7 de febrero del 2003
Querían creerle, pero fue como algo de Beckett
Robert Fisk
La Jornada
Fuentes, fuentes de inteligencia extranjeras, "nuestras fuentes", desertores,
fuentes, fuentes, fuentes. El pronunciamiento que hizo Colin Powell sobre el
terror ante el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones
Unidas el miércoles sonó como uno de esos reportes gubernamentalmente
inspirados que suelen estar en la primera plana del New York Times, donde se
les trata con toda la reverencia posible en la edición matutina. Fue
un poco como recalentar la sopa vieja. ¿No habíamos escuchado antes casi
todo eso? ¿Debemos confiar en ese hombre? Me refiero a Powell, no a Saddam.
Desde luego no confiamos en Saddam, pero la presentación del secretario
de Estado fue una mezcla de algunas grabaciones muy cómicas de llamadas
telefónicas de la Guardia Republicana iraquí que fueron interceptadas,
intercaladas al estilo del dramaturgo Samuel Beckett, que tal vez podrían
ofrecer una terrorífica pruebita de que Saddam realmente está
engañando nuevamente a los inspectores de la ONU.
También se incluyeron algunos materiales antiguos sobre las ya conocidas
y muy documentadas bestialidades cometidas por el monstruo de Bagdad. Todavía
estoy esperando escuchar el original en árabe de una grabación
que el Departamento de Estado tradujo como: "Está bien, mi cuate". "Considérelo
hecho, señor". Estas declaraciones se atribuyeron al "capitán
Ibrahim" de la Guardia Republicana, ¡por Dios! Había también unas
deslucidas ilustraciones de laboratorios biológicos móviles en
vagones de tren y contenedores que estaban en tan perfectas condiciones que
sugieren que el Pentágono no tiene mucha idea del decrépito estado
en que se encuentra el ejército de Saddam.
Pero cuando volvió a hablarse de Halabja, de los abusos a los derechos
humanos y todos los viejos pecados de Saddam, tal y como los reportó
el desacreditado equipo de la Unscom, entonces fue cuando comenzamos a comernos
la sopa recalentada. Jack Straw afirmó que todo esto constituía
"el motivo más poderoso y lleno de autoridad', pero cuando se nos obligó
a escuchar a un oficial iraquí de alto rango diciendo por teléfono:"sí",
"sí", "¿sí?", "sí... ", era imposible no preguntarse si
Colin Powell en verdad sabía el efecto que esto tendría en el
mundo exterior.
De vez en cuando, las palabras "Irak se niega a desarmarse. Negación
y Engaño", aparecieron en la pantalla de video gigante a espaldas del
general Powell. Algunos nos preguntamos si esto era un logotipo de CNN. Pero
no, era del Departamento de Estado, el canal hermano de CNN.
Dado que se supone que Colin Powell es el policía bueno en contraposición
con los policías malos: Bush y Rumsfeld, uno quería creerle. La
orden telefónica del oficial iraquí a su subordinado -"retire
los 'agentes nerviosos' tan pronto como se le ordene"- en efecto, hizo creer
que los estadunidenses habían descubierto una malvada nueva mentirilla
de los iraquíes. Pero una dramática imagen de un avión
iraquí sin piloto capaz de rociar químicos venenosos resultó
ser la obra imaginativa de un artista del Pentágono.
Y cuando el general Powell empezó a decir tonterías sobre "las
décadas" durante las cuales Saddam ha tenido contacto con Al Qaeda, de
veras le fue mal al secretario de Estado. Al Qaeda comenzó a existir
hace cinco años, puesto que "hace décadas" Bin Laden estaba trabajando
contra Rusia bajo órdenes de la CIA, cuyo actual director se encontraba
sentado con rostro solemne detrás de Powell.
Tampoco impresionó la nueva versión que Powell presentó
de la mentira aparecida en el discurso del estado de la unión de su presidente,
según la cual los "científicos" entrevistados por los inspectores
de la ONU eran en realidad agentes de la inteligencia iraquí disfrazados.
La ONU habló con los científicos, según la nueva versión,
pero se estaban haciendo pasar por los verdaderos expertos en materia nucelear
y biológica a los que la ONU quería entrevistar.
El general Powell dijo que Estados Unidos está compartiendo su información
con los inspectores de la ONU sobre el supuesto desarrollo de nuevo armamento,
pero el miércoles quedó claro que el organismo no había
recibido mucha de la información que se dio a conocer. Como ejemplo están
el proceso descontaminante al que se sometió un camión en la fábrica
de municiones químicas de Taji, o bien, la "limpieza" de la fábrica
de misiles de Ibn al Haythem el 25 de noviembre.
¿Por qué no se entregó esta información de inteligencia
a los inspectores hace meses? ¿No era una exigencia de la resolución
1441, tan amada por Powell, el entregar de inmediato toda esa información
a Hans Blix y sus muchachos? ¿Será que los estadunidenses no han "cooperado"
lo suficiente? El peor momento llegó cuando el general Powell empezó
a hablar del ántrax y los ataques con el carbunco que ocurrieron en Washington
y Nueva York en 2001. Al tiempo que mostraba patéticamente una cucharita
con las esporas imaginarias, Powell no dijo abiertamente, pero sí sugirió
en forma tramposa, que Saddam tiene algo que ver con dicho episodio.
Cuando el secretario de Estado enarboló el apoyo de Irak a la organización
palestina Hamas, que tiene una oficina en Bagdad, como prueba de que Saddam
respalda el "terror" (desde luego no hubo mención al apoyo que da Estados
Unidos a la ocupación israelí de las tierras palestinas) el teatro
se empezó a derrumbar. Hay oficinas de Hamas en Beirut, Damasco e Irán.
¿Acaso se supone que la 82 división aerotransportada va a machacar a
Líbano, Siria e Irán? La obra teatral tuvo un inicio casi macabro,
cuando el general Powell llegó al Consejo de Seguridad besando en la
mejilla a los delegados a los que envolvía entre sus enormes brazos.
Jack Staw apenas y pudo responder a este gran abrazo estadunidense.
De hecho, hubo momentos en que cualquiera pensaría que este recinto de
sonrisas dientudas y constante estrechar de manos estaba lleno de hombres que
celebraban la paz y no la guerra. Pero ¡Dios!, no era así. Estos hombres
de Estado elegantemente vestidos estaban construyendo la estructura que les
permitirá matar a muchísimas personas, tal vez también
al monstruoso Saddam y a sus cuates, pero también a un número
considerable de inocentes.
Uno recuerda, por supuesto, el mismo recinto hace cuatro décadas, cuando
el antecesor del general Powell, Adlai Stevenson, mostró fotos de barcos
que transportaban misiles soviéticos a Cuba.
Ay, pero las fotos de hoy no tenían tal autoridad. Y Colin Powell no
es para nada Adlai Stevenson.
Periodista irlandés experto en Medio Oriente, corresponsal de The
Independent
©The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca