Internacional
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El espectro de Vietnam
Howard Zinn
La Jornada
La guerra en Irak es diferente en tantos aspectos a la que Estados Unidos emprendió en Vietnam que me pregunto por qué (al igual que el corazón delator tras la pared de la casa del asesino en el cuento de Edgar Allan Poe) se escucha aún el batir de los tambores de Vietnam. Esa guerra duró ocho años. La de Irak, tres semanas. En Vietnam hubo 58 mil bajas estadunidenses en combate, sólo unos cientos en Irak. Nuestro enemigo en Vietnam era una figura nacional popular, Ho Chi Minh. Nuestro enemigo en Irak, Saddam Hussein, es odiado por la mayoría de su pueblo. Una guerra la peleó en las selvas y montañas un ejército formado, en su mayoría, por reclutas; la otra se libró con soldados voluntarios en el arenoso desierto. Estados Unidos fue derrotado en Vietnam. En Irak, salió victorioso.
En 1991, después de la primera guerra contra Irak, el presidente George Bush, el mayor, anunció con orgullo: "El espectro de Vietnam quedó enterrado para siempre en las arenas de la península arábica". Pero, ¿será cierto que el síndrome Vietnam ya no está en la conciencia nacional? ¿No existe una similitud fundamental, esa de que en ambas instancias vemos al país más poderoso del mundo enviar sus ejércitos, sus barcos y aviones al otro lado del mundo a invadir y bombardear un pequeño país por razones que se vuelve más y más difícil justificar?
En ambas situaciones se crearon las excusas, mintiéndole al pueblo estadunidense. El Congreso le otorgó a Lyndon Johnson el poder de hacer la guerra en Vietnam después de que su gobierno anunciara que barcos estadunidenses, "en patrullaje de rutina", habían sufrido un ataque en el golfo de Tonkin. Después se demostró que todos los elementos de este alegato eran falsos.
De igual modo, la razón que primero se invocó para ir a la guerra contra Irak -que Saddam Hussein tenía "armas de destrucción masiva"- resultó una mera invención. No han encontrado ninguna. No las halló el pequeño ejército de inspectores de Naciones Unidas, ni el enorme ejército estadunidense que registró el país entero.
El vocero de la Casa Blanca, Ari Fleischer, dijo a la nación: "Es un hecho, lo sabemos, ahí hay armas". Lo increíble es que, después de la guerra, George W. Bush le dijo a la televisión polaca: "encontramos las armas de destrucción masiva".
Los "documentos" que Bush citó en su informe al Congreso para "probar" que Irak poseía armas de destrucción masiva resultaron ser falsificaciones. Los llamados "abejorros de la muerte" no eran sino aviones de juguete. Lo que Colin Powell llamó "camiones de descontaminación" eran en realidad camiones de bomberos. Lo que los líderes estadunidenses nombraban "laboratorios móviles de gérmenes" (descubrió un equipo oficial de inspección británico) eran dispositivos para inflar globos de artillería.
Es más, el gobierno de Bush engañó al pueblo estadunidense al hacerle creer, como la mayoría aún cree, que había una conexión entre Hussein y los terroristas de Al Qaeda que planearon el ataque del 11 de septiembre de 2001. No hay ni pizca de evidencia que respalde dicha afirmación.
El Vietnam comunista y el Irak gobernado por Saddam Hussein fueron ambos presentados como amenazas inminentes a la seguridad nacional estadunidense. En ningún caso había una base sólida para este temor; de hecho, Irak era un país devastado por dos guerras y 10 años de sanciones, pero el alegato fue utilizado por un gobierno para llevarle guerra mortal a un pueblo entero.
Lo que nunca se dijo públicamente en relación con la guerra de Vietnam fue algo que circuló en secreto mediante memorandas intragubernamentales: que el interés de Estados Unidos en el sudeste asiático no fue establecer la democracia, sino proteger el acceso al petróleo, el estaño y el caucho en la región. En el caso iraquí, se nos escamoteó el obvio papel crucial jugado por el crudo de la región en la política estadunidense, por no revelarnos los móviles no muy nobles que impulsaron la guerra.
En cuanto a Vietnam, el pueblo estadunidense logró gradualmente enterarse de la verdad y el gobierno se vio forzado a frenar la guerra. Hoy, sigue pendiente entender si el pueblo estadunidense, en algún momento, mirará tras los engaños y se unirá a un enorme movimiento ciudadano que frene lo que parece un inexorable impulso en pos de guerra e imperio, a costa de los derechos humanos aquí y en el extranjero.
De la respuesta a esta pregunta depende el futuro de la nación.
Howard Zinn
Historiador y autor de A People's History of the United States