar las labores del campo por un dólar diario. Entonces el gobierno federal le gira cheques a los cultivadores de maíz de Iowa para complementar sus ingresos, y en ocasiones los asegura contra todos los tipos de riesgos que normalmente asume cualquier otro negocio. Esto permite luego a las compañías norteamericanas inundar de cereales los mercados internacionales vendiéndolos ventajosamente por una fracción de lo que cuesta cultivarlos, una cortesía del contribuyente, a menudo a un precio inferior al que constituiría apenas el punto de equilibrio entre pérdidas y ganancias para el empobrecido agricultor tercermundista. Si todo lo demás falla, las naciones ricas simplemente erigen barreras comerciales para bloquear la entrada de mercancías extranjeras.

El sistema es vendido al contribuyente norteamericano como una manera de preservar la imagen de la propiedad agrícola familiar, que enfrenta tiempos difíciles y merece toda consideración, pero en realidad sirve principalmente a los intereses de las corporaciones agroindustriales.

Al manipular el juego del comercio global en contra de los agricultores de los países en desarrollo, Europa, Estados Unidos y Japón están en esencia derribándole a patadas la escalera del desarrollo a alguna de la gente más desesperada del mundo. Esto es moralmente depravado. Con nuestras acciones estamos cosechando pobreza alrededor del mundo.

La hipocresía exacerba el atropello. Los Estados Unidos y Europa dominan el arte de forzar las economías abiertas de las naciones pobres a la importación de bienes y servicios industriales. Pero son lentos en la reciprocidad cuando se trata de la agricultura, donde las naciones pobres pueden, en condiciones de juego justo, arreglárselas para competir. Resulta que la globalización puede ser una avenida de una sola vía.

La evidente brecha de credibilidad que separa las disertaciones sobre el libre mercado emitidas por los países desarrollados de sus acciones causantes de distorsión en el mercado agrícola no se puede continuar permitiendo. En tanto casi mil millones de personas luchan por sobrevivir con un dólar al día, cada una de las vacas de la Unión Europea rinde en promedio 2 dólares de ganancia en subsidios gubernamentales. Japón, un país que prosperó como ningún otro en virtud de su habilidad para obtener acceso a mercados extranjeros para sus televisores y carros, mantiene astronómicos aranceles para el arroz. Los $320 mil millones de dólares que gastaron los países desarrollados en subsidios agrícolas hacen ver escasos los $50 mil millones de dólares gastados en asistencia para el desarrollo. El compromiso del presidente Bush de incrementar la ayuda internacional fue seguido por su sanción a un proyecto de ley que aprueba $180 mil millones de dólares en apoyos a los agricultores norteamericanos durante la próxima década.

Una oportunidad justa, más que caridad, es lo que los países en desarrollo necesitan. Según cálculos del Fondo Monetario Internacional, la revocación por parte de todos los países ricos de las barreras al comercio y los subsidios en la agricultura mejoraría en cerca de $120 mil millones de dólares el bienestar en todo el mundo. Un incremento de tan sólo 1% en la participación de África en las exportaciones mundiales le redundaría en $70 mil millones de dólares al año, unas cinco veces el monto que se le suministra la región en ayuda y alivios en el pago de la deuda externa.

El juego tramposo está sembrando un creciente resentimiento en contra de Estados Unidos, el principal arquitecto del orden económico global. Luego del 11 de septiembre, los norteamericanos han tratado desesperadamente de ganarse el corazón y las mentes de los habitantes pobres del mundo musulmán. De alguna manera, esperamos que otras naciones le den a nuestros reclamos en defensa de la democracia y la libertad una acogida más seria de la que deben darle a nuestra retórica mentirosa sobre el libre mercado.

La asediada isla filipina de Mindanao está llena de guerrillas tanto comunistas como fundamentalistas islámicas, y los vínculos de la insurgencia local con Al Qaeda la han convertido en campo de batalla de la guerra del presidente Bush contra el terrorismo. Hay conversaciones para enviar allí tropas norteamericanas. Pero para los agricultores de Mindanao, donde se cultiva más de las dos terceras partes de la producción de cereales de Filipinas, las importaciones subsidiadas norteamericanas son una amenaza tan grande como las anteriores. Desde que el país se unió a la OMC ocho años atrás, los cultivadores de cereales norteamericanos han recibido la escandalosa suma de 34.500 millones de dólares en apoyo tributario, de acuerdo con un análisis de las estadísticas gubernamentales realizado por el Grupo de Trabajo del Medio Ambiente, con sede en Washington. Esto ayuda a explicar la manera como Estados Unidos puede exportar cereales- el término menos cortés dentro de la jerga comercial sería inundar con cereales - a un valor inferior en un tercio al de su costo real de producción. La indignación es muy grande. "Aquí la opinión generalizada es que Estados Unidos, que fue antes nuestro amo colonial, es una fuerza destructiva", dijo Lito Lao, presidente de la Liga de Agricultores de la provincia de Davao Oriental, Mindanao. La desesperación de los granjeros, añadió, sirve de carburante a la insurgencia del marxista Nuevo Ejército del Pueblo.

Se suponía que la economía globalizada cambiaría el mundo para gente como Rudi y Nelly Mamac, quienes viven con sus siete hijos en una choza de dos piezas al borde de una gran plantación en Davao Oriental. Los Mamac están de suerte si pueden ganarse el equivalente a un dólar por día. El señor Mamac, el aparcero, estaba dispuesto a imaginarse ese mejor futuro prometido por el gran juego del comercio global. El desea llegar a darse el lujo de tener un televisor, y si se queda sin saber que contestar luego de que le indagan sobre la vida más allá de su existencia inmersa por completo entre cereales y cocos, señalará distraídamente, con cierto aire de disculpa, hacia la esquina de su vivienda donde ellos se imaginan que estaría el aparato de televisión.

Pero ninguno de sus sueños se está realizando. Arnel Mamac, su hijo de 12 años, ahora tiene que faltar a la escuela muchos días, cuando su familia no tiene dinero para comprar arroz. Sus padres no quieren que él camine los tres kilómetros con el estómago vacío. Una de las cosas que los Mamac parecen entender, aún careciendo de las ventajas de contar con un televisor, es que la economía globalizada en la que se les obliga a competir no es un campo de juego nivelado. "Es muy injusto que el gobierno norteamericano cuide tanto a sus agricultores mientras abusa de los del Tercer Mundo", dice el señor Mamac.

Estados Unidos y sus opulentos aliados no erradicarán la pobreza - ni derrotarán al terrorismo, que para el caso es igual - conspirando para despojar a los agricultores pobres del mundo hasta de las más mínimas oportunidades. Y la amenaza de una asoladora reacción en contra de la globalización, provocada por una ampliación generalizada del resentimiento hacia las prácticas comerciales "del norte", es enorme. Conocedores de la crisis inminente, los negociadores de la OMC titularon la actual ronda de conversaciones sobre liberalización comercial, iniciada en Doha, Qatar, a finales del 2001, la "ronda del desarrollo". Cualquier éxito que se obtenga depende del compromiso de Estados Unidos, Europa y Japón de reducir las barreras a las importaciones agrícolas de aquí al año 2005, y de eliminar los subsidios. Pero muchos plazos para lograr el acuerdo se han incumplido. La Unión Europea y Japón son en particular renuentes a realizar las dolorosas reformas que se necesitan para convertir el comercio en una significativa avenida de doble vía, y la administración Bush tiene poca credibilidad para empujarlos a hacerlo, debido a sus propios subsidios escandalosos a la agricultura. Así pues, el encuentro crucial de la OMC en septiembre en Cancún amenaza con ser una repetición de la reunión de Seattle en 1999, cuando la última ronda de conversaciones sobre liberalización comercial fracasó, y los manifestantes que estaban afuera emprendieron su fenomenal celebración contra la globalización.

De regreso a Mindanao, es una vergüenza que Rudivico Mamac no pueda tener su aparato de televisión para observar a todos esos delegados comerciales reunidos en la pintoresca Cancún el próximo mes de septiembre. Después de todo lo que en realidad estará en discusión, no obstante la soporífera jerga comercial, es si una economía globalizada tiene o no espacio para los más pobres agricultores del mundo.

Traducción: MOIR