Internacional
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4 de marzo del 2003
La victimización como identidad
El nacimiento de la tragedia: la mentalidad de víctima
Gilad Atzmon
Traducido para Rebelión por Manuel Talens
«Estoy convencido de que el hombre que está sentado frente a mí es Iván el Terrible de Treblinka».
Pinhas Epstien, 23 de febrero de 1987
«Este hombre es Iván, sin duda alguna, Iván de Treblinka. El de las cámaras de gas, el hombre que estoy mirando ahora.»
Eliyhau Rosenberg 25 de febrero de 1987
Sobre razón y justicia
Cada agresión que un hombre comete contra otro se puede juzgar desde dos aspectos diferentes: el ético y el de la razón. Se supone que el juicio ético decide si dicha agresión era moralmente buena o mala. La valoración de si algo es moralmente bueno o malo implica el uso de las facultades intuitivas y, por lo tanto, no puede dar lugar a conclusiones netas. La razón, por otra parte, indaga las causas que condujeron a la agresión, aplicando para ello facultades racionales; estudia las pruebas disponibles, el contexto psicológico, el sistema legal, los casos precedentes, etc. La razón hace uso de consideraciones racionales y analíticas y, por ello, se puede reducir a un argumento con resultados irrefutables. Para establecer si la agresión estuvo justificada debemos llegar a una síntesis del juicio ético y de la razón. Por lo general, se considera que dicha síntesis constituye la justicia. Es importante señalar que tal síntesis está lejos de ser perfecta o «libre de defectos», pero es el proceso más aceptable que los seres humanos pueden seguir para alcanzar un juicio justo. A pesar de que las decisiones éticas y la razón pertenecen a categorías muy diferentes de pensamiento, el género humano ha demostrado que es capaz de sintetizar ambas.
Este proceso de síntesis puede complicarse mucho si nos enfrentamos a una agresión a gran escala, que revela claramente una obvia injusticia. Aquí es cuando se implica la política. En este ensayo trataré de escudriñar el mecanismo político que se especializa en privar al ser humano singular de su capacidad de llegar a un juicio justo. Intentaré examinar grandes crímenes contra humanidad y evaluar el mecanismo político que da lugar a la transformación de su importancia en poder político. Intentaré argumentar que el actual poder político occidental se basa en la degradación de la noción humana de la justicia en un modo ético desprovisto de razón. Asimismo, argumentaré que esta forma de pensamiento da lugar a la «mentalidad de víctima».
El 11 de septiembre
El ataque contra el World Trade Centre fue una agresión a gran escala llevada a cabo por muy pocos terroristas contra muchos civiles inocentes. Nadie puede justificar un ataque así desde el punto de vista moral. Por eso, dicho ataque puede y deber ser evaluado como un acto de agresión. En otras palabras, debería ser analizado tanto desde la ética como desde la razón.
Es lícito preguntarse por la razón que condujo al ataque: ¿Qué es lo que llevó a diecisiete hombres fieles a cometer una atrocidad suicida como aquélla? ¿Debería ser considerado el ataque como una declaración de guerra o bien como una forma de venganza? ¿Se trata sólo de un acto desquiciado, diabólico y cruel o bien de una lucha legítima por la liberación? Es importante plantear estas preguntas, no porque sus respuestas sean claras, sino precisamente porque sus respuestas podrían ser muy vagas. Al menos podrían conducirnos a reconocer nuestros propios límites racionales. Incluso podrían llevarnos a admitir la posibilidad de una racionalidad diferente, capaz de legitimar el que pongamos nuestras vidas en gran peligro. Los estadounidenses deberían ser los primeros en hacerse tales preguntas, pero por desgracia apenas se las plantean. La razón de ello es evidente. En lo superficial cabe argumentar que tales preguntas son redundantes, ya que ninguna explicación racional puede justificar un crimen completamente inhumano. Esta argumentación es muy popular e incluso se considera que tiene una base moral, pero en realidad conduce a resultados contraproducentes, ya que hace que la sociedad sea incapaz de analizarse a sí misma. Más aún, impide por completo la posibilidad de que la sociedad admita otras visiones alternativas y contrarias del mundo.
Yo diría que el hecho de no buscar los motivos de los crímenes contra la humanidad es en sí mismo un crimen fatal. Se trata de una sofisticada manipulación política que busca el mantenimiento del actual orden mundial, en el que los ricos lo son cada vez más y los pobres son pobres para siempre. Esta manera de pensar, que pronto definiré como la «mentalidad de víctima», es probablemente el auténtico y único enemigo de la cultura occidental. Si convenimos que el razonamiento racional y la argumentación apropiada están considerados como los ideales occidentales más elevados, habremos de convenir que el hecho de privar al ser humano de esas mismas facultades es una clara ofensa contra dichos ideales occidentales.
La reacción de la administración estadounidense a la atrocidad del 11 de septiembre muestra una anulación intencional del mecanismo de cuestionamiento y de la búsqueda de la razón. Se basa en la adopción de un enfoque puramente ético. El presidente G. W. Bush condenó correctamente el ataque desde el punto de vista de la ética, pero al mismo tiempo impidió que tanto él como el pueblo estadounidense afrontasen las razones que llevaron a aquel ataque. G. W. Bush intentó claramente redefinir la noción de justicia, que dejó de ser una síntesis entre el juicio ético y la razón para convertirse en un juicio puramente ético. Como dije antes, cuando uno se priva a sí mismo de la razón, la idea de justicia se vuelve redundante y la justicia se convierte en mera intuición. Ya no es necesaria jurisdicción alguna y el sospechoso puede ahorrarse su defensa, puesto que su crimen es, de entrada, completamente inaceptable.
Es fácil explicar por qué los políticos prefieren degradar la idea de la «justicia» en algo puramente ético. En primer lugar, puesto que la ética aplica las facultades intuitivas, permite que quienes practican la política se comuniquen con las intuiciones de sus partidarios, en vez de con su razonamiento. En segundo lugar, en la era de los medios electrónicos de comunicación, los mensajes deben ser fuertes, claros y concisos. Es mucho más fácil y eficaz estimular intuiciones con metáforas y lenguaje emotivo que presentar un aburrido argumento racional «bien construido». En tercer lugar, los políticos prefieren que la línea de demarcación entre la razón y la ética siga siendo lo más evasiva posible, porque esto les permite redefinir la noción de justicia para que se ajuste a su propia agenda política (la razón podría poner en peligro dicha agenda). En cuarto lugar, el soslayo de la razón les ahorra a los políticos la obligación de presentar cualquier prueba conclusiva a los votantes.
Estas explicaciones podrían lanzar alguna luz sobre la extraña retórica en que se basa la absurda «guerra contra el terrorismo». No tenemos que procesar a Ben Laden, puesto que, de todos modos, es un gran criminal. Describámoslo simplemente como el «diablo en persona» y luego intentemos capturarlo, incluso si para ello hay que matar a miles de civiles inocentes. No tenemos por qué demostrar que Sadam posee un arsenal de «armas de destrucción masiva», nos bastará con deshumanizarlo y luego con declarar una tercera guerra mundial. La administración estadounidense quiere que sigamos nuestras intuiciones y asumamos que las de Bush deben ser bastante buenas: no olvidemos que se trata de un presidente «elegido» y que, por ello mismo, debe representar las intuiciones del «democrático» pueblo estadounidense.
Tal como ya deberíamos habernos dado cuenta, los resultados de la «guerra contra el terrorismo» son hasta la fecha bastante mediocres. Los Estados Unidos de América corren todavía el mismo peligro de antes, si no uno mucho mayor. Incluso se puede decir que, ahora, es el mundo entero el que se encuentra bajo grave amenaza. A Israel, que también declaró su propia «pequeña guerra contra el terrorismo», le pasa exactamente igual. Al parecer, los palestinos están más determinados que nunca a liberarse, lo cual ha dejado claro que las posibilidades de supervivencia de Israel como Estado judío son muy tenues. La razón es sencilla: la justicia de una sola dimensión, es decir, puramente ética, ciega a la gente y, cuando la gente está ciega, comete muchos errores, porque no logra ver a dónde va.
Los orígenes de la «mentalidad de víctima»
Las víctimas son personas que sufren a pesar de ser inocentes (al menos a sus propios ojos y de acuerdo con su opinión personal o con la opinión general). Intentaré demostrar que la «mentalidad de víctima» tiene mucho que ver con la negación de la razón. En muchos casos, la negación de la razón es algo totalmente comprensible. Por ejemplo, puede que una mujer que ha sido violada de forma brutal no vea interés alguno en conocer las dificultades personales que llevaron al acto al delincuente sexual. Como víctima, es posible que desee evitar la razón para concentrarse únicamente en sus cicatrices emocionales y físicas. Esto es perfectamente comprensible. De acuerdo con el mismo modelo de pensamiento, es probable que una familia que perdió a su hijo cuando un conductor de camión borracho lo atropelló, no desee saber nada de las dificultades personales de éste ni de la razón que lo empujó a beber en exceso. Es algo natural que las víctimas se sientan ajenas a los acontecimientos y a la razón que cambió el curso de su vidas. No obstante, estos casos no establecen la «mentalidad de víctima», sino que son más bien un modelo psicológico normal de represión. La «mentalidad de víctima» es una definición política que abarca algo mucho más general. Se refiere a las comunidades que adoptan un rechazo completo de la razón. Podemos encontrar ligeros rastros de «mentalidad de víctima» en grupos políticos marginales como los movimientos feministas y gays. De nuevo, es algo comprensible si se considera la discriminación que existe contra ellos. Pero resulta mucho más interesante encontrar indicios claros de «mentalidad de víctima» en el núcleo de los grupos dominantes del mundo. Me estoy refiriendo a los grupos de presión sionista y a la actual administración estadounidense. Estos grupos dominantes consideran que los crímenes que se cometen contra ellos son lo bastante graves como para justificar totalmente el rechazo de la razón.
El modelo de «víctima» adoptado por los sionistas es único en la historia. El pueblo judío sufrió definitivamente las experiencias más devastadoras durante su larga andadura. El Holocausto es, sin duda, uno de los capítulos más horrendos de la historia. Pero también debemos recordar que los sionistas han sido más que inteligentes a la hora de utilizar este episodio desastroso como catalizador para su liberación. El Holocausto fue de gran ayuda a los sionistas para hacer que las Naciones Unidas apoyasen la resolución de partición (1947) que, eventualmente, condujo a la declaración del Estado de Israel (1948). En el ámbito económico, los judíos recibieron la compensación del gobierno alemán poco después del final de la guerra. Pero si bien es cierto que los judíos tenían mucha razón para considerarse víctimas, ya han dejado de serlo. Hoy día tienen un estado, un ejército poderoso y un arsenal nuclear lo bastante grande como para convertir nuestro planeta en un páramo. Curiosamente, los israelíes y los judíos de todo el mundo se siguen considerando víctimas. Más aún, Israel, que nació a la sombra del Holocausto, ha convertido la «mentalidad de víctima» en una industria floreciente, tanto en el turismo como en la diplomacia. La manera de implantar por completo la «mentalidad de víctima» ha consistido en la continua negación de la razón, en un rechazo absoluto de la razón que condujo al Holocausto en primer lugar. Me atrevo a afirmar que los sionistas, si lograran enfrentarse a la razón, llegarían a entender por qué pierden popularidad hoy en día.
Incluso si se admite que los judíos tenían muy buenas razones para considerarse víctimas en un cierto momento histórico, es posible argumentar que los sionistas podrían ser los primeros en aprender de los motivos que llevaron a su propia destrucción. Podrían aprender del muy cierto resquemor europeo acerca de su control del mundo de la banca y de las finanzas. Podrían aprender de las preocupaciones burguesas y capitalistas en cuanto a la participación de los judíos en movimientos proletarios anarquistas y revolucionarios. Podrían aprender del rechazo xenófobo del ost juden e incluso de las alegaciones nazis de que estaban planeando controlar el mundo con «abstracciones« (el marxismo, el psicoanálisis e incluso la teoría de la relatividad y el catolicismo). Con independencia de la validez de tales acusaciones, ni los israelíes ni los sionistas han intentado nunca analizarlas. Muy al contrario, las han evitado por completo etiquetándolas de «tonterías antisemitas» y estableciendo con ello una noción de justicia basada únicamente en su propio juicio ético intuitivo. Para los israelíes, el uso de la razón es viable con tal de que coincida con su única intuición, que consiste en que los judíos tienen el derecho de vivir en Sión, independientemente de las consecuencias. Es esta forma de ignorancia la que descalifica a los israelíes y a los sionistas para comprender su propia realidad. Además, dado que los israelíes ya no están entrenados en el proceso de llegar a la síntesis de la razón y del juicio ético, su capacidad para establecer argumentos sólidos es escasa. Puede parecer gracioso (o muy triste), pero muchos israelíes ya no son capaces de distinguir entre criminales de guerra nazis e inocentes civiles palestinos. Muchos israelíes y sionistas van incluso más lejos y tienden a considerar el mundo de los gentiles como un enemigo perverso y despiadado. Si el «mundo de los gentiles» significa la raza humana, deberemos admitir que muchos judíos se consideran en guerra contra la raza humana (lo cual podría explicar el enorme arsenal nuclear israelí). En general, el pueblo israelí se toma incluso la condena diplomática de su política como un ofensa antisemita. Después de las últimas elecciones, que han mostrado el auge de la derecha, ha quedado claro que la gran mayoría de la población judía israelí apoya realmente la opresión del pueblo palestino, pero ni siquiera eso les impide considerarse víctimas. Yo suelo vincular este extraño estado de ánimo -el de ser al mismo tiempo opresor y víctima- al claro deterioro del uso que los israelíes hacen de la razón y creo que se debe al excesivo recuerdo del Holocausto. El astronauta israelí Ilan Ramon, que falleció en la reciente tragedia de la nave Columbia, estaba orgulloso de llevar con él al espacio símbolos de víctimas y recuerdos del Holocausto. Cuando supe por la prensa que la expedición de la nave Columbia tenía un carácter puramente científico, me pregunté si la misión científica de Ramon consistía en propagar la «mentalidad de víctima» en el espacio. De todos modos, menos de una hora después de la explosión, Sharon anunció que Ramon era una «víctima de la ciencia». Sin duda la noción terminológica de víctima fluye de manera continua entre los dedicados sionistas.
Lo sucedido en los Estados Unidos tras el 11 de septiembre es muy similar. La administración estadounidense, al igual que los judíos del Holocausto, adoptó un modelo de pensamiento de víctima que le permite hacer juicios intuitivos sin ofrecer a cambio auténticos argumentos racionales. En estos momentos, los Estados Unidos bombardean todo lo que no esté de acuerdo con los Estados Unidos. Todo aquel que no está de acuerdo con su política es un «antiamericano» y «quien no está con nosotros está contra nosotros», dijo el presidente, copiando la intuición sionista de que «o bien se apoya a Israel o se es un antisemita». Este comportamiento estadounidense es típico de la víctima que niega la razón.
Cabe preguntarse si esto tiene algún remedio ¿Podemos ayudar a los sionistas o a los estadounidenses a evitar este callejón sin salida? La respuesta es no. No podemos hacer nada. Éste es el nacimiento de una nueva tragedia.
No podemos ayudar a los israelíes ni a la administración estadounidense, porque viven secuestrados por su propia «mentalidad de víctima». Por desgracia, debemos dejar a los israelíes que se destruyan, lo cual es algo que hacen a la perfección. Sólo podemos rezar para que la presidencia de Bush se termine antes de que logre destruir nuestro planeta. ¿Por qué no podemos ayudarles? Porque tanto los unos como los otros se han secuestrados a sí mismos. Si otros nos encarcelan siempre será posible alcanzar la libertad, pero cuando nos encarcelamos nosotros mismos podemos permanecer tras las rejas para siempre.
Algunos casos interesantes para la reflexión
1. El caso de Ivan John Demjanjuk
La historia de Ivan John Demjanjuk comenzó en 1975, cuando en el senado de los Estados Unidos empezó a circular una lista con los nombres de presuntos criminales de guerra nazis. La lista procedía del KGB, al parecer de material capturado por el Ejército Rojo. A Ivan John Demjanjuk se le acusaba de ser «Iván el Terrible», un operador de cámara de gas particularmente siniestro del campo de exterminación de Treblinka. A pesar de que los estadounidenses habían identificado a Demjanjuk como guardián en el geográficamente lejano campo de Sobibor, fueron los «testigos supervivientes» quienes lo situaron en el campo de Treblinka. Para Demjanjuk, aquello representó una batalla legal de dieciocho años. En primer lugar, se le arrebató la ciudadanía estadounidense (1985). Poco después, fue extraditado a Israel para ser procesado como criminal de guerra. A lo largo de su batalla legal, Demjanjuk negó los cargos. Según él, nunca había sido «Iván el Terrible».
El 18 de abril de 1987, doce años después del inicio de la saga legal, Damjanjuk fue condenado a muerte por un tribunal israelí.
En 1990, tras la caída de la Unión Soviética, los archivos del KGB fueron expuestos al gran público. Sólo entonces se reveló la espantosa verdad: el «certificado Trawniki», que condujo a las sospechas contra Ivan John Demjanjuk, era una falsificación soviética (llevada a cabo para inculpar ucranianos como partidarios de los nazis).
Poco tiempo después, el tribunal supremo israelí tuvo que admitir que toda la historia de Demjanjuk era una fabricación de principio al fin. El 22 de septiembre de 1993, Demjanjuk fue liberado. El tribunal supremo israelí tuvo que rechazar la «prueba de los testigos».
La pregunta que uno debería hacerse es cómo es posible que un testigo se ponga delante de otro anciano, al que nunca antes ha visto, y lo acuse de ser un terrible asesino y un criminal de guerra.
He aquí lo que los testigos oculares confesaron ante el tribunal:
«Estoy convencido de que el hombre que está sentado frente a mí es Iván el Terrible de Treblinka» (Pinhas Epstien, 23 de febrero de 1987).
«Este hombre es Iván, sin duda alguna, Iván de Treblinka. El de las cámaras de gas, el hombre que estoy mirando ahora.» (Eliyhau Rosenberg 25 de febrero de 1987).
¿Qué clase de mentalidad psíquica conduce a un funcionamiento así? A menos que los señores Epstien y Rosenberg fuesen dos auténticos bandidos, cosa que dudo, asumo que la culpa se le debe echar a la «mentalidad de víctima», que da lugar a una forma de aborrecimiento que va más allá de la razón. Tanto Epstien como Rosenberg se pusieron frente a un hombre inofensivo e inocente pensando para ellos mismos: «aunque usted no sea Iván el Terrible, lo es». Como puede verse, la mentalidad de víctima nos permite funcionar según una nueva lógica, con la cual alguien puede ser «P» y no ser «P». «No importa si usted no es Iván el Terrible, mientras que lo sea». Esta obvia contradicción lógica sólo es posible cuando el juicio ético niega por completo la existencia de la razón.
2. El caso del rabino Farhi
El 3 de enero de 2003, el rabino Farhi, uno de los líderes de la comunidad judía francesa, fue apuñalado y su coche quemado. Según el informe del rabino Farhi a la policía, había sido atacado por un hombre enmascarado que gritó: «Alá hu Akbar», Dios es grande. Esta descripción no dejaba mucho espacio libre para la imaginación. El rabino Farhi delimitó claramente la orientación religiosa del sospechoso. El ataque fue considerado en el mundo entero como un acto antisemita llevado a cabo por un militante islámico. El revuelo que se organizó en todo el mundo hizo que el presidente francés Jacques Chirac denunciase públicamente el ataque como un «acto odioso que llena de indignación».
Dos semanas más tarde, los periódicos franceses Marianne y Le Figaro señalaron que tanto la policía como el experto médico que examinó al rabino poco después del acontecimiento dudaban de las descripciones que éste hizo. Las contradicciones entre la historia que contó y las heridas de su cuerpo eran demasiado grandes. Según informaban los periódicos, era más que probable que el rabino se apuñalara a sí mismo y fingiese luego todo lo demás.
¿Lo hizo o no lo hizo? Todavía no existe un veredicto y por eso no voy a pronunciarme. Lo que me interesa es la idea de que la gente pueda herirse a sí misma. Dentro de la realidad israelí esta clase de acontecimiento es más que posible. Si la identidad sionista se asocia con el sufrimiento, este mismo sufrimiento se convierte en algo esencial para su existencia. En otras palabras, a menos que los sionistas encuentren a alguien que les inflija dolor, deben infligírselo ellos mismos. No es una coincidencia que la historia judía sea una cadena infinita de holocaustos, pogromos y discriminación, porque el sufrimiento es crucial para los judíos, les ayuda a mantener su esencial mentalidad de víctima. Los medios de comunicación israelíes y sionistas cubren cualquier ataque contra los judíos en el mundo entero asumiendo de entrada que está racialmente motivado, es decir, que es antisemita. La identidad judía se mezcla íntimamente con el antisemitismo. El judío necesita que lo odien.
La mayoría de los analistas políticos israelíes y del Oriente Próximo están de acuerdo con que el poder de Sharon necesita los ataques palestinos contra civiles israelíes. Las estadísticas demuestran que ha habido más ataques terroristas bajo Sharon que bajo cualquiera de sus predecesores. Sharon sabe muy bien que se mantendrá en el poder mientras los israelíes sufran ataques terroristas. Si quiere conservar el poder, Sharon debe hacer lo posible para que los palestinos ataquen, y la mejor manera de animarlos a ello es aterrorizarlos. El ejército israelí asesina líderes políticos palestinos y civiles de manera regular y priva a la población palestina de alimentos y cuidados médicos. Por si esto no fuera bastante, Sharon retrasa la construcción del siniestro «muro de separación» entre Israel y Cisjordania únicamente para asegurarse de que los terroristas palestinos tienen un acceso fácil a las poblaciones israelíes. De la misma manera que la presunta historia del rabino Farhi, Sharon es peligroso para él mismo y para su pueblo, cuyas vidas pone deliberadamente en peligro. En una sociedad basada en una ética descompuesta y en una clara negación de la razón, tales actividades parecen más que legítimas. Por desgracia para el pueblo estadounidense, Bush no va a la zaga de su mentor israelí. Al igual que Sharon, Bush está haciendo todo lo posible para enfurecer a los árabes del mundo. Los humilla y los incrimina continuamente, apoya a sus mayores enemigos y a las peores tiranías. Como Sharon, Bush sabe que sólo un enorme ataque terrorista contra los Estados Unidos puede darle el apoyo de la gente. Creo que ya podemos concluir que las sociedades atrapadas en la «mentalidad de víctima» se convierten en rehenes de sus peores enemigos. Entre nuestros líderes derechistas occidentales más crueles y los grupos terroristas más despiadadas existe un vínculo terrible: entre Bush y Ben Laden y entre Sharon y los kamikazes suicidas.
La única pregunta que queda en el aire es: ¿Qué hace Tony Blair entre estos dos halcones fanáticos e inmorales? Al fin y al cabo, él es el líder del Partido del Trabajo. Resulta horroroso admitirlo, pero en estos momentos sólo un ataque terrorista masivo contra el Reino Unido podría evitar el hundimiento de la carrera política de Blair. Nuestro primer ministro está ya en las manos de Ben Laden. El pueblo británico debe ayudarle a escapar de ellas, justamente porque dicho pueblo todavía no se ha convertido en víctima.
* Jazzman, escritor y activista de izquierda, el polifacético Gilad Atzmon es una estrella ascendente de la escena cultural británica. Nacido y criado dentro del judaísmo, apoya la liberación del pueblo palestino, se opone de manera rotunda al principio racial del Estado de Israel y milita a favor de la creación de un único estado democrático, que acogería en su seno tanto a palestinos como a israelíes. Su último CD, grabado con el multicultural The Orient House Ensemble, se titula Exile. Gilad Atzmon ha publicado una novela, Guide to the Perplexed, que aparecerá pronto en castellano bajo el sello de Ediciones del Bronce (Grupo Editorial Planeta). El lector puede visitar su sitio web en el siguiente URL: www.gilad.co.uk