Internacional
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11 de octubre del 2003
Arthur Kinoy
Juan Carlos Vallejo
Rebelión
"Hay quienes luchan un día y son buenos;
hay otros que luchan un año y son mejores;
hay quienes luchan muchos años y son muy buenos;
pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles".
Bertold Bretch
Ethel y Julius Rosemberg fueron ejecutados el 19 de junio de 1953. No por "conspirar para cometer espionaje", que fueron los cargos que les inventaron, sino Ąpor ser comunistas! Por esa época (y aún hoy, que hay quienes, como los toros Miura, embisten cualquier trapo rojo), con el macartismo rampante, admitir que se era miembro del Partido Comunista era cargar el nombre de "espía para la Unión Soviética". Y eso lo sabía muy bien Arthur Kinoy, uno de los abogados defensores de los Rosemberg. Y por eso, los defendió, incluso, hasta 50 años después de consumada la barbarie de su ejecución. En esa cincuentenaria conmemoración de la tragedia, en el City Center de New York, fui testigo del aprecio y respeto que Kinoy despertaba dentro de la izquierda estadonunidense.
En 1968, siete pacifistas fueron arrestados, procesados y condenados por los disturbios ocasionados en la Convención Nacional Demócrata en Chicago. Kinoy, fiel defensor de las libertades civiles, asumió su defensa en el proceso de apelación. Los sacó libres. El caso se hizo famoso como "The Chicago Seven" (Los Siete de Chicago).
Los casos polémicos y difíciles parecían buscar la asistencia legal de Arthur Kinoy (los de Adam Clayton Powell Jr. y Dombrowski v. Pfister, dan cuenta de ello). Su corta estatura (que se evidencia en la famosa fotografía -portada de su libro- cuando es aprehendido por los alguaciles en San Francisco) contrastaba con el poder arrollador de su oratoria forense. No en vano, cuando ejercía la docencia (en Rutgers y Columbia), sus clases tenían problemas graves de sobrecupo, pues todos los estudiantes querían ser sus alumnos. Le acompañé a una de sus conferencias en la Escuela de Leyes de la Universidad de Columbia, donde corroboré esa inmensa capacidad de absorber a la audiencia con su verbo. Pese a estar cerca a sus 83 años, que se los celebraríamos el 29 de septiembre, Arthur gozaba de una asombrosa vitalidad y lucidez.
Hace unos días alguien escribía, a propósito de la muerte de Edward Said, sobre que parecía propio de la condición humana pensar que los amigos nunca se morían. Y eso es cierto. Nadie, dentro de sus amigos, creía que Arthur Kinoy, "el abogado del pueblo", como bien se ganó ese renombre en todos los Estados Unidos, se había muerto el pasado 19 de septiembre.
La última vez que hablé con él, lo hice en un corto viaje en tren desde su casa, en New Jersey, hacia la ruidosa New York. Le pregunté, muy defraudado, sobre el grado de postración del poder judicial ante el ejecutivo y legislative en este país, y esos fallos tan amañados que proferían jueces en La Florida y Texas. Arthur me miró y con su mano, me dio la sensación que me decía: "Tranquilo, espera, poco a poco vendrán grandes cambios". Esos cambios, hoy se sienten llegar. La protesta se acrecienta. Los que piden explicaciones y cambios, son cada vez más. Lástima que él no esté aquí para verlos.
Hay luto en las organizaciones defensoras de libertades civiles, hay luto en National Lawyers Guild, hay luto en el Centro para Derechos Constitucionales -entidad que él fundó-, hay luto en la izquierda estadounidense. Extrañaremos su presencia física, pero heredamos su espíritu combativo.