La verdad saldrá a la luz
por el Senador Robert C. Byrd (*)
29 de mayo de 2003 La verdad tiene formas de afirmarse a sí misma a pesar de todos los intentos por oscurecerla. La distorsión sólo la descarrila por un tiempo. No importa hasta qué punto nos empeñemos los humanos en ocultar los hechos, o en engañar a nuestros semejantes; con el tiempo, la verdad halla la forma de abrirse camino entre las grietas.
Sin embargo el peligro estriba en que, llegados a un punto, la verdad puede dejar de importar. El peligro reside en que el daño se inflija antes de que la verdad sea comprendida por completo. Lo real es que a veces es más fácil ignorar aquellos hechos que resultan molestos y actuar de acuerdo con la distorsión que esté actualmente en boga. En estos días estamos viendo mucho de esto en la política. Veo mucho de esto, más de lo que jamás habría pensado, justo en esta cámara del Senado.
Respecto de la situación en Iraq, le parece a este senador que el pueblo estadounidense podría haber picado el anzuelo al aceptar la invasión, sin mediar provocacion alguna, de una nación soberana, en violación del derecho internacional vigente desde hace tiempo, y todo ello bajo falsas premisas.
Hay sobradas pruebas de que los terroríficos sucesos del 11 de septiembre han sido cuidadosamente manipulados para trasladar el centro de atención de la opinión pública de Osama bin Laden y Al Qaeda, que planearon los ataques del 11 de septiembre, a Saddam Hussein, que no los planeó. Durante su campaña en aras de la invasión de Irak el presidente y los miembros de su gabinete invocaron cuanto imagen aterradora podían conjurar, desde nubes nucleares, a alijos enterrados de armas bacteriológicas y a aviones sin piloto (conocidos como "drones") listos para sembrar nuestras principales ciudades de una muerte cargada de bacterias. Recibimos altas dosis de exageración en relación con la amenaza directa que para nuestras libertades suponía Saddam Hussein. Se trataba de una táctica segura para provocar certeramente la reacción de un país que todavía sufría de una combinación de estrés postraumático y justificada indignación tras los ataques del 11S. Fue la explotación del miedo. Fue el placebo para la indignación.
Desde el término de la guerra, cada revelación posterior que parecía refutar las previas afirmaciones alarmantes de la Administración Bush, ha sido dejada de lado. En lugar de abordar la cuestión de las pruebas contradictorias, la Casa Blanca cambia de tema hábilmente. No han aparecido todavía armas de destrucción masiva, pero se nos dice que aparecerán. Tal vez todavía aparezcan. Pero nuestro costoso y destructivo ataque a base de bombas anti búnker sobre Iraq, parece haber probado, en general, precisamente lo contrario de lo que nos fue presentado como razón urgente para embaucarnos [en la guerra]. También, hasta el momento, parece haber confirmado las aseveraciones de Hans Blix y del equipo de inspectores que dirigió, y de las que tanto se mofaron el Presidente Bush y compañía. Como Blix siempre decía, se necesitará mucho tiempo para hallar tales armas, si es que éstas existen realmente. Mientras tanto, bin Laden sigue a la fuga y Saddam Hussein continúa desaparecido.
La Administración aseguró a la opinión pública de los Estados Unidos y del mundo entero, una y otra vez, que era necesario un ataque para proteger a nuestro pueblo y al mundo del terrorismo. Trabajó asiduamente para alarmar a la opinión pública y diluir los rostros de Saddam Hussein y Osama bin Laden hasta que prácticamente se fundieron en uno solo.
Lo que ha quedado totalmente claro en el periodo de posguerra es que Iraq no constituía ninguna amenaza inmediata para los Estados Unidos. Asolada por años de sanciones, Iraq ni tan siquiera despegó un avión contra nosotros. La amenazante y letal flota de aviones no tripulados de la que tanto hemos oído hablar resultó ser un prototipo de madera contrachapada y cuerdas. Sus misiles resultaron ser obsoletos y de alcance limitado. Su ejército se vio rápidamente abrumado por nuestra tecnología y nuestras bien entrenadas tropas.
En la actualidad, nuestro leal personal militar continúa con su misión de buscar diligentemente las armas de destrucción masiva. Hasta ahora sólo han descubierto fertilizantes, aspiradoras, armas convencionales y, ocasionalmente, alguna alberca enterrada. Los estamos desperdiciando en esta misión al tiempo que siguen estando bajo gran peligro. Pero el gran bombo dado por el equipo Bush a las armas de destrucción masiva en Iraq como justificación del ataque preventivo ha pasado a ser más que embarazoso. Ha suscitado serios interrogantes acerca de la prevaricación y el uso temerario del poder. ¿Pusimos a nuestras tropas en peligro innecesariamente? ¿Resultaron un sinnúmero de civiles muertos y mutilados cuando no era necesaria realmente la guerra? ¿Fue el público americano engañado deliberadamente? ¿Lo fue el mundo?.
Lo que me horroriza más todavía es que no dejemos de llamarnos "liberadores". Los hechos no parecer avalar la etiqueta que tan eufemísticamente nos hemos colocado. Es verdad que hemos destronado a un déspota brutal y despreciable, pero la "liberación" implica seguir los dictados de la libertad, la autodeterminación y una mejor vida para el común de la gente. De hecho, si la situación en Iraq es el resultado de la liberación, es probable que hayamos hecho retroceder 200 años la causa de la libertad.
A pesar de nuestras sonadas afirmaciones de una vida mejor para el pueblo iraquí, el agua es escasa y a menudo fétida, la electricidad viene a veces, el suministro de comida insuficiente, los hospitales están abarrotados de heridos y lisiados, los tesoros de la historia de la región y del pueblo iraquí han sido saqueados, y el material nuclear puede haber sido diseminado váyase a saber dónde, mientras las tropas estadounidenses, siguiendo órdenes, sellaban y custodiaban las reservas de petróleo.
Mientras tanto, a los amigotes de la Administración les han sido concedidos lucrativos contratos para reconstruir la infraestructura de Iraq y restaurar su industria petrolera, y ello sin que se abriera licitación en términos de libre concurrencia, al tiempo que los Estados Unidos se resisten firmemente a las ofertas de asistencia de la ONU. ¿Puede alguien extrañarse de que los motivos reales del Gobierno de los Estados Unidos sean objeto de especulación y desconfianza en todo el mundo?.
Y en lo que puede ser el más nocivo de los acontecimientos, los Estados Unidos parecen repeler el clamor de Iraq en pro del autogobierno. Jay Garner ha sido sustituido sumariamente, y está más que claro que el sonriente rostro de liberador de los Estados Unidos se está tornando en el fruncido ceño del ocupante. La imagen de la bota en el cuello ha pasado a sustituir al gesto de la libertad. El caos y los disturbios no hacen más que exacerbar esa imagen, al tiempo que los soldados de Estados Unidos intentan mantener el orden en una tierra asolada por la pobreza y la enfermedad. Hasta el momento, "Cambio de Régimen" en Iraq se ha traducido en anarquía, frenada sólo por una fuerza militar ocupante y una presencia administrativa estadounidense que se muestra evasiva al respecto y acerca de cuándo pretende marcharse.
La democracia y la libertad no pueden hacerse tragar a punta de pistola por un ocupante. Creer lo contrario sería una locura. Hay que pararse y reflexionar. ¿Cómo podemos haber sido tan increíblemente ingenuos?. ¿Cómo podíamos pretender plantar con facilidad un clon de la cultura de los Estados Unidos, sus valores y gobierno en un país tan atenazado por rivalidades religiosas, territoriales y tribales, tan receloso acerca de los motivos de los Estados Unidos y tan reñido con el materialismo galopante que impulsa las economías occidentales?.
Tal y como muchos advirtieron a la Administración antes de que desatara su desacertada guerra en Iraq, hay pruebas de que nuestra campaña allí puede llevar a 1.000 nuevos bin Ladens a planear otros horrores del tipo que hemos visto los días pasados. En lugar de hacer daño a los terroristas, hemos incentivado su ira. No completamos nuestra misión en Afganistán porque estábamos ansiosos por atacar Iraq. Ahora parece que Al Qaeda vuelve para vengarse. Hemos vuelto a alerta naranja en los Estados Unidos, al tiempo que podemos haber desestabilizado la región de Oriente Medio, una región que nunca hemos entendido del todo. Nos hemos ganado la antipatía de amigos de todo el mundo gracias a nuestra hipócrita y altanera insistencia en castigar a viejos aliados que pueden no ver las cosas a nuestra manera.
El camino de la diplomacia y la razón ha sido tirado por la borda y reemplazado por la fuerza, el unilateralismo y el castigo a las transgresiones. Muy recientemente me enteré, con asombro, de nuestro duro castigo hacia Turquía, nuestra vieja amiga y aliada estratégica. Es sorprendente que nuestro Gobierno regañe al nuevo Gobierno turco por llevar sus asuntos de conformidad con su propia Constitución y sus instituciones democráticas.
De hecho, hemos provocado una nueva carrera armamentística internacional al tiempo que los países se apresuran en el desarrollo de armas de destrucción masiva como último recurso para protegerse de un ataque preventivo de un nuevo y beligerante Estados Unidos que invoca para sí el derecho a atacar donde quiera. De hecho, no hay mucho con que contener a este Presidente. El Congreso, en lo que pasará a la historia como su acto más lamentable, se desprendió de su poder de declarar la guerra en el futuro previsible y confirió poder a este Presidente para que haga la guerra a su antojo.
Como si esto no fuera lo bastante malo, los congresistas son reticentes a hacer preguntas que piden a gritos ser formuladas. ¿Durante cuánto tiempo ocuparemos Iraq? Ya hemos oído discrepancias sobre el número de tropas que se necesitan para mantener el orden. ¿Cuál es la verdad?. ¿Cuánto costarán la ocupación y la reconstrucción? Nadie ha respondido francamente. ¿Cómo podremos permitirnos este compromiso masivo y a largo plazo, luchar contra el terrorismo en casa, hacer frente a una grave crisis en el sistema de salud, permitirse un gasto militar gigante y renunciar a miles de millones por reducción de impuestos en medio de un déficit que ha ascendido a más de 340 mil millones de dólares en tan solo este año?. Si se aprueba el recorte de impuestos propuesta por el Presidente el déficit pasará a ser de 400 mil millones de dólares. Nos encogemos de miedo en las sombras mientras proliferan las declaraciones falsas. Aceptamos respuestas blandas y débiles explicaciones porque reclamar la verdad es duro, o impopular, o puede que sea políticamente costoso.
Pero sostengo que más allá de todo eso, la gente sabe. Desafortunadamente, el público americano está acostumbrado a la oscurantez política, a la manipulación y al usual engaño verbal que oyen de los funcionarios.
Pacientemente, lo toleran hasta cierto punto. Pero hay una línea. Por un tiempo, parece estar dibujada con tinta invisible, pero al final aparecerá en colores oscuros, teñida de indignación. Cuando se trata de derramar sangre americana, cuando se trata de hacer estragos entre los civiles, sobre hombres, mujeres y niños inocentes, la ocultación despiadada no es aceptable. Nada es tan valioso que justifique ese tipo de mentira, ni el petróleo, ni la venganza, ni la reelección, ni el gran sueño imposible que alguien alberga de una teoría democrática de efecto dominó.
Y acuérdense bien de lo que les digo, la calculada intimidación que tan a menudo hemos visto en estos días por parte de los "poderes establecidos" sólo mantendrá callada a la oposición leal por un tiempo. Porque al final, como pasa siempre, la verdad emergerá. Y cuando lo haga, este castillo de naipes, construido sobre la falsedad, se derrumbará.
[Fuente: Discurso del Senador Robert C. Byrd, pronunciado ante el Senado de los Estados Unidos el 21may03. Robert C. Byrd es Senador demócrata por el Estado de Virginia Occidental. Traducción al español de la versión original en inglés realizada por el Equipo Nizkor el 26may03.]