5 de junio de 2003
Michael Moore: Entre los vándalos
Carlos Prieto
"No sé por qué debería sentir pena por un tío que lidera el lobby mas poderoso de EE UU y cuyo único propósito es asegurarse de que las personas puedan tener tantas armas como deseen y disparar tantas balas como sea posible disparar. Esta gente está mal de la cabeza y hay que frenarlos". (Michael Moore a propósito de Charlton Heston, actor y presidente de la Asociación Nacional del Rifle)
El rostro del cineasta estadounidense Michael Moore se ha hecho definitivamente familiar tras el estreno de Bowling for Columbine (2002), el oscarizado documental sobre la venta de armas en EE UU. Tras echar un vistazo al resto de su producción artística persisten las dudas sobre si se trata de un militante, un cineasta, un periodista de investigación, un escritor populista, un humorista, un gamberro o todo a la vez. Lo que queda claro es que estamos ante un nuevo capítulo de la historia de las estrategias subversivas dentro del arte popular. Y también ante una demostración de que intentar cambiar el sistema desde dentro puede ser un divertido quebradero de cabeza.
Rogelio y yo "Ya es hora de que nos demos cuenta de que el humor es el modo más poderoso de hacer una declaración política y de expresar las cosas que uno quiere decir. Y no se usa lo suficiente, al menos en EE UU"
Michael Moore es uno de los miembros más ingeniosos del frente cultural que desde EE UU critica la administración Bush y, por extensión, las extravagancias del libre mercado. Para empezar, Moore sabe de lo que habla: hijo de unos obreros de la General Motors (GM), vio como en 1986 dicha empresa cerraba todas sus fabricas en su pueblo –Flint, localidad en la que todo dios dependía directa o indirectamente de ellas– para trasladar el negocio a México y Asia, donde la mano de obra es más barata. Afectado por esta "reestructuración" el cineasta, que por aquel entonces era un joven parado, decidió contar con imágenes la historia de la retirada de GM y la consiguiente desintegración del tejido social de Flint. Tras tres años de accidentado rodaje de bajo presupuesto se estrenó el legendario documental Roger and Me (1989). El título hace referencia a Roger Smith, presidente de la GM al que Moore, en un acto que terminaría por convertirse en su seña de identidad artística, somete a una persecución implacable por todo el país con el objeto de preguntarle su opinión sobre la transformación de Flint en un pueblo fantasma. Mientras esto ocurre, se suceden los planes de reconversión industrial (léase reflotación de la moral del pueblo): concursos de belleza, desfiles de carrozas, construcción de parques temáticos y un largo etcétera de despropósitos dignos de un capítulo de Los Simpson... pero en la vida real. También vemos como los angustiados parados se ven abocados a los trabajos más rocambolescos para poder subsistir (muchos de ellos serán finalmente desalojados de sus viviendas por no poder afrontar los pagos de los alquileres).
La caja tonta "Los ladrones de casas roban 4 billones de dólares al año en EE UU mientras que el fraude empresarial supone 200 billones anuales". (Michael Moore justificando su obsesión)
Esta equilibrada mezcla entre periodismo de denuncia y humor –"como herramienta para iluminar los asuntos que nos preocupan"– se perfeccionará en los programas de televisión ideados por el cineasta durante los noventa: TV Nation y The Awful Truth. Cuando Moore presentó su proyecto de magazine humorístico a la NBC no se anduvo por las ramas: su programa, a diferencia del resto, no "jugará a pretender ser objetivo" sino que "se pondrá del lado de la clase obrera en su lucha contra las multinacionales". Como si esta estrategia de confrontación no fuera suficiente, Moore aplicó a sus acciones televisivas una lógica "montypythoniana". Ejemplo: "Hola, soy Michael Moore y no me gustan las alarmas de coche. Suenan toda la noche sin motivo aparente y nadie llama jamás a la policía. Vamos que, además de ser molestas, no sirven para nada". ¿La solución? Moore averigua dónde vive el presidente de Audiovox, empresa líder del sector de las alarmas en EE UU, y aparca una docena de vehículos en las inmediaciones de su domicilio. A las seis de la madrugada hace saltar todas las sirenas. Segundos después las cámaras nos muestran al capo de Audiovox saliendo de su casa en pijama y echando espuma por la boca. La policía se presenta en el lugar y amenaza con arrestar al equipo de filmación por alterar la paz. "¿Y qué pasa con la paz de los millones de americanos a los que este tío molesta cada día?", pregunta Moore a los agentes. Tratamientos similares fueron aplicados a los líderes de las industrias del telemarketing, las pastas dentrificas o la informática (en la puerta de la sede de IBM Moore, megáfono en ristre, exige al presidente "que salga a la calle a ver si es capaz de formatear este disquete"). La cosa se ponía aún más seria cuando las acciones eran capitaneadas por el, ejem, pollo Cracker: una mascota de dos metros encargada de combatir el delito de cuello blanco y a sus aliados. Si bien es cierto que en su asalto a las sedes de empresas para pedir cuentas Cracker solía ser ignorado –como aquella memorable ocasión en la que un desbordado Rudoph Giuliani, alcalde de Nueva York, repetía nervioso aquello de "yo no hablo con pollos, yo no hablo con pollos"–, la presencia del justiciero animal provocaba estallidos de gozo entre la población local que se manifestaba a su lado en sedes de bancos o de compañías financieras. Como ocurre con el resto de programas de la televisión yanqui, incluido Los Simpson, por el camino se quedaron otras historias que no superaron la barrera de la censura impuesta por los anunciantes, práctica que afecta al 10% de las propuestas presentadas por Moore. Entre otras lindezas, se alteraron los resultados de una competición médica en la que la sanidad cubana bañaba a la estadounidense y se prohibió el uso de un detector de mentiras del telediario (al parecer esta brillante ocurrencia no hizo ninguna gracia a los ejecutivos televisivos).
Morder la mano que te da de comer "Quiero ver las cosas cambiar antes de morirme. Mi objetivo es que mi mensaje llegue al mayor número posible de americanos usando todos los medios a mi alcance. No quiero que mi mensaje sea marginalizado ni quiero predicar a los conversos. O sea, que si puedo acceder a la NBC, mucho mejor".
Con censura o sin ella, ¿no resulta extraño que este tipo de programas sea emitido por las grandes cadenas? ¿No estarán tirando piedras contra su propio tejado? No exactamente. Según Moore, mientras sus artefactos culturales den dinero seguirán interesando a unas compañías que, en todo caso, "están tan seguras de que la gente no va a tomar parte en su democracia que se pueden permitir el lujo de poner esto en televisión". Si bien esta tesis sobre multinacionales "tan cegadas en su deseo de beneficios" que son capaces de financiar cualquier cosa puede sonar algo simplista, parece cumplirse a rajatabla en el caso de Moore, aunque esta relación contra natura no está exenta de tensiones. En 1998, el escritor aprovechó la gira promocional de su libro Downsize This por la cadena de librerías Borders para rodar escenas del documental Big One (1998) en el que, entre otras cosas, critica la política laboral de… Borders. Random House, editora de Downsize this, prefirió mirar hacia otro lado (el volumen llevaba vendidos 250.000 ejemplares). Tres cuartos de los mismo sucedió el 11 de septiembre de 2001. Un día antes Moore había publicado el libro Estúpidos hombres blancos, su peculiar ajuste de cuentas contra el presidente "golpista" Bush. Tras la caída de las Torres Gemelas la empresa editora (Harper Collins) amenazó a Moore con retirar el libro de la circulación si no lo modificaba substancialmente (recordemos que en esa época de extrema tolerancia hacia otras culturas se llegó a vetar la emisión radiofónica de canciones tan "políticas" como "Caminando como un egipcio" de las Bangles por miedo a herir sensibilidades). El escritor se niega a rectificar y, antes de que la editorial pueda ejecutar al libro, este se encarama a las listas de best sellers "obligando" a la empresa a hacer la vista gorda. ¿Que cómo son sus libros? Panfletos satíricos de agitación en la línea de su eléctrico discurso de "agradecimiento" en la ceremonia de los Oscars tras ser premiado por Bowling for Columbine.