No estoy seguro de la fuente y me es imposible ahora comprobarla, pero es probable que sea en Les silences du colonel Bramble, la novela bélica de André Maurois, donde aparecía la figura de un veterano suboficial del Ejército británico, curtido en las enfangadas y malolientes trincheras de la I Guerra Mundial tras varios años de combate, quien confesaba su más íntimo anhelo a un compañero de fatigas: "¡Ya tengo ganas de que se acabe esta maldita guerra y podamos volver a hacer unas buenas maniobras como las de siempre!".
El anhelo del aguerrido profesional de la milicia era comprensible. Al contrario de lo que sucede en la guerra, en las maniobras los reglamentos se aplican con rigor y conducen siempre al éxito; los que deben avanzar lo hacen sin confusiones y los que se defienden, también; las líneas, flechas y diagramas que se trazan en los planos de los Estados Mayores reflejan con precisión la realidad; siempre se sabe dónde están todos, qué hacen y cómo se les pueden hacer llegar las órdenes. El resultado final, que es lo más importante en toda actividad militar, está predicho por anticipado y se alcanza inexorablemente.
Un desfile final de los participantes, ante las autoridades que han presenciado el ejercicio, es el colofón final de una operación de la que solo se desprenden parabienes y felicitaciones para los que han cumplido fielmente las órdenes recibidas y se han atenido a los reglamentos en vigor. Lo anterior no es solo un comentario humorístico. En él encaja muy bien algo que ha ocurrido recientemente y cuyas consecuencias estamos pagando todos en la malhadada ocupación militar de Iraq.
Ya desde la guerra del Vietnam, se fue generando en EEUU la mala costumbre estratégica de intentar resolver los errores de planificación enviando más tropas al campo de batalla. Ahora, varios decenios después, cuando la posguerra iraquí se reveló incontrolable, el presidente de los Jefes Conjuntos de Estado Mayor respondió de modo irritado ante las críticas de los medios de comunicación que advertían el empeoramiento de la situación. Afirmó que eran erróneas y que, además, "dañaban a las tropas". El secretario de Defensa fue más contundente: "Seamos claros: Sadam será expulsado del poder, el pueblo iraquí será liberado y las fuerzas de la coalición volverán a casa en cuanto cumplan su misión y devuelvan Iraq a su pueblo, tanto tiempo oprimido".
Pero la realidad se resiste a cumplir las órdenes del Pentágono y no se atiene a los planes allí elaborados. Los secretarios de Defensa, desde la época de Vietnam, suelen querer ahorrar dinero mientras que los militares suelen exigir más tropas y armamento. Las autoridades civiles y los jefes militares que fracasan muestran también mucha resistencia a dimitir o entregar el mando, como ocurría entonces. Pero ahora, en EEUU, ha habido un general que arrojó la toalla el año pasado. Les contaré cómo ha sido.
El pasado verano se organizaron unos complicadísimos juegos de guerra mediante sistemas informáticos (una versión ultramoderna de las maniobras militares tradicionales), denominados Millenium Challenge 02, de una envergadura nunca antes conocida en EEUU. Dos años se invirtieron en su preparación, costaron más de 250 millones de dólares y participaron más de 13.000 personas durante tres semanas. Su finalidad era comprobar el resultado de las nuevas estrategias propuestas por Rumsfeld desde que se hizo con las riendas del Pentágono, que habrían de aplicarse en Iraq, cuya invasión se planeaba.
Un general retirado fue nombrado comandante supremo del Ejército "enemigo", en "un Estado innominado de Oriente Medio". Pues bien: logró hundir la mayor parte de la flota estadounidense recurriendo a procedimientos poco ortodoxos.
Cuando ocurrió esto, se interrumpieron las maniobras virtuales, se reflotaron los buques hundidos, y el general "enemigo" fue apartado del juego. Declaró: "En vez de un ejercicio con dos bandos, lo que quieren es que se cumpla el guión. Habían previsto el resultado y forzaron el desarrollo del ejercicio para lograrlo". De modo que se reanudaron las maniobras virtuales con un nuevo general enemigo que, como era de esperar, disciplinadamente perdió la guerra frente a EEUU. Un alto mando militar participante confesó a un periodista: "Lo que deseábamos de verdad era concluir el ejercicio, recibir felicitaciones y todo eso que usted sabe".
¿Puede sorprender, pues, que el más poderoso ejército del mundo, dotado con el material de guerra más refinado que ha conocido la Historia, esté empantanado en Iraq frente a una resistencia dispersa y clandestina, que se opone a la ocupación? Desmintiendo todas las declaraciones oficiales que afirman que la guerra ha concluido y que en Iraq se abre ya la vía hacia la democracia y, de paso, dejando en mal lugar a quienes aquí insisten en afirmar que la colaboración militar española en la ocupación es esencialmente "humanitaria", la guerra en Iraq prosigue, el Pentágono se ve obligado a cambiar su estrategia y, al igual que el suboficial británico de la I Guerra Mundial, algunos mandos estadounidenses estarán ya deseando abandonar Iraq y volver a las buenas maniobras de siempre, que nunca fallan.
* Alberto Piris,
general de Artillería en la Reserva, es analista del CIP-FUHEM