El gobierno de Blair ha pospuesto de nuevo su decisión de abandonar la libra esterlina como moneda oficial del Reino Unido y adoptar, en su lugar, la moneda común europea, el euro.
El 9 de junio, el ministro de Finanzas británico, Gordon Brown, dijo en el Parlamento que el tiempo para la adopción del euro todavía no había llegado. Según el ministro, una ley que establecerá los términos para el referéndum sobre el euro será aprobada a finales de este año, pero dicha consulta no tendrá lugar previsiblemente antes de que se celebren las próximas elecciones generales.
El anuncio del gobierno fue bastante sorprendente dado que la victoria del Partido Laborista en las elecciones de 1997 fue debida, en buena medida, a la creencia de que los laboristas tenían una alternativa clara en el tema de la integración europea, frente a un Partido Conservador que se mostraba profundamente dividido en este tema. Algunos sectores empresariales británicos apoyaban ya entonces la adhesión del país al euro para aprovechar la ventaja que suponía la moneda única a la hora de actuar en el mercado europeo, que es ya, por su tamaño, el mayor del mundo.
Sin embargo, dichos sectores se muestran ahora decepcionados por la actuación de los laboristas en este asunto. Durante los seis años que lleva en el poder, el gobierno de Blair no ha hecho nada para avanzar en el camino de la integración del Reino Unido en el euro. Brown ha insistido en que el tiempo de la adhesión al euro vendrá dado por cinco tests económicos que están fuera del control del gobierno y que van desde la convergencia de tipos de interés hasta el empleo.
Incluso si fuera a aceptarse el argumento de Brown de que una mayor convergencia económica entre Europa y el Reino Unido es necesaria antes de proceder a la adopción del euro, queda abierta la cuestión de por qué el gobierno británico no ha tomado medidas que faciliten esa convergencia. En realidad, no ha habido una base objetiva sobre la que construir la Unión Europea, sino que han sido los gobiernos del continente –principalmente los de Francia y Alemania– los que empujaron hacia adelante este proyecto gracias a su voluntad política. Ni Blair ni Brown han explicado por qué no existe una voluntad política similar en el gobierno británico para promover el proceso de entrada en la Zona Euro.
Varios equipos de analistas del Ministerio de Economía se han pasado meses reuniendo información acerca de los pros y los contras de la adhesión británica al euro. Al final, las conclusiones de estos expertos quedaron recogidas en 18 volúmenes y 1.738 páginas. Sin embargo, esta documentación les fue presentada a los parlamentarios británicos sólo dos horas antes de que se produjera la comparecencia de Brown. Esto parece indicar que el ministro británico no tenía interés en facilitar un debate a fondo sobre este asunto.
En realidad, el gobierno británico está intentando averiguar cuál puede ser el impacto que pueda tener la adhesión al euro en sus planes para mantener al Reino Unido como una plataforma de mano de obra barata para las corporaciones internacionales que buscan un acceso a los mercados europeos. En la actualidad la ventaja que ofrece el Reino Unido a las empresas multinacionales norteamericanas y japonesas se está reduciendo por dos factores principalmente: uno de ellos es la actual cotización sobrevaluada de la libra esterlina. El otro tiene que ver con la próxima entrada en la Unión de varios países del Este, cuya mano de obra es aún más barata que la inglesa. Así por ejemplo, la empresa japonesa Matsushita ha eliminado recientemente parte de sus puestos de trabajo en el Reino Unido y los ha trasladado a la República Checa.
Algunos economistas británicos señalan ahora que cada día que el Reino Unido pasa fuera de la Zona Euro significa una pérdida de empleos, inversiones e influencia. Los empresarios británicos, que realizan la mayoría de sus actividades comerciales externas en el mercado europeo, se ven afectados de forma negativa por la variación en la cotización de la libra frente al euro. El hecho de que la libra esté ahora sobrevaluada supone un daño significativo adicional para la competitividad de los productos británicos.
Todo ello ha comenzado a dejarse sentir dentro de la esfera económica británica. Cifras recientes de la Comisión Europea señalan que, aunque el Reino Unido continúa siendo el país de la UE que más inversiones procedentes de fuera de Europa atrae, la proporción de las inversiones que se dirigen a ese país, tomando como referencia el conjunto de los estados de la Unión, ha caído desde el 48% de 1998, año en que el euro no había entrado en vigor, al 25% de 2001.
Muchos sectores financieros británicos han comenzado ya a declarar abiertamente que cualquier demora en la adopción del euro supondrá un perjuicio para los fabricantes británicos y la economía en general. Estas advertencias llevaron a Brown a comparecer por primera vez ante un grupo financiero conocido por su defensa de la adhesión a la moneda europea. Estos sectores han presionado al gobierno para que fije un calendario para la adhesión y para las sucesivas etapas del proceso. El hecho de que estos plazos no se hayan concretado ha llevado al diario Financial Times a afirmar en un reciente editorial que "tras seis años de poder el actual gobierno ha suspendido su principal examen".
Causas de la indecisión del Ejecutivo
Algunos creen que el gobierno de Blair no ha procedido todavía a realizar un anuncio sobre el euro por temor a una repetición del así llamado "miércoles negro" de septiembre de 1992, cuando la cotización de la libra esterlina se hundió espectacularmente y se salió de los límites del Mecanismo de la Tasa de Cambio Europeo, el antecesor del euro, pero sólo después de haber consumido las reservas de divisas del Banco de Inglaterra.
Brown ha insistido en que una devaluación tan catastrófica no tendría lugar otra vez debido a la prudente gestión económica de su Ministerio y a las medidas de flexibilidad en el terreno laboral, una referencia a la disminución de los derechos laborales y a la caída de los salarios, en comparación con los de la mayoría de países de Europa Occidental. Él incluso afirmó que el tema no era cuándo el Reino Unido se uniría a Europa, sino cuándo Europa se uniría al Reino Unido. Él alabó, además, los esfuerzos de varios países europeos para poner en práctica "reformas económicas estructurales" –entre las que cabe mencionar la reforma del sistema de pensiones en Francia, que ha llevado a una amplia movilización de la opinión pública francesa–, pero señaló que estos países han de ir mucho más allá para que la Zona Euro se convierta en un "hogar cómodo" para el Reino Unido.
En segundo lugar, hay que señalar que el gobierno británico no tiene la seguridad de que podría ganar un referéndum en este momento, dada la existencia de un fuerte sentimiento chovinista antieuropeo en el seno de la sociedad británica. Este sentimiento está siendo alentado desde los diarios de la prensa amarilla –en especial, los periódicos Sun y News of the World, propiedad ambos del magnate Robert Murdoch, conocido enemigo de la integración europea–, algunos sectores thatcheristas del Partido Conservador e incluso parte de la izquierda del Partido Laborista y los sindicatos, cuyo apoyo fue decisivo para que los laboristas llegaran al poder en 1997.
Hay que tener en cuenta que si bien el principal destino para las exportaciones británicos continúa siendo Europa, el Reino Unido es también el segundo país, tras EEUU, que más inversiones realiza en el extranjero (en países no pertenecientes a la UE) y el mayor inversor foráneo en el mercado norteamericano. Aquellos sectores económicos británicos que invierten sus fondos en países y mercados no europeos ven la posible adhesión al euro con un sentimiento de profunda indiferencia o incluso de abierta hostilidad.
Esta división dentro de la élite económica británica es la primera dificultad a la que ha de enfrentarse el gobierno de Blair a la hora de plantearse el cambio de moneda. Todo parece indicar que el Ejecutivo prefirió demorar la decisión esperando que se creara una situación más favorable para la adhesión, que llevara a la marginación de los sectores conservadores opuestos a la misma.
Sin embargo, se ha producido una situación a la inversa. Las divisiones dentro de los sectores financieros no sólo se han agravado, sino que la derecha antieuropea se ha reforzado y aumentado su influencia.
Este desarrollo de los hechos viene dado por diversos factores. El más importante de ellos es el conflicto entre Europa y EEUU a propósito de la guerra de Iraq.
El debate sobre la adhesión al euro tiene lugar en efecto en un momento en el que EEUU está poniendo en práctica medidas de represalia contra los países europeos que no apoyaron el ataque contra Irak. La Administración Bush ha dejado caer la cotización del dólar en un 40% para facilitar las exportaciones norteamericanas, pero también como medida de represalia contra Europa, hecho éste que recuerda las guerras monetarias libradas en los años treinta del pasado siglo.
Durante años, el gobierno británico insistió en que era posible reconciliar la adhesión al euro del Reino Unido con la continuación de su papel como principal aliado de EEUU. Esta afirmación parecía justificada. La Administración Clinton apoyaba el proceso de integración europea y veía con buenos ojos la participación británica en este proceso –considerando que esto permitiría a EEUU contar con un fiel aliado en el seno de la Unión Europea y con un contrapeso frente al eje franco-alemán–.
En los últimos años, sin embargo, el conflicto entre Europa y EEUU se ha venido desarrollando en todos los frentes –el comercial, el monetario y, finalmente incluso, el político, con motivo de la guerra de Iraq–. La llegada al poder de la Administración Bush demostró el ser el principio de un cambio en las relaciones entre las dos partes. El actual gobierno norteamericano, influido por una pequeña facción unilateralista y agresiva, cambió su política para buscar, de forma abierta, la hegemonía mundial y el control de la mayoría de los recursos naturales y mercados mundiales. Para lograr estos objetivos, estos sectores cuentan con la ventaja militar que EEUU ostenta frente a sus competidores de Europa y Japón.
Sin embargo, este poderío militar no es suficiente. Pese a su inferioridad en el terreno militar, Europa, en su conjunto, representa la mayor fuerza económica del mundo, lo cual la convierte en el principal rival de EEUU en este campo. De esta forma, tras la negativa de Francia, Alemania, Rusia y otros países europeos a secundar a Washington en el tema de Irak, la Administración Bush parece haber concluido que debe trabajar ahora para desestabilizar Europa y sabotear el proyecto de integración europea.
Esto ha creado una grave crisis para el gobierno de Blair, que había venido afirmando su deseo de servir de "puente" entre EEUU y Europa –trabajando en contra de un aumento del sentimiento antinorteamericano en Europa, e intentando, por otro lado, neutralizar las tendencias unilateralistas más extremas dentro de EEUU–.
Blair todavía parece considerar que es capaz de llevar a cabo esta misión. El antiguo ministro de Presidencia y mano derecha de Blair en la actualidad, Peter Mandelson, escribió el pasado 8 de junio un artículo en el Financial Times, en el que explicaba por qué los británicos debían de intentar mantener viva esta misión de servir de "puente" con mayor determinación aún tras la crisis de Irak.
Mandelson señalaba además que si permaneciera fuera de la Zona Euro, el Reino Unido haría frente a una "mayor caída de su influencia" dentro de Europa. Esto sería a la larga muy perjudicial para las relaciones entre la Unión Europea y EEUU, dado que Londres se mostraría incapaz, de esta forma, de presionar en favor de sus tesis de que Europa debe ver en EEUU "a un socio y no un rival" y de que los planes europeos para crear una fuerza militar propia han de mantenerse confinados dentro del marco de la OTAN.
Estas afirmaciones ponen de manifiesto hasta qué punto el gobierno de Blair se engaña a sí mismo en lo que respecta a la realidad de las relaciones transatlánticas. Para Washington, el camino a seguir no es el de la reconciliación, sino el de las represalias. Son muchas las declaraciones de responsables políticos norteamericanos que dejan clara la intención estadounidense de castigar a aquellos países que se opusieron a la guerra y construyeron alianzas dentro de Europa en su contra. La declaración más famosa a este respecto ha sido la del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, que proclamó abiertamente la existencia de una división entre la "vieja Europa" y la "nueva", que estaría formada por aquellos países que apoyaron a EEUU en el conflicto.
EEUU desconfía ahora de una Europa unida, a la que ve como un poder rival, y se muestra hostil al proceso de integración europea. Y por mucho que Blair se empeñe, él no puede hacer nada para eliminar los efectos que esta política genera. En el horizonte parecen ya dibujarse nuevos puntos de enfrentamiento entre EEUU y la Unión Europea, como es el caso, por ejemplo, de Irán.
Algunos responsables de la Administración Bush han señalado recientemente que se oponen a la entrada del Reino Unido en el euro y señalan que, de producirse este hecho, sería visto por EEUU como una "traición" de parte del aliado británico. En un artículo publicado en el sitio BBC Online, el comentarista Steven Schifferes señaló: "En nuestros días todo se ve en Washington a través del prisma de la guerra de Irak". Para los neoconservadores, que fueron los más firmes partidarios de la guerra, existen pocas dudas de que el Reino Unido debería mantenerse al margen del proyecto de integración europea, pues consideran que éste podría acabar convirtiendo a Europa en un auténtico estado supranacional y un rival político y económico de EEUU. Ellos consideran también que la entrada del Reino Unido en el euro reforzaría aún la moneda europea frente al dólar.
En este sentido, Kevin Hassett, economista jefe en el Instituto de Empresa Americano, una institución dominada por los neoconservadores, advirtió recientemente en contra de la adhesión británica al euro señalando: "En términos generales, la integración del Reino Unido en el euro podría vincular demasiado estrechamente a este país con el proyecto franco-alemán de crear un centro de poder alternativo al de EEUU. Esto haría más difícil al Reino Unido el poder jugar su papel tradicional de puente entre Europa y América".
Dentro del Reino Unido, la abierta hostilidad de la Administración Bush hacia la UE ha servido para animar a los euroescépticos, que han subido de tono su campaña en contra del euro hasta extremos histéricos. La prensa conservadora, principalmente la de Murdoch, ha establecido una comparación entre la posible adhesión del Reino Unido al euro con la hipotética rendición del país ante la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. "¿Derrotó el Reino Unido a Napoleón y Hitler sólo para ver cómo hoy en día Blair entrega el país a Francia y Alemania?", se preguntaba el diario Sun. La oposición ha camuflado sus diatribas chovinistas detrás de términos como "soberanía" y oposición a los "burócratas no elegidos de Bruselas". Sin embargo, lo que hay realmente detrás de esta campaña es el deseo de los sectores más conservadores de romper todos los vínculos con Europa en favor de una alianza exclusiva con EEUU.
Ellos argumentan que la situación actual y la postura de la Administración Bush han eliminado cualquier posibilidad de que el Reino Unido pueda ejercer de "puente" entre Europa y América. En este contexto, señalan, el mejor servicio que el país puede hacer a su aliado norteamericano no es el de llevar a cabo esfuerzos inútiles para influenciar a la Unión Europea en la dirección "correcta", sino trabajar activamente para socavar el proceso de integración.