Director de la Escola de Cultura de Pau de la Universitat Autònoma de Barcelona. El Periódico de Cataluña
Por muchas páginas que ocupe cada día en los medios de comunicación, Irak es la excepción a la regla respecto a lo que son los conflictos armados contemporáneos, ya que la mayoría tienen otra naturaleza y son intraestatales, aunque con muchas implicaciones regionales e internacionales a causa del comercio de armas, los flujos de refugiados, el comercio ilícito de recursos naturales, etcétera.
A pesar de que en los últimos años ha disminuido ligeramente el número de conflictos armados, han aumentado en cambio las situaciones de tensión que pueden derivar en enfrentamientos armados (véanse al respecto los informes trimestrales sobre conflictos: www.pangea.org/unescopau ).
Se necesita, por tanto, mucha más actividad prevent! iva que la actual, tanto desde Naciones Unidas como desde el conjunto de las cancillerías.
Vivimos también en una época especialmente intensa en intentos o experiencias de negociación en conflictos (en tres de cada cuatro conflictos hay ya negociación o se explora su posibilidad), por lo que de nuevo resulta imprescindible que Naciones Unidas encuentre la manera de ayudar a los estados implicados de una manera u otra en dichos procesos, colaborando en la superación de las frecuentes crisis con que atraviesan estos procesos de negociación, normalmente por deficiencias en las estructuras de mediación.
No importa que la ONU no lidere la mayor parte de las negociaciones para lograr la paz en contextos de conflicto, pero debe saber actuar cuando su presencia deviene indispensable u oportuna, y debe acertar en su rol facilitador, ni que sea a través de su diplomacia silenciosa.
La principal función de Naciones Unidas es, sin duda, la de prevenir, más que curar las herida! s causadas por los conflictos. Los detractores de este organismo olvid an maliciosamente la consustancial invisibilidad de los éxitos de la diplomacia preventiva (lo que no llega a ocurrir por el trabajo bien hecho), y la ONU tiene el mérito de haber evitado la escalada de muchos conflictos a lo largo de su historia. Pero como ha reconocido recientemente el mismo secretario general, Kofi Annan, junto a los aciertos hay bastantes fracasos e inercias que hay que superar. En este sentido, dada la naturaleza y complejidad de los conflictos actuales, sería conveniente aumentar la presencia de representantes, enviados o consejeros especiales en varios de los conflictos donde no hay presencia alguna de este organismo, pues sus buenos oficios han sido determinantes en numerosos otros casos para encontrar salidas pacíficas.
El Consejo de Seguridad no es probablemente la mejor estructura para llevar a cabo la diplomacia preventiva, pues suele actuar cuando los conflictos están en fase de escalada, y sólo en los casos en que no afectan a los int! ereses geopolíticos de los cinco miembros permanentes (Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido).
La Secretaría General y el Departamento de Asuntos Políticos parecen ser, en cambio, los sitios idóneos para actuar en las primeras fases de una situación conflictiva. Para ello, sin embargo, necesitaría muchos más medios humanos y económicos (su presupuesto anual equivale al monto de los fichajes de Beckham y Ronaldinho). El Consejo de Seguridad, además, aplica una política de doble rasero en sus resoluciones que es percibida como injusta por cada vez mayor número de personas, lo que desacredita al conjunto del sistema de Naciones Unidas. Tampoco es aceptable el silencio del Consejo de Seguridad ante tantas situaciones de conflicto abierto o latente, ya que el 70% de los contextos de conflicto armado no han merecido ni una sola resolución. Su credibilidad está en una profunda crisis por este motivo, y más cuando hay resoluciones que hay que cumpl! ir y otras que se pueden obviar.